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02 || amigos

Helena Silva

El entrenamiento fue de maravilla. Los coches iban como la seda y podría decirse que mi primer día concluyó realmente bien. Sin percances ni problemas. Ni un tonto dolor de cabeza, si hablamos de los preparativos de cara a la carrera del domingo y a la clasificación del día siguiente, claro.

Cuando Charles entró en la pit lane y se bajó del coche, los mecánicos y demás técnicos comentaron algún que otro aspecto a tener en cuenta, pero él parecía tenerlo todo bajo control; zanjó la charla con un par de palmadas en la espalda de los trabajadores y me ubicó al otro lado del recinto.

Yo di un corto salto para bajarme del taburete del que me había ayudado toda la mañana. Ser tan pequeña me obligaba a montar estrategias con tal de llegar a las pantallas de control.

—¿Necesitas ayuda?

Su voz en sí era un problema que no tenía ni idea de cómo solucionar.

—No —traté de sonreír, impaciente por su proximidad—. Estoy bien, pero gracias por preguntar.

Supervisó que no diera un traspié y se retiró algunos de los accesorios que adornaban su atuendo.

¿Desde cuándo los trajes de carreras me hacían sentir como una adolescente hormonada? Por Dios. Apenas podía desviar la vista hacia su cuerpo si quería mantener mis ojos al mismo nivel que los suyos, pero yo no me identificaba como una descarada del montón. Entonces, ¿qué narices me pasaba? ¿Hacía tanto tiempo que no me acostaba con nadie y mi libido había salido disparada tras saber que Charles Leclerc estaba interesado en mí? ¿Era eso?

—Faltan diez minutos para las dos —apuntó él mientras yo colocaba la carpetas en su sitio—. ¿Te apetece almorzar?

¿Por qué no podía ser distinto? ¿Por qué el chico que me gustaba tenía que ser uno de los hombres más exitosos del mundo deportivo y, además, mi medio jefe?

Un par de técnicos rodaron neumáticos intermedios a mi izquierda, echando una rápida miradita a la chica nueva porque los ojos de Charles Leclerc, su campeón, estaban bien hundidos en mí.

—Sí, por qué no —accedí a su propuesta. Su bonita sonrisa me secó la garganta—. Necesito esa cerveza ... —farfullé al tiempo que nos marchábamos del box de Ferrari.

Pasamos por su vestuario para que se cambiara con ropa más cómoda y, de camino al restaurante de nuestra escudería, Charles atendió a algunos fans que le pidieron firmas en sus polos rojos y fotos de recuerdo. Yo solo me echaba a un lado y bajaba la visera de mi gorra. También luchaba contra la sonrisa que emergía en mi boca cada vez que sus ojos se cruzaban con los míos.

Esa conexión me ahogaba y me hacía sentir en las malditas nubes, pero sabía que mi papel en el equipo debía estar por delante de cualquier amorío. Aunque ese enamoramiento tuviese un par de ojos verdes y una actitud envidiable.

¿Por qué te fijas en los que te traerán problemas, Helena?

Charles abrió la puerta para mí, pellizcando mi pecho, y fuimos una mesa alejada. Necesitábamos hablar de varias cosas y, lamentablemente, me tocaba la parte más desagradable.

—De verdad pensé que eras periodista deportiva —comentó y abrió con los dientes el sobrecito de azúcar—. Mi plan consistía en buscarte en la sala de prensa esta tarde.

Deja de ser tan tierno, por favor. No me lo pones fácil.

Le mostré mi mejor mueca y analicé el croissant con embutido que me había pedido al llegar.

—Hay más periodistas que ingenieras. No te culpo por haberlo pensado.

—No me malinterpretes. Fue por tu voz. Tienes voz de profesional y deduje que también era tu herramienta de trabajo —justificó su apreciación.

Charles comenzó a comer, sin darle más importancia a lo acababa de decir, mientras que yo ... Yo me sentí horriblemente bien porque alguien que no me conocía de nada estaba valorando aquello en lo que había puesto todos mis esfuerzos y sacrificios. Fue complicado hacer un buen uso de mi voz cuando empecé mis estudios superiores, pero no había nada que me hiciera sentir más orgullosa.

—Bueno, en eso acertaste —murmuré, sonrojada hasta la médula—. Aunque soy mejor con los números.

Aliviada de que Charles no se percatara de mi timidez, lo escuché añadir algo más.

—¿No deberías estar en el box de Red Bull? —cuestionó mi llegada a Ferrari.

Di un mordisco al croissant.

—Hubo un cambio de planes —mi corta respuesta le arrancó esa maravillosa sonrisa con la que debía conseguir cualquier cosa.

—¿Debo sentirme importante? ¿Te convencí de que vinieras con nosotros? —batió sus pestañas negras, alegrándome al segundo.

