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33. Me Deberían Dar Un Premio

El desenfreno del pitlane los días de carrera dejaría cualquier festival de techno a la altura del barro. Idas y venidas de decenas de mecánicos e ingenieros que trabajaban sin descanso para el momento que llevaban tanto tiempo preparando; las dos horas de carrera decidían, cada fin de semana, no quién había trabajado más, pero sí a quién se le había dado mejor ese trabajo, era un sinvivir, como decían muchos, pero eso era lo que habíamos elegido hacer, y es que todos, aunque por distinto motivo, compartíamos la misma pasión. Sarna con gusto no pica, o eso dice el dicho, porque yo os puedo asegurar que sí que pica, hasta duele, pero también te fuerza ese calorcito por dentro con cada punto, con cada día de trabajo bien hecho, y al fin y al cabo, por muchas lágrimas que cayeran, las sonrisas debían ser más fuertes, si no, el pitlane no era tu sitio.
La llegada tardía de Kimi al garaje había forzado al equipo a cambiar la planificación de la mañana, ya que se había ido directamente a la drivers parade. La reunión conmigo para repasar los últimos aspectos de la carrera la hicimos en la hora que quedaba libre antes de que se apagaran los semáforos, y una entrevista tuvo que posponerse hasta después de la carrera.
La carrera empezó, y Kimi consiguió mantener la posición pese a la presión que estaba haciendo Gasly por detrás.
El finlandés era especialmente preciso en las curvas de Mónaco; no cometía ni el más mínimo error, y en cuanto podía, mordía al máximo la chicane de la salida del túnel, pasando con agresividad a sus rivales.
Estaba haciendo un carrerón porque se había adaptado perfectamente. Y esa era la mejor cualidad de un piloto, una buena capacidad de adaptación. En Mónaco, por ejemplo, era capaz de adelantar cuando muchos no lo eran, principalmente porque no tenía miedo, y sobre el coche, le sobraba seguridad. En cuanto podía, metía el morro, confiando en que al presionar, el otro piloto se apartaría, a excepción de Max Verstappen, todos acababan cediendo tarde o temprano, y el piloto holandés al fin y al cabo no era un problema, porque esa, no era nuestra guerra.
Rianna y Robin estaban sentados en el garaje, observando fijamente el monitor en el que se podía ver la carrera, riendo y aplaudiendo cuando salía su padre. Yo iba a verlos de cuando en cuando, porque con lo que era Frederic, era capaz de dejarles una garrafa de combustible al lado y esperar a ver qué pasaba. En una de estas, cuando volví al muro, una de las líneas de telemetría había caído en picado.
¿Acaso no podía haber una carrera normal?
Me puse los cascos y respiré hondo mientras me sentaba en el taburete.
Mis ojos se movían con velocidad recorriendo todas las pantallas que tenía a mi alcance.
Podría haber sido una desconfiguración de la centralita,
Y hubiera sido más fácil.
Podría haberse roto un alerón,
Y hubiera sido más barato.
Pero fue el motor.
Y eso era una putada.
-Jefe- llamé -¿El depósito de aceite de emergencia del motor está disponible?- pregunté, siendo consciente de las limitaciones del equipo.
Él me miró levantando una ceja, y por un momento pensé que la duda lo ofendía, que evidentemente tenía que haber depósito de aceite.
-¿Qué te piensas? ¿Que somos Ferrari?- su insolente voz me taladraba el tímpano.
-Pues hay que retirar el coche de Raikkonen- le dije con el mismo tono hiriente.
-¿Cómo? Ni hablar.
-¿Prefieres retirar el coche o vender un riñón para pagar la reparación del motor?
-Haz lo que te de la puta gana- me gritó, quitándose los cascos y lanzándolos contra el muro para luego irse.
Respiré hondo, pulsé el botón de radio y confié en que Kimi sería algo más comprensivo que el jefe.
-Kimi, tenemos que parar el coche, te quedas sin aceite, para el coche Kimi, para el coche.
El piloto no contestó, pero al menos paró el coche en cuanto tuvo oportunidad.
Volvió al garaje con el casco puesto, como siempre que no le apetecía hablar, cogió a sus niños y se fue al hospitality.
