Navidad #6 (LH44)🔥
NAVIDAD A TODA VELOCIDAD #6:
LEWIS HAMILTON
"Navidad a primera marcha"
Desde el momento en que conocí a Lewis Hamilton, supe que mi vida nunca sería la misma. No era solo porque era Lewis Hamilton, el piloto legendario que había conquistado siete campeonatos mundiales de Fórmula 1, sino porque había algo en él, en la forma en que sonreía, en cómo hablaba, que te hacía sentir como si fueras la única persona en el mundo que realmente importaba.
Yo, Isla McLaren, nacida y criada en Melbourne, apenas tenía 26 años cuando nuestras vidas chocaron por primera vez. Era periodista freelance y me habían asignado entrevistar a Lewis para una revista de estilo de vida durante el Gran Premio de Australia. Me había preparado durante semanas, revisando cada detalle sobre su carrera, su vida pública, incluso sus causas benéficas. Pero ninguna cantidad de preparación podría haberme advertido sobre lo que vendría después.
Él me desarmó completamente desde el primer momento. La manera en que me miró durante la entrevista, con un interés genuino, y cómo, al final, me ofreció tomar un café “para seguir conversando”, me dejó atónita. ¿Por qué alguien como él se fijaría en mí? Pero Lewis siempre decía que había algo en mi forma de ser que le hacía sentir… vivo. Y así comenzó todo: una conexión improbable entre un hombre de 39 años acostumbrado al vértigo de las carreras y una chica australiana que prefería las cosas simples de la vida.
Pero nuestra relación no había sido fácil. Había críticos, siempre opinando sobre la diferencia de edad, las incompatibilidades obvias entre nuestros mundos. Sin embargo, aquí estábamos, un año después, pasando juntos nuestras primeras vacaciones de Navidad lejos de todo y de todos, en un chalet lujoso en Aspen. Esta Navidad, sin embargo, era diferente porque él ya no era un piloto de Fórmula 1. Este año, Lewis Hamilton había decidido retirarse, dejando atrás el deporte que definió su vida para encontrar algo más. Algo como nosotros.
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El chalet era un sueño hecho realidad: paredes de madera oscura, una chimenea crepitante en el salón, y enormes ventanales que ofrecían una vista inigualable de las montañas nevadas. La decoración navideña era cálida y elegante, con luces doradas parpadeando suavemente en cada rincón. La nieve caía silenciosa y constante afuera, cubriendo el mundo con un manto blanco que parecía mágico.
Estaba acurrucada en el sofá, envuelta en una manta de cachemira que seguramente costaba más que mi primer coche, mirando cómo la nieve caía más allá de la ventana. El calor de la chimenea me envolvía, pero mi mente vagaba, pensando en lo lejos que había llegado nuestra relación y en cómo todo esto seguía pareciendo un sueño.
Lewis apareció en la sala, llevando una bandeja con dos tazas de chocolate caliente. Estaba vestido con un suéter navideño rojo con un reno bordado, algo completamente fuera de lugar para él, pero que de alguna manera lo hacía verse incluso más irresistible. Su cabello trenzado estaba perfectamente peinado, y el brillo en sus ojos oscuros me hizo olvidar cualquier pensamiento que tuviera.
—¿Qué haces aquí sola, Isla?— preguntó mientras dejaba la bandeja en la mesa de centro. Se sentó a mi lado, su presencia llenando toda la habitación.
—Solo pensaba… en todo esto. Es perfecto, ¿sabes? Tú, yo, aquí, sin ruido, sin prisa. Es como si el mundo entero hubiera desaparecido.
Lewis sonrió, esa sonrisa que siempre hacía que mi corazón se detuviera por un segundo.
—¿Por qué suena como si estuvieras esperando que alguien nos despierte?— preguntó, rodeándome con su brazo y acercándome a él— Esto es real, Isla. Esto es nuestro. Lo hemos ganado, ¿no crees?
Sus palabras siempre tenían una manera de calmar mis inseguridades, pero había algo en mí que aún no podía dejar de cuestionar.
—Es que todavía no me acostumbro a esto. A ti… conmigo.
Lewis giró mi rostro hacia él, obligándome a mirarlo a los ojos.
—Isla McLaren, ¿cuántas veces tengo que decirte que esto no tiene nada que ver con “merecerte” o no? Eres más que suficiente para mí. Eres la razón por la que quiero algo más allá de las carreras. ¿De qué sirve haberlo ganado todo si no tengo con quién compartirlo?
Sus palabras me dejaron sin aliento. Antes de que pudiera responder, me besó. Sus labios eran cálidos, suaves, y el beso comenzó como un gesto tierno, pero pronto se tornó más profundo, más urgente. Sentí cómo sus manos se movían hacia mi espalda, atrayéndome más cerca de él mientras el mundo a nuestro alrededor desaparecía.
—Lewis…— murmuré entre sus labios, tratando de detenernos aunque mi cuerpo tenía otras ideas— La cena…
—Puede esperar— dijo con una sonrisa coqueta.
