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Diecinueve

«Bajar o no bajar... Esa es la cuestión...»

Escucho a Shakespeare recitando su célebre frase en mi cabeza, en una exclusiva Leroy edition. Bueno... Digamos que es Shakespeare esa voz masculina que mi mente generó cuando el reloj marcó la una y media de la tarde. El dilema es si estoy dispuesta a dejar que atraviese el muro de concreto que separa a miss Elizabeth de Lisa.

Porque si lo atraviesa, ya no habrá vuelta atrás.

—Ahí llegó tu príncipe caribeño, está en la vereda —esboza Manny al volver del baño—. ¿O te vas a hacer la difícil y lo vas a dejar que te espere un rato?

—No sé si bajar —confieso con algo de temor—. Empiezo a arrepentirme de aceptar su invitación.

Manuel suspira frustrado mientras comienza a recoger lo que utilizamos para el almuerzo.

—Tenés dos opciones. O bajás, o lo hago subir yo. Dejate de hinchar las pelotas, Liz. ¿Y si es el segundo amor de tu vida?

—¿Y si no lo es? —replico—. ¿Cómo la remo después en Izibay?

—No te lo voy a decir más. Mejor arrepentite de lo que pasó, y no de lo que pudo haber pasado. No pienses, solo... Hacelo. Además, es un café, no te invitó al telo.

Ahora la que suspira frustrada soy yo, Manuel tiene razón, me estoy ahogando en un vaso de agua. Tomo mi mochila, y la bolsa con la cartera y las cosas que no tiré a la basura.

—¿Me llevás esto a casa después? —le entrego la bolsa—. Apenas termine el circo del café me voy a casa, ni siquiera terminó el lunes y ya me estresé.

—¡Tranquila, Liz! —me sostiene por los hombros y me regala una amplia sonrisa—. Yo voy a estar acá, sé que es tu primera cita con alguien después de Tadeo, pero todo va a salir bien, no te preocupes. Ahí bajo a atenderlos.

Abrazo a Manny y bajo decidida antes de que vuelva a arrepentirme, Leroy está parado casi en el cordón de la vereda, de espaldas a la calle y frente a la puerta del Larry. Se sorprende cuando me ve salir del local.

—No sabía que habías llegado, discúlpame por hacerte esperar. Es que... Es tan rara esta cafetería, parece...

—Un antro de mala muerte, lo sé —completo—. No te preocupes, hace rato que llegué, estaba almorzando con Manuel.

Silencio incómodo, un imperceptible gesto con sus ojos me dice que no le agradó enterarse de que estaba con Manny.

—Disculpa, no sabía que estabas acompañada. Si quieres lo dejamos para otro día.

«Es tu única oportunidad, Lisa. Podés mentirle y te sacas el problema de encima.»

—Manuel es el dueño de este lugar, es mi mejor amigo. Creo que te dije la otra vez, ¿o no?

«Sí, se lo dijiste.»

—Oh, sí... Lo había olvidado —sonríe forzadamente—. ¿Entramos?

Asiento con la cabeza y vuelvo a entrar al Larry. Manny ya está atrás de la barra y clava sus ojazos azules en nosotros. Elijo una mesa en el medio del local, lo suficientemente visible para no generar clima íntimo, perfectamente alejada de la zona de trabajo de Manuel, y estratégicamente ubicada hacia la puerta, por si cambio de opinión y decido irme ante una emergencia imaginaria.

—Escoge lo que quieras, yo invito.

Leroy toma la carta mientras esboza su ya clásica sonrisa ladeada. Por fuera, asiento cordialmente con la cabeza. Por dentro, suelto una carcajada, no sabe que tengo barra libre.

«Ni se lo digas...»

Miro hacia la barra, Manuel no deja de observar a Leroy con el semblante endurecido. Toma su libreta y viene hacia nosotros, nos va a tomar el pedido. Y ahí lo comprendo.

Está celoso.

—Hola. —Manny saluda, y suena más arisco que de costumbre—. ¿Qué vas a pedir?

—Hola. —Leroy levanta la cabeza de la carta y lo observa algo desafiante—. Vamos a pedir, dirás. Imposible que no notes la bella señorita que me acompaña.

—Es que yo ya sé que pide ella —omite su piropo barato—. Capuchino, y una dona de chocolate amargo con relleno de frutos del bosque. ¿O querés otra cosa, Liz?

La cara de Leroy es un poema, y yo trato de contener la risa para no picar más la situación, es evidente que esos dos no se agradan. En realidad, no pensaba pedir nada de la pastelería, pero no quiero llevarle la contra a Manny, el maldito lo está disfrutando.

Y yo también.

—Leroy, él es Manuel, mi mejor amigo y dueño del L'arrière-plan. Por eso sabe lo que pido siempre.

Leroy lo observa atentamente, Manny le sostiene la mirada, y yo ya no sé si seguir riendo mentalmente. Esa marcada de territorio de ambos comienza a incomodarme cuando noto que yo soy el objeto por el que pelean.

—¿Tú no eras el remis del viernes? —comenta con malicia.

—El mismo. —Manuel le sonríe, ya sin un ápice de soberbia y yo suspiro aliviada—. Un gusto, Leroy.

Se estrechan la mano como dos caballeros, el peligro ya pasó. Además, sé que Manny no va a montar un show en su cafetería, aunque no puedo decir lo mismo de Leroy. No sé hasta qué punto va a soportar a Manuel en pose border, una cualidad que yo potencié involuntariamente en él. Por suerte, Leroy finalmente hace su pedido.

—Tráeme un americano y una porción de lemon pie. ¿Tú que quieres entonces? —me pregunta ignorando completamente que Manuel ya le hizo saber cuál será mi pedido.

—Manny ya sabe, no te preocupes, siempre consumo lo mismo.

—Perfecto. Ya les sirvo. —Y se va, sin escuchar el «gracias» que esboza Leroy.

—¿Me vas a seguir negando que está enamorado de ti?

—Sí... Está pasando un momento difícil, es eso —justifico el accionar de Manuel.

—Y... Yo también me pondría así si la chica que me gusta está siendo cortejada por un patán.

Reímos, y...

«Esperá... ¡¿Qué?¡»

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