—Sembraste la duda, sí, pero solo me diste un empujón. Suelo tener las cosas muy claras, solo que esta mañana todo era un desastre y ... —exhalé, conforme con mi decisión final a pesar del giro de los acontecimientos—. En mi opinión, si dejo de confiar en algo es porque no lo tenía tan claro en un principio —él me observaba con detenimiento—. Probaré con Ferrari estos meses.

¿Qué diferencia había? Unas prácticas podían llevarse a cabo con cualquier equipo. Solo tenía que enfocarme en ser imprescindible para ellos y tener más opciones de contrato tras el descanso de verano. Confiaba en mí y en el criterio de Red Bull cuando confirmaran que mi rendimiento había sido excelente aunque hubiera comenzado con la competencia.

—Pues me alegro —reconoció—. Tendré la oportunidad de demostrarte que no has elegido mal —continuó comiendo.

Debería haber sido más difícil permanecer sentada en la misma mesa que Leclerc. Ese almuerzo no prometía más que nervios e incomodidad para los dos, pero todo fue tranquilo y cálido, igual que él. ¿Acaso ese chico no tenía ningún fallo?

La conversación fue amena y relajada. Incluso afianzó mi presentimiento de que encajabamos realmente, pero, al cabo de un cuarto de hora, con Charles bebiendo de una botella, me fijé en su manzana de Adán, dándome el lujo de admirarlo. Él ya me miró cuanto quiso esa noche y querer guardarme ese pedacito de paz antes de destrozar sus esperanzas era todo a lo que podía aspirar.

Llegaba la peor parte.

—Charles —lo llamé, tensa.

—¿Sí? —alzó la mirada.

—Lo de anoche ... —la energía que emergía de sus orbes me dejó desorientada.

—¿Qué pasa con lo de anoche? —arrugó un trozo de papel entre sus dedos.

Los mismos dedos que cubrieron mis labios unas horas atrás.

—Que estuvimos tonteando como dos adolescentes. Eso pasa —mi suspiro le avisó de que no estaba conforme con ello.

—Lo sé —no mintió ni adornó lo ocurrido y eso le honraba—. ¿Cuál es el problema?

¿Le gusté lo suficiente como para arriesgarlo todo?

—El problema es que anoche tú no eras un futuro campeón del mundo ni yo tu próxima ingeniera de comunicaciones. Ahora mi trabajo está en juego —la ilusión en su semblante fue difuminándose con otras emociones que no supe nombrar—. No voy a arriesgarlo todo por un tío. Ni siquiera si ese tío es la estrella de Ferrari. No te lo tomes mal, pero a los italianos les encanta chismear y dudo mucho que nos haga bien una noticia sacada de contexto —asintió, aceptando que tener una aventura con la nueva ingeniera de Ferrari tampoco le ayudaría en su carrera—. He luchado mucho por conseguir una plaza entre los mejores. Estoy cumpliendo el sueño de mi vida con esto y ... Empezar con buen pie la temporada es lo primero, ¿no crees? —fruncí el ceño, rogando a todos los dioses por que aceptara mi situación.

La seriedad de su rictus me asustó por un momento, aunque rápidamente recuperó esa suavidad con la que me había conquistado en la fiesta y forzó una sonrisa medio rota.

—Lo entiendo —se removió en su asiento. Creí que no me miraría, pero lo hizo—. Además, la chica de Red Bull y el chico de Ferrari seguiría sin funcionar, ¿no? —incidió en la broma para aligerar el ambiente.

—No funcionaría. Es cierto —mi sonrisa era incluso más amarga que la suya.

Unos segundos de silencio. No obtuve más que eso. Y, de repente, reclamó mi atención.

—Helena, dime una cosa —me pidió.

—Lo que necesites —después de frenarlo en seco, sería sincera con él.

—Si yo no fuera Charles Leclerc —hizo una pausa y respiró hondo—, ¿te lo plantearías?

—Puede —esa palabra huyó de mí, sorprendiéndole—. Mierda —me mordí la lengua, avergonzada—. Sí. Sí querría intentarlo —me desinflé como un maldito globo de feria.

Se las arregló para sujetar mi mano derecha sobre la mesa. Analicé cómo movía su pulgar sobre mi dorso. Ese gesto tan íntimo fue reconfortante para los dos, pero ninguno lo señaló por pudor, por vergüenza o por miedo a no saber corresponder esos sentimientos que habían nacido en tiempo récord.

—Me gustaste mucho —apreté la mandíbula al escucharlo.

—Y tú a mí —admití con mis mejillas del mismo color que el uniforme de Ferrari—, pero ya no hay forma de ir más lejos. Somos mayorcitos. Podemos hacer que esto no se vuelva incómodo —traté de animarnos.

