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Lando Norris (🔥)

SÂO PAULO:
"The Weeknd"

El eco de los tacones resonaba en la noche cálida de São Paulo, un sonido firme que contrastaba con el caos de la ciudad. Las luces de los rascacielos titilaban en la distancia, reflejándose en las calles mojadas por una lluvia reciente. Yo me encontraba allí, al borde de la terraza del exclusivo Club Aurora, uno de los sitios más exclusivos de mi padre, mientras la música retumbaba bajo mis pies y las risas de la élite criminal llenaban el aire.

Me llamo Isabela Mendes da Silva, y mi apellido no es solo un nombre: es una marca. Mi padre, Davi Mendes, es conocido como el "Rei de São Paulo", un hombre que controla la ciudad desde las sombras. Desde pequeña, me enseñaron que el poder no se pide, se toma, y que el miedo es una herramienta más valiosa que el dinero. Pero aquí estoy, con una copa de champán en la mano, fingiendo que esta vida es exactamente lo que quiero.

La noche avanzaba lenta hasta que lo vi. Su nombre ya lo conocía: Lando Norris. Él no era como los hombres que solían venir al club de mi padre. No llevaba cadenas de oro ostentosas ni trajes italianos demasiado ajustados. No necesitaba alardear. Se movía con una confianza silenciosa, una que te hacía querer mirarlo dos veces para asegurarte de que era real. Su traje negro estaba impecablemente cortado, y su reloj, discreto pero claramente caro, asomaba bajo la manga. Tenía el cabello despeinado con una especie de descuido calculado, y sus ojos brillaban con un peligro latente que solo podía significar problemas.

Problemas... y tentación.

Lo conocí oficialmente cuando mi padre decidió presentármelo. Davi solía hacer eso con hombres que quería impresionar, usando a su única hija como un símbolo de prestigio. "Mira lo que tengo. Esto también es mío", parecían decir sus gestos al ofrecerme. Pero Lando no me miró como un trofeo. Me miró como si pudiera desarmarme en cualquier momento.

—Isabela, este es el señor Norris. Viene desde Europa y es un hombre con el que estamos cerrando negocios importantes —dijo mi padre con su habitual tono autoritario.

—Un placer conocerte, Isabela —dijo Lando, extendiendo su mano. Su voz era profunda, grave, pero tenía un matiz de algo que no logré descifrar. Tal vez arrogancia. Tal vez deseo.

Lo tomé como un desafío.

—El placer es mío, señor Norris —respondí con una sonrisa cuidadosamente ensayada, esa que decía "sé exactamente lo que estás pensando, pero no te lo haré fácil".

Nuestros dedos apenas se rozaron, pero fue suficiente para que una corriente eléctrica atravesara mi cuerpo. Y por la forma en que sus labios se curvaron en una media sonrisa, supe que él también lo había sentido.

Lando se convirtió en una presencia constante en las semanas siguientes. Cada reunión de negocios, cada cena formal organizada por mi padre, él estaba allí. Pero siempre me miraba de lejos, como si estuviera evaluándome, estudiando mis movimientos. Y yo hacía lo mismo con él. Había algo en su forma de actuar que me desconcertaba: era un hombre peligroso, pero su peligro no era ruidoso. Era como una serpiente, esperando pacientemente el momento exacto para atacar.

Una noche, después de una cena particularmente aburrida, me acerqué a él. La música estaba alta, pero no lo suficiente como para evitar que pudiera oír mi voz.

—¿Siempre eres tan silencioso o solo te estás divirtiendo viendo a mi padre presumir? —le pregunté, cruzando los brazos.

Lando dejó su copa de vino en la mesa y me miró, como si estuviera decidiendo si valía la pena responderme. Finalmente, habló:

—Me divierte más ver cómo te aburres tú.

Me sorprendió. No esperaba que fuera tan directo. Pero dos podían jugar ese juego.

—Entonces supongo que deberías encontrar otra fuente de entretenimiento. No soy tan interesante como piensas.

Él dio un paso más cerca, invadiendo mi espacio personal. Su perfume era embriagador, una mezcla de madera y especias que me hizo querer acercarme más, aunque sabía que debía mantener la distancia.

—Creo que subestimas lo interesante que puedes ser, Isabela.

Fue en ese momento que me di cuenta: estaba jugando con fuego. Y, por alguna razón, no quería parar.

