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Arthur Leclerc (🔥)

BÚSCAME EN MÓNACO:
"TÚ MÍA, YO TUYO"

El sol brillaba con una intensidad cegadora sobre el puerto de Mónaco, los reflejos en los yates de lujo creando destellos plateados que casi dolían en los ojos. En la distancia, el rugido de los motores de los coches de Fórmula 1 podía oírse, una constante que era parte del paisaje. Mientras tanto, yo estaba aquí, en el balcón de mi apartamento, con una taza de café en mis manos, observando la vida pasar. La gente a mi alrededor parecía estar disfrutando, pero yo me sentía como una espectadora más en una obra que no entendía, una obra en la que nunca tenía un papel protagónico.

Mi vida en Mónaco era todo lo que la gente podría soñar. La gente pensaba que estaba llena de glamour, de cenas lujosas, fiestas interminables, y la libertad de hacer lo que quisiera. Pero nadie sabía que debajo de todo eso, yo solo sentía un vacío. Un vacío que solo él parecía llenar.

Me miré las manos, las mismas que ahora apretaban la taza con fuerza, como si eso pudiera evitarme pensar en él. Arthur Leclerc. Él era el caos en mi vida, el que podía romper mi estabilidad con solo una mirada, con solo una palabra. Y, sin embargo, era también el único que me hacía sentir viva.

Mi teléfono vibró sobre la mesa, la pantalla mostrando su nombre con esa maldita palabra: Arthur.

Arthur: Esta noche. Mi apartamento. No llegues tarde.

Mi corazón dio un salto, como siempre lo hacía cada vez que veía su mensaje. No me importaba que me hablara con esa autoridad, que me tratara como si fuera suya, porque de alguna manera lo era. ¿Qué podía hacer? ¿Ignorarlo? Imposible. Las ganas de verlo siempre ganaban.

Tomé un largo sorbo de café, pensando si debía contestar o no. ¿Acaso importaba? Ya sabía lo que respondería: siempre terminaba yendo, siempre terminaba cediendo a él, aunque lo odiara en ese preciso momento.

Camille: No me des órdenes, Arthur. Tal vez vaya, tal vez no.

Era un desafío, claro, pero también una mentira. Yo sabía que iría. Siempre iba. Porque, de algún modo, él me poseía más de lo que yo quería admitir.

Me levanté del balcón y me preparé para lo que sabía que sería otra noche más en su apartamento. Me vestí con algo sencillo pero que sabía que le gustaría. El mundo entero podía pensar que Arthur Leclerc era solo un piloto más, pero yo conocía su alma, y en ella no había espacio para la debilidad.

El reloj marcó la medianoche cuando finalmente llegué. No tenía que estar allí a esa hora, pero lo estaba. Y sabía que Arthur lo notaría. Me quedé en el vestíbulo del edificio, tomando una respiración profunda antes de enfrentar lo que me esperaba. Su apartamento era solo una extensión de él: elegante, moderno, pero con algo de frialdad.

La puerta se abrió antes de que pudiera tocar. Arthur estaba allí, como siempre, con esa sonrisa de suficiencia que me volvía loca. Sus ojos azules brillaban, pero había algo más en su mirada, algo posesivo, como si tuviera una especie de control sobre mí que me aterraba y me atraía a la vez.

—Llegas tarde —dijo, sin perder su tono de reproche.

—¿Y? —respondí, sin mostrarme sorprendida. No me iba a dejar intimidar, aunque sabía que dentro de mí, todo estaba a punto de explotar.

Él no dijo nada más, solo me miró de esa forma tan suya: calculadora, fría, como si me estuviera estudiando, esperando que dijera algo, que hiciera algo. Pero lo único que hice fue acercarme y besarle. No con pasión, sino con la intención de marcar territorio, de recordarle quién tenía el control en ese momento.

Lo separé, y lo miré a los ojos. Él no dijo nada, pero su expresión se endureció.

—Siempre tienes que jugar a esto, ¿verdad, Camille? —preguntó, sus palabras llenas de esa tensión que siempre existía entre nosotros.

—Tú también juegas, Arthur. No me hagas quedar como la mala aquí —Mis palabras sonaban más desafiante de lo que realmente me sentía, y eso me aterraba un poco.

Pero Arthur no dejaba que me apartara. Su mano sujetó mi brazo con firmeza, acercándome a él. Podía sentir su respiración, el calor de su cuerpo, y mi mente comenzó a nublarse con la misma sensación de adicción que siempre me provocaba su cercanía.

—Eres mía, Camille. Siempre lo has sido —dijo, y aunque su voz era baja, la seguridad en ella me hizo dudar de todo lo que había querido creer sobre nosotros.

