Lando Norris (🔥)
MAFIA BOSS
"Me perteneces"
Una noche fría en la ciudad del lujo, las gotas de lluvia golpeaban con fuerza contra el cristal del gran ventanal del dormitorio y mis ojos se mantenían cerrados mientras mi respiración era lenta y cuidada, intentando conciliar el sueño.
Un estruendoso sonido que provenía de la cocina, logró alterar mis sentidos y agitar mis pulsaciones, asustándome.
Con cuidado, me levanté de la cama y tomé el arma que había en mi mesilla, ocultándola detrás de mi espalda.
Sigilosamente, me dirigí al lugar de donde venían esos ruidos, llegando a la cocina. Una vez allí, la silueta de un hombre logró erizarme la piel, un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Alcé mi pistola lo suficiente como para estar apuntando a su cabeza y, por fin, las palabras salieron de mi boca.
–Si no quieres que tus sesos vuelen por los aires, te recomiendo que levantes las manos y te dés la vuelta muy lentamente – amenacé, manteniendo mi visual en la sombra que estaba frente a mí, manteniéndose serena, sirviéndose una copa como si nada estuviese pasando.
–Es muy feo que amenaces a tu propio marido a punta de pistola, muñeca – esa voz, esa maldita voz. Era inconfundible.
–¿Lando? – extrañada por su repentina presencia, bajé el arma y encendí la luz de la cocina, encontrándome con la figura del que yo solía denominar como "marido concertado".
–Hola a ti también, Juliette – musitó el británico, apoyándose en la encimera de la cocina, llevándose una copa de whiskey a sus labios, mirándome fijamente.
–¿Qué haces tu aquí? – pregunté, dejando mi pistola apoyada en la encimera de mármol, apoyándome en la pared, cruzándome de brazos.
–¿No puedo venir a mi propia casa? Vaya, eso es algo nuevo – una sonrisa burlona se instaló entre sus labios, jugando con hielo que estaba dentro del vidrio lleno con alcohol.
–No me refiero a eso – rodé los ojos – ¿no deberías estar en Italia renovando los tratados de paz con la mafia italiana? – en ese mismo instante, me dí cuenta de los rasguños que marcaban sus mejillas, haciendo que pequeñas gotas de sangre rodasen por su rostro.
–Hubo una serie de cambios durante la reunión – se dió la vuelta, dándome la espalda, mirando por la ventana que daba vistas al jardín de la mansion en la que ambos vivíamos desde el principio de nuestro matrimonio.
Por primera vez desde que esa conversación empezó, me acerqué lentamente a él, apoyando mi mano en su hombro, obligándole a girarse para verme de nuevo.
–¿Qué ha pasado? – murmuré bajito, notando como me miraba de reojo, dándome, al menos, algo de atención.
–Nada que debas saber – instantáneamente, giró la cara, ignorándome de nuevo.
–Lando, soy tu mujer – me quejé.
–Que haya un papel que diga que eres de mi propiedad no significa que tenga que tratarte como alguien especial. Nos casamos por conveniencia, no lo olvides Juliette: eres un trofeo, no alguien a quien quiera – la frialdad de sus palabras ni siquiera me sorprendió, era algo habitual en él y en nuestra "relación".
Apreté mi mandíbula con enfado tras escucharlo, hice mis manos en puños y cerré mis ojos, intentando controlar la ira que corrió por mis venas y mi sistema nervioso.
– Vete a la cama – se dió la vuelta y, así como vino, se fue, dejándome sola en la cocina.
Ni siquiera me dió tiempo a replicar cuando su figura desapareció del alcance de mi vista.
Molesta por la situación, decidí liberar mis frustraciones de alguna manera que no le perjudicase a nadie.
Me cambié de ropa, poniéndome unos leggins y un top de deporte, y bajé al sótano de nuestro hogar, donde teníamos un campo de tiro perfectamente organizado y ordenado.
Privilegios de pertenecer a la familia de la mafia más temida de Mónaco, supongo.
Cogí mi arma y comencé el simulador. Apunté al blanco y apreté el gatillo, así repetidas veces, dando siempre en el centro de la diana.
Llevaba así varios minutos. El sonido de las balas descargadas cayendo al suelo era como música para mis oídos y cada vez que mis dedos apretaban el gatillo, sentía la rabia saliendo de mi cuerpo, liberando mi ira.
–No te estás colocando bien – recriminó, de nuevo, esa voz, detrás de mí.
–No te he pedido consejo – sin siquiera mirarlo, seguí disparando, ignorando a Lando, el cual soltó una pequeña risilla.
Escuché sus pasos acercándose a mí y, pronto, sentí sus grandes manos instalándose en mi cintura.
Mis movimientos cesaron, bajé mi arma y giré ligeramente mi cabeza, sintiendo su pecho presionado contra mi espalda.
