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Capítulo 3

La sorpresa para la niña fue de muerte al ver que despertó en un lugar desconocido. Más aún al notar que el hombre la tenía en su regazo. Ella se removió rápidamente y se sentó en el asiento de junto, siempre aferrada al oso se peluche.

—Tranquilo, todo está bien —le dijo al notar su respiración agitada.

—¿Dónde estoy?

—Volamos a casa, estamos dentro de un avión —respondió él, no estaba seguro de que si el niño entendía de lo que le estaba hablando. Pero entonces vio terror en sus ojos.

—¡Los aviones se queman! —exclamó para luego saltar de su asiento y buscar una salida desesperadamente—. ¡Explotan, siempre hay una bomba y se estrellan en el suelo o el mar! —gritó. Su desesperación en aumento al no encontrar la salida, vio una puerta pero esta sólo era la del baño.

—Johan, cálmate —le ordenó el hombre al atraparlo de los brazos—. No pasará nada de eso —le aseguró al mirarlo a los ojos.

—S-Siempre dicen eso y todos m-mueren... No quiero morir —contestó apenas. Ella dejó de luchar mientras era abrazada por el hombre. Al mismo tiempo él también les dijo a la tripulación que todo estaba en orden, que a su hijo sólo le asustaban las alturas. Estaba agradecido haber tomado un jet privado sino el escandalo hubiera sido mucho peor.

—¿Ya está? Contrólate —murmuró hacia el niño mientras frotaba sus brazos—. ¿De dónde sacas que el avión se quemará? —cuestionó al ofrecerle su pañuelo para limpiarse el rostro.

Ella tomó el pañuelo y entre hipos le explicó que vio todo aquello en la televisión.

—Entiendo... Esos son accidentes que ocurren en muy pocas veces. Pero los aviones son los medios de transportes más seguros. Confía en mí —le dijo con paciencia, aunque él había usado palabras complicadas para un niño. Tal vez debería aprender a simplificarlo cuando hable con Johan, pensó.

—Si —asintió, y regresaron a sus asientos. Sin embargo ella no soltó su mano en ningún momento, sólo así podía mantenerse calmada, debía confiar.

—¿Ves? No hay nada que temer —murmuró el hombre dándole una sonrisa. Le fue inevitable recordar a sus padres, los gritos, las sacudidas para callarla si se quejaba por la mínima cosa.

Las horas pasaron mientras la niña miraba por la ventana, aun con miedo, sin embargo las estrellas se veían tan cercanas y creyó que podría tocarlas. En ese momento una azafata de la tripulación les dijo que se colocaran los cinturones ya que estaban por aterrizar. La pequeña se aferró a su asiento, esperando lo peor, una explosión, un choque, mucho fuego. Aunque nada de eso sucedió, minutos después la azafata ya estaba de nuevo con ellos.

—Ya llegamos, señor.

—Gracias —asintió el hombre al levantarse, entonces le quitó el cinturón al pequeño—. Vamos, ya casi llegamos a casa —tomó su mano nuevamente y ambos bajaron del avión. 

La niña miró a su alrededor, el vehículo era enorme desde su perspectiva y había aterrizado en un lugar abierto bajo el inmenso cielo oscuro con estrellas. Mientras miraba todo con curiosidad, el hombre la llevó a otro auto, sin embargo él se sentó en el asiento trasero junto a ella. En el volante se encontraba otro hombre, él usaba un traje y los saludó.

—Buenas días señor, ¿cómo estuvo su viaje? 

—Un poco cansado pero bien —respondió, cambiando su acento español, para luego revolver el cabello del niño—. Este es Johan, mi hijo. 

—¿Hijo? No sabía que usted... lo siento, ese asunto no me incumbe —comentó el chofer para luego encender el auto.