El verdadero problema empezó semanas después, cuando descubrí que Lando no solo estaba "cerrando negocios" con mi padre. Era un jefe de mafia en Europa, con una reputación aún más oscura que la de mi familia. Mi padre nunca lo admitiría, pero se estaba aliando con él porque necesitaba su apoyo para expandirse internacionalmente. Lo que eso significaba para mí era claro: cualquier acercamiento entre Lando y yo no solo era peligroso, era potencialmente mortal.

Pero eso no me detuvo.

Nos veíamos en secreto, lejos de los ojos de mi padre y su ejército de guardaespaldas. Una noche, bajo la excusa de "ir a una reunión con amigas", me encontré con Lando en un bar clandestino en el centro de la ciudad. Él ya estaba allí, sentado en una esquina oscura, con una copa de whisky en la mano y esa sonrisa que podía derretir hasta el hielo más grueso.

—Estás jugando un juego muy arriesgado, princesame dijo cuando me senté frente a él.

—¿Tú también, no? —repliqué, alzando una ceja.

—Lo mío es diferente. Yo estoy acostumbrado al peligro.

—Y yo también —mentí.

Lando se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa. Sus ojos me atraparon, haciéndome sentir vulnerable y poderosa al mismo tiempo.

—Entonces sabes que esto no tiene un final feliz, ¿verdad? —su tono era serio, casi como una advertencia.

Yo debería haberme levantado en ese momento. Pero en lugar de eso, me acerqué más.

—Tal vez no quiero un final feliz. Tal vez solo quiero vivir una buena sesión de sexo.

Él no respondió. En lugar de eso, tomó mi mano y la llevó a sus labios, dejando un beso que encendió mi piel como una chispa en la gasolina. En ese instante, supe que ya no había vuelta atrás.

—Entonces, vivamos el momento, princesa —murmuró Lando, su tono bajo y cargado de intención.

El aire entre nosotros se volvió denso, como si el mismo oxígeno hubiera decidido detenerse a observar. Su mirada no se apartaba de la mía, y había algo en la forma en que sus ojos se oscurecían que me hizo sentir expuesta, como si pudiera leer cada pensamiento que trataba de esconder. No era solo atracción; era algo más profundo, algo que me aterrorizaba y me atraía al mismo tiempo.

Lando se levantó de la mesa, extendiéndome una mano. Dudé por un momento, pero al final, mis dedos encontraron los suyos. Su piel era cálida, y el contacto fue suficiente para que mi corazón comenzara a latir con fuerza. Me llevó fuera del bar, por un callejón oscuro iluminado solo por la tenue luz de los postes y los neones de los edificios vecinos.

—¿A dónde vamos? —pregunté, mi voz más baja de lo que pretendía.

—A vivir el momento —respondió, esa sonrisa peligrosa dibujándose en sus labios.

Terminamos en su hotel, un lugar discreto pero lujoso en el centro de la ciudad. El ascensor subió en un silencio tenso, con ambos conscientes de lo que estaba por suceder. Cada segundo parecía un siglo, pero al mismo tiempo, la anticipación lo hacía todo más intenso.

Cuando la puerta de la suite se cerró detrás de nosotros, Lando no perdió tiempo. Se acercó a mí, acorralándome contra la pared con una precisión calculada, dejando apenas un espacio entre nuestros cuerpos. Su aliento rozó mi piel cuando habló.

—¿Todavía quieres esto, Isabela? Porque, si lo haces, no habrá marcha atrás.

Mi corazón latía tan rápido que podía escucharlo en mis oídos. Mis manos estaban tensas a mis costados, pero mis palabras salieron con una firmeza que me sorprendió incluso a mí.

—Nunca quise marcha atrás, Lando.

Fue todo lo que necesitó. Sus labios chocaron contra los míos con una intensidad que me robó el aliento. No había nada suave en la forma en que me besaba; era urgente, hambriento, como si estuviera consumido por una necesidad que no podía controlar. Y yo me dejé llevar, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello mientras sentía cómo su cuerpo se presionaba contra el mío.

Sus manos encontraron mi cintura, tirando de mí hacia él con una fuerza que me hizo gemir contra su boca. Todo en Lando era precisión, desde la forma en que sus dedos se movían por mi espalda hasta cómo su cuerpo parecía encajar perfectamente con el mío. Era una paradoja: peligroso y seguro, rudo y gentil al mismo tiempo.

—Eres un desastre, ¿sabes? —murmuró contra mis labios, su voz ronca por el deseo.

