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30. De Mal En Peor

Había pasado prácticamente una semana desde el accidente, el Gran Circo continuaba su ruta en España, en mi casa, y yo no estaba allí para verlo.
Alfa Romeo y Haas habían retirado sus coches del sexto Gran Premio de la temporada como homenaje, nunca nadie sabrá, si por respeto, o por de nuevo mostrar una fachada que distaba desmesuradamente de la realidad.
Me encontraba otro día más, lavándome la cara con agua fría en aquel impersonal hospital de Holanda.
Mis ojeras marcaban un claro contraste con el tono blanco enfermizo de mi piel, acentuado por las pocas horas de sueño que había sumado en los últimos días.
En el pasillo, al salir del baño, tuve la misma duda que me llevaba acechando toda la semana, y de la que no podía librarme ni a sol ni a sombra.
Una semana sin dormir.
Una semana sin salir del hospital.
Una semana desde el accidente, aquel que pude haber evitado y no evité, aquel que me estaba volviendo loca.
Dos puertas, que daban a dos habitaciones distintas, separadas por apenas un metro de distancia.
De nuevo, el mismo nudo en el estómago que llevaba impidiéndome comer desde el domingo anterior.
Miré la puerta que quedaba a mi izquierda y justo después, sin detenerme mucho dirigí la mirada a mi derecha.
Izquierda.
Derecha.
Mirada al frente, y como ya era costumbre, el suspiro de la culpa arrancándome el alma.
En aquel momento, mi vida se basaba en una elección constante, que lejos de resultarme fácil, cada día se me clavaba más adentro.
Yo pensaba que aquella decisión ya la había tomado, pero me había dado cuenta de que no, ni mucho menos, porque allí, hundida en mi propia confusión, mi culpa decidía por mí.
Llamé a la puerta que quedaba a mi derecha, sabiendo perfectamente que nadie dentro iba a contestar.
Me senté en el sillón que quedaba al lado de la cama y saqué el portátil, dispuesta a ahogar en trabajo el monumental huracán de emociones que me estaba recorriendo por dentro.
-Buenos días, señorita que ni es novia, ni amiga, ni familia del enfermo- rió una enfermera entrando a la habitación, en realidad la enfermera de todos los días.
-Buenos días, Emma- la miré, sonriendo con los ojos, porque ya no me salía nada más.
-¿Puedo preguntarte algo?
Había coincidido tanto con ella la última semana, que me veía capaz de responderle cualquier cosa.
-Dispara.
-¿Por qué estás aquí?
-Porque no estoy en la habitación de al lado- dije, evadiendo la pregunta.
Ella rió -Ahí estarás después de comer-.
Suspiré -Te has aprendido mi horario-
-Seguro que tú también te sabes el mío.
Miré mi reloj -Las 10 de la mañana-
-Hora de la medicación del señor Magnussen- me completó ella riendo.
Emma abrió la ventana para ventilar y se dirigió a la puerta.
-Me siento culpable- le dije.
-¿Cómo?- la chica me miró.
-Estoy aquí porque me siento culpable.
-Este chico tuvo un accidente de coche, conducía él, Mai.
-Discutí con él.
Ella se acercó a mí, me apoyó la mano en el hombro como gesto de ánimo, y se fue.
El silencio aplastante volvió.
-Despierta Kevin, por favor...
Mi susurro se perdió entre las pulcras paredes de la habitación.
-Fui una gilipollas contigo, Kev- dije, hablando por no callar, y cerrando la tapa del portátil -No me entiendo a mí misma, y no hay nada peor, ¿sabes?- suspiré, riendo amargamente -Y sé que no es tu culpa, nunca debí hacerte esto- dije, bajando la mirada -Lo siento mucho, Kevin, y ojalá algún día puedas perdonarme- le daba vueltas a mi anillo sobre mi dedo -Sé que en el fondo eres un buen tipo, aunque todo tu equipo huya de ti- reí levemente, todavía mirando al suelo.
-¿Cómo que todo mi equipo huye de mí?- le entonces débil voz del danés hizo su esperada aparición.
-¡Kevin!
-Hola Mai.
-¡Ya te vale! Una semana entera sin saber de ti- sonreí.
-Eso es culpa vuestra, que me habéis tenido colgado con los sedantes- rió él, intentando quitarle hierro al asunto.
-No sé si me has oído antes, Kevin, pero... Lo siento, ¿vale?
