Charles Leclerc (🔥)
I WANNA BE YOURS
"Artic Monkeys"
No había sido mi intención acabar ahí. Ni esa noche, ni con él, ni con las manos temblándome en su cuello cuando su aliento caliente me rozaba la boca.
La primera vez que vi a Charles fue en un evento al que ni siquiera quería ir. Yo no pertenecía a ese mundo de luces tenues, copas de vino carísimas y vestidos que parecían más caros que mi salario de todo un año. Pero mi amiga Natalia se había empeñado en que la acompañara a esa gala benéfica en Mónaco, como si de alguna forma tener a su mejor amiga mexicana a su lado la hiciera sentir menos fuera de lugar.
—Anda, Renata, no seas aguafiestas —me había dicho con esa sonrisa suya que siempre terminaba convenciéndome—. Además, nunca se sabe... tal vez algún millonario guapo se fije en ti y te saque de la pobreza.
Había rodado los ojos, pero al final accedí.
Yo no era nadie allí. Solo una chica mexicana que había terminado en Mónaco persiguiendo un trabajo en marketing digital y que apenas conseguía llegar a fin de mes en ese lugar donde la gente parecía nacer con billetes de quinientos euros debajo de la almohada. No encajaba. Ni con mi vestido de Zara, ni con mi acento, ni con mis zapatos que me estaban matando desde que había cruzado la puerta del salón.
Pero entonces lo vi.
Estaba apoyado en la barra, con un vaso de whisky medio vacío en la mano, vestido con un traje negro impecable que parecía hecho a medida para encajar en cada línea de su cuerpo. No es que no lo reconociera; cualquiera que tuviera acceso a internet sabía quién era Charles Leclerc, pero verlo en persona era diferente.
No había cámaras, ni flashes, ni entrevistas. Solo él, con esa sonrisa cansada que parecía dibujada a medias y unos ojos verdes que parecían devorar todo lo que miraban sin siquiera proponérselo.
Y durante un segundo —solo uno—, esos ojos se clavaron en mí.
No debió haber sido nada. Un cruce de miradas en una fiesta cualquiera. Pero lo sentí. Ese pinchazo eléctrico en el estómago, como si alguien hubiera encendido un cigarrillo justo debajo de mi piel.
No me acerqué. Claro que no. Él era él y yo era yo, y en mi cabeza aquello no tenía sentido ni aunque me lo explicara con matemáticas.
Pero entonces, cuando la noche ya estaba muriendo y yo apenas conseguía mantenerme de pie por el dolor en los pies, volví a sentir su mirada clavada en mí.
Esta vez no se apartó.
Me acerqué a la barra sin siquiera pensarlo, como si mis piernas se hubieran movido solas, y pedí una copa de vino que probablemente no me iba a poder pagar.
Fue él quien habló primero.
—No pareces del tipo de chicas que vienen a este tipo de eventos.
Su voz era más grave de lo que había imaginado. Su francés salpicado de inglés sonaba casi perezoso, como si cada palabra le pesara en la lengua.
—¿Y cómo son esas chicas? —pregunté, intentando que no se notara lo mucho que me temblaba la mano alrededor de la copa.
—Perfectas.
Se encogió de hombros con una sonrisa torcida.
—Aburridas.
No debí haberme reído, pero lo hice.
Y él me miró como si le gustara cómo sonaba mi risa.
No pasó nada esa noche. Solo algunas palabras sueltas, un par de sonrisas robadas y esa sensación de que el mundo se había encogido hasta dejarnos a él y a mí atrapados en una burbuja diminuta.
No volví a verlo en semanas. Hasta que una mañana cualquiera me llegó un mensaje de un número desconocido.
Charles: ¿Siempre eliges vinos que no puedes pagar o solo cuando crees que nadie está mirando?
Casi tiro el teléfono al suelo.
