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Max Verstappen (🔥)

TETRACAMPEÓN:
"UNA NOCHE EN SINGAPUR"

El club estaba lleno de humo y euforia. La música pulsaba como un corazón desbocado, y las luces estroboscópicas iluminaban el lugar en destellos de neón. Había algo sofocante en el ambiente, algo que no podía atribuirse solo al calor húmedo de Singapur. Era la sensación de estar en territorio enemigo, rodeada de rostros que no querían verme ahí.

Pero yo nunca había sido del tipo que evitaba un buen desafío.

Estaba en la fiesta de Red Bull, oficialmente para "observar" las celebraciones de mi rival más odiado: Max Verstappen, el flamante tetracampeón mundial. En realidad, estaba aquí por él, aunque nunca lo admitiría en voz alta.

Llevaba semanas evitándolo. Después de lo que pasó la última vez en Suzuka, pensé que había logrado mantenerme firme. Pero cada vez que lo veía, ese fuego incontrolable volvía a encenderse dentro de mí.

Lo encontré rápidamente entre la multitud. Era imposible no verlo. Max estaba inclinado sobre el bar, con un vaso de whisky en la mano, su expresión tranquila y confiada, como si supiera que todo y todos le pertenecían. Era esa maldita arrogancia suya la que siempre me sacaba de quicio. Y, sin embargo, había algo en él que me hacía perder el control.

Por un momento, nuestras miradas se cruzaron. Fue breve, pero suficiente para encender ese juego silencioso que habíamos estado jugando durante meses.

El vaso de martini estaba frío entre mis dedos, pero no podía decir lo mismo de mi cuerpo. El aire en el club estaba cargado, y no solo por el calor de la multitud o la música ensordecedora que parecía retumbar en cada rincón. Era él. Max Verstappen.

Lo veía desde lejos, inclinado contra la barra, con una expresión que parecía gritar que era intocable, el centro de atención de todos los presentes. Y lo era. Cuatro títulos mundiales no eran un logro pequeño. Lo detestaba. Su confianza desbordante, su forma de caminar como si poseyera el mundo entero… pero también era eso lo que no me dejaba apartar los ojos de él.

No sé en qué momento decidió acercarse, pero de repente, ahí estaba. No pedí que viniera, pero tampoco hice nada por detenerlo.

--Maria Wolff-- dijo con una sonrisa ladeada que ya había visto demasiadas veces, normalmente en las ruedas de prensa. --¿Disfrutando de la fiesta de tus enemigos?

El tono era ligero, casi burlón, pero había algo más en sus ojos. Un brillo que hacía que mi corazón latiera un poco más rápido. Me tomé un segundo para beber un sorbo de mi martini, intentando no parecer afectada.

--¿Enemigos? Qué dramático. Vine por curiosidad. Quería ver cómo celebraban los campeones. Aunque, para ser honesta, esperaba algo más impresionante.

--¿Más impresionante?-- Max arqueó una ceja, acercándose un poco más. --¿Qué esperabas? ¿Un desfile? ¿Fuegos artificiales?

--Algo menos predecible, quizás. Pero supongo que eso es mucho pedir de un equipo que siempre juega a lo seguro.

Mis palabras estaban diseñadas para provocarlo, y funcionaron. Lo vi tensarse, pero en lugar de responder con enojo, soltó una carcajada baja.

--Jugar a lo seguro no nos ha ido tan mal, ¿no crees? Cuatro títulos consecutivos. Creo que eso habla por sí solo.

--Eso, o simplemente has tenido suerte.

Sabía que eso era un golpe bajo, pero no podía evitarlo. Era un juego peligroso, y ambos lo sabíamos.

Max se inclinó un poco más cerca, lo suficiente como para que pudiera oler el whisky en su aliento.

--¿Suerte?-- Su voz era más baja ahora, casi un susurro. --Creo que sabes tan bien como yo que esto no tiene nada que ver con suerte, María. Pero entiendo por qué necesitas convencerte de eso. Ayuda a dormir por las noches, ¿no?

Su proximidad hacía que fuera difícil concentrarme. Mi respiración se aceleró, aunque intenté ocultarlo detrás de un nuevo trago de martini.

--No necesito convencerme de nada. Lo único que sé es que todo esto, tus títulos, tus récords… no te hacen invencible.

