Max Verstappen (🔥)
STARGIRL INTERLUDE
"Lana del Rey ft The Weeknd"
La primera vez que vi a Max Verstappen fue en un club de Ámsterdam, el tipo de lugar que parece existir en otro universo, donde el neón parpadea con una promesa y la música late como un corazón desaforado. Yo no estaba ahí por él. No sabía que él estaría. Y, sin embargo, en el momento en que nuestros ojos se cruzaron, supe que todo lo que venía después sería inevitable.
Soy Lotte van der Meer, una chica común dentro de lo que cabe. Crecí en Utrecht, entre los canales y los edificios antiguos, en una familia que me enseñó a no esperar demasiado de la vida. Estudio diseño en la universidad, trabajo a medio tiempo en un café y me gusta desaparecer en el anonimato de la multitud. Pero esa noche, en aquel club, dejé de ser invisible.
Estaba con mis amigas, riendo y bebiendo algo fuerte cuando lo vi apoyado contra la barra. Alto, con esa mirada azul que podía congelarte y quemarte a la vez. No vestía como el ídolo de la Fórmula 1 que el mundo conocía; no había rastro de los colores de Red Bull ni de la presión de las carreras. Solo llevaba una camiseta negra, unos jeans oscuros y el aire de alguien que sabía que todo en la vida le pertenecía si lo quería lo suficiente.
Mi amiga Sophie me dio un codazo.
—Dios, ¿has visto a quién tienes delante?
Por supuesto que lo había visto. Pero fingí indiferencia.
—Es solo un chico.
—Es Max Verstappen. No es solo un chico. Es el chico.
Max pareció escuchar la conversación porque sus labios se curvaron en una media sonrisa antes de acercarse.
—¿No vas a pedirme un autógrafo?— preguntó, su voz ronca por encima de la música.
Le sostuve la mirada.
—¿Se supone que debo hacerlo?
—La mayoría lo haría.
—No soy la mayoría.
Su sonrisa se ensanchó.
—Eso me gusta.
Y así comenzó todo.
Después de aquella noche, Max se convirtió en un secreto en mi vida. No era el Max de las cámaras ni el que levantaba trofeos con champán en la mano. Conmigo, era un hombre de carne y hueso, alguien que se reía con sarcasmo, que podía estar en silencio durante horas sin sentirse incómodo, que manejaba por las autopistas de los Países Bajos a velocidades que hacían que mi corazón se detuviera.
Nos encontrábamos en habitaciones de hoteles, en su departamento en Mónaco cuando podía escaparme de la universidad, en cualquier rincón donde nadie pudiera vernos. No era una relación convencional, pero tampoco era un simple juego. Max era fuego y yo, sin darme cuenta, me había convertido en pólvora.
Una noche, después de que ganara en Silverstone, lo esperé en su motorhome. Estaba de espaldas a la ventana cuando entró, con el cabello aún húmedo de la ducha y el cansancio reflejado en sus ojos. No dijo nada al verme. Solo se acercó y me tomó del rostro con ambas manos, besándome con la intensidad de alguien que había estado conteniendo demasiado.
Mis dedos se deslizaron por su espalda, sintiendo cada músculo tenso bajo la piel caliente.
—Deberías estar celebrando con tu equipo —susurré contra sus labios.
—Esto es lo que quiero celebrar.
No hubo más palabras. Solo la urgencia de sus manos deslizándose por mi cuerpo, el deseo palpable en su respiración acelerada. No fue en su motorhome. Fue en el garaje de Red Bull, en su coche, el coche de un campeón.
Me llevó de la mano, esquivando mecánicos y miembros del equipo que aún festejaban en otro lado. La adrenalina de lo prohibido nos envolvía, acelerando el pulso como si estuviéramos a punto de correr una vuelta rápida.
Al llegar al monoplaza, Max me empujó suavemente contra el capó, su mirada encendida de deseo.
—Aquí, Lotte. Quiero que cada parte de este coche te recuerde a mí.
Su boca cayó sobre la mía con hambre, una mezcla de victoria y necesidad que me dejó sin aliento. Sentí el metal frío del monoplaza contra mi piel cuando sus manos comenzaron a explorarme sin reservas. Me subió al coche con facilidad, sus dedos firmes en mi cintura mientras se colocaba entre mis piernas, reclamando cada centímetro de mi cuerpo como si fuera su siguiente gran trofeo.
