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3. El Resplandor

A la mañana siguiente se lo conté a mis padres, darles la noticia fue realmente difícil, y no sé a quién le estaba costando más asumirlo, si a ellos o a mí.
Se alegraron, desde luego, tanto o más que yo, pero a los tres nos pasaba lo mismo; era un cambio muy repentino en muy poco tiempo...
Mamá y yo lloramos mucho, a mi padre solo se le aguaron los ojos, nunca había sido de llorar. Estuvimos abrazados toda la mañana, hasta que se hizo la hora de comer, y tuvimos que separarnos a la fuerza para no morir de inanición.
No iba a saber vivir sin ellos, cada vez lo veía más claro...
Por la tarde fuimos a pasear por el Retiro, siempre me había encantado aquel sitio, y desde que estábamos en Madrid, era un destino recurrente para pensar, cuando algún asunto nos pegaba fuerte.
Veía el orgullo en los ojos de papá, que me miraban como diciendo "esa es mi chica", y sonreían, tanto como yo, porque después de la tormenta de lágrimas de aquella mañana, había llegado la calma.
El rostro de mamá era totalmente distinto, un "preferiría tenerte cerca, pero es mejor que hagas lo que realmente te haga feliz".
Era una buena cuestión; ¿era feliz? Claro que era feliz, tenía una familia y unos amigos a los que adoraba... Aunque si que era cierto, que todo se podía mejorar, que siempre se podía aspirar a algo más, y eso es lo que yo iba a hacer; seguir creciendo, laboralmente y como persona, era lo que me habían recomendado todos y lo que yo creía más conveniente, la decisión estaba tomada.
Unos días después, cuando cayó el sol, mis padres me acompañaron a la taberna de los chicos, y tras despedirse de mí con dos sonoros besos, me dejaron en la puerta siguiendo instrucciones de Escu.
El bar estaba cerrado, lo cual me extrañó muchísimo. Llamé al cristal de la ventana, y el flash de un móvil apareció en la puerta de la cocina, acercándose a mí.
¿Qué era aquello? ¿Una historia de Stephen King?
El resplandor iluminó la cara de Escu, y creo que respiré tranquila.
Al abrirme la puerta, el chico me abrazó con fuerza, guiándome hacia el interior del local.
-Hemos tenido un percance con los plomos, no tenemos luz hasta mañana que venga el electricista- dijo al separarse de mí.
-Vaya faena... ¿Queréis que me pase por aquí mañana antes de ir al aeropuerto?- pregunté.
-No hace falta, nena, está todo controlado- dijo Kurt, apareciendo a mi lado, y besándome la mejilla mientras me sujetaba la cintura con una sonrisa.
Escu fue a la parte de atrás del bar a por algo para alumbrar, y volvió con velocidad, enchufando en el techo una especie de bola de discoteca.
Cuando las luces de colores empezaron a recorrer el local, me di cuenta de que la decoración no era la misma de siempre; ahora colgaban del techo banderines de cuadros, y adornaban las paredes decenas de marcos con fotos de la Fórmula 1. Estaba demasiado ocupada admirando al milímetro cada detalle, como para darme cuenta de toda la gente que había aparecido en el bar de repente; mis amigos de antes de mudarme, la gente de la uni y del máster, mi familia... Estaban todos...
Me pasaba la vida llorando, sí, ¿pero cómo no iba a llorar con estas sorpresas?
La música estuvo sonando a tope toda la noche, retumbando en aquel local del céntrico Madrid, unas calles más allá de la Plaza Mayor.
No todos duraron hasta que el sol empezó a colarse por las ventanas, de hecho, mis familiares fueron los que antes se marcharon, pero aún había mucho ambiente en el bar, todos mis amigos seguían allí, conociéndose entre ellos y entablando animadas conversaciones.
Las cervezas y los cubatas corrían como si fueran agua, pese a que la mayoría ya ni se tenían en pie.
Yo bailaba distraída los grandes éxitos que estaban saliendo de los altavoces, cantando también las partes que me sabía, estaba disfrutando como una enana.
Sonaba "Fiesta Pagana" de Mago de Oz cuando Kurt se acercó a bailar conmigo.
-Escu se está intentando ligar a todo lo que camina- rió cerca de mi oído.
-Ya sabes como se pone cuando bebe- me reí, empezando a saltar con el final de la canción.
El cambio fue repentino, así sin que nos lo esperáramos mucho, empezaron a sonar todas las canciones de reguetón que evitaba cuando estaba sobria, y la verdad es que las disfruté.
Me sentía realmente bien, libre, no me importaba nada en aquel momento, estaba centrada en disfrutar, antes de tener que alejarme de nuevo de aquella gente a la que tanto quería.
Kurt y yo bailábamos pegados, acercándonos demasiado si teníamos en cuenta que Escu podría vernos en cualquier momento.
El pelirrojo me sujetó con firmeza por la cintura, y con un susurro sobre mi cuello, hizo que se me erizara todo el cuerpo. Sin soltar sus manos, me guió hasta la parte de atrás del bar, donde un pequeño almacén amortiguaba levemente el sonido de la música.
Cuando dejamos de estar a la vista de todos, el pacto no escrito se rompió y el autocontrol también.
Kurt bajó sus manos con velocidad y me levantó, quedando mis piernas abrazadas a su cintura, mientras nuestras bocas se habían juntado con intensidad.
Mis manos se colaron bajo su camiseta negra, y tiraron de ella con cuidado, haciendo que su torso quedara descubierto.
Entrelacé mis dedos en su nuca, tratando de pegarme a él lo máximo posible, intentando que no quedara ningún hueco entre nosotros.
Seguíamos concentrados en la tarea que nos ocupaba cuando la puerta del almacén se abrió de golpe, dejándonos totalmente expuestos ante los brillantes ojos de Escu.
-Ya era hora de que solucionárais esa tensión que había entre vosotros...

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