La bandera amarilla y el safety car que salieron mientras se retiraba nuestro coche forzaron al resto de coches a volver a unirse, todos en fila india.
Aquella carrera no estaba siendo la mejor para los Ferrari, y pese a que Mercedes, como siempre, iba como un tiro, Red Bull estaba dominando en el circuito del Principado de Mónaco.
Esperé a que no hubiera ningún coche en el pitlane para meterme al garaje, ya que con el retiro de Kimi, mi trabajo en el muro había acabado.
Era la primera vez que una carrera se me hacía tan larga, pero al final terminó con doblete de los Red Bull y un Valtteri Bottas que consiguió encajarse en el tercer escalón del podio.
Estuve investigando el fallo motor de Kimi, y al verme, los demás no tardaron en irse, obsesa del trabajo me llamaron...
Aún era pronto cuando encontré el fallo, que gracias al cielo, no saldría muy caro. Suspiré, sentada al lado del coche, en el suelo, en realidad no quería irme de allí, hubiera dado lo que fuera por encontrar otro fallo que me hubiera obligado a permanecer trabajando toda la noche.
Os lo estaréis preguntando, sí, a Kimi le dije que sí, que cenaría con él.
¿Por qué? Ni siquiera lo sabía, no me había visto capaz de decirle que no a aquellos ojos azules.
Y ahora, tonta de mí, me daba miedo. ¿Miedo a Kimi? No, miedo a no saber qué hacer, miedo a lo que pudiera pasar, miedo a las consecuencias. ¿Desde cuando me daba a mí miedo nada?
Estaba apoyada en el monoplaza, dándole pequeños golpes al suelo con una llave allen, mientras trataba de dejar la mente en blanco, una vez más, sin éxito.
Por milésima vez, unos pasos que se colaron en mi garaje y una gravísima voz perturbaron mi silencioso existencialismo.
-Nena, ¿aún sigues aquí?
Levanté una ceja algo sorprendida; tal vez por cómo me había llamado el jefe de Mercedes, o tal vez por la insistencia con la que me estaba revoloteando.
-Aún sigo aquí, señor Wolff- suspiré, enseñándole la llave allen y esbozando una sonrisa cansada.
-¿Sabes? Lo suponía- sonrió, sentándose en el suelo enfrente de mí y tendiéndome un taco de papeles.
-¿Qué es?- pregunté cogiendo los papeles que me ofrecía.
-Toda la telemetría de hoy de nuestro coche 77.
-¿Cómo?- mis ojos se abrieron como platos.
Toto rio -He visto que miras mucho a Bottas-
Levanté una ceja e inmediatamente el hombre se echó a reír -Me refiero a que miras mucho sus números-.
Sonreí, sintiéndome algo estúpida al haber dudado -Me parece un pilotazo, lo infravaloráis mucho-
-Puede ser- se encogió de hombros -Tú sabrás entender esos números mejor que yo-.
-Mire señor Wolff...
-¿Cuándo vas a empezar a llamarme Toto?- me cortó sonriendo.
-Mira Toto yo no...
-Yo te he traido esto como regalo, Mai, no es un contrato- sonrió posando su mano sobre mi rodilla.
-Estás loco- suspiré.
-¿Estás bien?- preguntó, al ver que no decía nada más.
-Confundida- suspiré sonriendo de lado, y buscando con la mirada los ojos del hombre, de un tono tan oscuro que parecían negros.
-No sé qué es eso a lo que le das tantas vueltas, Mai, pero déjalo correr- recomendó.
-Son muchas cosas- respondí.
-Si alguna de esas cosas- se detuvo -es una duda entre Ferrari y Mercedes, soy tu hombre-.
Sonreí -Es efectivamente una opinión muy objetiva-.
-Mercedes está abierto para ti, Mai, aunque apestes a Ferrari.
Reí ante su expresión, sonriendo como agradecimiento.
-Ya sabía yo que estarías aquí, enana- dijo Kimi entrando al box, efectivamente sin fijarse en quién me acompañaba.
-Así que ahí es donde tenías la cabeza, ¿eh, nena?- rió Toto -Ni se me hubiera ocurrido- dijo -Ya os dejo, ya, llámame Mai- se levantó, y con cierta prisa se fue.
