Oscar Piastri (🔥)
ALL THE STARS
"SZA ft Kendrick Lamar"
Australia tiene un olor especial al caer la tarde. Es una mezcla entre sal marina, eucalipto y algo que no logro identificar, pero que siempre me recuerda a casa. Y a veces, cuando el sol se hunde en el horizonte y el cielo se pinta de violeta y rosa, me parece que todo es posible.
Quizá por eso me atreví a responderle aquel primer mensaje a Oscar Piastri.
No era como si no supiera quién era. Todo el mundo lo sabe. Un chico de Melbourne que pasó de los karts a dominar la Fórmula 2 y ahora… bueno, ahora estaba en la cima. Pero para mí, él no era solo el piloto con el casco naranja y azul que salía en las noticias. Era el tipo que comentaba mis fotos con bromas sarcásticas, el que respondía a mis historias con un emoji de risa, el que hacía que mis amigas me miraran con incredulidad cada vez que su nombre aparecía en las notificaciones de mi teléfono.
Por eso, cuando me escribió después de que publiqué una foto del muelle de St. Kilda al atardecer, algo dentro de mí se encendió.
"¿Cuánto pagaste por ese cielo? No puede ser real." me había escrito.
Respondí sin pensar demasiado. Supongo que así empiezan las cosas que valen la pena, ¿no? Sin pensarlas tanto.
"Puedo invitarte la próxima vez. Pero solo si prometes no correr hasta allí."
Desde entonces, nuestros mensajes se volvieron una rutina. No importaba dónde estuviera él—Europa, Asia, América—siempre había tiempo para un "buenos días" o un "¿ya viste este meme?". A veces hablábamos de cosas profundas, otras simplemente compartíamos tonterías. Pero cada mensaje suyo tenía un efecto: hacía que mi corazón latiera un poco más rápido.
Y hoy… hoy todo se sentía más real que nunca. Porque por primera vez iba a verlo en persona. No a través de una pantalla, no en un video ni en las fotos de Instagram. Iba a estar ahí, entre el rugido de los motores y la multitud, viéndolo hacer lo que mejor sabe hacer.
El circuito de Albert Park estaba a reventar.
Había fanáticos por todas partes, ondeando banderas naranjas y papeles con el número 81. La adrenalina en el ambiente era casi palpable, y yo… bueno, yo no podía dejar de revisar el pase que llevaba colgado al cuello, asegurándome de que no desapareciera por arte de magia.
—¿Nerviosa? —me preguntó Zoe, mi mejor amiga, mientras nos abríamos paso entre la multitud.
—Un poco —mentí.
La verdad era que estaba aterrorizada. No por la carrera en sí, sino por lo que vendría después. Porque Oscar me había dejado claro, en uno de nuestros últimos mensajes, que quería verme después de cruzar la línea de meta.
"Si gano, tienes que prometer que no desaparecerás."
"¿Y si no ganas?"
"Igual quiero verte."
—Relájate —rió Zoe—. Es un chico normal. Bueno… un chico normal que maneja a 300 km/h, pero ya entiendes.
Me reí, aunque mis manos estaban frías a pesar del calor de Melbourne.
Cuando las luces del semáforo se apagaron y los motores rugieron, sentí como si mi corazón se detuviera. No podía apartar la vista del coche naranja y azul que avanzaba con precisión en cada curva. Lo había visto correr por televisión cientos de veces, pero estar allí, sentir las vibraciones en el suelo y escuchar los gritos cuando adelantaba… eso era otra cosa.
Y cuando cruzó la línea de meta en primer lugar, todo explotó.
La gente a mi alrededor gritaba, aplaudía y se abrazaba. Yo solo podía quedarme quieta, con la respiración entrecortada, sabiendo que en algún lugar de ese caos, él me estaba buscando.
Y no tardó en encontrarme.
—¿Cómo supiste dónde estaba? —le pregunté, aún sin creerlo, cuando me tomó de la mano para alejarme del bullicio.
—Te vi en la última vuelta. Siempre te encuentro —respondió, como si fuera lo más obvio del mundo.
Oscar Piastri, con su cabello despeinado por el casco y ese brillo triunfal en los ojos, me estaba mirando como si yo fuera más importante que el trofeo que acababa de ganar.
—Felicidades —susurré—. Lo lograste.
—No sería lo mismo si no estuvieras aquí.
Y antes de que pudiera decir nada más, me abrazó.
