George Russell (🔥)
STARBOY
(The Weeknd ft Daft Punk)
Londres siempre había sido un lugar que bailaba entre el lujo y el peligro. Entre los callejones oscuros y las avenidas iluminadas por carteles de neón, el mundo giraba a un ritmo que solo algunos podían entender. Yo solía ser parte de la multitud anónima, la que caminaba entre las sombras sin que nadie la notara. Hasta que él llegó.
George Russell no era solo un nombre. Era un símbolo. Una promesa de velocidad, éxito y un peligro al que nadie podía resistirse. Todo lo que tocaba se convertía en oro, y todo lo que quería, lo obtenía. Era un hombre hecho a sí mismo, un dios moderno que se movía entre el glamour y la oscuridad con la misma facilidad con la que manejaba un coche de Fórmula 1 a 300 km/h.
Nunca debí haberme cruzado en su camino. Pero lo hice.
Mi nombre es Evelyn Carter, y esta es la historia de cómo me enamoré del hombre más peligroso de Londres.
Todo comenzó en un club exclusivo de Mayfair. No estaba acostumbrada a lugares así, pero mi mejor amiga me convenció de ir. "Vamos, Eve, necesitas un poco de emoción en tu vida", me dijo, arrastrándome a ese mundo de luces parpadeantes y copas de champán ridículamente caras.
El club tenía un aire sofocante, una mezcla de perfume caro, humo y la promesa de algo prohibido. Caminé hasta la barra, pidiendo un whisky con hielo, intentando no parecer fuera de lugar.
Entonces lo vi.
George Russell estaba en una esquina del club, con una copa en la mano y una sonrisa que podía hacer que cualquier mujer olvidara su propio nombre. Llevaba un traje negro perfectamente ajustado, con la camisa ligeramente desabrochada, dejando entrever la piel bronceada de su clavícula. Pero lo que realmente atrapaba era su mirada. Azul, profunda, llena de un brillo peligroso.
Sabía quién era. Todos lo sabían.
Él dominaba la Fórmula 1, el chico dorado de Mercedes, el prodigio británico que había conquistado el mundo con su talento y su actitud imparable. Pero los rumores decían que había más en él de lo que la prensa mostraba. Una vida nocturna turbulenta. Conexiones con las personas equivocadas. Secretos demasiado oscuros para salir a la luz.
Nuestros ojos se encontraron por un instante. Fue suficiente.
Él levantó su copa en mi dirección, una sonrisa ladeada curvando sus labios.
Y entonces, como si el universo hubiera decidido que esa noche sería diferente, él se acercó.
—No te había visto antes por aquí —su voz era baja, aterciopelada, con un acento británico perfectamente marcado.
—No suelo venir a estos lugares —respondí, sintiendo mi corazón acelerarse.
Él sonrió, inclinándose un poco más hacia mí.
—Entonces debo ser un hombre afortunado por haber coincidido contigo esta noche.
Era el tipo de frase que cualquier otro hombre habría dicho sin que tuviera efecto. Pero en su boca sonaba como una promesa. Como un peligro del que no quería escapar.
Y fue así como todo comenzó.
George no era un hombre que hiciera las cosas a medias. Desde esa noche, se convirtió en una tormenta en mi vida. Un día estábamos en cenas privadas en áticos con vistas a la ciudad, y al siguiente, escapábamos en su Aston Martin negro por las autopistas, con el viento golpeándome el rostro y el sonido del motor rugiendo como un animal salvaje.
Él era todo lo que no debía querer. Arrogante, intenso, adicto a la adrenalina. Pero también tenía una oscuridad que me atraía como un imán.
—¿Nunca te cansas de vivir al límite? —le pregunté una noche, mientras estábamos en su departamento, con la ciudad extendiéndose a nuestros pies.
Él me miró con una media sonrisa, sus ojos recorriendo mi rostro como si pudiera leer todos mis pensamientos.
—La velocidad es lo único que me hace sentir vivo —susurró, acercándose hasta que su aliento chocó contra mi piel—. Y tú.
Su boca atrapó la mía antes de que pudiera responder, y en ese momento entendí lo que significaba estar con un hombre como él.
No era solo pasión. Era fuego. Era un choque de mundos, una combustión que me dejaba sin aliento.
Nos movimos entre las sombras de su habitación, entre susurros y jadeos ahogados. Sus manos eran expertas, urgentes, recorriendo cada centímetro de mi piel como si quisiera memorizarla. Me hizo olvidar todo lo demás. La lógica, el peligro, la advertencia en mi cabeza que decía que enamorarme de él solo traería problemas.
Pero cuando me susurró mi nombre contra la piel, cuando me hizo perderme en su mundo, supe que ya no había escapatoria.
El problema de enamorarte de alguien como George Russell es que, tarde o temprano, descubres que su mundo está lleno de sombras.
Una noche, después de una de sus carreras, me llevó a un club privado en Mónaco. Era diferente al de Londres. Más exclusivo, más clandestino. Había hombres de trajes caros y miradas frías. Mujeres hermosas con secretos en los labios.
Y ahí fue cuando lo vi.
George no era solo un piloto.
Se movía entre esas personas con una confianza que me heló la sangre. Como si perteneciera ahí. Como si fuera uno de ellos.
—Eve, ven aquí —su voz me sacó de mis pensamientos.
Me acerqué, pero esta vez no era la misma. Algo dentro de mí temblaba.
—¿Quién eres realmente, George?
Él suspiró, su mandíbula tensa.
—Soy muchas cosas —murmuró, deslizando sus dedos por mi mejilla—. Pero lo único que importa es lo que soy contigo.