Max sonrió, una sonrisa lenta y cargada de intención.

--¿Eso crees? Quizás deberíamos ponerlo a prueba algún día.

Había algo en su tono que me hizo estremecerme. Sabía que estaba jugando conmigo, probando mis límites, y odiaba que estuviera logrando desarmarme tan fácilmente.

--Siempre tan confiado, Max. Es casi entrañable.-- Intenté sonar indiferente, pero mi voz salió un poco más suave de lo que había planeado.

--Y tú siempre tan desafiante. Es lo que más me gusta de ti.

Esas palabras fueron una daga. Mi pecho se apretó, y mi cuerpo traicionó cualquier intento de mantener la calma. Lo odiaba por decir algo así en medio de esta fiesta, rodeados de gente, como si no tuviera miedo de que alguien escuchara.

--No tienes ni idea de lo que estás diciendo,-- murmuré, rompiendo el contacto visual y mirando a mi alrededor, buscando una salida.

--Claro que sí.

Me agarró por la muñeca, lo justo para que no pudiera alejarme, pero no lo suficiente para que pareciera inapropiado. Mi corazón martillaba en mi pecho, y el calor de su piel contra la mía era insoportable.

--Déjalo, Max-- dije en un tono bajo, casi una súplica.

--¿Por qué? ¿Porque tienes miedo de lo que podría pasar si seguimos hablando?

Lo miré fijamente, sintiendo que el ruido de la música y la multitud desaparecía a nuestro alrededor. Había tantas cosas que quería decir, tantos argumentos que quería lanzar, pero ninguno salió de mi boca.

Finalmente, solté mi muñeca de su agarre y me giré hacia la salida. Sabía que me estaba siguiendo, y una parte de mí lo quería. Pero también sabía que, si lo hacía, no habría vuelta atrás.

Y, por desgracia, no tenía ni idea de cómo detenerlo.

–––

No sé exactamente cómo terminé en ese corredor oscuro, lejos del ruido de la fiesta. Lo único que recuerdo es que Max me había seguido, y de alguna manera, nuestra conversación se había convertido en algo mucho más físico.

--Esto es una locura-- murmuré mientras él me empujaba suavemente contra la pared, su cuerpo apenas rozando el mío.

--Siempre lo ha sido-- respondió, su voz grave y cargada de deseo.

Sus labios encontraron los míos, y todo pensamiento coherente desapareció. El beso fue intenso, desesperado, como si ambos supiéramos que no teníamos el derecho de hacer esto, pero tampoco pudiéramos detenernos.

Sus manos eran firmes, recorriendo mi espalda y bajando hasta mi cintura. Mi propio cuerpo traicionó cualquier rastro de resistencia que me quedaba, mis dedos enredándose en su cabello mientras lo atraía más cerca.

--Esto no puede seguir pasando-- logré decir entre besos, aunque mi voz carecía de convicción.

--Entonces, deténme-- respondió, su aliento cálido contra mi piel mientras sus labios descendían hacia mi cuello.

No lo hice.

Después de sus palabras provocativas, Max tomó iniciativa y me atrajo hacia él con fuerza. Sus manos viajaron por mi cuerpo, desabrochando los botones de mi vestido de forma casi salvaje. Mis labios encontraron los suyos en un beso apasionado, lleno de deseo reprimido y lujuria contenida.

Nos entregamos al momento con una intensidad arrolladora, sin importarnos el peligro de ser descubiertos. La adrenalina recorría mis venas, avivando las llamas de la pasión que ardían entre nuestros cálidos cuerpos.

Max me empujó suavemente contra la pared más cercana, mientras sus labios exploraban mi cuello con conocimiento. Mis manos se aferraban a su espalda con desesperación, anhelando más de él, más de esa conexión ardiente que nos consumía por completo.

Los gemidos se entrelazaban con susurros y nuestras respiraciones agitadas llenaban el pasillo con una melodía de deseo incontrolable. Cada caricia, cada beso, era como una promesa de placer infinito que nos transportaba a un éxtasis compartido.

El tiempo se detuvo para nosotros en ese espacio donde solo existíamos él y yo, entregados al fuego de la pasión desenfrenada. Y en medio de la lujuria desatada, me di cuenta de que, a pesar de todo, no quería detenerme. Porque en ese instante, en sus brazos, encontré un placer tan intenso que todo lo demás parecía desvanecerse en comparación.