-Mai, llevas conmigo toda la semana cuando no ha estado nadie, sé que lo sientes.
Medio sonreí como pude.
-Olvida lo que pasó, ¿vale?- me dijo -Por cierto, ¿cómo que te sientes culpable?-
Mierda.
-No lo sé, Kev- suspiré -Solo... Lo siento así-.
-Sonríe un poco, nena, te queda mejor- dijo él, estirándose para cogerme la mano -Y gracias-.
Sonreí, habiéndome quitado un gran peso de encima.
En el momento en el que Kevin había empezado a acariciar el dorso de mi mano con el pulgar, la puerta se abrió de golpe, dejando pasar a una despampanante rubia, mucho más alta y más guapa que yo.
Pensé que tal vez fuera su hermana, pero la idea me pareció una estupidez cuando la chica con pinta de modelo se tiró a los brazos de Kevin, o más bien, a sus labios.
-¿Qué haces aquí Grace?- le sonrió el chico, ahora con una importante marca de carmín en la comisura de los labios.
-He venido a verte, mi amor.
-¿Después de una semana?- prometo que se me escapó, yo no quería decir nada.
-Kevin cariño, ¿quién es esta simplona?
-Esta simplona es la que ha estado al pie de cañón con tu novio toda la puta semana, inútil- le dije, mirándola con desprecio a los ojos -Enhorabuena Kevin, al final no has perdido, estamos empatados, parece que somos igual de cabrones- sonreí con orgullo, para recoger mis cosas y salir de la habitación.
Me pasé la mano por la cara mientras abría la puerta de al lado.
Hubiera pagado por ver mi cara cuando entré a la habitación; el señor Kimi Raikkonen, perfectamente consciente desde hacía unos días, había recibido hoy, después de también una semana, la visita de su querida mujer y sus hijos.
¿Acaso el mundo estaba en mi contra?
-¡Hola Mai!- saludó el chico, casi como si se le hubiera iluminado la cara al verme.
-Buenos días- sonreí, con algo de vergüenza.
-Esta es Minttu- dijo entre dientes.
-Su mujer- dijo ella acercándose a mí para darme dos besos.
-Yo soy Mai, su ingeniera.
-Muchas gracias por atenderlo esta semana, querida- su sonrisa no era de verdad, lo sabía.
-Mai- llamó Kimi -¿Crees que podrías hacerme un favor?-
-Dime- suspiré.
-¿Puedes llevar a los niños a tomar un helado? Quiero hablar con Minttu.
Fingí una sonrisa e hice lo que pidió, cogí a cada niño con una mano y los saqué de la habitación del hospital.
Me di cuenta de que iba a tener un problema, cuando Rianna empezó a llorar porque se había dejado su peluche en la habitación de su padre.
Volví a la habitación para recoger el peluche de la niña, a ver si así se le pasaba el disgusto a la pobre.
-Así que me has cambiado por esa, ¿no?- me detuve en seco al oir la voz de Minttu dentro de la habitación, al parecer, hablando de mí.
Kimi no contestó.
-Se le tiene que dar mejor que a mí- la mujer arrastraba las palabras, además, oía sus tacones pasearse.
¿Que se me daba mejor el qué?
Kimi seguía sin contestar.
La mujer rió -¿Qué quieres decir? ¿No te la has llevado a la cama ya?- ella trataba de sonar delicada, pero lejos de eso, parecía una hipócrita consagrada.
Oí al finlandés reír, y supe que estaba pensando en lo mismo que yo; realmente habíamos compartido cama, aunque no de la forma que ella creía.
-Me sorprendes, querido, tú no eres así.
-No sabes como soy, Minttu.
-Es cierto, nunca he llegado a conocerte del todo, tampoco creo que nadie lo haya hecho- al ver que el chico no respondía, ella continuó hablando -Apenas te reconozco, ¿sabes? Con ella te comportas... Diferente-
-Tal vez ella sea diferente- contestó el chico.
-Tal vez te hayas enamorado- se rió la mujer con pesadez - Podrás volver a empezar con el cuento del príncipe y la princesa, como hiciste conmigo - se detuvo -¿Ya sabe lo tuyo, Kimi?-
-¿El qué?
-No te hagas el tonto, sabes perfectamente a qué me refiero.
El chico permaneció en silencio.
-Entonces no se lo has dicho- supuso ella -Pues buena suerte, a ver si consigues que te acepte-

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