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Capítulo 27

—A mí el coche ese que llevas me parece súper feo, cariño— dijo la voz de mi madre por la videollamada de Skype —Anda que no es más bonito el rojo ese tan brillante—
No había día que no hubiera llamado a mi madre desde que me había marchado de casa. Era alguien demasiado importante para mí como para perderla.
—El rojo es de unos amigos, ya te los presentaré cuando corramos en España— le dije.
—¿Amigos?— dijo ella.
No sé qué tipo de bola de cristal tenía aquella mujer, pero desde luego era vidente o algo parecido.
—Sí mamá, amigos.
—La sonrisilla esa que se te ha escapado no dice lo mismo— dijo ella riendo.
—Dios, mamá...— suspiré riéndome con ella.
La puerta del baño se abrió, y Max salió de ducharse, cubierto únicamente con una toalla en la cintura.
—¿Y ese muchacho tan poco vestido quién es?— preguntó mi madre.
—Es Max, mamá, ya te expliqué, por el tema de las habitaciones.
Mi madre se puso las gafas, y sonrió ampliamente.
—¡Hola Max, hijo!— dijo ella.
Mi compañero se puso una camiseta y se acercó al ordenador.
—Buenos días, señora Novoa ¿Cómo le va?— preguntó él.
—Espera— intervine —¿os conocéis? — pregunté.
Max se echó a reír —Hemos hablado alguna vez—
—¿Cómo?— yo estaba flipando.
—Sueles dejarte la conversación abierta, cielo— dijo mi madre.
—Porque pienso que cuelgas tú— me reí con ellos, aquello era surreal.
—Oye Max.
—¿Sí, señora Novoa?
—¿Quién es el del coche rojo que ha engatusado a mi niña?
No me dio tiempo a interrumpir.
—Oh ¿Vettel?— dijo Max.
Mierda, estaba segura de que a mi madre le había dado tiempo a buscarlo en Google.
—Qué bien me cae tu amigo, cariño— mamá sonreía triunfante.
Max se despidió para volver al baño a terminar de vestirse.
—Háblame de él— pidió la mujer.
—¿De Max?
—De Sebastian.
Estábamos jodidos.
Mi madre empezó a leer de su tablet —Sebastian Vettel, Heppenheim ¿Y eso dónde está? Ah, en Alemania, lo pone aquí. Uy cariño ¿alemán? 3 de Julio de 1987, si no me fallan las cuentas... 32 añitos, bueno no está mal— mi madre levantó la vista para mirarme —¿Me vas a contar tú algo o sigo leyendo?— no pudo aguantar mucho rato el semblante serio y se echó a reír.
—No sé qué decirte mamá.
—¿Es buen chico?
—El mejor.
Mi madre sonrió.
—Pues más le vale, porque si no llamaré a tu amigo Ver... Ver... ¿Berberecho? — dijo ella.
No pude evitar echarme a reír.
—Verstappen, mamá— le corregí.
—Bueno, que sí, Max es más fácil. Llamaré a Max y le diré que se encargue del alemán— a mi madre aquello parecía divertirla, a mí, lejos de enfadarme, me enternecía.
—¿Sabes mamá? Te quiero, te quiero mucho.
La sonrisa de la mujer al otro lado de la pantalla no tenía precio.
—Y yo a tí, cielo.
Llamaron a la puerta, y me levanté a abrir.
—Hola Seb— me salió una voz de tonta increíble.
Mi madre debió oirme, porque para cuando volví al ordenador, ella ya había colgado la llamada. Era tan discreta cuando tenía que serlo... La quería con locura.
—VERSTAPPEN ESTOY AQUÍ— gritó Seb en la puerta del baño.
—AAAAAAA, ¡UN ASESINO! — gritó Max desde el baño.
Yo me estaba partiendo de risa.
—ESTÚPIDO, SOY SEBASTIAN.
—AAAAAAAA, ¡VETTEL!
Mi día estaba siendo maravilloso, en parte gracias a la gente que me rodeaba, tenía mucha suerte.
Seb se acercó a mí y me agarró por la cintura, atrayéndome hacia él. Su nariz rozó con la mía, y así, como dos niños, iniciamos un juego tonto, frotándonos las naricillas, como los gnomos y los esquimales.
Verstappen salió del baño y se nos quedó mirando.
—Joder Vettel, verte en persona da más miedo que imaginarte a través de la puerta— dijo Max riendo.
—Max... — le reprendí, pero no pude evitar reír.
En ese momento alguien llamó a la ventana. Laia acababa de llegar atravesando medio edificio por los balcones.
Max se hizo un poco de rogar ántes de abrirle la puerta, y la recibió con un tierno beso en los labios.
—Hola Chloe— me saludó ella efusivamente cuando se separó de Max.
—Es buen momento para que os conozcáis— dije —Seb, ella es Laia, mi mánager, Laia, él es mi Seb—
"Mi Seb" ¿había dicho yo aquello?
Ellos se dieron dos besos a modo de presentación.
Estuvimos los cuatro juntos un buen rato, sentados en aquella inmensa cama y hablando de nuestras cosas, no hubiera cambiado tanta tranquilidad por nada.
—Mañana tienes dos entrevistas, Chloe, para dos medios españoles, parece que se te rifan en tu país— me dijo Laia.
—¿Cómo no la van a querer con esta carita que tiene?— Seb me aprietó los mofletes.
—Una es para Movistar F1, te entrevistará Antonio Lobato, que ha venido hasta aquí para grabar con los españoles que trabajáis en el Paddock.
—¿Y la otra?— pregunté, con miedo a la respuesta.
—Es para una plataforma emergente de Fórmula 1, creo que la chica se llama Alexandra Duarte— a Laia le costó pronunciar el nombre.
Se me heló la sangre de todo el cuerpo, y debí empalidecer de golpe, porque mis amigos se asustaron. No me iba a quedar otra que enfrentarme a mi propio miedo, a la chica que había fallado. De todas formas, me alegraba de que ella también estuviera cumpliendo su sueño. Un sentimiento extraño me inundó por dentro, una especie de nostalgia, con ese sabor agridulce que deja siempre.
Tenía que ser fuerte, que tomar las riendas de la situación. Me encantaría volver a tener la amistad que en su día tuve con Alex, y me iba a esforzar por ello, lo tenía claro.

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