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42. Reglamento

El techo, además de ser tan blanco como una calle llena de nieve virgen, era lo único que entraba en mi campo de visión; tumbada en el sofá de cuero negro de una de las salas de reuniones del motorhome de Alfa Romeo.
-Se está comportando como un gilipollas- susurró Seb desde el suelo, mientras apoyaba la espalda en la pared y cruzaba las piernas.
-No seáis tan drastiquitos- pidió Ryan -¿No habéis visto la carita que se le ha quedado?-.
-Se la habrás visto tú- dijo el alemán -Yo lo conozco desde hace años y aún no lo he visto inmutarse por nada-.
Oía lo que decían, pero no los escuchaba. Me ardían los ojos, y tenía los labios tan secos que crujían al mordérmelos. Una vez más, ese sentimiento que me había sacudido siempre volvía a visitarme. ¿Enfado? Nunca. Era, como tantas veces, una decepción desmesurada, que me rebosaba por todos y cada uno de los poros de la piel.
Y lo peor era, que lo había visto venir, que me creía preparada para ello, pero por supuesto no lo estaba. Tenía claro que iba a pasar, también que aquella no había sido la última vez, aunque tampoco podía hacer nada; yo no era nadie.
Tal vez había llegado el momento.
-Maicita cariño, estás muy calladita, ¿qué pasa por esa cabecita tuya?
Suspiré, con un nudo en el estómago que a cada segundo se hacía más fuerte.
-Mai, conozco esa mirada- murmuró Seb -No dejes que esto te pueda-.
-Me estoy consumiendo.
-Cielín, eres fuerte.
-Y hasta aquí he llegado.
-Mai, aguanta un poco más.
-La vida es muy corta Seb, como para dedicarla a algo que me exige mucho más de lo que me aporta.
-¿Esto qué quiere decir, corazoncín?
-Que me niego a seguir luchando en un batalla perdida.
El sol me molestó tanto en los ojos que se me entrecerraron sin yo quererlo; llevaba mucho rato dentro del motorhome.
Ray y yo giramos a la izquierda para llegar a nuestro box, Seb fue en sentido contrario, dirección al Cavallino.
Tenía las piernas acalambradas, prácticamente me costaba caminar, por lo que me limitaba a arrastrar los pies por el asfalto del paddock.
-Buenos días equipo- mi voz retumbó en el garaje.
Sonreía, aunque no tenía ganas, porque no pretendía dejar que nadie (ni siquiera la pareja feliz en concreto) me viera mal.
Ryan me miraba levantando una ceja, probablemente cuestionándose de dónde había surgido mi repentina integridad.
Estaba saliendo ya del garaje con mis cosas para dirigirme al muro cuando una voz infantil me llamó.
Era Robin.
Vi como Ray tembló de repente, aferrándose con su vida al bolso de Chanel que llevaba colgado del hombro.
-¡Hola Mai!- el niño llegó a nuestra altura seguido de cerca por su hermana.
-Buenos días campeones- saludé, ofreciéndoles la palma de mi mano para que la chocaran, mientras yo miraba de reojo cómo la vista de sus padres se clavaba sobre mí; él sin saber dónde meterse, ella de una forma tan inquisidora que me obligó a volver la mirada a los niños.
Para cuando lo hice, ellos ya correteaban alrededor de Ryan, quien había reaccionado como si un enjambre de abejas se tratara, y me miraba casi pidiendo que lo salvara.
-¿Os ha dejado papá subir al coche?- les pregunté, haciendo que ellos negaran con la cabeza, parando en seco uno a cada lado de Ray, que me miró preguntando si estaba loca.
Cogí a Robin por la cintura, levantándolo en el aire y metiéndolo en el monoplaza de su padre.
-¿Qué haces cielín?- me preguntó Ray murmurando, mientras mirábamos como el niño fingía conducir y la niña daba vueltas alrededor de una torre de neumáticos.
-¿Cómo?
-Es el cochecito de Kimi.
-El coche de Kimi no corre si yo no quiero, ¿tan seguro estás de que es suyo?- me reí con tono sarcástico, mientras aupaba a Rianna para meterla al Alfa Romeo, justo después de sacar a su hermano.
Tras unos minutos jugando con los niños, quien tuvo que meterse en el coche fue Kimi, y antes de que lo hiciera, yo ya me había ido a mi sitio en el muro.
Ryan me miraba, sin decir nada.
-¿Estás bien nenita?
-Perfectamente.
-¿De verdad?
-No, pero no te preocupes- le sonreí.
-¿Qué me estás queriendo decir cariñín?
Me reí con una mueca que probablemente asustó a Ray, que me miró de lado diciendo que no quería saber nada.
Me giré hacia los boxes; me encantaba ver a todos los coches pasar en fila, aunque fueran empujados por un grupo de mecánicos. Además, siempre era un buen momento para echar un ojo a los rivales, principalmente a las modificaciones aerodinámicas que hubieran podido incluir.
Todos los monoplazas estaban colocados en la parrilla, Hamilton salía desde la pole, y Norris cerraba la fila tras su problema en qualy.
La vuelta de formación comenzó y una gran humareda sumergió la zona delantera en un caos blanquecino.
Todos adelantaron al coche número 44, mientras Hamilton, a duras penas, intentaba arrancar su monoplaza en vano.
Sonreí de lado, pensando en el jefe de Mercedes mientras sus mecánicos salían a toda prisa, para intentar empujar su coche hasta la salida del pitlane, donde podrían arrancarlo de forma manual para que saliera desde allí.
El fin de semana parecía haberse torcido de repente para la escudería plateada.
Quitando el incidente de Hamilton, la salida transcurrió sin más incidentes de gravedad, a parte de un par de trozos de fibra de carbono que salieron despedidos en la primera curva.
