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Capítulo 63

Narra Carlos:
Los libres 2 habían terminado, y me había quedado solo.
Pero no solo en el aspecto de que no hubiera nadie más en mi habitación del hotel; solo de verdad, vacío.
Estaba a oscuras, escondido, huyendo de todo y tratando de dormir, pero no podía, me resultaba imposible; los minutos pasaban en el reloj de la mesita, y mis ojos no se cerraban, no había manera.
Me sentía aturdido, como si mil cosas pasaran por mi cabeza a la vez, era puro caos, no lo aguantaba, y me estaba poniendo cada vez más y más nervioso.
Él me observaba desde una esquina, no podía verlo, pero sabía que estaba ahí; ese monstruo negro, esa sombra que me perseguía a todas partes. Sentía cómo me miraba, cómo sonreía, sabiendo que lo temo más que a nada en el mundo.
"No eres nadie Carlos, nadie" lo oía con claridad "Solo te quieren por tu padre, sin él no serías nada" sus palabras se me clavaban como dagas "Eres un cobarde, si hasta te das miedo a tí mismo" era una tortura "Cobarde, inútil, no sirves para nada" mi respiración se estaba agitando "Los demás están triunfando, y tú aquí lloriqueando" era incapaz de controlar todo lo que estaba sintiendo, estaba desbordado.
Siempre era así, todas y cada una de las veces que me quedaba solo. No lo sabía mucha gente, de hecho, solo lo sabía Lando...
Pero qué más daba que lo supiera, si sí o sí iba a tener que dejarme solo en algún momento, él tenía su vida, no podía atarlo a mí, por muy amigos que fuéramos, me sentía un egoísta.
Estaba abrazado a un oso de peluche, temblando, metido en la cama y tapado hasta debajo de la nariz, como si la manta fuera a protegerme del monstruo.
"Pareces un niño, Sainz, madura, eres un hombre" la voz se seguía oyendo con claridad, mientras tanto, mis puños se cerraban con fuerza alrededor del oso de peluche.
Me lo regaló mi madre, creo que ella sabía algo de la sombra, aunque yo nunca le hubiera dicho nada.
Tal vez su insomnio no fuera simple insomnio.
Tal vez lo hubiera heredado de ella.
Mi padre pensaría que aquello eran tonterías.
Pero a mí, el nudo en la garganta que no me dejaba respirar, los temblores, el sudor frío y las ganas de llorar no me estaban pareciendo una tontería.
Trataba de respirar hondo, pero no podía, los sollozos me interrumpían.
Dicen que los miedos se superan al enfrentarse a ellos, pero... ¿A qué se suponía que tenía que enfrentarme yo? No sabía realmente a qué tenía miedo, solo lo tenía, y era auténtico pavor, que apenas me dejaba vivir.
Pensé en coger el móvil de la mesilla para llamar a alguien, pero la simple idea de sacar un brazo me volvía loco, no me veía capaz, tal vez era cierto que era un cobarde...
Solo podía pensar en que tenía que ser fuerte, no podía dejarme consumir de aquella manera, pero era tan difícil...
Sentía la sombra moviéndose por alrededor de mi cama, acechándome, era un sinvivir.
No me salían las palabras, se quedaban atascadas en mi garganta.
Rezaba por tener suerte, para que aquel monstruo se largara de una vez y me dejara en paz, pero nunca lo hacía, no se iba, porque no tenía nada mejor que hacer.
Tal vez ese bicho fuera un cúmulo de mis inseguridades, de todo lo que me da miedo, de todas las palabras que he querido decir y no he dicho, tal vez el monstruo era yo mismo.
¿Cómo luchas contra ti mismo?
A mí me quedó claro.
Alguien llamó a la puerta desde fuera, pero yo, con la sombra a mi lado, fui incapaz de levantarme a abrir, o siquiera de contestar.
Insistieron.
Yo esperaba que quien quiera que fuera, se diera cuenta de que la puerta estaba abierta en realidad, me daba igual quien entrara, pero necesitaba compañía, así, el monstruo se iría por un rato.
Efectivamente, después de ver que no contestaba, hicieron fuerza en el pomo, y abrieron la puerta, yo ya estaba tapado hasta los ojos, así que no pude ver quien era.
—Carlos, ¿todo bien?
Aquella voz era la que necesitaba escuchar, pero seguían sin salirme las palabras.
—Oh dios, estás temblando.
La sombra se había largado en cuanto Sasha había entrado, pero yo seguía paralizado por el miedo.
Ella me destapó un poco, y me acarició la cara.
—¿Qué pasa Carlos?
—Ha sido una pesadilla— logré articular a duras penas.
—Oh... No te preocupes, estoy aquí contigo.
La miré a los ojos, preciosos, por cierto, y el miedo empezó a desvanecerse, no entendía cómo podía surtir ese efecto sobre mí.
—¿Estás mejor?
Asentí como pude.
—¿Puedes acercarme las pastillas que hay en el primer cajón del armario?— le pedí, y ella no tardó en regresar a mi lado con las ya mencionadas pastillas.
Le agradecí y tomé mi medicación, hacía mucho que no la tomaba, no consideraba que la situación fuera de especial gravedad, pero joder, lo era, lo había pasado sumamente mal. Aquellas pastillas acallarían un poco la voz de la sombra si volvía a quedarme solo, pero ese era el problema, que no quería quedarme solo.
No me gustaba que Sasha me viera en aquella situación, no quería que sintiera pena por mí. Pero tampoco quería que se fuera, y no era por no volver a quedarme solo, era porque algo dentro de mí me hacía quererla a mi lado, que no se marchara nunca.
Mi cabeza iba como una locomotora, solo me faltaba el humo por las orejas, mil cosas se pasaban por mi mente a cada segundo.
Y exploté.
Y aquello que me daba miedo decir se me escapó.
—Quédate conmigo esta noche, Sasha.
Y por suerte, aunque no sé cómo, ella asintió.

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