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49. Mi Granito De Arena

Todavía me temblaba el pulso.
Seguía sentada frente a las decenas de paneles que iluminaban el muro; un aviso de la Federación saltaba en todas ellas con ilusión, repitiéndose constantemente.
Un par de lágrimas resbalaron de mis ojos y se abrieron paso entre la fina capa de sudor frío que cubría mi rostro.
A mis espaldas, todos los mecánicos del equipo corrían sin dirección aparente, volaban de un lado para otro gritando. Algunos incluso cantaban ilusionados, aunque muchos, tan paralizados como yo, se limitaban a intentar permanecer enteros, conscientes de la abrumadora situación que nos inundaba.
Me escurrí del taburete en el que había permanecido sentada las casi dos horas que había durado la carrera, el asfalto del suelo pareció contornearse cuando sintió el roce de mis pies; era incapaz de tenerme en pie y conseguir mantener el equilibrio. Me doblé sobre mí misma, agachándome mientras apoyaba las manos en el suelo; apenas conseguía que me salieran las lágrimas que conseguirían desahogarme.
Todo a mi alrededor estaba borroso, todo se movía forzándome a cerrar los ojos para evitar de alguna forma la sensación de mareo inminente.
El corazón me saltaba en el pecho con violencia, amenazante con escaparse por mi garganta en una de sus excesivas contracciones.
-¿Mai? Maicita cariño ¿estás bien?- la voz relativamente pausada de Ryan era casi como una caricia de la brisa del mar en verano, teniendo en cuenta que llevaba prácticamente cinco minutos chillando como un loco, corriendo de aquí para allá, abrazando y besando a todo el que encontraba en su camino.
Sentía que si hablaba, mi cuerpo se encargaría de deshacerse de lo que había comido aquella mañana, de la forma más violenta posible, devolviéndolo por donde había entrado sin ningún tipo de pudor.
-Ryan, creo que me está subiendo la fiebre- fue lo único que conseguí articular.
No tardó en pensárselo, y en pocos segundos estuve empapada de agua helada.
No entendía qué me estaba sucediendo, ¿por qué no era capaz de celebrar? ¿Por qué seguía medio sentada en el suelo como un perrillo?
Alguien daba martillazos en el interior de mi cabeza, probablemente con la intención de volverme loca, mientras yo me presionaba las sienes con la poca fuerza que me quedaba en las manos.
Fue más fácil cuando un cumplido en alemán llegó a mis oídos. Seb estaba allí, y como tantas veces, tendría que ser él quien arrastrara a Ray y le dijera lo necesario para ayudarme.
Cuando se acercaron, pude al fin sentirme algo mejor, un pequeño resquicio de luz me iluminó por completo, y una agradable y cálida sensación me destensó todos los músculos del cuerpo.
-Hey Mai, tranquila- haciendo fuerza con las manos, consiguió que me pusiera en pie -esto nos ha pasado a todos, ¿sí? No te preocupes-.
Mi mente era incapaz de concebir cómo aquello podía pasarle a más gente; me sentía estúpida, ridícula por encima de todo.
-Venga, respira cielín, respira- pedía Ray mientras me abrazaba, mirando a Seb para asegurarse de que no estaba metiendo la pata hasta el fondo -Uy, pues igual sí que es verdad que te ha subido la fiebrecita- susurró, y como un resorte, la mano del piloto Ferrari se posó en mi frente.
-Son solo unas décimas- dijo, respirando algo más calmado -es normal, son los nervios, la situación... -.
Lo miré como pude.
-No pongas esa cara Mai, esto solo pasa la primera vez, se te pasará enseguida- sonrió.
Cuando dejó de parecerme que el mundo giraba a velocidades de Fórmula 1 y estuve algo más tranquila, caminamos hasta la zona del podio, donde los coches reposaban enfriando sus motores.
La ceremonia se retrasaba, todo el mundo esperaba, los nervios se palpaban en el ambiente, y estaba tan cargado que de emoción, que nadie se atrevía a decir nada.
La mayoría de los pilotos estaban en pesaje, ni siquiera era capaz de asimilar quiénes estarían en el rest-room del antepodio.
La puerta que daba al palco con los escalones se abrió, poco a poco y sin dejar ver quién esperaba tras ella.
Cruzaron su umbral un par de directivos, políticos del país trajeados y bien engalanados.