Max se pegó a mí y me sostuvo del mentón con su mano, obligándome a mirarlo directamente a los ojos. La tensión entre nosotros era palpable, la electricidad en el aire hacía que mi corazón latiera con fuerza.

Sin decir una palabra, me empujó de nuevo hacia la pared, sintiendo el frío contraste de la superficie contra mi espalda. Sus labios encontraron mi cuello de nuevo mientras sus manos expertas recorrían mi cuerpo con destreza, desatando un torbellino de sensaciones que me dejaba sin aliento.

Mis manos se aferraron a su cabello mientras me entregaba a la pasión desenfrenada que nos consumía, sin importar las consecuencias. La mera idea de ser descubiertos solo avivaba el fuego que se incendiaba entre nosotros, haciéndonos perder el control por completo.

Cada beso, cada roce, cada susurro encendía nuestra lujuria hasta límites que nunca, hasta ese momento, había conocido. Me abandoné completamente a él, a su merced, deseosa de ser poseída por aquel hombre que despertaba mis instintos más salvajes.

El tiempo parecía detenerse mientras nos entregábamos a la pasión prohibida, a la manzana envenenada, sumergidos en un mundo de placer que nos envolvía en un remolino de sensaciones indescriptibles. Y en ese instante, en medio del éxtasis, supe que no había vuelta atrás pero que debía hacer todo lo posible para frenar mis propios deseos e instintos.

--Esto es un error-- dije, aunque ni siquiera yo me lo creía.

--Quizás. Pero es un error que no quiero dejar de cometer.

Sus palabras me dejaron sin respuesta. Mientras me separaba de él y arreglaba mi ropa, tratando de recuperar la compostura. Supe que esto no había terminado.

Y, en el fondo, no quería que terminara.

--No entiendo cómo terminamos aquí-- susurré, mi voz apenas audible.

Max levantó la cabeza, y su mirada estaba cargada de una intensidad que me hizo temblar.

--No importa cómo terminamos aquí. Lo único que importa es que no quiero que esto termine.

Sus palabras me golpearon como una tormenta. Había algo en su sinceridad que me desarmaba por completo. Por un momento, no hubo ruido, ni música, ni gente. Solo nosotros, atrapados en ese momento.

Mi cuerpo quería ceder, quería rendirse a lo que fuera que había entre nosotros. Pero mi mente todavía luchaba por mantener el control. Apreté los labios y aparté la mirada, intentando recuperar algo de compostura.

--Esto no puede seguir pasando, Max-- dije finalmente, aunque mi tono era más débil de lo que pretendía.

--¿Por qué no?-- preguntó, sus manos todavía firmes en mi cintura. --¿Porque somos rivales? ¿Porque el mundo espera que nos odiemos? Sabes tan bien como yo que todo eso es una fachada.

Lo miré, intentando encontrar las palabras para responder, pero lo único que salió fue un suspiro. Max tenía razón, y ese era precisamente el problema.

Finalmente, me aparté de él, alisando mi vestido y tratando de ignorar el calor que aún recorría mi cuerpo.

--No puedo hacer esto, Max.

--¿No puedes? ¿O no quieres?

Sus palabras me detuvieron en seco, y por un momento, consideré darle la respuesta que estaba buscando. Pero en lugar de eso, me obligué a seguir caminando hacia la entrada del club. No miré hacia atrás, porque sabía que si lo hacía, no sería capaz de irme.

Y aunque mi cuerpo rogaba por quedarme, sabía que esta batalla apenas estaba comenzando.

Una vuelta por todo lo alto con nuestro cuatro veces campeón del mundo. Quería, primeramente, pedir disculpas por desaparecer tanto tiempo, mi vida se ha resumido en estudios y un bloqueo escritor terrible. Segundo, me gustaría preguntaros una cosita... ¿Preferís los One Shot así, es decir, que expliquen la escena hot en más detalle, o como antes en la que fuese, directamente, al grano? ¡Espero vuestra respuesta!

Como siempre, espero que os haya gustado esta historia y ya sabéis que una estrellita, un comentario y un follow siempre dan muchos ánimos para seguir.

Atte y con mucho amor: Alma <3

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