Su cuerpo estaba cálido contra el mío, y el aroma de su loción se mezclaba con el leve olor a gasolina y caucho quemado. No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero cuando se apartó, sus dedos rozaron mi mejilla con una suavidad que me dejó temblando.
—¿Vendrás conmigo esta noche? —preguntó, su voz más baja, más íntima.
Asentí sin pensarlo.
Cuando me dijo que tenía una sorpresa, nunca imaginé que sería esto.
Un picnic bajo las estrellas.
Estábamos lejos de la ciudad, en algún lugar donde las luces no podían opacar el cielo nocturno. La brisa era suave, y una manta gruesa estaba extendida sobre el césped. Había velas pequeñas alrededor, iluminando una canasta de picnic y dos copas de vino.
—No te imaginaba tan romántico, Piastri —bromeé mientras me sentaba junto a él.
—No lo soy con cualquiera —respondió, encogiéndose de hombros—. Solo con las chicas que me invitan a ver atardeceres en St. Kilda.
Reí, pero cuando giré el rostro hacia él, ya no bromeaba. Sus ojos estaban fijos en los míos, oscuros bajo la luz de las estrellas.
—¿Por qué yo? —pregunté en voz baja.
Oscar no respondió de inmediato. En lugar de eso, deslizó su mano por mi cabello, apartando un mechón detrás de mi oreja.
—Porque desde el primer mensaje supe que no eras como las demás. Porque cuando hablo contigo… todo se siente más fácil. Más real.
Mi corazón martillaba en mi pecho.
—¿Y tú? —susurró—. ¿Por qué yo?
—Porque me haces sentir que todo es posible.
Por un momento, ninguno de los dos habló. Todo lo que podía oír era el latido frenético de mi corazón y el suave susurro del viento.
Y entonces, me besó.
Fue un beso lento, profundo, como si tuviera todo el tiempo del mundo para descubrir el sabor de mis labios. Su mano se deslizó por mi cintura, acercándome más a él, y yo me aferré a su camiseta, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío.
La noche estaba perfecta. No había nubes que opacaran la luz de la luna, y las estrellas parecían haber salido a observarnos, titilando sobre nosotros como si supieran que estábamos a punto de cruzar una línea de la que no habría vuelta atrás.
Oscar se recostó sobre los codos, observándome con esa media sonrisa que tantas veces había visto en sus fotos, pero que ahora, en persona, tenía un efecto devastador en mi autocontrol.
—¿Te gusta? —preguntó, señalando la escena a nuestro alrededor.
Me tomé un momento para absorberlo todo. La manta bajo nosotros, la suave brisa nocturna que traía el aroma de la naturaleza, las velas que parpadeaban con una calidez íntima y él… con su cabello despeinado y esos ojos llenos de algo que no podía descifrar del todo, pero que me hacía sentir deseada.
—Es hermoso —respondí, aunque no estaba segura de si me refería al picnic o a él.
Oscar sonrió y se inclinó para abrir la canasta de picnic. Sacó una botella de vino y dos copas, sirviendo el líquido oscuro con una facilidad que me hizo preguntarme cuántas veces había hecho esto antes.
—A tu victoria —dije, levantando la copa.
—A la mejor razón por la que gané hoy —respondió, chocando suavemente su copa con la mía.
El vino era suave, pero lo sentí bajar caliente por mi garganta, mezclándose con la calidez que ya se acumulaba en mi cuerpo.
—Nunca imaginé que serías así.
—¿Así cómo? —Oscar arqueó una ceja.
—No sé… pensé que serías más reservado en persona. Más serio.
Él rió bajo, el sonido enviando un escalofrío agradable por mi columna.
—¿Y qué opinas ahora?
—Que eres peligroso.
—¿Peligroso? —repitió, divertido.
—Sí. Para mi paz mental. —me mordí el labio.
Oscar dejó su copa a un lado y se inclinó más cerca, sus ojos estudiando cada centímetro de mi rostro.
—¿Y eso es malo?
No respondí. No podía. Porque en el instante en que nuestras miradas se encontraron, supe que estábamos a segundos de desatar algo que había estado latiendo entre nosotros desde el primer mensaje, desde la primera risa compartida a través de una pantalla.
Oscar acarició mi mejilla con el dorso de sus dedos, su toque tan ligero que me dejó temblando.
—Dime que pare —susurró.
Pero detenernos era lo último que quería.
Negué con la cabeza, y eso fue todo lo que necesitó.
Su boca encontró la mía en un beso lento, explorador, como si quisiera memorizar cada detalle de mis labios. Su mano descendió por mi espalda, deslizándose hasta mi cintura, atrayéndome más cerca hasta que nuestros cuerpos estuvieron alineados, hasta que pude sentir su calor incluso a través de la ropa.