Me tomó de la mano y me levantó del sofá, guiándome hacia la habitación principal. La suite era espectacular, con una cama enorme rodeada por luces tenues y una chimenea que lanzaba sombras cálidas en las paredes. Las ventanas mostraban el paisaje nevado, pero todo lo que importaba estaba justo aquí, entre estas cuatro paredes.
Sus manos eran firmes y seguras mientras deslizaba la manta de mis hombros. Mi piel se erizó, no por el frío, sino por la forma en que me miraba, como si fuera lo único que existiera. Esa noche, bajo las luces cálidas del chalet, nos perdimos el uno en el otro, dejando que el resto del mundo se desvaneciera.
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Más tarde, tumbados en la cama, nuestras respiraciones finalmente calmándose, apoyé mi cabeza sobre su pecho, escuchando el ritmo constante de su corazón.
—¿Alguna vez pensaste en esto?— pregunté en voz baja— En tener una vida así… tranquila, sin carreras.
Lewis rió suavemente, sus dedos jugando con mi cabello.
—Nunca, si soy honesto. Antes de conocerte, todo era velocidad, competencia, metas que alcanzar. Pero tú… tú me mostraste que hay belleza en detenerse, en disfrutar los pequeños momentos.
Me mordí el labio, intentando no emocionarme demasiado. A veces, Lewis tenía la habilidad de decir cosas que derribaban todas mis defensas.
—¿Y ahora?— presioné.
—Ahora estoy pensando en cómo será nuestra próxima Navidad. Quizás en Australia, con tu familia. ¿Te imaginas? Yo en la playa, intentando surfear…
No pude evitar reírme ante la imagen.
—Serías horrible en eso.
—¿Ah, sí? Bueno, tal vez me sorprenda a mí mismo, como lo hice contigo.
Su comentario me hizo sonrojar, pero antes de que pudiera responder, el sonido de mi teléfono interrumpió el momento. Era un mensaje de mi madre, recordándome que debía llamarla para la cena navideña del día siguiente.
—Es tu turno de enfrentarte a mi familia en videollamada— bromeé, levantándome para buscar el teléfono.
Lewis me siguió, esa sonrisa juguetona todavía en su rostro.
—Siempre listo para una nueva competencia, señorita McLaren.
La noche continuó llena de risas y conversaciones mientras la videollamada con mi familia se extendía más de lo esperado. Lewis se esforzó en ganarse a mis padres, bromeando sobre cómo el surf sería su próxima gran aventura y preguntando por recetas australianas que quería intentar. Cuando finalmente terminamos la llamada, me sentí aliviada y emocionada. Mis padres lo adoraban, como casi todos los que lo conocían.
Apagué el teléfono y dejé escapar un largo suspiro.
—Bueno, has sobrevivido a la prueba de fuego— le dije, girándome hacia él. Estaba recostado contra el marco de la puerta del salón, con los brazos cruzados y esa sonrisa traviesa que me hacía perder la compostura.
—¿Prueba de fuego?—preguntó, caminando lentamente hacia mí.- ¿Eso significa que he ganado?
—¿Ganado?— reí, negando con la cabeza mientras él se acercaba más- Eso depende de lo que esperabas ganar.
—Oh, Isla...- murmuró con un tono bajo y seductor, su voz llenando la habitación de electricidad- Siempre juego para ganar todo.
Antes de que pudiera responder, sus manos estaban en mi cintura, firmes y decididas. Me levantó con una facilidad que me hacía sentir pequeña pero completamente segura en sus brazos. Me llevó directamente hacia la habitación, donde las luces de la chimenea aún creaban sombras danzantes en las paredes. Mi respiración ya se aceleraba cuando me dejó caer suavemente sobre la cama.
Se inclinó sobre mí, sus ojos oscuros atrapando los míos mientras sus dedos comenzaban a recorrer mi cuello, bajando lentamente por mi clavícula y siguiendo el contorno de mi cuerpo. Todo en él era una mezcla de precisión y pasión, como si cada movimiento estuviera cuidadosamente calculado para encender cada parte de mí.
Sus delicadas falanges siguieron un camino por toda mi piel hasta llegar al dobladillo de mi falda. Dedicándome una sonrisa pícara y atrevida, se colaron bajo la tela y apartaron mis bragas lo suficiente como para sentir mi humedad sobre la cabeza de sus dedos.
El británico soltó un murmullo difícil de interpretar que, más bien, sonó como un sutil gemido. Hundiéndose entre mis labios, moldeando a su antojo, mi espalda se arqueó contra las sábanas, incapaz de retener el deseo que corría por mis venas ante esa exquisita sensación.
—Nunca me canso de esto— susurró, inclinándose para besar mi cuello, dejando un rastro de calor en su camino- De ti. De cómo me haces sentir.
Sus palabras me hicieron temblar, y cuando sus labios encontraron los míos, el beso fue una explosión de deseo reprimido. Mis manos encontraron su cabello, deshaciendo sus trenzas mientras su respiración se volvía más pesada.