—Será pan comido —aceptó, tan caballeroso que me hacía débil.

—Conseguir que ganes el Campeonato será más difícil —bromeé.

Él soltó nuestras manos y fingió sentirse ofendido.

—¿Estás insultándome? —reveló su vena más competitiva.

—Me comprometo a ayudarte en todo lo posible estos meses. Ya lo verás. Soy muy buena en mi trabajo y los sentimientos acaban perdiéndose si no se alimentan —intenté que no se me notara la decepción—. La personas somos muy similares a los plantas, ¿sabes? —aquella ocurrencia provocó una dulce sonrisa en Charles Leclerc. Una sonrisa que protegí en mis recuerdos a partir de entonces—. Se secan y nacen otras nuevas.

Movió la cabeza. Mi comparación debió satisfacerle.

—No me cabe duda de que necesitaré tu ayuda en todo eso, chérie —aseguró.

Ese apodo me lo haría todo mucho más difícil, pero no quería dejar de recibirlo, por lo que callé y le di mi mano otra vez.

—Entonces, ¿amigos? —le propuse.

Leclerc agarró mi mano. El tacto metálico de sus anillos acompañó esa mezcla de acentos con la que se camuflaba al hablar en inglés.

—Amigos —se rindió.

Pero sus ojos verdes gritaban de todo menos amistad y habría jurado que los míos reflejaban ese mismo sentimiento de rabia y resignación al que no quería atenerme después de encontrar a un hombre como él.


Charles Leclerc

—¿Qué pasa? ¿No ha ido bien?

La pregunta de Carlos cobró más valor cuando me vio tomar asiento en uno de los sillones de la sala de descanso del equipo.

—Fatal —masajeé mis sienes, agotado—. Quiere que seamos amigos.

La carcajada de mi compañero hizo real la frustración que sentía en el pecho.

—A eso le llamo yo fracasar en el amor —atrapó una botella de plástico—. Creía que las mujeres eran uno de tus puntos fuertes.

—Parece que ya no, mate —suspiré.

—Vamos, anímate —comentó él—. Es guapa, pero, si no es para ti, no es para ti —simplificó y se encogió de hombros.

—No lo entiendes —mascullé—. Fue ... Fue como un flechazo —mi lado más romántico salió a la luz—. Conectamos enseguida y es ... Tiene todo lo que me gusta. Creo que incluso conseguiría que sus defectos me gustaran también. Es ese tipo de mujer —la sensación que me absorbió cuando la vi por primera vez en la penumbra del abarrotado salón no me abandonaba—. Y no pensé que sería la ingeniería en prácticas. No pensé que volvería a verla, y ahora ... —dejé en el aire cosas que no quería rescatar después de hablar con Helena.

—¿Y solo os conocéis de la fiesta de anoche? —se acercó a mí tras tragarse media botella—. Porque estás bastante jodido, Charles.

Revolví mi cabello con ambas manos.

Que una mujer me gustara no era raro, pero que me gustara tanto como Helena Silva sí que resultaba alarmante a ojos de cualquiera. Carlos también había notado que no pude dejar de mirarla durante la presentación con Mattia. Ni siquiera la presencia de nuestro ingeniero jefe consiguió que me cortara y guardara las distancias.

—No me había pasado algo así nunca —reconocer aquello era duro—. Debí hacerte caso y quedarme descansando en lugar de conocer a mi nueva decepción amorosa —resoplé nuevamente.

Desde que Charlotte y yo rompimos, me juré a mí mismo que no andaría con chicas por un período de tiempo indefinido. Esa temporada era muy importante y no podía andar con la cabeza en alguien que había surgido de la nada y que amenazaba con tambalearlo todo.

Lo primero es ganar este año, Charles. Podrás preocuparte por Helena y por lo alto que chilla tu corazón cuando la ves más adelante. No es el momento de jugar a enamorarse. No lo es.

—¿Te ha dado alguna razón para no intentarlo? —me preguntó Carlos.

—Su trabajo —lo abrevié bastante—. Apenas está comenzando y la pondría en una situación muy comprometida. Tampoco quiero que lo pase mal por mi culpa —él asintió, comprendiendo que no iba con mi forma de ser eso de poner nerviosa a la gente—. Además, es fan de Red Bull —le di ese dato a punto de reír.

—¿Y qué hace en Ferrari? —exclamó, verdaderamente perdido.

Palpé la forma de mi gorra mientras la charla en el cuarto de la limpieza se repetía en mi aturullada mente por décima vez desde que desperté esa mañana.

—Puede que la convenciera de que aquí merecemos la pena —mi sonrisa le dijo mucho.