El beso se profundizó, su lengua rozando la mía con una mezcla de dulzura y hambre contenida. Dejé escapar un suspiro contra su boca, y eso pareció encender algo en él.
Oscar se movió, tumbándome suavemente sobre la manta sin romper el contacto. Se acomodó sobre mí, apoyando su peso en un codo mientras su otra mano trazaba lentos círculos en mi cadera.
—Eres tan hermosa —murmuró contra mi cuello, su voz ronca, cargada de deseo.
Mis manos exploraron su espalda, sintiendo los músculos tensos bajo la camiseta, y cuando deslicé los dedos bajo la tela, él dejó escapar un suspiro contra mi clavícula.
—Dios… —susurró, enterrando el rostro en el hueco de mi cuello.
Me arqueé contra él, perdiéndome en la sensación de su cuerpo contra el mío, en la forma en que sus labios y sus manos me reclamaban como si hubiera estado esperando toda su vida para tocarme así.
El mundo desapareció.
Solo existíamos nosotros, bajo el cielo estrellado, dejando que la noche nos envolviera en su intimidad.
Oscar apartó mi blusa con una lentitud exasperante, sus labios explorando cada centímetro de piel que dejaba expuesta.
—Si sigues así… —jadeé, incapaz de terminar la frase.
—¿Si sigo así, qué? —susurró contra mi pecho, su voz teñida de provocación.
Le miré con los ojos nublados de deseo, mi respiración entrecortada.
—Voy a perder la cabeza.
Oscar sonrió, esa maldita sonrisa ladeada que hacía que mi corazón latiera más fuerte.
—Entonces es justo —dijo, antes de besarme con una intensidad que hizo que el resto de la noche se desvaneciera en un torbellino de piel, susurros y pasión desatada.
Oscar no esperó una respuesta.
Sus labios encontraron los míos con más intensidad, más hambre, como si algo dentro de él se hubiera desatado y ya no pudiera contenerse más. Su cuerpo era cálido y firme sobre el mío, cada roce, cada susurro entrecortado sobre mi piel hacía que me hundiera más en la sensación de tenerlo así, tan cerca, tan mío.
Sus manos se deslizaron por mi cintura, subiendo lentamente mi blusa, sus dedos trazando caminos ardientes sobre mi piel desnuda. Me estremecí bajo su toque y él lo notó, porque sonrió contra mi boca antes de besarme más profundo, más lento, como si quisiera saborearme.
—Eres increíble… —susurró contra mi cuello antes de dejar un rastro de besos descendiendo por mi clavícula.
Cerré los ojos, dejando que su aliento cálido se mezclara con la brisa nocturna. El sonido de la naturaleza nos envolvía: el canto de los grillos, el murmullo del viento entre los árboles, y entre todo eso, nuestras respiraciones entrecortadas.
Mis manos viajaron bajo su camiseta, sintiendo la dureza de sus músculos tensarse bajo mis caricias. No pude evitar sonreír cuando un pequeño suspiro escapó de sus labios al rozar la piel de su espalda.
—Tienes ventaja… —murmuré con una sonrisa traviesa.
—¿Ah, sí? —Oscar levantó una ceja antes de tomar el dobladillo de su camiseta y quitársela en un solo movimiento.
La luz de las velas hacía que su piel se viera dorada, resaltando cada línea de su torso, cada marca de entrenamiento, cada pequeño detalle que nunca había visto más allá de fotos.
Mis dedos recorrieron su pecho lentamente, grabando cada centímetro de él en mi memoria.
—Ahora estamos parejos —susurré, antes de levantarme ligeramente para permitirle quitarme la blusa.
Oscar me miró como si estuviera viendo algo sagrado.
—Dios… —exhaló, sus dedos acariciando mi costado con una suavidad que contrastaba con la intensidad de su mirada—. Eres perfecta.
Mis mejillas ardieron, pero antes de que pudiera responder, él inclinó su cabeza y dejó un beso en mi hombro, luego otro un poco más abajo, y otro, hasta que mi respiración se volvió un jadeo contenido.
Se tomó su tiempo explorando cada rincón de mi piel, sus manos siguiendo el mismo camino que sus labios. Sus dedos rozaban la tela de mi ropa interior, provocándome con caricias lentas, sin prisa.
—Oscar… —supliqué, aferrándome a sus hombros.
Él sonrió contra mi piel, como si le encantara escucharme así.
