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Navidad #5 (CL16)🔥

NAVIDAD A TODA VELOCIDAD #5:
CHARLES LECLERC
"Una Navidad en las alturas"

El viento helado se colaba por las rendijas del chalet, silbando suavemente y recordándome que estábamos completamente solos, rodeados por montañas nevadas en algún rincón de Suiza. Desde la ventana del dormitorio, las luces del valle brillaban a lo lejos como diminutas estrellas, mientras yo observaba cómo la nieve caía en silencio. Mis dedos jugaban nerviosos con la tela del suéter que Charles me había prestado. El olor a madera quemada y a su perfume todavía impregnaba la prenda, y me sentí atrapada en ese instante, en una burbuja que no quería romper.

—Léonie, ¿quieres un poco más de vino?—preguntó Charles desde la cocina.

Giré la cabeza hacia él, apoyándome en el marco de la puerta. Estaba de espaldas, inclinado sobre la encimera mientras cortaba queso para acompañar el vino. Era un cuadro tan cotidiano, tan simple, que dolía. Charles Leclerc, el hombre cuya vida era tan veloz y brillante como las luces de Mónaco, ahora estaba aquí, haciendo algo tan mundano como preparar un aperitivo en una cabaña apartada. Y, sin embargo, él era eso: una paradoja que no podía dejar de intrigarme.

Oui, mercirespondí, tratando de sonar casual mientras cruzaba los brazos sobre el pecho.

Él levantó la mirada y me dedicó esa sonrisa que parecía capaz de derretir el hielo de las montañas. Había algo en él que me desarmaba por completo, y no era solo su aspecto. Era su manera de ser, su paciencia conmigo, incluso cuando yo era distante y poco expresiva.

Charles caminó hacia mí con dos copas de vino en la mano. Su cabello castaño estaba despeinado, y llevaba un jersey de lana azul que resaltaba sus ojos. Me ofreció la copa sin dejar de mirarme, como si buscara algo en mis ojos que yo no estaba segura de poder darle.

—Por esta noche perfecta— brindó, chocando suavemente su copa con la mía.

Tomé un sorbo, dejando que el vino caliente mi garganta, y me senté en el sofá frente a la chimenea. Charles me siguió, acomodándose a mi lado. El silencio no era incómodo, pero sentía su mirada sobre mí, como si quisiera adivinar lo que pasaba por mi mente.

—¿Qué piensas?— preguntó al cabo de un rato.

Desvié la mirada hacia el fuego, observando cómo las llamas danzaban. Era una pregunta sencilla, pero cargada de significado. ¿Qué pensaba? Que esto era demasiado bueno para ser verdad. Que él era demasiado bueno para alguien como yo.

—Pienso que…— dudé un segundo antes de mirarlo directamente— esto no parece real. Tú y yo aquí, en este lugar. Es como un sueño.

Charles arqueó una ceja, divertido.

—¿Eso es algo bueno o malo?

—Bueno. Definitivamente bueno. Pero también un poco… aterrador.

—¿Aterrador?— repitió, dejando su copa en la mesa. Se inclinó hacia mí, apoyando un brazo en el respaldo del sofá. Estaba tan cerca que podía sentir su aliento cálido en mi piel. Sus ojos, llenos de curiosidad, buscaban los míos— Explícate, Léonie.

Suspiré, consciente de que él no me dejaría evadir la pregunta. Era uno de los muchos detalles que lo hacían diferente. Charles no era del tipo que huía de las conversaciones difíciles, y con él, yo tampoco podía esconderme detrás de mis muros.

—No estoy acostumbrada a esto— admití, bajando la mirada— A que alguien sea tan… bueno conmigo.

Charles no respondió de inmediato. En lugar de eso, levantó una mano y apartó un mechón de mi cabello que había caído sobre mi rostro. Su toque era suave, casi reverente, y cuando habló, su voz era un susurro.

—Léonie, no sé qué te hizo pensar que no mereces esto, pero quiero que sepas algo. Yo no estoy aquí para que todo sea perfecto. Estoy aquí porque quiero estar contigo, incluso con tus dudas, incluso cuando no te sientes lista para bajar la guardia. ¿Sabes por qué?

Negué con la cabeza, incapaz de hablar.

—Porque cuando estoy contigo, siento que estoy exactamente donde debo estar. Y haré lo que sea necesario para que tú también lo sientas.

Sus palabras eran demasiado. Demasiado sinceras, demasiado reales. Sentí un nudo en la garganta y aparté la mirada, pero Charles no me lo permitió. Tomó mi rostro entre sus manos, obligándome a mirarlo.

—No te escondas de mí, Léonie— murmuró antes de inclinarse y rozar mis labios con los suyos.

El beso fue suave al principio, una exploración cuidadosa, como si temiera asustarme. Pero cuando respondí, su intensidad aumentó. Sus manos se deslizaron por mi espalda, atrayéndome más cerca, y sentí cómo el calor se extendía por mi cuerpo, rivalizando con el fuego de la chimenea. Mi mente gritaba que esto era demasiado, pero mi corazón, traicionero, latía con fuerza, rogando por más.

