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23. 13 De Abril (Parte 2)

Al fin, aterrizamos en a saber donde; Ryan me había vendado los ojos en el aeropuerto de Suiza, y se había asegurado de que no mirara la pantalla de vuelo en el avión, había sido una agonía.
-A ver, cielín, sé que no sabes dónde estamos- me decía Ray mientras cruzábamos la pasarela de embarque, dirección al aeropuerto.
Respiré hondo, el ambiente me resultaba familiar, el aire, la gente caminando de aquí para allá.
-¡Madrid! ¡Madrid!- gritaba yo, dando saltos de alegría y prácticamente llorando de emoción.
Ray reía, sabiendo que todo lo que venía iba a ser todavía mejor, y regocijándose en tener un montón de información que yo no tenía.
Recogimos la maleta de la zona de las cintas, y salimos por la puerta de las llegadas, allí muchos familiares esperaban a los suyos, nerviosos, pañuelo en mano, y sin poder contener enormes sonrisas de ilusión.
A mí a ilusión nunca me había ganado nadie, y no iba a ser para menos aquel día.
Lloré, lloré como una niña cuando distinguí a mis padres entre la multitud. Sentí como se me encogía el corazón, como era incapaz de hablar, ni siquiera de caminar, haciéndome una especie de bolita humana en medio del aeropuerto. Fue Ray quien me tuvo que medio empujar hacia donde estaban mis padres, ya que ellos no podían pasar a la zona interior en la que nosotros estábamos, éramos nosotros quienes debíamos salir. Y me abracé a ellos como no lo había hecho nunca, lloré hasta que me quedé sin lágrimas, y sonreí, sonreí mucho, sin poder creerme lo que estaba viviendo, porque en aquel momento no podría haber deseado más otra cosa.
Tras las evidentes felicitaciones de cumpleaños, abrazos, besos, y pertinentes presentaciones entre un lloroso Ryan y mis padres, partimos del aeropuerto hacia el centro de la preciosa Madrid, con todas sus calles llenas de gente, y ese calorcito tan bonito que te inunda por dentro cuando la vives.
Fue un día muy bonito, aunque algo corrido, teniendo en cuenta que nuestro vuelo a Suiza partía la mañana siguiente a la hora de comer.
Paseamos los cuatro por Madrid, Ray les había caído realmente bien a mis padres, sobretodo a mi madre, que no había parado de reírse desde que el chico había abierto la boca por primera vez.
Para la hora de cenar nos separamos, aunque no creáis que no me costó... Ojalá haber poderme quedado más tiempo con ellos, los quería tanto, les había echado tanto de menos...
Cuando Ryan me pidió que lo llevara a un buen sitio para cenar, no dudé ni un instante, tenía el lugar perfecto.
La taberna de los chicos estaba como siempre, de bote en bote y con la música a tope. Kurt y Escu corrían de lado a lado, derrapando más que los Fórmula 1 a los que estaba acostumbrada. Arrastré a Ray hasta un par de taburetes libres en la barra y uno de los camareros no tardó en llegar.
-Buenas noches, ¿para cenar?- preguntó Escu sin dejar de mirar la libreta en la que escribía los pedidos.
-Sí- contestó Ray medio suspirando, y sin dejar de mirar a mi amigo.
-¿Habéis elegido ya?- de nuevo seguía con la vista fija en sus notas.
-Todavía me debes una ración de patatas, capullo- le dije sonriendo.
La cara de Escu fue digna de ver; los ojos le temblaban, y una sonrisa enorme se había abierto paso en su rostro.
-No sabes cuanto te he echado de menos, enana- susurró en mi oído mientras me abrazaba, casi como se abrazan dos hermanos que llevan mucho tiempo sin verse.
-¿Se puede saber por qué ese culo está quieto Escu? ¿No ves que esto está a reventar?- la voz rasgada de Kurt llamaba desde la otra punta del bar.
-Mai está aquí- le gritó el otro chico.
-Llevas desde que se fue con esa broma, imbécil, ya no cuela- gritó Kurt mientras continuaba sirviendo mesas.
-¿Entonces me voy?- le pregunté al rumano, saliendo de detrás de Escu, que con su altura me tapaba por completo.
-Amaia Martín, ¿qué coño haces aquí?- Kurt se había plantado a mi lado en cuestión de décimas de segundo, sonriente y con los ojos muy abiertos.
-Hola a ti también, tío- le sonreí, tendiéndole con sarcasmo la mano, de la que el tiró para abrazarme.
-Hoy cerramos una hora antes, Albescu- dijo Kurt, refiriéndose a su compañero.
-¿Hoy se sale?- preguntó Escu.
-Hombre que si se sale, te digo yo a ti que sí, guapito- Ray se me había adelantado -Soy Ryan, pero tú puedes llamarme amor de tu vida- dijo, tendiéndole la mano.
Efectivamente, Ray no se andaba con rodeos, nunca lo había hecho, y a Escu no pareció disgustarle, la verdad...
Un par de horas más tarde, y ya habiendo cenado, nos encontrábamos en el Lux, un local de fiestas que había abierto hacía poco un excéntrico americano que se creía el diablo. Desde luego, la ciudad estaba llena de especímenes cuando me había ido, y seguía igual, o incluso más llena a mi vuelta, pero esa era la esencia, así era Madrid, inclusiva, de todos, para todos.
Turn Down For What reventaba los altavoces del Lux con sus bajos, la gente bailaba, bebía, y algún alma desgraciada aprovechaba las esquinas para consumir algo que le diera el arranque suficiente como para aguantar toda la noche de barra en barra.
Me deslizaba con cuidado hasta la barra, seguida por los chicos, siguiendo con la cabeza el compás de la música.
-Un mojito, un ron cola, un vodka con limón y un vodka con hielo- sabía de memoria lo que quería cada uno, y me imagino que vosotros también os podréis hacer una idea.
Ray salió saltando hacia la pista de baile en cuanto pagó su mojito, la canción había cambiado, y esta vez, Nicki Minaj y su Starships animaban a mi amigo a desmelenarse (pero sin despeinarse el tupé, que ya le había costado bastante peinarse antes de salir). Escu reía mirándolo, sonriendo, le brillaban los ojos, y yo me acordé de Edgar, el chico de nuestro equipo que probablemente estuviera a aquellas horas durmiendo en la cuarta planta del edificio aledaño a la fábrica de Alfa Romeo. Respirando hondo me di la vuelta, "si no lo veo no ha pasado", era un lema perfecto cuando se trataba de Ryan...
Saltaba junto a Kurt cuando sonaron los primeros acordes de un remix que mezclaba Wasted y Break Free. Me miraba sonriente, pero no como lo hacía antes, era distinto, algo había cambiado. Tal vez no fuera él, y fueran todas las locuras que me estaban sucediendo a mí...
Temblaba la Movida Madrileña ante todo aquello, adrenalina en estado puro recorría las venas de las docenas de personas que llenaban aquel local ya pasada la media noche. ¿Jóvenes? No, no eran solo ellos, ya os lo dije, Madrid es el típico camarero de bar que escucha y da consejos, pero nunca pregunta.
Gente de todo tipo; de todas las razas, de cualquier sexo conocido y por conocer. Personas de todas las culturas y creencias, reunidos en, perdonadme la expresión, la Meca del ambiente festivo. Nadie iba a mirarte, nadie iba a decir nada, completa libertad.
Suena tentador, ¿eh?
Lo fue para Escu y Ray; para uno por tener la ciudad demasiado descubierta, y para el otro por todo lo contrario...
No perdieron el tiempo, ninguno de los dos, os lo podéis imaginar...
-Kurt- llamé al chico, que apuraba su vodka, dejando únicamente el hielo en el vaso -¿Me acompañas fuera?-
Él no dudó y siguió mis pasos hasta el exterior del local, en plena Gran Vía, donde nos sentamos en un bordillo. El chico me pasó un brazo por los hombros y yo coloqué mi cabeza en su hombro.
-¿Qué te pasa Mai?- sus ojillos verdes me miraban entrecerrados.
-Necesito tu ayuda.
Kurt suspiró -¿En qué lío te has metido ahora?-
-No lo sé.
Me miró confundido -¿Cómo que no lo sabes?-
Estaba nerviosa, el pulso me temblaba cuando saqué de mi bolsillo la cajita de terciopelo que había recibido el día anterior y se la tendí al chico, que no quiso cogerla.
-¿Qué es Mai?
Me encogí de hombros -Tienes que ayudarme, me siento rara, no sé-
-¿En qué momento se me ocurrió contarte que mi madre era medio bruja?- resopló él, pasándose la mano por el pelo.
Sabía que Kurt también sentía algo con aquel chisme cerca, lo sabía. Y no, lo de su madre no era una broma tonta de las nuestras, mira que me había costado creerlo, mira que me había empeñado en no verlo, pero era jodidamente inminente, y Kurt lo sabía, sabía que él compartía su sangre, y no podía ocultarlo.
-Cuando me dijiste que eres de Transilvania- medio reí, contestando a su pregunta retórica.
Él suspiró, medio riendo también, probablemente por lo surrealista que era aquella situación, y es que cualquiera que nos oyera pensaría que estábamos puestos hasta las cejas de droga.

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