Gasly entró a cambiar el alerón en la segunda vuelta, y la radio de Kimi se abrió en la tercera.
-Tengo sobreviraje Mai.
Sonreí de lado, mirando a Ryan.
Y no contesté a la radio.
-Mai, ¿me oyes? Tengo sobreviraje.
-Mucho ánimo- contesté, mordiéndome la lengua.
-Oh Mai vamos... ¿Es por M...?- se calló de golpe -Escucha enan...- volvió a detenerse -Échame un cable Mai- se corrigió.
-Dos veces al OK, ya lo sabes.
Ray me miraba, al parecer se había salido de su canal de radio con Giovinazzi para entrar al mío con Kimi.
-Eres malísima- gesticuló mi amigo medio riendo.
La carrera seguía según lo esperado, los números no mentían, la parada no podía haber sido en mejor momento, y tanto los neumáticos como el trazado estaban respondiendo de forma óptima.
De todas formas, habíamos ganado apenas un par de posiciones, en las cuatro decenas de vueltas que llevábamos en pista.
Kimi podía ser más rápido,
Y no lo estaba siendo.
Estaba pasando lo mismo que en Baku, estaba distraído, y eso era un problema para todos.
-¿Puedes concentrarte, Kimi?
-Lo siento.
Él nunca pedía perdón, ¿qué le estaba pasando? ¿Y por qué estaba tan descentrado? ¿Era por Minttu?
Me dio un vuelco al corazón cuando saltó una alerta de bandera amarilla en todas las pantallas del muro.
Me contuve de preguntar por radio a Kimi si estaba bien, y visto que él no abría comunicación con nosotros, lo di por hecho, mientras esperaba a ver quién había sido el desgraciado que había tenido problemas en el segundo sector.
Contuve una risilla irónica cuando vi quién había sido.
Lewis Hamilton.
El safety car dio un par de vueltas en pista mientras se retiraba el coche del británico. En nuestro garaje, un murmullo de esperanza se alegró de que el paquete volviera a estar unido, de aquel modo, tal vez Kimi podría hacer alguna de las suyas en la relanzada.
El coche de seguridad salió del circuito en la vuelta 53, aún quedaban unos giros para poder ganar posiciones, y más viendo la cabeza se carrera, que en las tres vueltas antes de la parada de Hamilton había cambiado cuatro veces de líder.
Seb, que en aquel momento llevaba las riendas del pelotón, dio el tirón como solía hacerlo cuando aún vestía de azul Red Bull, y como era costumbre en aquella época que parecía tan lejana, ni siquiera el segundo pudo reaccionar con suficiente velocidad como para atraparlo con facilidad.
Nosotros estábamos en la parte posterior, tras haber perdido muchas posiciones. Kimi había frenado prácticamente en seco para no tragarse a Grosjean, a quien en realidad podría haber adelantado sin más, aprovechando la situación.
Frederic no quitaba los ojos del monitor que retransmitía la on-board de Raikkonen, con una ceja alzada y quejándose del poco juego que estaba dando el piloto finlandés aquel fin de semana.
-Ni siquiera muerde los pianos- murmuró, aunque permaneció en silencio al ver que por fin, Kimi se había decidido a adelantar al francés de Haas.
Lucharon un par de curvas, hasta que al final, metiendo el coche en una escapatoria, el número 7 pudo con el 8, irónico, ¿no?
El jefe sonrió, apretando el puño como gesto de victoria.
-Hay que devolverle la posición a Grosjean- dije yo, intentando sonar convincente.
-¿Qué? ¿Por qué?- los pequeños ojos de la bola de billar se abrieron sobre mí, tan interrogantes como amenazadores.
-Ha adelantado por fuera de la pista, va en contra del reglamento.
-Putos ingenieros- se quejó -Siempre con el reglamento en mano- su risa socarrona me removió por dentro -No vamos a soltar esa posición, con lo que ha costado ganarla-.
-La FIA nos va a sancionar señor, está claro que las cuatro ruedas estaban en el asfalto de la escapatoria.
-Me importa una mierda, Martín.
-Pero...
-He dicho que me importa una mierda.
Me callé, intentando contenerme, sabiendo que íbamos a tener problemas con la federación.
Kimi no volvió a adelantar en todo lo que quedaba de carrera, incluso había perdido varias posiciones más.
Estando decimoséptimo, y flanqueado por Russell por delante, con un coche mucho peor, y Kvyat por detrás, quién había perdido prácticamente 40 caballos de potencia por un fallo motor, Kimi parecía tener asegurada la última posición, claro, si teníamos en cuenta la sanción que la bola 8 no quería ver.
Vi ondear la bandera de cuadros sobre el pitlane, y rápidamente me levanté de mi sitio en el muro para ver quién había sido el primero en cruzar la meta.
Valterri Bottas.
Sonreí de lado, en realidad no me desagradaba la idea.
Cuando Kimi hubo cruzado la meta, se nos informó de la sanción, efectivamente, había quedado último, y como no quería tener que ver al jefe o al piloto después de aquel asunto, corrí al podio para poder ver la ceremonia, animaría a Seb, que había quedado segundo.
Verstappen salió sudando para colocarse en el tercer escalón del podio, Seb ocupó el segundo, y un emocionadísimo Bottas saltó sobre el lugar del primer clasificado.
El rubio de Mercedes sonreía, mientras sonaba su himno nacional; el finlandés.
Seb se reía, mirándome, y señalando al ganador, sabiendo lo que eso significaba, aunque volvió a ponerse firme cuando sonó el himno correspondiente a la escudería de plata.
Sentí un brazo posarse sobre mis hombros, y en realidad no me hizo falta girarme para ver quién era, me sirvió con escuchar sus palabras -Nos vemos en Brackley, Mai-.

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