Lewis siempre tenía una manera de hacer que todo desapareciera excepto él. Su cuerpo, firme y cálido, presionándose contra el mío, sus manos explorando cada rincón como si nunca antes lo hubiera hecho, aunque conocía cada detalle de memoria y eso se notaba por la forma en la que me hacía retorcer solo con sus manos.
—Necesito más que eso, Lewis...— musité, mirándolo con lujuria traspasando mi mirar.
Sus ojos se volvieron sombríos al escucharme y mi piel se erizó ante su imponente mirada. Mis manos, cuales estaban en su espalda, procedieron a clavar uñas sobre su oscura piel y eso pareció terminar con cualquier rastro de su cordura.
Sus manos encontraron mis caderas y en un ágil y hábil movimiento, me dio la vuelta, haciéndome mirar hacia la pared. Apenas pude reaccionar cuando escuché el click de su cinturón desabrochado, que no tardo mucho en caer al suelo junto al resto de su ropa. Levantó mi falda, dejándola alrededor de mi cintura y deslizó mi ropa interior por mis piernas, tirándolas con desesperación por algún lado de la habitación.
Situó mis manos a la altura de mis hombros, apoyadas sobre las sábanas y haciendo un puño con ellas en cuanto sentí mi humedad envolver su miembro, el cual entró con una firme estocada que logró que mi rostro cayese sobre la almohada, soltando jadeos, gemidos y todo tipo de sonidos cargados de placer.
Mantenía un ritmo acelerado pero placentero mientras sus manos estaban ancladas a mis caderas, moviéndome a su antojo, buscando el placer de ambos con una intensidad arrolladora. Mis paredes lo envolvieron y recibieron como si fuese el mejor regalo de Navidad posible y mi boca soltaba sonidos que hacían eco contra sus oídos, lo cual lo incitaba a seguir, a buscar ese punto de placer en el que ambos cayésemos rendidos.
Me rendí completamente a él, dejándome llevar por la intensidad de cada toque, cada beso. Esa noche, bajo las luces cálidas de la chimenea, dejamos que nuestras pasiones se desbordaran una vez más, recordándonos que, aunque nuestras vidas habían cambiado, la conexión entre nosotros seguía siendo tan fuerte como el primer día.
Horas después, tumbados nuevamente en la cama, mi cabeza descansaba sobre su pecho, escuchando el ritmo constante de su corazón. Mis dedos dibujaban círculos suaves en su piel, y aunque la nieve seguía cayendo fuera, el calor de su abrazo era lo único que necesitaba.
—Creo que esa fue la mejor Navidad de mi vida— dije en voz baja, rompiendo el silencio que nos envolvía.
Lewis me abrazó más fuerte, dejando un beso en mi frente.
—No puedo prometerte que todas nuestras navidades serán perfectas— respondió, con su voz baja y tranquila— Pero puedo prometerte que siempre haré lo posible para que sean inolvidables.
Sonreí contra su pecho, sintiendo cómo la felicidad me envolvía por completo. Porque en ese momento, bajo las luces del invierno, descubrí que la verdadera magia no estaba en los lujos o en los regalos, sino en el simple hecho de tenerlo a él, a mi lado.
La noche continuó llena de risas, conversaciones y promesas para el futuro. Y aunque nuestra relación seguía siendo algo fuera de lo común para muchos, en ese momento todo lo que importaba era que estábamos juntos.
Bajo las luces del invierno, en un lugar que parecía sacado de un cuento de hadas, descubrimos que la verdadera magia de la Navidad no estaba en los lujos ni en los regalos, sino en el simple hecho de amar y ser amado.
Hellooooo. Antes de decir nada más, ¡feliz víspera de Navidad a todos! Hoy es 24 de diciembre y espero que lo paséis en grande con vuestras familias, amigos... Desde aquí os mando todo mi cariño y espero que recibáis mucha salud y amor.
Penúltimo especial Navidad de los OS, ¿qué opinamos? ¿Os gusta? Espero que sí porque ya sabéis que los hago para eso. Aún no tengo claro con quien será el de mañana, no me lo estáis poniendo nada fácil pero un nombre que está rondando mucho por mi cabecita es el de cierto argentino... No sé, ya veremos 🤭.
Anyway, si os gusta Leclerc, ¿qué hacéis que aún no habéis ido a leer mi nuevo capítulo de Ma Belle? y si os gusta Lando Norris, ¡¿qué diantres estáis haciendo que aún no habéis ido a leer el capítulo de Serendipia que acabo de subir?!
Si os ha gustado este casi último especial Navidad, ya sabéis que una estrellita, un comentario y un follow siempre ayudan mucho para mejorar y, por supuesto, animarme a seguir subiendo esta clase de historias cortas.
En fin, feliz Navidad a todxs vosotros. Sí, vosotros, los que os escondéis detrás de la pantalla y nos apoyáis. Os deseo todo lo mejor del mundo.
Atte y con mucho cariño: Alma<3
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