001
Hyunjin apretó la pequeña figura de madera en sus manos mientras miraba por la ventana del tren. Berlín quedaba atrás, con sus calles bulliciosas, los niños del vecindario y las tardes en las que su madre lo llevaba al parque. Todo se sentía tan lejano ahora, como si lo estuvieran arrancando de su mundo y arrojándolo a algo que no podía comprender del todo.
-Deja eso, Hyunjin. -La voz de su madre lo sacó de sus pensamientos. Ella le dirigió una mirada severa, aunque su cansancio suavizaba el reproche-. No queremos que tu padre te vea distraído cuando lleguemos.
Hyunjin guardó la figura en su bolsillo y asintió en silencio. Sabía que era importante no decepcionar a su padre, un hombre de pocas palabras pero de autoridad incuestionable. El ascenso de su padre en el ejército había traído consigo esta mudanza, y aunque nadie le explicaba demasiado, entendía que era algo importante. A su alrededor, su madre y su hermana mayor, Minseo, hablaban en susurros, como si no quisieran que él escuchara.
El tren avanzaba entre campos desolados. Ya no había grandes edificios ni calles llenas de vida, solo un paisaje gris y vacío. Hyunjin se sentía inquieto, pero no dijo nada. Cuando el tren finalmente se detuvo, el aire que entró por la ventana era más frío, más pesado.
-Hemos llegado -anunció su madre, enderezándose mientras recogía sus cosas.
Al salir, se encontraron con un automóvil que los esperaba. Un hombre uniformado saludó a su padre con rigidez y les indicó que subieran. El trayecto fue silencioso, salvo por el ruido del motor. A medida que avanzaban, Hyunjin notó algo extraño: había una cerca que parecía extenderse hacia el infinito, con postes altos y alambres que brillaban bajo el sol. Y detrás de la cerca, figuras humanas se movían lentamente. Vestían ropa extraña, rayada, como si fuera algún tipo de uniforme.
-¿Qué es eso? -preguntó Hyunjin, señalando la cerca.
Su padre lo fulminó con la mirada, pero fue Minseo quien respondió. -Es un lugar de trabajo. No hagas preguntas tontas.
Hyunjin frunció el ceño pero se quedó callado. Había algo en la forma en que su familia esquivaba el tema que lo hacía sentir incómodo, como si fuera un secreto que no debía ser compartido.
La casa era grande, pero fría. Estaba rodeada de un paisaje vacío, salvo por la ominosa vista de la cerca a lo lejos. Desde su habitación, Hyunjin podía verla claramente. Pasó largos minutos observando cómo las figuras iban y venían, moviéndose despacio, como si estuvieran atrapadas en un sueño del que no podían despertar.
Su curiosidad lo llevó a bajar al día siguiente, temprano por la mañana. Sin que nadie lo viera, salió al jardín trasero y comenzó a caminar hacia la cerca. Se detuvo a una distancia segura, observando a las personas del otro lado. Había hombres, mujeres y niños, todos con la misma ropa rayada y caras pálidas. Sus movimientos eran lentos, como si llevaran un peso invisible sobre los hombros.
Hyunjin sintió un nudo en el estómago. No entendía qué era ese lugar, pero algo le decía que no era lo que su hermana había dicho. Un lugar de trabajo. No lo parecía.
Justo cuando estaba por darse la vuelta, algo llamó su atención. Una figura pequeña se movía más cerca de la cerca que las demás. Era un niño, tal vez de su edad, que lo miraba con curiosidad. Hyunjin lo miró de vuelta, y por un momento, ninguno de los dos se movió. Finalmente, el niño se agachó, recogió algo del suelo y se lo lanzó suavemente. Una piedra pequeña rodó hasta los pies de Hyunjin.
Hyunjin la recogió, sin saber qué hacer. Miró al niño y luego a la cerca. El niño sonrió levemente pero brillante como los rayos del sol y le hizo un gesto, como invitándolo a acercarse. Hyunjin dio un paso adelante, con el corazón latiendo rápido y las mejillas sonrojadas, pero una voz detrás de él lo detuvo.
-Hyunjin, vuelve ahora mismo. -Era su madre, que lo llamaba desde la puerta de la casa.
Miró hacia atrás, luego al niño, que ahora estaba de pie, con las manos en los bolsillos mirándolo tímidamente. Hyunjin levantó la mano en un gesto torpe de despedida antes de correr hacia la casa, con la pequeña piedra todavía en la mano y el nerviosismo en el corazón.
Aquella noche, mientras miraba el objeto bajo la luz de la lámpara, no podía dejar de pensar en el niño de la cerca. Era el mismísimo sol caído del cielo: tez blanquecina y pálida, cabellos rubios, ojos verdes con un brillo especial, una sonrisa de corazón perfecta de color durazno y lo más hermoso y destacable eran sus lindas pecas decorando su rostro angelical. Por primera vez, algo en esta nueva casa no le parecía tan gris. Había encontrado a alguien maravilloso al otro lado de la cerca.
Read you soon...
-Mimi 🦋
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