—Al crecer comencé a pensar que los empleados no vieron raro que Milos apareciera con un niño, luego de un viaje a España, porque tal vez pensaron que había tenido una aventura hace tiempo y que el viaje se debía a que fue a conocer a su hijo. Milos era un misterio, incluso para los más cercanos a él —explicó Helena. Ella se había sentado en la cama en su celda, del otro lado de la pared transparente permanecía el hombre enmascarado, escuchando cada palabra—. Me recuerdas mucho a él, ni siquiera puedo ver tus ojos.

—Mientras menos sepas de mí-

—Es mejor —ella completó la frase del Agente—. Ya veo... La Agencia entrena a sus soldados de la misma forma. Eso fue justo lo que me decía Milos cuando le hacía preguntas. 

—Realmente me siento un poco alagado que me compares con Milos —comentó el enmascarado—. Él fue quien diseñó el plan de entrenamiento y disciplina que la Agencia utiliza en la actualidad.

—¿Por qué me dices eso? ¿No es información clasificada? —cuestionó la castaña.

—No si tienes el mismo entrenamiento, además creo que es justo ya que estás contándome sobre tu vida. Yo estoy reconstruyendo los últimos años de vida de Milos y esto me ayuda mucho —murmuró el hombre.

—¿Cómo sabes que no miento?

—Te ofrecí a Castel, ¿verdad? No ganas nada mintiendo —él ladeó un poco la cabeza, parecía sonreír bajo toda esa tela oscura—. Continúa por favor.

—Veo que no tienes nada mejor que hacer —respondió Helena rodando los ojos.    

Ella recordaba perfectamente la casa, enorme y rodeada por campo que a su vez estaba delimitado por un muro alto. Todo era inmenso, al menos para la perspectiva de un niño. El sol ya había salido y la mañana era fresca. Ella en todo momento abrazaba su peluche para conservar un poco de calor.

El hombre se despidió del conductor y entraron a la casa, la guio sosteniendo su mano en todo momento. A la niña se le dificultó un poco subir las de escaleras, fue muy agotador, aunque luego de abrir otra puerta el hombres le mostró su habitación.

—Este será tu cuarto —le dijo al mostrarle el lugar. La cama estaba bien arreglada con sábanas azules en detalles blancos, a un lado habían dos mesita de noche con lámparas y también habían juguetes—. ¿Te gusta? —preguntó el hombre. El niño se había quedado de pie en la puerta, sin moverse.

—No sé... —respondió apenas. Ella estaba abrumada por todo aquello, en ese momento creyó que estaba soñando. Siempre tenía esos sueños que de alguna manera la ayudaban a escapar de la realidad. Sentía miedo y estaba confundida, miedo hacia el hombre desconocido porque había visto en la televisión lo que esas personas hacían con los niños. Pero también temía que aquello terminara, no quería volver a ese cuarto pequeño y sucio, no quería volver a comer sobras ni tampoco perder su oso de peluche.

—¿Quieres ver el resto de la casa o quedarte aquí? —insistió mientras daba unos pasos hacia ella.

—No sé s-señor —respondió, aunque se dio cuanta tarde de su error—. ¡Digo papá!, n-no quise llamarlo señor.

—Está bien —él palmeó su cabeza—. Esto vamos a hacer, espera en tu habitación y luego vendré a buscarte para desayunar, ¿entiendes?

—Si —asintió y dio los primeros pasos dentro de la habitación. 

—Ahora vuelvo —comentó el hombre para luego cerrar la puerta, ella logró escuchar que había puesto el seguro. Sin embargo no tenía planeado escapar, ya que no quería que ese hombre lastimara a sus padres por su culpa. Entonces caminó hacia a la cama y se sentó sobre el colchón, notando lo suave que era.

Este lugar es muy grande, pensó mientras miraba a su alrededor. Los juguetes llamaron su atención, sin embargo no se movió de su lugar y comenzó a jugar con su oso. Algo que sentía que si era suyo.

—¿Mis padres estarán bien? —le preguntó al peluche—. Espero que si... Dijeron que era su salvación y ya no estaré para molestarles.

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