–Debes colocar el abdomen recto, sino, correrás el riesgo de que alguien venga por detrás y no tengas tiempo de reacción... – sus labios rozaron mi lóbulo mientras sus palabras fueron susurradas contra mi oído.
–Sé cuidarme sola, Lando. Déjame en paz, vuelve a desaparecer dos semanas como ya lo has hecho tantas veces – de un pequeño empujón, me solté de su agarre y me separé de él.
El británico se cruzó de brazos y me miró con ojos cargados de deseo e intensidad.
–No sabía que no podía tocar a mi propia esposa – añadió, una suave y juguetona sonrisa levantando las comisuras de su boca.
–Perdiste ese derecho hace mucho tiempo – dije dirigiéndome al cajón donde guardabamos todas nuestras armas, intentando ignorar su persona.
Mi respuesta apareció no satisfacerle ni entusiasmarle demasiado. Su mano se cerró en un puño y, de un golpe seco, me tomó de la cadera y estampó mi cuerpo contra la pared más cercana, una vez más, dejándome de espaldas a él.
–¿Qué crees que haces? – dije, forcejeando con él, intentando soltarme de su agarre.
–Recordarte que tengo todo el derecho del mundo a hacer contigo lo que me venga en gana, cuando yo quiera y como yo quiera hacerlo – tomó algunos mechones de mi pelo en su mano y ejerció la suficiente fuerza como para hacer que mis dientes se apretasen entre ellos.
–Que seas jefe de una mafia no significa nada, Lando. Nuestro matrimonio fue un acuerdo, tu mismo lo dijiste así que no te atrevas a tocarme – musité, intentando revolverme en mi sitio.
–Me estás cabreando, Juliette... – advirtió el castaño, apretando su agarre en mi cadera y en mi cabello.
–No me importa, Lando... – respondí yo, con cierto tono de burla.
Una pequeña carcajada se escapó de su boca y, de un impulso, me movió, dejándome cara a cara con él, su rostro temerosamente cerca del mío, haciéndome sentir su aliento mezclándose con el mío.
–Definitivamente tengo que recordarte a quien perteneces – apenas emitió un solo sonido más cuando sus labios estamparon contra los míos con fiereza. Su lengua abriéndose paso en mi boca sin siquiera pedir permiso.
Sus manos se deslizaron por mi cuerpo, quedándose en mi trasero, dando un fuerte apretón a mis nalgas mientras sus caderas impactaban contra las mías, haciéndome sentar en el borde de una mesa cercana a nosotros.
Gemí suavemente contra sus labios, incapaz de retenerlo en mi interior. Sus dedos se enredaron en las hebras de mi pelo y tiraron de ellas sin pena ni control algunas.
Ayudándose de sus manos, tiró de mi trasero hasta que mi pelvis chocó contra su erecto miembro.
–Lando, para – murmuré entre besos, colocando mis manos en su pecho, intentando separarme de él antes de que las cosas siguiesen escalando.
Ni siquiera me respondió, su boca tomó la mía con aún más fiereza y dominancia, como si estuviese intentando reclamar su postura y poder en esa relación.
Sus dedos se colaron por debajo del elástico de mis leggins, tirando de ellos hacia abajo lentamente, dejando mi piel desnuda a su alcance.
Sin previo aviso, sus manos se deslizaron por debajo de la tela de mi ropa interior e introdujo sus dedos en la cavidad de mi zona más íntima, logrando que mis paredes vaginales se arropasen alrededor de sus falanges, apretándome contra ellas.
–Admite que te encanta siempre que terminamos así – con una sonrisa ladina, el británico clavó su mirada sobre la mía a la par que sus dedos seguían moviéndose frenéticamente en mi interior.
–Cállate de una vez – murmuré bajito, casi sin aire, apretando mis manos en la madera de la mesa, intentando con todas mis fuerzas reprimir los gemidos que luchaban por salir de mi boca.
–Oh, no, no... Creí haberte dejado hace mucho tiempo quien manda aquí y quien dá órdenes pero supongo que debo recordártelo – sus dedos abandonaron mi humedad, capturándolos en su boca, saboreándome sin perder ni romper el estrecho contacto visual.
La imagen de tener a mi propio marido lamiendo sus dedos, capturando hasta la última gota de mis jugos, fue capaz de arrebatarme un sonoro gemido que, hasta ese instante, se mantenía atorado en mi garganta.
La escena era demasiado excitante y noté como los latidos de mi corazón comenzaban a sentirse en mis zonas más sensibles, logrando que mis piernas flaqueasen y temblasen notablemente.
–Es gracioso que estés temblando ahora, no quiero imaginar como estarás cuando termine contigo – y, dicho eso, su mano envolvió mi garganta y volvió a besarme intensamente, dejándome sin aire en los pulmones, arrebatándomelo.