—Y tú eres mi peor decisión —repliqué, jadeando cuando sus labios bajaron por mi cuello, dejando un rastro ardiente a su paso.

—Tal vez. Pero no parece que te importe mucho.

No lo hacía. No en ese momento, al menos.

La habitación se llenó de susurros, de risas ahogadas y de promesas no dichas que se entrelazaban con cada caricia, con cada beso. Lando tenía una habilidad inquietante para hacerme sentir como si fuera la única persona en el mundo, como si en ese instante no hubiera nada más importante que nosotros dos. Su tacto era experto, seguro, como si supiera exactamente lo que necesitaba incluso antes de que yo lo supiera.

—Dime si quieres que pare —dijo, sus ojos clavados en los míos, buscando una respuesta que no hacía falta dar.

—No quiero que pares, Lando.

Y no lo hizo.

La sonrisa que apareció en los labios de Lando después de mis palabras fue una que nunca había visto antes: oscura, peligrosa, y al mismo tiempo llena de deseo. Como si acabara de darle permiso para dejar caer cualquier fachada y mostrarse tal como era, sin restricciones ni barreras. Su mano, que hasta ese momento había estado descansando en mi cintura, se deslizó hacia mi mejilla, sus dedos rozando mi piel con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de su mirada.

—Te lo advierto, princesa —dijo, su voz baja y rasposa mientras se inclinaba hacia mí, sus labios rozando los míos apenas, como un reto— No me provoques si no estás preparada para lidiar con las consecuencias.

Mi corazón latía con tanta fuerza que pensé que podría romperse en cualquier momento, pero aun así no aparté la mirada. En lugar de eso, dejé que mis dedos se enredaran en el borde de su camisa, tirando de él hacia mí.

—Demuéstramelo entonces —respondí, mi voz apenas un susurro.

Y él lo hizo.

El beso que vino después no tuvo nada de suave. Fue ardiente, casi salvaje, como si toda la tensión acumulada entre nosotros durante semanas hubiera estallado de una sola vez. Sus manos descendieron rápidamente por mi espalda, trazando cada curva con una precisión que me dejó sin aliento. La forma en que me tocaba, con una mezcla de urgencia y control, hacía que cada pensamiento coherente se evaporara de mi mente.

Me levantó con facilidad, haciendo que mis piernas rodearan su cintura mientras me presionaba contra la pared. El frío del contacto con la superficie contrastaba con el calor abrasador de su cuerpo contra el mío. Su boca descendió por mi cuello, dejando un rastro de besos que quemaban mi piel como si estuviera marcándome, reclamándome.

—Eres un desastre, Isabela —murmuró contra mi clavícula, sus dientes rozándome apenas lo suficiente para hacerme jadear.

—Y tú eres mío —respondí, perdiendo la batalla por mantener el control mientras mis dedos buscaban desesperadamente cualquier parte de su piel que pudiera alcanzar.

Lando dejó escapar una risa baja, una que reverberó contra mi piel y me hizo temblar. Había algo en la forma en que disfrutaba de mi rendición que lo hacía aún más irresistible. Era un juego para él, pero también una guerra. Cada movimiento suyo era calculado, diseñado para llevarme al límite, para hacerme perderme completamente en él.

Me llevó hasta la cama con pasos firmes, como si no hubiera ninguna duda de lo que estaba a punto de suceder. Cuando me dejó caer sobre las sábanas, se inclinó sobre mí, sus manos atrapando las mías por encima de mi cabeza. Sus ojos se encontraron con los míos, y en ese instante supe que estaba completamente a su merced.

—Dime que me quieres aquí, Isabela —dijo, su voz un desafío, una orden disfrazada de pregunta.

—Siempre —susurré, sin pensarlo dos veces.

Eso pareció ser todo lo que necesitaba escuchar. Su boca volvió a encontrar la mía, esta vez más suave pero igual de intensa. Cada beso, cada caricia, cada roce estaba cargado de una pasión que hacía que el mundo se desvaneciera. No importaban las amenazas, las consecuencias, el peligro que nos rodeaba. En ese momento, solo existíamos él y yo, perdidos el uno en el otro.

Sus manos exploraron mi cuerpo con una maestría que hacía que todo lo demás pareciera irrelevante. Me hacía sentir como si fuera la única cosa en el mundo que importaba, como si cada movimiento suyo estuviera diseñado para recordarme que él era tanto mi debilidad como mi refugio.