Cuando nos separamos, ambos estábamos respirando con dificultad. Charles apoyó su frente contra la mía, sus ojos todavía cerrados.

—Dime que no tienes miedo, aunque sea solo por esta noche— susurró.

No podía mentirle. No a él. Pero tampoco podía dejar que mis miedos siguieran gobernando mi vida. Así que, por una vez, decidí arriesgarme.

—No tengo miedo— respondí, apenas audible.

Charles sonrió, y en ese momento supe que había tomado la decisión correcta.

Cuando finalmente subimos al dormitorio, el ambiente cambió. Había algo en la manera en que me miraba, en cómo sus dedos rozaban mi piel al desabrocharme el suéter, que me hacía sentir que yo era lo único que importaba en el mundo.

—Eres hermosa— murmuró mientras deslizaba los tirantes de mi blusa por mis hombros.

Mi primera reacción fue reír, un reflejo nervioso que él acalló con un beso. Sus manos exploraron mi cuerpo con una mezcla de ternura y deseo, y me dejé llevar, permitiéndome ser vulnerable por primera vez en mucho tiempo.

La tensión en la habitación alcanzó un punto demasiado ardiente cuando Charles me levantó con facilidad, sosteniéndome por las caderas y sentándome suavemente sobre el borde de la cama. Su mirada era intensa, ardiente, como si pudiera leer cada rincón de mi mente. Mientras él se inclinaba, sus labios encontraron mi cuello, dejando un rastro de besos húmedos y lentos que encendieron un fuego en mi interior.

Mis manos, ansiosas, se deslizaron bajo su camisa, explorando el calor de su piel y la firmeza de sus músculos. Charles dejó escapar un gruñido bajo, aprobatorio, que resonó en mi pecho como un eco de deseo. Su aliento cálido contra mi clavícula me arrancó un jadeo, y cuando sus dedos comenzaron a deslizarse con una firmeza exquisita por mi espalda, sentí cómo mi cuerpo se arqueaba, respondiendo a él instintivamente.

—Dime si quieres que me detenga— murmuró contra mi piel, su voz ronca y cargada de un deseo contenido.

—No lo hagas— respondí con urgencia, apenas reconociendo mi propia voz.

Charles sonrió, un destello de picardía mezclado con ternura en sus ojos. Sus manos descendieron con seguridad, despojándome lentamente de mi ropa, como si cada prenda fuera un regalo que deseara desenvolver con cuidado. La forma en que me miraba, como si yo fuera lo único en su mundo, me dejó sin aliento.

Cuando nuestras pieles finalmente se encontraron, el calor fue eléctrico. Su cuerpo se movía con una precisión devastadora, explorando cada rincón de mí con una mezcla de pasión y control que me hacía perder toda noción del tiempo. Su boca encontraba la mía en intervalos, besos profundos y hambrientos que dejaban claro cuánto deseaba hacerme sentir.

Su nombre escapó de mis labios en un suspiro ahogado mientras mi cuerpo se entregaba por completo a él, incapaz de resistirse al torbellino de sensaciones que me inundaba.

Charles me sostuvo con firmeza, su mirada fija en la mía mientras sus manos exploraban mi cuerpo con una seguridad que me hizo temblar. Su boca descendió lentamente por mi pecho, dejando un rastro de besos calientes que hacían que mi respiración se volviera errática. Sentía el calor de su aliento en mi piel, un contraste electrizante con el aire fresco de la habitación.

Mis manos se aferraron a sus hombros, deslizando los dedos por su espalda mientras lo acercaba más a mí. Él respondió con un gruñido bajo, profundo, y sus labios encontraron los míos de nuevo con una intensidad que me hizo perder la noción de todo lo que no fuera él. Su beso era urgente, como si quisiera devorarme.

Sus manos viajaron con decisión, deslizándose por mi cintura hasta mis caderas, como si memorizara cada curva. Con un movimiento lento y deliberado, sus dedos comenzaron a desabrochar mi ropa, su mirada nunca apartándose de la mía. Aumentaba la tensión entre nosotros, y podía sentir cómo su control se tambaleaba, aunque aún mantenía un dominio absoluto sobre cada uno de sus movimientos.

—Eres tan hermosa— murmuró contra mi piel, su voz ronca y cargada de deseo.

Mi corazón latía sin control, pero no era nerviosismo, sino una necesidad que nunca antes había experimentado. Mis manos también cobraron vida, deslizando mis dedos sobre su cálida piel, ansiosa por sentir el calor de su piel. Él me dejó hacerlo, sus ojos encendiéndose aún más mientras yo exploraba cada músculo de su torso.

Charles me tumbó suavemente sobre la cama, inclinándose sobre mí. El peso de su cuerpo contra el mío era un ancla que me mantenía presente en cada segundo, cada caricia. Sus labios volvieron a los míos, más lentos esta vez, pero igual de hambrientos. Sus manos recorrían mi cuerpo con una mezcla de ternura y pasión que me hacía arquearme hacia él, rogando por más.

