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32. Querer O Deber

Encajé la tarjeta de la habitación en la ranura de la puerta y presioné el pomo.
La luz del sol entraba por la ventana bañando toda la habitación. En la cama, bajo las sábanas, Kimi dormía profundamente, hundido en la almohada y con los ojos cerrados con fuerza a causa de la luz. A su lado, un rubísimo Robin también dormía, completamente estirado, dejando a su padre en una esquina.
Sonreí, como hipnotizada por aquella escena.
-Hola Mai- aquella voz infantil me dio un vuelco al corazón.
Miré hacia abajo, para encontrarme a una pequeña niña tan rubia como los chicos, era Rianna, la hija pequeña de Kimi.
-Hola Rianna- sonreí, bajando la voz -¿Ya estás despierta?- pregunté, poniéndome a su altura.
La niña asintió.
-¿Los despertamos, bonita?
Ella rió, tapándose la boca con las manos.
Cerré la puerta a mi espalda.
-Robin primero- pidió ella.
Como sugería Rianna, primero despertamos a su hermano, quien aún con los ojos cerrados y entre bostezos, se levantó de la cama para ayudarnos a despertar a Kimi.
El niño pedía despertar a su padre con un susto, pero diciéndole entre risas que el piloto ya estaba mayor, y que a lo mejor se le paraba el corazón del susto, Robin rechazó la idea riendo.
Los niños me miraron, como si recayera en mí la responsabilidad.
Les sonreí, y con cuidado, posé mi mano sobre el brazo desnudo de Kimi, que sobresalía entre las mantas.
Estaba helado.
-¡Papi!- llamó Rianna sonriendo.
Kimi arrugó la nariz, aún sin abrir los ojos.
-Hey Iceman, que tienes un coche que conducir- le dije sonriendo, todavía pasando mi mano por su brazo.
El chico abrió los ojos con pereza.
-Papi- sonrió la niña al ver a su padre.
La cogí por la cintura para subirla a la cama con Kimi, y ella se abrazó a su padre con todas sus fuerzas.
El piloto sonrió a la niña, devolviéndole el abrazo, y justo después posó su mirada sobre mí, sonriendo.
Sí, sonriendo de verdad.
Respiró hondo y cerró los ojos, al volver a abrirlos ya miraba a Robin haciéndole carantoñas.
No iba a romper aquel momento por las prisas que tenía Frederic, ni mucho menos, así que me di la vuelta para dejarlos solos un rato, mientras yo me tomaba la libertad de elegirles la ropa a los niños, que aún estaban en pijama.
No tardaron mucho en venir a recoger las pequeñísimas prendas que había ido colocando sobre la mesa de la habitación, por cierto, diez veces más grande que la mía.
Robin y Rianna se vistieron, no sin ayuda por mi parte, y se metieron al baño para lavarse la cara.
-Buenos días, Mai.
-Buenos días, dormilón- sonreí, sacando también su polo del armario.
-Gracias por venir.
-Me ha mandado Frederic.
-Anoche no había manera de que los niños se durmieran- suspiró él, pasándose la mano por el pelo, y aún tumbado en la cama.
-No fueron los únicos... - susurré.
-¿Estás bien, Mai?
-Estuve con Toto Wolff.
-¿Cómo?
Solté una carcajada al ver la cara que se le quedó.
-Apareció en el garaje, no sé- me encogí de hombros, aún riéndome.
-¿Tonteo laboral?
-Tonteo laboral- confirmé.
Él sonrió, como si fuera evidente.
-Mai.
-¿Sí?
-Date la vuelta.
-¿Qué?
-Que me voy a vestir, date la vuelta.
Me reí, efectivamente dándome la vuelta, y oyendo cómo el chico caminaba por la habitación recogiendo sus cosas y vistiéndose.
Mis ojos llevaban un par de minutos posados en el espejo que reflejaba toda la habitación.
Prometo que fue sin querer.
-Mai...
Bajé la vista al suelo como una niña reprendida.
-Te he dicho que no miraras- susurró, con el mismo tono gélido de siempre, mientras acercándose por detras posaba sus manos en mi cintura.
-Lo siento.
-No deberías sentirlo- dijo él aún en voz baja, respirando hondo.
Estábamos tan pegados que incluso notaba su aliento en mi nuca.
Me hubiera gustado tener la fuerza de voluntad suficiente como para separarlo de mí, pero no fui capaz, me sentía tan bien...
El chico me abrazó con fuerza, en silencio, dejando un beso sobre mi hombro.
-Papá, Rianna no se sabe peinar- dijo Robin saliendo del baño.
Para cuando el niño nos miró, yo me había sentado en la cama, y Kimi se ataba los cordones de las zapatillas a un par de metros de mí.
-Papá tampoco sabe peinar a Rianna, campeón- suspiró Kimi.
-Yo puedo- sugerí, y en menos de lo que pensaba, la niña ya correteaba por la habitación con su par de coletas.
-Chicos- llamó el piloto -¿Carrera hasta el ascensor?-
No hizo falta más para que los niños salieran despavoridos hacia el ascensor.
-Te adoran- le dije riendo.
-Y yo a ellos- sonrió, metiéndose las manos en los bolsillos del chándal.
-¿Cuando vas a aprender a ponerte bien el polo, Iceman?- me reí, acercándome a él para colocarle bien el cuello del polo del equipo, que una vez más, iba retorcido.
-Sabes perfectamente que voy a seguir dejando que me lo coloques tú- dijo, mirándome a los ojos.
-Kimi...- suspiré, bajando la vista al suelo.
-Vente a cenar conmigo- pidió -Después de la carrera-
Su mano rozó la mía y sus ojos buscaron los míos.
Suspiré.
-Solo a cenar, somos amigos ¿no?- siguió él.
Me moría por decirle que sí, pero no era tan fácil; algo en mi interior estaba en continuo conflicto, una guerra constante entre el querer y el deber...

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