La megafonía se encendió, seguida de un carraspeo nervioso, se notaba que iban mal de tiempo, que habían tenido percances para encontrar las banderas que nadie usaba nunca (o que llevaban años sin usarse), y para descargar himnos más allá del alemán, el austríaco y el italiano de las principales escuderías.
Un aplauso general rompió la tensión del ambiente y el tercer clasificado caminó con seguridad hasta el escalón más bajo del podio.
-KEVIN MAGNUSSEN- rugió la megafonía; y el público, junto con los pertinentes mecánicos, ingenieros y demás personal de Haas, gritó animando al piloto danés, que sonreía al tiempo que se pasaba la mano por el pelo.
Los comentaristas debatían desde sus cabinas de retransmisión, sorprendidos por la situación de carrera que había dejado aquel domingo.
Había llovido, y probablemente, aquel hubiera sido un punto decisivo, ya que solo la mitad del circuito permanecía completamente encharcada, mientras la otra mitad, totalmente seca, destrozaba los Pirelli de lluvia dejándolos como slicks en escasas vueltas.
Cuando la multitud consiguió volver a lo más similar a la quietud que se pudo, la voz que hablaba por los altavoces volvió a carraspear, y la bandera francesa se unió a la danesa que ya decoraba el palco.
-¡PIERRE GASLY!- vociferaba el hombre por la megafonía.
El chico salió rápido, sonriente y con los ojos llenos de lágrimas, tomó aire antes de subir al segundo escalón del podio y segundos más tarde se encaramó a él.
Los gritos de ánimo de los Alpha Tauri se hubieran podido oír desde el kilómetro más lejano del trazado del circuito; saltaban, cantando y animando al piloto que anotaba un podio más en su carrera.
No solo la lluvia había sido crucial, y es que esta no había llegado ni siquiera hasta la mitad de carrera. Todos andábamos alterados, nerviosos y expectantes ante el blistering y el graining que se estaba viendo, porque contra todas las leyes de la física y para sorpresa de los ingenieros de neumáticos, eran ambos fenómenos los que azotaban las gomas de los veinte monoplazas que rodaban en el circuito.
Problemas en las ruedas, implican siempre más paradas, que suelen derivar en decenas de cambios de estrategia, y en una carrera nada sencilla para los que la controlamos desde el box.
En aquella ocasión fue el hombre que hablaba por megafonía quién pidió silencio para anunciar al ganador del gran premio. Los espectadores de la ceremonia no tardaron en alcanzar un punto de silencio.
-El ganador, de el gran premio más anómalo de los últimos tiempos es... - hizo una parada para dar énfasis al anuncio, aunque todos sabíamos quién había cruzado la meta en primer lugar -KIMI RAIKKONEN-.
Escucharlo en la megafonía no era suficiente para asumirlo, no me servía para asimilar que yo, una novata de libro, en mi primer año en la Categoría Reina y con un equipo de baja tabla, hubiera podido poner mi granito de arena para llevar a Kimi y a Alfa Romeo, a la cima del podio aquel fin de semana, el último que yo pasaría con el equipo.
Permanecí sin decir mucho, solo atenta a todos los estímulos que me abrumaban por todas partes; gritos, cantos, lloros, saltos, y una ducha de champán que llegó desde nuestro campeón en el podio.
El circuito había instalado una piscina, de algo más de un metro de profundidad y con una bandera de cuadros de mosaico en el suelo. Todos fuimos directos hacia allí, hacía calor, había dejado de llover y el Sol brillaba con tanta fuerza que picaba.
Frederic se negaba a participar en las celebraciones, y Kimi, siempre igual de cabezota, se empeñó en que fuera yo quién comenzara la fiesta, porque según él, me debía su victoria.
Me coloqué en el borde de la piscina, todos gritaban, sonreían y cantaban el mítico We are the Champions entre risas y abrazos. Cerré los ojos, y juro, que hasta que no estuve hundida en el agua helada de la piscina, no se fue la presión, no desaparecieron los nervios, pero allí, según caía al agua de la piscina, con los brazos extendidos, sonreí como nunca lo había hecho, y al fin fui consciente de lo que estaba pasando.
Kimi Raikkonen, y por supuesto Alfa Romeo, se habían coronado como campeones de un gran premio completamente extraño en Silverstone, y yo, Mai, había tenido ma inmensa suerte de formar parte de aquella completa locura.

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