—Dime qué quieres —murmuró, su voz ronca de deseo.
Mi mente era un caos, mi cuerpo respondía a cada uno de sus toques como si hubiera estado esperando esto toda mi vida.
—A ti —dije sin dudar.
Algo cambió en su expresión. Sus ojos brillaron con un fuego que hizo que mi piel se erizara antes de que me besara otra vez, con una pasión más urgente, más intensa.
Lo sentí deshacerse de la última barrera de ropa entre nosotros, sus manos deslizándose por mis piernas, mis caderas, haciéndome sentir como si fuera la única persona en el mundo en ese momento.
Sus manos tomaron las mías, dejándolas sobre mi cabeza con una gentileza que contrastaba con el profundo deseo de sus ojos. Nuestras miradas se cruzaron mientras sentí como su miembro se deslizaba con suavidad y, a su vez, firmeza, en mi interior, haciéndome estremecer ante la exquisita sensación de como mis paredes se adaptaban para lo que él quería darme... Para todo lo que él quisiera darme.
Empezó con un vaivén lento, pasional, como si él mismo estuviese reprimiendo sus propios deseos, alargando el placer al máximo. Mi frente se pegó a la suya mientras ambos jadeábamos y gemíamos al compás.
Sonreí ligeramente y cerré mis ojos, dejando que la sensación de sentirlo se mezclase con el frío de la noche y la sútil luz de las estrellas bañando el firmamento.
Nos movimos juntos, enredándonos en la manta bajo las estrellas, con el sonido de nuestras respiraciones y susurros llenando la noche. Cada beso, cada toque era una promesa silenciosa, una confesión sin palabras.
Oscar me tomó con ternura y deseo al mismo tiempo, sus labios nunca alejándose demasiado de los míos, sus manos explorando mi cuerpo como si quisiera memorizar cada parte de mí.
—Eres increíble… —murmuró contra mi oído antes de hundirse en mí, haciéndome arquear la espalda y aferrarme más fuerte a él.
Mis uñas se clavaron suavemente en su espalda mientras nos movíamos al mismo ritmo, un ritmo que se sentía perfecto, como si hubiéramos sido hechos para esto, para este momento.
Cada roce, cada gemido ahogado, cada mirada sostenida en la penumbra hacía que todo se sintiera más intenso, más real.
—Dios, te he querido así desde hace meses… —confesó con la voz entrecortada, besándome con desesperación.
Mi corazón latió aún más fuerte al escucharlo, al saber que todo lo que sentía era correspondido.
Nos perdimos en el placer, en la calidez de nuestros cuerpos, en el sabor del otro, hasta que finalmente alcanzamos el clímax juntos, susurrando nuestros nombres entre jadeos.
Cuando el silencio volvió a envolvernos, Oscar apoyó su frente contra la mía, su respiración aún agitada, su mano aferrada a la mía.
—Eso fue… —comenzó a decir, pero se detuvo y sonrió.
—Increíble —terminé por él, con una sonrisa satisfecha.
Él rió bajo, besándome suavemente.
—Sí… increíble.
Nos quedamos abrazados bajo el cielo nocturno, sintiendo el calor del otro, escuchando el ritmo de nuestros corazones volviendo a la calma.
En algún punto de la madrugada, cuando la luna estaba en su punto más alto y la brisa nos acariciaba la piel desnuda, Oscar me atrajo más cerca, sus labios rozando mi cabello antes de murmurar:
—No quiero que esto sea solo una noche.
Me aferré más fuerte a él, sonriendo contra su pecho.
—No lo será.
Y con esa certeza, me dejé llevar por el sueño, segura de que lo que habíamos comenzado esa noche era solo el principio de algo mucho más grande.
Helloooo, ¿cómo estáis? Os traigo una propuesta de nueva dinámica. Como habéis comprobado, este OS está inspirado en una canción, "All the Stars", pues bien, he pensado que quizás sería buena idea que los OS estuviesen inspirados en canciones. Por ejemplo, el anterior OS era de "São Paulo" de The Weeknd. Entonces, os quería preguntar... ¿Qué os parece si a partir de ahora me decís pilotos y canciones y comenzamos con esta dinámica? Obviamente, seguirán conservando el contenido hot, no os preocupéis... ¡Decidme vuestra opinión! ❤️
Si os ha gustado esta pequeña historia corta, ya sabéis que una estrellita, un comentario y un follow siempre ayudan mucho. Ya sabéis que en mi perfil tenéis más historias a las que podéis echar un vistazo.
Atte: Alma <3
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