Kimi me miró alzando las cejas.
-¿Celoso, Iceman?- me reí.
El chico bajó los ojos al suelo, tal vez algo avergonzado.
-Pensé que con la carrera tal vez no te apetecía quedar- le dije rompiendo un poco el hielo (o intentándolo).
-Es lo que más me apetece, Mai...
-¿Y los niños?- pregunté.
-Con Seb y Ryan.
-Ray odia a los niños- reí.
-Y los niños a él- susurró sonriendo.
-Siento lo del coche, Kimi.
-No vamos a hablar de eso ahora, enana.
Se había acostumbrado a llamarme así, y la verdad era que aunque al principio la referencia a mi metro y medio me ponía muy nerviosa, hasta le estaba cogiendo el gusto.
Kimi me tomó la mano con cuidado, pese a ello, no pude evitar sobresaltarme con el frío tacto de sus dedos.
Llegamos a un restaurante de la ciudad; pequeñito, discreto, los lujos extremos del Principado no eran lo nuestro.
Yo aún iba con la ropa del equipo; Kimi dijo que no hacía falta que me cambiara, lo tomé como una forma de decir que estaba guapa, porque ya sabéis que lo del finlandés no era la comunicación.
Cenamos con tranquilidad, después, caminamos por el centro de la ciudad, con el brazo de Kimi alrededor de mi cintura.
Cuando llegamos al hotel, el chico me acompañó a la habitación, o más bien hasta la puerta.
Drama.
Eso sentí.
¿Qué se suponía que debía hacer?
No estaba bien invitarlo a pasar, claro que no, joder, estaba casado...
Kimi seguía hablando, contándome cosas, aunque probablemente (y gracias a Dios) no se estuviera dando cuenta del torbellino de emociones que me sacudía por dentro, cosa que de alguna forma me tranquilizaba, prefería que no se enterara de todo lo que estaba dudando en aquel momento.
Yo tampoco sabía bien de qué hablaba él; telemetría por aquí, datos por allí, hablaba, pero no estaba escuchando lo que me decía.
Mi mirada se alternaba entre sus ojos y sus labios, en cómo controlaban milimétricamente que ningún tipo de gesto se escapara, aunque yo estaba segura, de que una sonrisa, aunque fuera pequeña, estaba luchando por salir.
Mi respiración era pesada, intentaba concentrarme en mis manos para evitar que estas se posaran en el piloto finlandés, que ahora comentaba el sobreviraje que habían tenido los Ferrari en el gran premio anterior.
Sus ojos brillaban, como dos gotas de agua, cristalinas y completa y absolutamente puras.
Yo sonreía, y lo sabía, porque era incapaz de no hacerlo con él allí delante.
Cerré los ojos, respirando hondo, esperando que aquella especie de embrujo que me tenía en una nube desapareciera.
Evidentemente, no lo hizo.
Ilusa de mí, que creía que aquello formaba parte del cúmulo de misticismos que me estaban pasando.
"Bésalo, bésalo" las mismas palabras se repetían en mi mente cada vez con mayor intensidad.
Apretaba la mandíbula para intentar concentrarme en otra cosa, pero era prácticamente imposible.
Como si se diera cuenta, Kimi clavó sus ojos en los míos, y medio sonriendo, se pasó la mano por el pelo.
-¿Todo bien Mai?
-Sí, sí- sonreí, notando como el rojo teñía mis mejillas.
-¿Qué piensas entonces que van a hacer con Seb?
No supe qué decir.
-¡Ves! No me estabas escuchando, ¿acaso tengo monos en la cara?- se rió.
Recordé cuando me hizo la misma pregunta, en el coche, una vez yendo al circuito.
Parecía que hubieran pasado siglos desde entonces.
-¿Sabes? Deberían darme un premio- le dije, sonriendo.
-¿Por qué?
-Porque he conseguido que el Iceman me hable sin que parezca que me quiera asesinar- me reí.
Él sonrió bajando la vista -Mira Mai...- dijo, mordiéndose el labio, dubitativo -A mí, me... Me...- le costaba hablar; expresar sus sentimientos nunca había sido lo suyo -Me gustas mucho Mai-.

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