Lo miré, furiosa, pero también un poco asustada. ¿Cuántas veces más iba a ceder a esa necesidad que él despertaba en mí? La respuesta era siempre la misma: demasiadas.

—No soy de nadie, Arthur. Y tú tampoco eres mío. Esto... lo que sea que tengamos, no significa nada.

Su sonrisa, esa sonrisa que nunca lograba comprender, apareció en su rostro. Me miró de arriba a abajo, evaluándome con esa mirada suya que me hacía sentir expuesta, vulnerable, como si no pudiera esconder nada.

—Si no significa nada, ¿por qué sigues viniendo? —preguntó, la voz suave, pero con una firmeza que no podía negar.

No pude responder. La respuesta estaba en mis acciones, no en mis palabras. Y lo sabía. No importaba cuántas veces intentara racionalizarlo, la verdad era que no podía dejarlo ir, no podía dejar de estar cerca de él. Y él lo sabía.

Después de esa noche, todo cambió. Bueno, no todo, pero algo se rompió. No pude evitarlo, comencé a jugar a su mismo juego. A ignorarlo. A no responder a sus mensajes al instante. A aparecer en eventos, en fiestas, con otros hombres, solo para ver cómo reaccionaba. Porque sabía que lo haría. Sabía que él no soportaba verme con otros, aunque nunca dijera nada directamente. Él me observaba desde lejos, con esa mirada de celos reprimidos que me enloquecía.

Una noche, mientras disfrutaba de una fiesta en la terraza de un hotel de lujo, vi cómo sus ojos azules me seguían desde el otro lado de la sala. Él estaba allí, observando cada movimiento que hacía, como si estuviera esperando que lo mirara. Lo sabía: me necesitaba. Y me odiaba por hacérselo tan difícil.

Pero yo también lo necesitaba, y eso era lo que me aterraba.

Pasaron semanas de este juego constante entre nosotros, una danza que sabía que no podía durar. Yo seguía con mi venganza, pero mi corazón no podía dejar de dar saltos cuando veía que Arthur aparecía en mi vida, a veces tan cerca que sentía su aliento en mi cuello. Pero me aseguraba de mantener mi distancia, de dar el siguiente paso antes que él.

Finalmente, una noche, después de haberme ido del apartamento de un hombre que no importaba, vi a Arthur esperándome en el vestíbulo. No dijo nada al principio. Solo me miraba, y esa mirada lo decía todo: había llegado el momento.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —su voz era baja, pero cargada de rabia.

—¿Perdón? —respondí, tratando de mantener la calma, aunque mi corazón estaba a punto de estallar.

—No juegues conmigo, Camille. Sabes que no lo tolero.

Su mano me tomó del brazo con tanta fuerza que me dolió. Intenté soltármela, pero él no me lo permitió. Nos dirigimos al exterior del edificio, y cuando estuvimos lejos de las miradas curiosas, me empujó contra una pared, mirándome fijamente, como si pudiera leerme.

—No me hagas esto, Camille. No te haré esperar más.

La rabia, la frustración y el deseo se entrelazaron en mi pecho. Lo miré a los ojos, tratando de mantener el control.

—Esto nos está destruyendo, Arthur —dije finalmente, mi voz temblando. La verdad salía de mis labios sin que pudiera evitarlo.

Él no dijo nada. En lugar de eso, me acercó a él con una violencia tan suave que me asustó. Sentí su respiración en mi cuello, y el latido de mi corazón, desbocado, me hizo pensar que, tal vez, nunca habría forma de escapar de esta obsesión que compartíamos.

—Entonces déjate destruir conmigo. Porque no te dejaré ir, Camille. Nunca.

Arthur no me dio tiempo a responder. Apenas terminó de hablar, sus labios cayeron sobre los míos con una intensidad que me dejó sin aire. No era un beso dulce ni gentil. Era una declaración, una exigencia, una forma de hacerme entender que no había escapatoria. Sus manos, firmes, se aferraron a mi cintura, acercándome más a él, como si quisiera fundirnos en uno.

Intenté resistir, lo juro. Mis manos se apoyaron en su pecho con la intención de apartarlo, pero el calor que emanaba, el latido acelerado de su corazón bajo mis dedos, fue mi perdición. Cedí. Como siempre lo hacía con él.

Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente pudiera detenerlo. Mis manos se deslizaron hacia su cuello, enredándose en su cabello desordenado, mientras correspondía el beso con la misma desesperación. Cada movimiento suyo, cada caricia, cada mordida ligera en mis labios, me hacía olvidar cualquier pensamiento lógico.