Mis manos se dirigieron a sus pantalones, desabrochando con necesidad su cinturón, ansiando deshacerme de ellos.
–Que desesperada, Juliette – carcajeó, pero no apartó mis manos, sino que movió su boca hacia mi cuello, dejando cálidos besos sobre la superficie de mi piel, bajando por mi clavícula y el escote del top que llevaba puesto.
–Llevas deseando tenerme así desde que entraste por la puerta de casa así que ni se te ocurra volver a hablarme así, ¿entendido? – lo tomé del mentón, obligándole a mirarme a los ojos, harta de tener que ser yo la dominada en esas situaciones.
Mordió su labio inferior en un intento de contener su emoción y asintió ligeramente, dándose por vencido y aceptando las reglas que acababan de ser establecidas en el juego.
Sonreí satisfecha ante su aceptación y seguí con mi tarea, procurando ser rápida a la hora de deshacerme de la poca tela que nos separaba en esos precisos instantes.
Cuando consiguió deshacerse de los pantalones que incomodaban y apretaban su erección, bajó también sus boxers, dejando su miembro deleitar mis ojos. Mis pupilas se dilataron ansiosas e, involuntariamente, mis caderas hicieron contacto con las suyas, rozando piel con piel.
–Me perteneces, Juliette... Dilo – como un animal cazando a su presa, sus dientes tomaron mi cuello, ejerciendo una leve presión sobre éste.
–Lando... – gemí suavemente a la par que sus manos encontraban la parte superior de mis muslos, rozando, deliberadamente, su punta con mi entrada, torturándome para lograr hacerme rogar.
–Dilo y te prometo que te follaré ahora mismo hasta que te quedes sin voz y tus piernas estén tan débiles que no puedas caminar durante días – susurró contra mi oído para, posteriormente, mirarme, atravesándome con sus intensos ojos azules.
–Soy tuya... – musité y eso fue más que suficiente para hacerlo poner los ojos en blanco y tomar un leve impulso hacia delante, dándole acceso, entrando en mí con brusquedad, sin cuidado alguno.
Ambos gemimos a la vez ante la colisión de nuestras caderas cada vez que, de manera hipnótica, su miembro entraba y salía de mi interior, llenando la habitación de sonidos agudos y el chocar de nuestros cuerpos.
Nuestras respiraciones eran agitadas y, en todo momento, su mirada se quedó clavada en la mía. No cesó de mirarme ni un solo segundo, penetrándome, no solo con su sexo, sino también con sus ojos.
Sus dedos se hundieron en mi cadera, mis uñas clavándose en sus hombros, nuestras frentes reposando la una sobre la otra y el cálido encuentro de nuestros cuerpos robándonos todo el aire de nuestros pulmones.
–No sabes cuanto echaba de menos tu cuerpo, sentirte dentro de mí... – un sonido gutural se escapó de su garganta cuando me escuchó pronunciar esas palabras y el ritmo de sus estocadas aceleró, al igual que la intensidad de éstas.
Con cada movimiento, sentía como se clavaba cada vez más en mi interior. La mesa se meneaba debajo de mi cuerpo, amenazando con ceder en cualquier momento, pero eso no nos iba a detener.
En sincronía con sus caderas, comencé a mover las mías también, logrando que el momento fuese mucho más íntimo y pasional, sintiendo cada átomo de su cuerpo y bebiendo de ellos como si fuese el último día de nuestras vidas.
–Sigue haciendo eso – ordenó el castaño, echando su cabeza ligeramente hacia atrás, cerrando sus ojos.
Su miembro palpitaba cada vez más en mi interior, mis paredes lo acogían y amoldaban con placer, sintiendo como ambos estábamos a punto de llegar al punto cumbre de esa intensa sensación que nos tenía a ambos inmersos en un mundo de lujuria.
Un par de estocadas más y, a la vez, ambos nos liberamos. Sus fluidos resbalando en mi interior, llenándome por completo y haciéndome sentir más satisfecha que nunca.
–Recuérdame que no me vuelva a ir tanto tiempo nunca más... – murmuró Lando, casi sn aire.
–¿Por qué dices eso? – pregunté mirándolo con el ceño fruncido, algo confundida.
–Porque no podría aguantar otras dos semanas sin follarte, me volvería loco.
¡Holaaa, holaa! Sí, después de no sé ya cuantos meses, volvimos con los One Shots (y con estética nueva 🔥).
La victoria de Lando me ha animado a escribir mucho así que, como sabéis, ya he actualizado, Ma Belle y esta historia, solo me queda actualizar Serendipia. Procuraré que sea hoy pero, en el caso de que no sea así, la semana que viene saldrá capítulo de la historia de Landito.
Anyway, si os ha gustado esta historia ya sabéis que una estrellita, un comentario y un follow siempre ayudan mucho.
Atte: Alma<3
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