—No tienes idea de lo que haces conmigo —murmuró contra mi piel, su voz cargada de deseo y algo más profundo que no podía identificar.

—Entonces estamos a mano —respondí, arqueándome contra él, perdiéndome completamente en el momento.

Una seca y lujuriosa risilla se escapó de sus comisuras. Poco fue el tiempo que tardó en deshacerse de la tela que cubría mi cuerpo, dejando mi piel expuesta a la pequeña brisa que se colaba por la ventana de la habitación.

Sus manos se clavaron en mis muslos con la fuerza suficiente como para aferrarse a ellos pero sin hacerme daño. La justa medida de un placer que nos consumía como una llama prendida que quemaba todo a su paso.

Su cabeza tomó rumbo propio y se instaló entre mis piernas, donde comenzó a dar suaves y cálidos besos en mi ingle hasta que su lengua recorrió mi monte de Venus con una maestría que logró arrebarme un gemido y que mis dedos se enredasen en sus rizos, reclamando más de él, más de lo que podía darme.

Un gruñido salió de su garganta al notar como me desfallecía con apenas su simple toque y una de sus manos subió a uno de mis senos, apretándolo con firmeza, dejando la marca de sus dedos sobre mi piel mientras sus labios seguían trabajando en mi intimidad. Por inercia, mis caderas comenzaron a moverse al mismo ritmo que su boca y cuando me quise dar cuenta, mis piernas comenzaron a temblar y un remolino generado en mi vientre amenazaba con culminar.

Fue en ese preciso instante cuando se detuvo. Su mirada se clavó de nuevo en la mía mientras mi ceño se fruncía, confundida por sus acciones y deseosa de más.

—Isabella, si te voy a follar no te vas a correr hasta que yo lo haga —apenas tuve tiempo a procesar sus palabras cuando sus manos se aferraron a mi cintura y me dieron la vuelta, dejándome tumbada de espaldas a él.

Sus finos y delicados dedos recorrieron mi piel, mis nalgas, mi espalda, mi nuca... Finalmente, alzaron mis caderas, haciendo que las suyas impactasen contra mi trasero y su ansioso miembro se enterrase en mi interior sin titubeos.

Mis manos se hicieron puños, agarrándose a las sábanas y ahogando mis gemidos contra la almohada mientras mis oídos escuchaban sus guturales gemidos y el gustoso sonido de sus caderas impactando con cada estocada contra mi trasero.

Las horas se desvanecieron en un torbellino de sensaciones, de suspiros compartidos y gemidos ahogados que llenaron la habitación. Cada vez que creía que no podía haber más, Lando encontraba una forma de demostrarme lo contrario. Su cuerpo y el mío se movían en perfecta sincronía, como si hubiéramos nacido para este instante, para este caos perfecto.

Cuando finalmente colapsamos juntos, envueltos en las sábanas y el calor de nuestros cuerpos, el silencio que siguió no fue incómodo. Era un silencio cargado de significado, de emociones no dichas que no necesitaban palabras. Mi cabeza descansaba en su pecho, y el ritmo constante de su respiración me calmaba, a pesar del tumulto que sentía en mi interior.

—¿Sigues sin arrepentirte? —preguntó de repente, su voz un susurro en la oscuridad.

—No —respondí, mis dedos trazando círculos suaves en su piel. Levanté la cabeza para mirarlo, encontrándome con sus ojos, más suaves ahora pero aún llenos de ese peligro que me había atrapado desde el principio— Si esto es vivir el momento, no quiero otra cosa.

Él no respondió, pero sus labios se curvaron en esa sonrisa que sabía que siempre sería mi perdición. Luego, me abrazó con una ternura que no esperaba de alguien como él, como si, por un momento, ambos pudiéramos olvidar el mundo al que pertenecíamos.

Hellooooo, ¿cómo estáis?. Escuché personitas que pedían uno de Lando y yo, como fiel escritora, aquí estoy; vuestros deseos son mis órdenes 🫡.

Anyway, me encantan las historias de mafia por si no se había notado... Cambiando de tema, también he visto que algunos queréis OS de Ollie, Oscar y George (entre otros, estes son los más repetidos). Me guiaré por vuestros comentarios para elegir el siguiente.

Si os ha gustado ya sabéis que una estrellita, un comentario y un follow siempre ayudan mucho.

Atte: Alma <3

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