Cuando finalmente nuestras respiraciones se encontraron al mismo ritmo y nuestros cuerpos se movían en sincronía, sentí como si el mundo entero se desvaneciera, dejando solo el calor, la conexión y el deseo abrumador que compartíamos.

Charles era una mezcla perfecta de fuerza y ternura, conduciéndonos a ambos a un clímax que nos dejó sin aliento, enredados el uno en el otro entre las sábanas como si el mundo más allá de esa cama no existiera.

Cuando finalmente nos acostamos, la atmósfera cambió nuevamente. No era solo deseo lo que compartíamos; era algo más profundo, algo que no podía describir pero que sentía en cada caricia, en cada susurro. Charles no solo se preocupaba por su propio placer; estaba completamente enfocado en hacerme sentir segura, querida. Y en ese momento, lo hizo. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que pertenecía a un lugar. A él.

La luz del sol comenzó a filtrarse por las cortinas, iluminando suavemente la habitación. Estaba acurrucada contra Charles, con su brazo alrededor de mi cintura y su respiración lenta y regular en mi oído. Abrí los ojos con cuidado, temiendo que cualquier movimiento pudiera romper la magia del momento.

Aún dormido, Charles parecía casi vulnerable. Su cabello estaba despeinado, y una leve sombra de barba cubría su mandíbula. No pude evitar sonreír al verlo así, tan lejos de la imagen pública que el mundo conocía. Aquí, él no era el piloto de Ferrari, el chico de Mónaco; aquí, era simplemente Charles.

Me levanté con cuidado, tratando de no despertarlo, y bajé a la cocina. La cabaña estaba completamente en silencio, salvo por el crujido ocasional de la madera y el suave silbido del viento afuera. Me puse manos a la obra para preparar el desayuno: café caliente y los croissants que habíamos comprado el día anterior en una pequeña tienda del pueblo cercano. Mientras esperaba a que el café estuviera listo, miré por la ventana y me detuve un momento a apreciar la vista.

Las montañas cubiertas de nieve se extendían hasta donde alcanzaba la vista, y el cielo estaba despejado, de un azul tan brillante que parecía irreal. Nunca había visto algo tan hermoso, y me pregunté si esta era la verdadera magia de la Navidad: no los regalos ni las luces, sino momentos como este, en los que el mundo parecía detenerse.

Cuando subí al dormitorio con la bandeja, Charles ya estaba despierto, apoyado contra la cabecera y mirándome con una sonrisa soñolienta.

—Buenos días, hermosa— murmuró, su voz ronca por el sueño.

Me acerqué y dejé la bandeja en la mesita de noche antes de sentarme a su lado.

—Feliz Navidad, Charles.

—Feliz Navidad, Léonie— respondió, alargando una mano para tomar la mía. Su toque era cálido, reconfortante, y me di cuenta de cuánto había cambiado en tan poco tiempo. Antes de conocerlo, la idea de estar tan cerca de alguien me habría aterrorizado. Ahora, me parecía lo más natural del mundo.

Mientras compartíamos el desayuno, nuestras piernas entrelazadas bajo las mantas, hablamos de los planes para el día. Charles propuso dar un paseo por la nieve y luego regresar para una cena navideña sencilla, solo nosotros dos. Yo acepté, sabiendo que cualquier cosa que hiciéramos juntos sería especial.

En un momento, me detuve a mirarlo mientras él hablaba, gesticulando con entusiasmo sobre las pistas de esquí cercanas. Su rostro estaba iluminado por la luz del sol, y sus ojos brillaban con una calidez que me dejó sin aliento. En ese instante, supe que estaba perdida. Charles Leclerc no era solo un hombre con el que había compartido una noche mágica; era alguien que había cambiado mi mundo para siempre.

—¿Qué pasa?— preguntó, notando mi mirada.

—Nada— respondí, sonriendo mientras sacudía la cabeza— Solo… gracias por esta Navidad.

Charles tomó mi mano y la llevó a sus labios, besándola suavemente.

—Es solo el principio, Léonie. Prometo que habrá muchas más.

Y en ese momento, lo creí.

Hellooooo. Este es el antepenúltimo especial Navidad que voy a subir y qué mejor manera de hacerlo que con nuestro querido Lord Perceval. Aún no he decidido de quiénes serán los dos últimos OS (la verdad, me lo estáis poniendo difícil para decidir). Probablemente uno de ellos sea de Lewis Hamilton, el último aún no lo he decidido así que ya sabéis, haced presión con el piloto que queráis.

Por cierto, para quien sea fan de Ma Belle, actualicé la historia y mañana subiré nuevo capítulo de Serendipia así que espero que os guste mucho (y quien no los haya leído, que vuele a hacerlo o les mando un duende a sus casas por Navidad para robarles los regalos😌).

En fin, 23 de diciembre quiere decir que quedan dos días para mi época favorita del año así que, ¿sabéis que regalazo me podéis hacer? Pasaros a echarle un vistazo al capítulo de Ma Belle que probablemente ya haya subido cuando suba este OS, no os va a decepcionar, pinky promise.

Si os ha gustado esta pequeña historia ya sabéis que una estrellita, un comentario y un follow siempre ayudan mucho a mejorar.

Atte: Alma <3

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