—Arthur... —murmuré cuando se separó apenas un instante para tomar aire.

—Cállate —respondió, su voz ronca, cargada de deseo. Sus ojos azules brillaban con un fuego que nunca antes había visto, y en ese momento, supe que estaba completamente perdida.

Sus labios viajaron por mi mandíbula, bajando hacia mi cuello. La pared fría detrás de mí contrastaba con el calor que irradiaba su cuerpo, con el fuego que despertaban sus manos al explorar mi cintura, mi espalda, mis caderas. Su boca encontró ese punto exacto en mi cuello que siempre lograba hacerme estremecer, y una sonrisa de triunfo se dibujó en su rostro cuando escuchó mi suave gemido.

—Sabes que eres mía, Camille. Siempre lo has sabido —susurró contra mi piel, sus palabras envueltas en una mezcla de rabia y deseo.

—Y tú eres mío —repliqué, mi voz firme pero cargada de emoción.

Arthur se detuvo un momento, sus ojos buscando los míos como si necesitara confirmar lo que acababa de decir. Luego, con una mano que no perdió tiempo, me levantó en un movimiento rápido, obligándome a rodearlo con las piernas. El frío del aire nocturno chocó contra mi piel expuesta mientras él me sostenía como si no fuera a dejarme ir nunca.

—Dilo otra vez —pidió, su voz baja, pero con una intensidad que hizo que mis manos se aferraran más fuerte a sus hombros.

—Eres mío, Arthur —susurré, mi aliento chocando contra sus labios.

Su sonrisa fue oscura, cargada de una satisfacción que casi me hizo temblar. Antes de que pudiera decir algo más, me llevó de vuelta al interior del edificio. No sé cómo lo hizo, pero de alguna manera encontró la manera de guiarme hasta su coche, su control sobre mí absoluto.

—¿A dónde vamos? —pregunté entre jadeos, mi mente aún aturdida por lo que acababa de pasar.

—A un lugar donde no nos puedan interrumpir —respondió, sin apartar la vista de la carretera. Su mandíbula estaba tensa, y su mano derecha apretaba con fuerza el volante. La otra descansaba en mi muslo, sus dedos trazando círculos lentos que enviaban descargas eléctricas por todo mi cuerpo.

No supe cuánto tiempo pasó hasta quellegamos. Era un pequeño mirador sobre el puerto, alejado del ruido y las luces de la ciudad. Apenas se detuvo, Arthur salió del coche, rodeó rápidamente para abrir mi puerta y me tomó de la mano. Sin decir una palabra, me guió hasta el borde, donde las luces del puerto brillaban a lo lejos como un mar de estrellas artificiales.

—Arthur, ¿qué estamos haciendo aquí? —pregunté, aunque mi voz traicionaba la calma que intentaba aparentar.

—Te lo dije, Camille. Nunca voy a dejarte ir. Y si quieres vengarte, si quieres jugar conmigo, hazlo. Pero al final del día, siempre terminarás aquí. Conmigo.

Antes de que pudiera responder, volvió a besarme. Esta vez fue más lento, más profundo. No había prisa, solo una necesidad cruda, una necesidad que ambos compartíamos y que ninguno podía negar. Sus manos exploraron mi cuerpo con una familiaridad que me hizo temblar, como si estuviera memorizando cada centímetro de mi piel para no olvidar jamás.

Mis dedos encontraron el borde de su camisa, y con un movimiento decidido, la levanté, dejando al descubierto su torso. Su respiración se aceleró cuando mis manos recorrieron su piel, sintiendo cada músculo tensarse bajo mis dedos.

Arthur tomó mi rostro entre sus manos, obligándome a mirarlo directamente.

—No importa cuántas veces intentes alejarte, Camille. Siempre volverás a mí. Porque sabes que nadie más puede hacerte sentir así.

No respondí. No porque no tuviera nada que decir, sino porque sabía que tenía razón. En ese momento, no importaban las peleas, los juegos, la toxicidad. Lo único que importaba era cómo me hacía sentir.

Arthur no esperó más. Sus labios descendieron con urgencia sobre los míos, devorándome con una pasión que me hizo olvidar cualquier pensamiento. Su mano se deslizó por mi espalda, bajando lentamente hasta agarrar con fuerza mis caderas, acercándome aún más a él, como si quisiera eliminar cualquier distancia que aún pudiera existir entre nuestros cuerpos.

—Siempre vuelves a mí porque sabes que nadie más puede hacerte sentir así —murmuró contra mi cuello, su aliento caliente enviando un escalofrío por toda mi piel.