No sé cómo consiguió mi número, pero tampoco me atreví a preguntar. Solo le respondí con los dedos temblando sobre la pantalla.
Renata: Solo cuando creo que hay algún millonario aburrido dispuesto a pagarlo por mí.
El mensaje tardó menos de un minuto en llegar.
Charles: ¿Y si te digo que no soy tan millonario como parezco?
Renata: Entonces tendríamos un problema, porque yo tampoco soy tan interesante como parezco.
Charles: Estoy dispuesto a correr el riesgo.
Me invitó a salir dos días después.
Nada ostentoso. Ni cenas de lujo ni viajes en yate. Solo un café en una cafetería escondida que olía a croissants recién horneados y donde nadie parecía reconocerlo.
No sé qué esperaba de él, pero no era eso.
No era que me escuchara con atención cuando le contaba cómo había dejado México buscando una vida mejor y había terminado atrapada en una rutina gris en la ciudad más brillante del mundo.
No era que se riera con ganas cuando le confesé que no sabía absolutamente nada de Fórmula 1.
No era que se mordiera el labio cuando yo hablaba, como si estuviera intentando no pensar demasiado en algo que no debía decir en voz alta.
—Eres rara —me dijo una vez, con una sonrisa ladeada—. Me gusta eso.
Yo solo rodé los ojos, pero por dentro sentí cómo algo crujía y se acomodaba en mi pecho, como si mi corazón hubiera encontrado por fin el lugar donde quería quedarse.
Lo nuestro no fue rápido. Ni sencillo.
Había algo en Charles que parecía estar siempre al borde de romperse. Una tristeza callada que se le colaba entre las costillas y se quedaba atrapada allí, invisible para todos menos para mí.
Pero cuando me besaba...
Cuando me besaba, toda esa tristeza desaparecía.
Me besó por primera vez en mi apartamento diminuto, con la cocina a medio pintar y las ventanas que no cerraban bien.
Me tenía atrapada entre la pared y su cuerpo, con las manos grandes y cálidas apretando mi cintura como si temiera que me fuera a desvanecer entre sus dedos.
La luz tenue de la lámpara se filtraba por las cortinas medio cerradas, bañando la habitación con un resplandor dorado que hacía que todo pareciera más suave, más íntimo. Charles estaba tan cerca que podía sentir su aliento rozando mi boca, cálido y ligeramente entrecortado.
—Dime que pare —susurró, con la voz ronca y los labios apenas rozando los míos—. Si no quieres esto... dímelo ahora.
Pero no lo dije.
Porque lo quería.
Lo quería desde la primera vez que me miró con esos ojos verdes que parecían capaces de arrancarme todos los secretos. Lo quería desde que supe que detrás de la sonrisa encantadora había algo roto, algo que solo yo podía ver.
Mi corazón martilleaba contra las costillas mientras él me miraba, esperando mi respuesta como si de verdad estuviera dispuesto a detenerse si se lo pedía. Pero yo solo alcé la mano y la deslicé por su mandíbula, sintiendo la aspereza de la barba incipiente bajo mis dedos.
—No quiero que pares...
No hizo falta más.
Charles se lanzó sobre mi boca con una hambre contenida que me dejó sin aliento. Sus labios eran suaves pero exigentes, moviéndose contra los míos como si intentara devorarme entera. Sus manos se aferraron a mi cintura, atrayéndome hacia él hasta que no quedó ni un solo espacio entre nuestros cuerpos.
El calor se encendió entre nosotros en cuestión de segundos, chispeando como fuego en la piel. Me besaba con una desesperación que me hacía sentir importante, como si me deseara más de lo que podía soportar.
Mis dedos se hundieron en su cabello mientras su boca se deslizaba por mi cuello, dejando besos húmedos que me hacían arquear la espalda contra su pecho. Sus manos se movían con una lentitud exasperante, como si quisiera memorizar cada curva de mi cuerpo antes de reclamarlo por completo.