Su mentira aún flotaba en el aire, envolviendo la habitación con un peso invisible. "Soy muchas cosas. Pero lo único que importa es lo que soy contigo".
Debería haberlo rechazado. Alejarme. Huir antes de que fuera demasiado tarde.
Pero cuando sus dedos rozaron mi mejilla y su mirada se clavó en la mía con una intensidad devoradora, todas esas advertencias se disiparon como humo.
—George… —susurré, sintiendo cómo mi propia voz se rompía.
Él no me dejó terminar.
Sus labios atraparon los míos con una necesidad feroz, como si quisiera robarme el aliento, como si besándome pudiera borrar la verdad que acababa de descubrir. Su lengua se deslizó con hambre, marcando territorio, exigiendo rendición.
Y me rendí.
Mi espalda chocó contra la pared con un golpe seco, su cuerpo presionando el mío con desesperación. Sentí su erección a través de la tela de su traje, dura, palpitante, tan real como el caos que se desataba en mi interior.
Sus manos viajaron con urgencia, desabrochando los botones de mi blusa mientras su boca descendía por mi cuello, mordiendo, lamiendo, dejando rastros de fuego en mi piel.
—Eres mía, Evelyn —gruñó contra mi clavícula, su voz áspera y llena de deseo.
Sus palabras me hicieron estremecer. Porque en ese momento, sabía que era verdad.
No existía nada más que él.
Mis dedos encontraron la hebilla de su cinturón y la desabroché con torpeza, mi respiración entrecortada por la necesidad de sentir su piel contra la mía. Él me ayudó, empujando su pantalón y ropa interior lo suficiente para liberar su erección. Un jadeo escapó de mis labios cuando la sentí rozando mi muslo, caliente, pulsante, hambrienta.
—Dios… —murmuré, aferrándome a sus hombros.
George sonrió contra mi piel, su mano deslizándose por mi abdomen hasta encontrar el borde de mi falda. Con un movimiento ágil, la subió hasta mi cintura y deslizó sus dedos dentro de mi ropa interior, encontrándome húmeda y lista para él.
—Siempre tan dispuesta para mí… —susurró con un tono de satisfacción oscura.
Su pulgar comenzó a moverse en círculos sobre mi clítoris, lento, torturante, mientras sus labios atrapaban los míos en un beso profundo y desesperado. No me dio tiempo a pensar, a dudar. Me llevó al borde con una facilidad brutal, mi cuerpo temblando bajo su toque experto.
—George, por favor… —jadeé, arqueándome contra él.
No me hizo esperar.
Me levantó con facilidad, sosteniéndome contra la pared mientras me penetraba de una sola estocada, hundiéndose en lo más profundo de mí. Un gemido ahogado escapó de mis labios cuando sentí cada centímetro de él llenándome, estirándome, reclamándome.
—Joder, Evelyn… —gruñó contra mi oído, su voz cargada de placer.
Se movió con intensidad, cada embestida marcando su dominio sobre mi cuerpo. Me aferré a su cuello, perdiéndome en la sensación, en el choque de piel contra piel, en el ritmo frenético que nos consumía.
Cada vez que se hundía en mí, sentía que me rompía un poco más, que me reconstruía de una forma que solo él podía hacer.
—Eres mía —repitió, su voz entrecortada por el placer.
Y lo era.
El orgasmo me golpeó con una fuerza devastadora, haciéndome aferrarme a él mientras mi cuerpo se sacudía en su abrazo. George no tardó en seguirme, su nombre escapando de sus labios en un gemido ahogado mientras se derramaba dentro de mí, su respiración agitada contra mi piel.
Por unos segundos, el mundo dejó de existir.
Solo éramos nosotros.
Respiraciones entrecortadas, piel pegajosa, el latido desenfrenado de dos cuerpos que acababan de consumirse en la oscuridad.
George apoyó su frente contra la mía, sus dedos trazando círculos suaves en mi espalda.
—No puedes dejarme —murmuró, su voz aún cargada de deseo y algo más profundo. Algo peligroso.
Y yo, aún perdida en su fuego, supe que ya era demasiado tarde para escapar.
Porque George Russell no solo había conquistado mi cuerpo.
Había conquistado mi alma.
Lo sabía.
Pero cuando me besó, me aferré a esa dichosa realidad con todas mis fuerzas.
Porque la verdad detrás de toda esa farsa y manipulación me habría destruido.
El amor con George Russell era como una carrera a máxima velocidad. Intenso, vertiginoso, sin frenos.
Pero incluso la mejor máquina puede chocar.
Y nosotros lo hicimos.
Cuando descubrí toda la verdad, cuando entendí que el hombre al que amaba no era solo un piloto, sino alguien mucho más peligroso, supe que debía irme.
Pero, ¿cómo se deja atrás a un hombre como él?
La respuesta es que no se puede.
Porque cuando eres parte del mundo de George Russell, nunca te deja ir.
Nunca.
Y esa noche, mientras la lluvia golpeaba la ventana y su mirada me atravesaba con una mezcla de deseo y desesperación, entendí que mi destino estaba sellado.
Porque él era mi Starboy.
Y yo era suya.
Para siempre.
Bueno, como prometí, aquí tenéis el otro OS de hoy de George. Me gustó como quedó inspirado en la canción de STARBOY (en fin, efecto de THE Weeknd🤭) además, ha sido entretenido escribir sobre un George más bien peligroso, alejándose de lo elegante que suele ser él siempre.
Anyway, probablemente el siguiente sea de Charles o de Ollie pero aún no estoy segura así que si quieres convencerme de otro, es tu oportunidad.
Si os ha gustado esta historia corta ya sabéis que una estrellita, un comentario y un follow siempre ayudan mucho.
Atte: Alma <3
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