El aroma a gasolina, el eco lejano de la celebración en el paddock y la brisa nocturna que se filtraba por el garaje se mezclaban con la fiebre que nos consumía. Cada beso era más profundo, cada toque más desesperado. Me aferré a sus hombros cuando sus labios descendieron por mi cuello, dejando un camino de fuego a su paso.
—Eres mía —murmuró contra mi piel, su voz ronca y cargada de deseo.
La tela desapareció entre jadeos y movimientos frenéticos. El asiento del monoplaza se convirtió en nuestro campo de batalla, con su cuerpo marcando el ritmo de una carrera que no tenía línea de meta. Su nombre escapó de mis labios en un gemido cuando se hundió en mí con un movimiento certero. Max cerró los ojos, su frente apoyada contra la mía mientras se movía dentro de mí con precisión, con la misma destreza con la que dominaba la pista.
Cada embestida era más profunda, más intensa, como si quisiéramos fundirnos en uno solo. Mis uñas se clavaron en su espalda, nuestros cuerpos envueltos en una fiebre que no tenía frenos. El sonido de nuestra respiración agitada se mezclaba con el crujido de la fibra de carbono bajo nosotros.
—Más rápido —jadeé, sabiendo que si alguien nos descubría, no nos importaría.
Max obedeció, su ritmo alcanzando la velocidad de un sprint final en la última vuelta. La intensidad nos llevó al límite, como si estuviéramos a punto de cruzar la bandera a cuadros. Y cuando finalmente lo hicimos, cuando la oleada de placer nos alcanzó, su nombre se rompió en mis labios como un grito de victoria.
Permanecimos ahí, jadeando, con la piel aún encendida y los cuerpos entrelazados en la oscuridad del garaje. Max me besó de nuevo, esta vez con ternura, su sonrisa de campeón reflejada en sus ojos.
—Ahora sí, podemos celebrar con los demás —susurró, su aliento todavía cálido contra mis labios.
Me reí, temblando aún mientras intentaba recomponerme. Y cuando finalmente nos vestimos, supe que esa noche quedaría grabada en la historia, tanto para él como para mí.
Pero no todo lo brillante es eterno.
Con el tiempo, la realidad comenzó a filtrarse. Los paparazzi, los rumores, las preguntas de mis amigas. "¿Qué eres para él?", preguntó Sophie un día. "¿Solo una aventura?"
No lo sabía. Y eso dolía.
Una noche, después de un Gran Premio en Spa, lo confronté.
—¿Qué somos, Max?
Él frunció el ceño.
—¿Por qué necesitas una etiqueta?
—Porque me estoy enamorando de ti.
Su silencio fue la respuesta que temía.
Me marché esa noche, con la lluvia de Bélgica mojándome el rostro y el corazón roto en mil pedazos. No respondí sus llamadas ni leí sus mensajes. Pensé que sería el final. Pero Max nunca ha sido alguien que acepte perder.
Semanas después, lo encontré esperándome fuera de mi apartamento en Utrecht.
—No soy bueno en esto, Lotte —dijo—. Pero si hay algo que sé, es que te quiero.
Cuando Max apareció en la puerta de mi apartamento en Utrecht bajo la lluvia, con los ojos sinceros y su confesión temblando en sus labios, supe que algo había cambiado.
Lo dejé entrar. No hablamos mucho. No hacía falta. Cerré la puerta detrás de él y, en el pequeño espacio de mi hogar, nos quedamos en silencio, mirándonos como si nunca antes nos hubiéramos visto de verdad. Max alzó una mano y con la yema de sus dedos recorrió mi mejilla, despacio, como si me estuviera memorizando.
Me besó, pero esta vez no había prisa, no había urgencia. No era un beso hambriento, sino profundo, pausado, como si estuviera descubriendo lo que significaba tenerme así. Sentí sus labios suaves y cálidos sobre los míos, la forma en que sus manos se posaron en mi cintura con una delicadeza que nunca antes le había visto.
—Esta vez quiero hacerlo bien —susurró contra mi boca.
Mi corazón latió con fuerza al escuchar esas palabras. Nunca habíamos tenido algo así. Siempre había sido rápido, intenso, como dos cuerpos chocando en una tormenta. Pero esta vez… esta vez era diferente.