—Eres preciosa... —murmuró contra mi piel, con la voz tan baja que apenas parecía un pensamiento dicho en voz alta—. No tienes idea de lo que me haces sentir...
Cada palabra era como un incendio que se extendía por mi piel, quemando todo a su paso.
No había prisa.
Charles me desnudaba como si fuera algo sagrado, dejando que cada prenda cayera al suelo con una delicadeza que me hacía sentir venerada. Cuando mis dedos encontraron los botones de su camisa, él solo se quedó quieto, con la respiración agitada y los ojos fijos en mí, dejando que fuera yo quien deslizara la tela por sus hombros.
Su piel estaba caliente bajo mis manos, cada músculo tenso bajo la caricia de mis dedos.
—Dime que esto está bien... —susurró, con la frente apoyada contra la mía—. Dime que me quieres tanto como yo te quiero a ti...
—Te quiero... —Mi voz salió apenas audible, pero lo sentía con cada latido acelerado de mi corazón—. Te quiero, Charles...
Y entonces no hubo más palabras.
Solo piel, suspiros y el sonido de nuestras respiraciones mezclándose en la penumbra.
Me hizo suya con una lentitud que me arrancaba el aire, como si tuviera miedo de romperme. Cada beso era un juramento silencioso, cada caricia un recordatorio de que me quería aunque nunca lo dijera en voz alta.
Me llenó con su cuerpo como si estuviera reclamando algo que había sido suyo desde el principio.
—Renata... —susurró contra mi oído, con la voz entrecortada—. Eres todo lo que quiero...
El placer se enredaba entre nosotros, creciendo con cada movimiento, con cada jadeo contenido entre sus labios.
Me aferré a su espalda con las uñas clavadas en su piel, marcándolo como él me estaba marcando a mí.
Cuando llegamos al borde, lo hicimos juntos, con su nombre rompiéndose entre mis labios y sus brazos apretándome como si no quisiera soltarme nunca.
La habitación quedó en silencio después, con el eco de nuestros cuerpos aún vibrando en el aire.
Él se quedó conmigo, con su pecho subiendo y bajando bajo mi mejilla, sus dedos acariciando mi espalda desnuda en círculos lentos.
—Quiero ser tuya... —susurré, cuando pensé que ya se había quedado dormido.
No esperaba que respondiera.
Pero lo hizo.
—Ya lo eres...
A veces con la ropa arrancada a medias, enredados entre las sábanas revueltas de mi cama.
A veces lento, con las manos explorando cada rincón de mi cuerpo como si tuviera todo el tiempo del mundo para aprenderme de memoria.
Siempre con esa intensidad suya, como si necesitara demostrarme con cada beso que estaba ahí, que me quería, aunque nunca lo dijera en voz alta.
Nunca me expresó sus sentimientos con palabras. Pero lo sentí en cada roce, en cada caricia, en cada suspiro ahogado contra mi piel.
Aunque aquello doliera. Aunque solo fuera por un rato.
Aunque él se fuera y yo me quedara con los pedazos rotos de lo que nunca podría tener del todo.
Podría contarte que lo nuestro terminó con un adiós dramático.
Pero la verdad es que nunca terminó.
Él seguía volviendo.
Y yo seguía dejando la puerta abierta.
Porque aunque nunca me lo dijera...
Yo sabía que también quería ser mío.
Hellooooo, ¿cómo estáis? Nuevo OS. Esta vez le toca a nuestro amado Charles y este temazo de Artic Monkeys.
Quiero saber si os está gustando esta dinámica de OS con canciones porque creo que sí pero no estoy segura y eso me está agobiando un poco. 😭
Anyway, probablemente la siguiente historia corta sea de Ollie con la canción London Boy pero ya sabéis que estoy abierta a sugerencias.
Si os ha gustado este OS ya sabéis que una estrellita, un comentario y un follow siempre ayudan mucho.
Atte: Alma <3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro