19. Yo Aquí No Pinto Nada
-¿Pero de verdad te parece normal que nos encerraras?- le pregunté a Ray, bajando el tono para que no nos oyera todo el Paddock.
-Oye, oye, oye, señoritita, ¿A ti te parece normalcito que cuando volviera te estuvieras dando todo el lote con el finlandés?
Me puse roja como un tomate.
-Ahora ya no dices nada ¿eh?- Ryan se reía entre dientes.
Le di la espalda al chico dispuesta a irme, pero él se interpuso en mi camino.
-¿Vas a huír otra vez?- me dijo.
-¿Huír?
-Igual que el otro día, igual que llevas dos diítas haciendo con Kimi.
-No huyo- susurré.
-Pues te escondes.
-No puede ser Ray, ¿estamos locos?
-Tú estás loquita por él.
-¡Ni hablar! Yo no quiero saber nada.
-¿Por qué no quieres verlo?
-Porque no.
-¿Es porque echaste a correr en cuanto os separasteis, cariñito?
-No, Ryan.
-Pues no te entiendo.
-Yo tampoco me entiendo, créeme.
-Maicita, ¿estás bien?- la mano de mi amigo se posó en mi hombro.
-No. Dios, claro que no...
-¿Cómo te sientes?
-Rota. No lo entiendo Ray, no entiendo nada, y eso me revienta.
-Pero cariñito, vas a volverte loca si pretendes entender la vida, esto no funciona así...
Muchas veces sentía que nadie me entendía, pese a que Ryan se encargara de escrutarme al milímetro.
Me sentía sola, no en cuerpo, me pasaba el día rodeada de gente, sino en alma. Con quienes más quería estar estaban en la otra punta del mundo, rezando para que todo me fuera bien.
Muchos días incluso me costaba llamar a casa, porque aunque estuviera deseando hablar con ellos, me podía el miedo, y es que sabía que me derrumbaría en cuanto oyera sus voces.
Había intentado mentalizarme desde pequeña, iba a tener que salir del país si quería prosperar en lo mío, y era algo triste, pero que tarde o temprano tenía que suceder...
Los echaba de menos, especialmente a mis padres; siempre habíamos estado muy unidos, siempre habían tenido respuestas para todo, ¿y ahora qué? Tenía que sacarme yo las castañas del fuego, que lidiar con los problemas más diversos, que intentar entender este mundo en que vivimos.
Tenía miedo, miedo de estar sola y no saber apañármelas, pese a que siempre me había llenado la boca, diciendo que yo afrontaba muy bien la soledad...
Siempre me había reído de la vida, y ahora era ella la que se reía de mí, qué irónico, ¿verdad?
Continuas elecciones complicadas, problemas de los que no podía escapar, demasiadas explicaciones que dar, me agobiaba por encima de todo.
Si a todo eso se sumaba el surrealismo que estaba viviendo, mi cerebro se quedaba en "Stand By"; como si el hámster que tenía en la cabeza dejara de corretear en su ruedita...
-¡Hey Mai!
El corazón se me paró de repente.
No porque fuera Kimi, con él era tan "fácil" como salir corriendo.
-¡Seb! ¡Qué guapísimo te has puesto hoy!- Ray chillaba como una loca.
Intenté escabullirme entre el jaleo que había montado mi amigo, pero por desgracia, el alemán era más listo de lo que creía.
-Nada de volver a largarte- sonrió el rubio, riendo levemente.
-¿Te lo ha contado?- pregunté, sabiendo perfectamente la respuesta.
El chico asintió con cuidado.
-Mira Seb yo no...
-Tú tranquila- me cortó él, tan sonriente como siempre.
Yo ya sí que no entendía nada, mi cara debía ser un cuadro.
-Te lo dije el otro día- dijo Seb -Yo soy su amigo- tomó aire -solo su amigo, y sé que eso no va a cambiar-
-¿Y qué tengo que ver yo con todo esto?- me temblaba la voz.
-Confía en ti Mai, ¿no lo ves?
No contesté.
-Incluso me atrevería a decir que le gustas, y eso con Kimi, ya es mucho, te lo aseguro.
El alemán de Ferrari sonreía.
-Pero Seb... - cogí aire -Yo aquí no pinto nada, ¿no lo entiendes?-
Miré a Ray, que rovoloteaba alrededor de unos ingenieros de McLaren, y deseché la idea de que pudiera ayudarme.
-Pero... ¿A ti te gusta?- me preguntó el alemán.
-¡Está casado, Vettel!- dije, intentando que entrara en razón.
Él me miró con las cejas alzadas -Su matrimonio ahora no vale nada, te lo aseguro-
-Tiene el anillo, ¿no? Pues yo no quiero saber nada.
Me di la vuelta y caminé hacia mi garaje, dando aquella conversación por finalizada.
Las palabras de Vettel retumbaban en mi cabeza.
¿Gustarle yo?
Ni de broma, y además, yo no iba a meterme de por medio en un matrimonio.
¿Acaso estábamos tontos? ¿O era esto una de esas películas europeas de los sábados por la tarde?
Mi agitada respiración, mi temblor de pulso y yo, caminábamos con seguridad hacia el territorio de Alfa Romeo, deseando que la bola 8 del billar, perdón, Frederic, tuviera alguna tarea importantísima que mandarme, y que a poder ser, implicara quedarme encerrada en la sala de ordenadores del motorhome.
-¡Martín!
Era la voz de Frederic, miré a los lados, rezando que se refiriera a mí, aunque fuera por mi apellido.
¡Bingo! El hombre se acercaba a mí con la relativa velocidad que le permitían sus cortas piernas.
-Necesito que compares los datos de telemetría de las últimas tres clasificaciones, los datos serán relativamente similares- parecía un sargento hablando.
-Sin problema- sonreí, intentando sonar agradable, y dando gracias al cielo, por haberme cumplido la pequeña petición.
Parecía que la bola de billar iba a irse, cuando se dio la vuelta y me miró a los ojos con su habitual sonrisa cascarrona.
-¿Has visto a Ryan?- me preguntó.
-No desde hace un rato- mentí -Estaba ocupado haciendo algunas averiguaciones sobre McLaren-
-Ya veo...
Aquel hombre no me gustaba en absoluto, y menos el gesto pensativo que acababa de adoptar.
-Tendré que mandarte algo de ayuda- suspiró yéndose.
Respiré hondo, confiando en que alguno de mis compañeros ingenieros vendría a echarme una mano en aquella tarea, que pese a todo, era realmente ardua.
Ya en la sala de ordenadores del motorhome, la puerta se abrió, y yo crucé los dedos, rogándole al cielo y al infierno.
-Hola- saludaron unos ojos azules como el hielo.
Mierda...
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