—Pues toca demostrárselo, amigo —palmeó mi espalda—. No has agotado todas tus cartas todavía. Valora un poquito tus sentimientos, ¿vale? —su discurso motivador me alegró un poco.

Nuestra relación había mejorado mucho durante las vacaciones de invierno. Prepararnos para ese año, las prácticas con los nuevos modelos y los entrenamientos conjuntos habían ayudado a un gran avance. Diría que le consideraba un buen amigo.

—Gracias, Carlos —me levanté, acariciando también su espalda.

—De nada, hombre —con su ancha sonrisa presidiendo el cuarto traté de estirar mis comisuras a modo de agradecimiento—. Venga, alegra esa cara, que nos toca enfrentar a los buitres —juntó las manos, igual que un tipo de la mafia italiana.

Entre risas, salimos del lugar. El representante de Ferrari ya nos esperaba al final del largo pasillo.

Yo me puse la gorra roja, recuperando el control de mi vida.

—Odias a la prensa demasiado —señalé para mi amigo.

—Se lo han ganado a pulso —se defendió él con ese marcado acento español que había aprendido a apreciar desde que llegó a Ferrari.



Helena Silva

—¿No estaba saliendo con alguien el año pasado? —intenté agarrarme a algo para sacarlo de mi maldita y traicionera cabeza.

El vago recuerdo de algunas fotos en las redes sociales protagonizadas por Charles Leclerc y su novia me invitaban a creer que simplemente había tonteado conmigo a escondidas de la chica que lo esperaba en Mónaco después de cada carrera. Sin embargo, sabía perfectamente que Charles no era ese tipo de hombre.

Saberlo me enfurecía todavía más.

—Charlotte Siné —Julia parecía bien informada, así que no lo puse en duda—. Lo dejaron al acabar la temporada —me explicó.

Tumbada sobre la cama del hotel, después de haberle contado lo ocurrido a Julia, seguía sin superar que el tío desconocido que me dejó muda era nada más y nada menos que Charles Leclerc.

—Genial —dije a regañadientes—. Además de ser un buen partido, está libre —y me tapé la cara.

Sentía el calor subirme por el cuello. Recordar cómo me tocó no me tranquilizaba en absoluto, pero seguía haciéndolo porque estaba en todas partes. Los carteles con su imagen, la información de sus tiempos llegando a la bandeja de entrada de mi correo electrónico y las grabaciones que habíamos repetido en la sala donde armábamos las estrategias, entre otras muchas cosas, me empujaban a pensar en sus benditos ojos verdes.

Ahg, habría hecho una locura con tal de examinarlos de cerca.

—Define "buen partido" —hizo el gesto de las comillas con sus dedos—. Sabemos que es rico, pero ...

—Es, fácilmente, el hombre más encantador que he conocido en toda mi vida —le dije con la vista fija en el techo blanco.

Tras unos segundos de meditación, Julia balbuceó una respuesta.

—Joder.

—Sí, joder —lloriqueé. Estampé una almohada contra mi rostro—. Me siento fatal por elegir el trabajo, ¿sabes?

Ser tan responsable estaba mermándome la salud. ¿Por qué no podía divertirme y ya? ¿Por qué no mandarlo todo al cuerno y liberarme con Charles Leclerc? ¡Cualquier chica en mi lugar lo habría hecho mientras que yo solo podía maldecirme a mí y a mi maldito sentido de la ética!

—Pues no lo elijas —la asesiné con la mirada y Julia levantó sus manos—. Vale. Siento haber dicho eso. Sé lo importante que es esto para ti. Perdóname —volví a esconderme tras el almohadón—. ¿Cómo era ese dicho ...? Ah, un clavo saca a otro clavo —se la escuchaba orgullosa de aportar algo a mi episodio depresivo.

—El sexo con él debe ser increíble ... —me lamenté más de solo imaginar en todo lo que había perdido en apenas veinticuatro horas.

Y, lejos de lo físico, el dolor más arraigado residía en su manera de mirarme. Parecía que hubiese visto en mí todo lo que había esperado encontrar algún día y lo peor de todo era que yo me sentía exactamente igual con él y su sonrisa emponzoñada.

Gruñí, tentada de morder la almohada para contener esa frustración.

—Sí. Necesitas pensar en otro tío pronto o se te irá la pinza —concluyó mi amiga al cabo de un minuto.

—O centrarme exclusivamente en mi trabajo —la observé, aferrándome a un halo de esperanza que ni siquiera brillaba ya—. Es un buen plan, ¿no?

—Trabajas con él, cariño —me regaló una mueca.

—Ese es el maldito problema, Julia ... —rodé los ojos y di la vuelta en la cama.

No llores, Helena. Lo superarás. Lo superarás aunque ningún hombre te haga sentir de esa manera nunca más.

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