Me tomó de la mano y me guió hasta mi habitación, cerrando la puerta con un leve clic. Afuera, la lluvia repiqueteaba contra la ventana, llenando el silencio con su melodía hipnótica. Max me miró, su expresión era una mezcla de adoración y ternura. Me desvistió con paciencia, cada prenda cayendo con un susurro sobre el suelo de madera. Cuando mis dedos encontraron el borde de su camiseta y la levanté sobre su cabeza, sus músculos se tensaron bajo mi tacto, pero no hubo prisa. No esta vez.
Nos tumbamos en la cama, entrelazados, con la única luz proveniente de la farola afuera que proyectaba sombras suaves en la pared. Max acarició cada centímetro de mi piel con una devoción que nunca antes había sentido. Sus labios exploraban mi cuello, mis clavículas, cada curva de mi cuerpo con un anhelo que iba más allá del deseo.
—Eres hermosa —murmuró, sus dedos trazando círculos lentos en mi cadera.
Me estremecí al sentirlo sobre mí, su peso cálido y protector. Nuestros cuerpos se encontraron con una suavidad inexplorada, como si estuviéramos aprendiendo a sentirnos de nuevo. Max se movió con lentitud, hundiéndose en mí con una ternura infinita, su frente apoyada contra la mía mientras nuestros suspiros se mezclaban en el aire.
No había urgencia. No había desenfreno. Solo nosotros, entregándonos el uno al otro de la forma más pura posible. Max entrelazó sus dedos con los míos sobre la almohada, sus labios rozando los míos en besos suaves mientras nuestros cuerpos se mecían en un ritmo pausado, íntimo, como si el mundo entero hubiera desaparecido y solo quedáramos nosotros.
—Te amo —susurró contra mi piel, y el sonido de esas palabras me desarmó por completo.
Las lágrimas llenaron mis ojos, pero no de tristeza, sino de algo tan inmenso que apenas podía contenerlo. Lo abracé con fuerza, sintiendo su corazón latir al mismo compás que el mío.
Una pequeña sonrisa se forjó en los labios de Max quien apretó ligeramente mis manos entre las suyas y dejó un casto y suave beso en mis labios mientras sus caderas y las mías bailaban con una naturalidad embriagadora.
Sus ojos azules me tenían atrapada, nadando en el gran mar que los inundaba, bebiendo de ellos como un mendigo necesitado. Mis dedos se enredaron en sus cabellos e hice la suficiente fuerza como para atraerlo a mi y besarlo de nuevo.
Poco a poco, nos di la vuelta, dejando mi cuerpo sobre el suyo. Mi mano se coló por el escaso hueco de nuestros sudorosos y ardientes cuerpos y, con ella, envolví la parte del miembro del holandés que no lograba llenarme. Lo hice de arriba a abajo, con movimientos lentos y acompañados de mis caderas mientras, a la vez, mis paredes lo acogían con familiaridad.
El clímax llegó como una ola suave, envolviéndonos en un calor dulce y abrumador. Nos aferramos el uno al otro, nuestros cuerpos relajándose lentamente hasta quedar enredados entre las sábanas, piel contra piel, respirando el mismo aire.
Max acarició mi espalda con movimientos perezosos, su nariz rozando mi mejilla en una caricia silenciosa. Por primera vez, no había distancia entre nosotros. No había dudas ni miedos. Solo él y yo, en la calma después de la tormenta.
Y en ese momento, supe que lo nuestro era real.
Hellooooooo. Tercer OS de esta nueva dinámica, ¿qué os está pareciendo? ¿Os gusta? Por cierto, he subido capítulos nuevos de Ma Belle y Serendipia, just in case no os habéis dado cuenta. 🤭
Vale, tengo cuatro posibles opciones siguientes pero, cual quiera que sea, necesito canciones así que, las cuatro opciones son: George Russell, Yuki Tsunoda, Ollie Bearman o Toto Wolff. Da igual cual eligáis ahora, haré todas llegado el momento. Solo quiero saber cual será la siguiente y en qué canciones deseáis que se inspiren.
Si queréis otros pilotos, también podéis dejármelo por aquí.
Anyway, si os ha gustado esta historia corta ya sabéis que una estrellita, un comentario y un follow siempre ayudan mucho.
Atte: Alma <3
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