Sus labios trazaron un camino de fuego desde mi mandíbula hasta mi clavícula, deteniéndose justo en el punto donde podía sentir mi pulso latir con fuerza. Cada beso, cada mordida ligera, era un recordatorio de que él me conocía demasiado bien, sabía exactamente cómo tocarme para desarmarme por completo.

—Arthur… —jadeé, intentando mantener algo de control, pero mis palabras se desvanecieron cuando sus manos encontraron el borde de mi vestido y, con un movimiento decidido, lo levantó lentamente, dejando expuesta mi piel al aire nocturno.

Sus dedos, cálidos y seguros, se deslizaron por mis muslos, dibujando patrones invisibles que dejaban una estela de deseo ardiente en su camino. Su boca seguía su propio recorrido, descendiendo más abajo, haciendo que mi respiración se volviera errática y mis manos se aferraran a su cabello, buscando anclaje en medio de la tormenta de sensaciones que me invadía.

—Eres mía, Camille —dijo con voz ronca, mientras sus ojos se encontraban con los míos, llenos de una intensidad que me hizo temblar. Sus manos se detuvieron justo antes de llegar al borde de mi ropa interior, creando una tensión que casi me hizo rogarle que continuara.

No le di esa satisfacción. En lugar de eso, deslicé mis manos por debajo de su camisa, empujándola hacia arriba, necesitando sentir su piel contra la mía. Él entendió el mensaje y en cuestión de segundos, su torso desnudo quedó expuesto ante mí. Mis dedos exploraron cada línea de sus músculos, cada cicatriz y cada marca que hacía de Arthur Leclerc el hombre que era.

—Si soy tuya, entonces demuéstralo —lo desafié, mis ojos ardiendo con la misma pasión que sentía por dentro.

Arthur sonrió, una sonrisa cargada de deseo y determinación. Sus labios volvieron a capturar los míos, esta vez con más suavidad, pero sin perder la urgencia. Su mano se deslizó detrás de mi cuello, inclinándome hacia él, mientras la otra se ocupaba de deshacerse de la última barrera que quedaba entre nosotros.

—No necesitas decírmelo dos veces —susurró antes de que el mundo desapareciera a nuestro alrededor, quedando solo el sonido de nuestras respiraciones entrecortadas y el calor que crecía entre nosotros.

Mientras me besaba, se las apañó para, simultáneamente, deshacerse de mis bragas y, a posteriori, no titubeó ni un solo segundo más. Se liberó de sus pantalones y sus boxers y, con una velocidad realmente abrumadora, se enterró en lo más profundo de mi ser, deslizándose tan placenteramente que, por inercia, mi boca dejó escapar un gemido y mis manos se agarraron a sus firmes hombros.

Un vaivén de caderas comenzó, las mías intentando seguir el ritmo de las suyas. El placer nos consumía y con cada beso, caricia, roce y estocada, sentía mis piernas temblar y mi cuerpo desfallecer.

Mon Dieu, Camille. Je ne m’en lasserai jamais... — musitó como malamente pudo.

Una pequeña sonrisa se escapó entre mis labios y lo besé de nuevo, extrañando el peso de sus comisuras sobre las mías.

Cada movimiento suyo era una mezcla perfecta de posesión y adoración, como si quisiera recordarme que, aunque su amor era complicado y caótico, también era innegable y apasionado. Esa noche, bajo las estrellas de Mónaco, no hubo espacio para dudas ni arrepentimientos, solo para la vorágine de emociones que nos consumía a ambos.

Y en ese instante, supe que, aunque intentara escapar de este juego peligroso, siempre sería prisionera de su toque, de su voz, de su amor salvaje que me hacía sentir más viva que nunca.

Porque, en el fondo, lo deseaba. Y, tal vez, de alguna manera, siempre lo había deseado.

Helloooooooo. ¿Cómo estáis? Espero que muy bien. Bueno, las vacaciones ya han terminado y tengo que volver con mis estudios pero intentaré mantenerme lo más activa posible.

Este OS está inspirada en una canción que propuso unx de vosotrxs pero no recuerdo quien así que, sea quien sea, ¡aquí está lo que pedías!

Anyway, tenéis que dejarme por aquí los pilotos de los que queréis historia corta próximamente. He visto algunos que pediaís uno de George y lo haré, pero sabéis que podéis seguir proponiendo nombres y yo los voy anotando y haciendo conforme pueda.

Si os ha gustado este OS ya sabéis que una estrellita, un comentario y un follow siempre ayudan mucho y, como siempre, os recuerdo que podéis pasaros por mis otras historias, las cuales están públicas en mi perfil.

Atte: Alma <3

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