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Capítulo III



Recuerdo aquella noche como si fuera ayer, ese día conocí a la persona que cambiaría mi realidad y me haría huir de mi rutina.

Como muchas noches, después de cenar me dirigí a mi gran baúl que estaba delante de mi cama. En ese baúl guardaba mis mayores tesoros, pero lo más importante que guardaba ahí era mi cuerda hecha de sábanas.

Cuando tenía la edad de Aria se despertó en mí un deseo por explorar toda la ciudad y poder conocer a los vecinos que vivían allí. Fue entonces cuando una noche me dirigí al Gan Patio, ahí era donde las doncellas solían tender y airear nuestras finas y caras sábanas de seda. Una vez que llegué a mi destino recogí todas y cada una de las sábanas que en ese momento había. Con todas las sábanas entre mis brazos me fui a escondidas a mi cuarto y allí las até una a una hasta conseguir una larga cuerda sobre la que deslizarme para poder empezar mis visitas a la ciudad.

Cogí mi cuerda de sábanas y la dejé en un veloz movimiento encima de la cama y a toda prisa me empecé a desvestir para cambiarme a mi ropa de campesina. Había quedado con Sorín en la parte trasera de la Muralla, el tiempo se me echaba encima y no quería hacerle esperar mucho más de lo que posiblemente ya estaba haciendo. El paseo por las calles de ese día era mucho más especial porque tanto Sorín como yo estábamos a punto de cumplir nuestro decimoctavo cumpleaños. Dejaríamos de ser dos adolescentes que pasean de noche por la ciudad. Una vez vestida, fijé la cuerda a la ventana y con cuidado de no hacer mucho ruido, pero bastante apresurada bajé deslizándome entre las cuerdas.

Ya tenía los pies en el césped que recubría todo el suelo del castillo, y se acerba el momento más difícil de todos. Tenía que esquivar a la Guardia Real, la cual permanecía toda la noche en vela aguardando el castillo para que mi familia y yo pudiéramos estar a salvo. Para alguien que no vivía en el Castillo, esconderse podría parecer demasiado fácil con tantos árboles, estatuas y fuentes alrededor, pero la Guardia Real estaba muy preparada y era capaz de escuchar el más mínimo ruido y rápidamente te encontraría.

Iba corriendo por el gran jardín y escondiéndome para evitar que los soldados de la Guardia me pudieran ver, objetivo conseguido. Había llegado a la parte de la Muralla que podía escalar ya que sus piedras estaban un poco más salientes que el resto. Subí con mucho cuidado y cuando llegué a la parte más alta pude ver a Sorín.

— Ada, ya te daba por perdida. —Me saludo el moreno.

— Shhh, calla, la Guardia Real ya ha empezado su mítica ronda y pueden escucharnos. —Le respondí yo en voz baja para que nadie nos pudiera oír.

— Perdón, es la emoción del momento. —Me respondió Sorín con una sonrisa en su rostro. — Espera, te ayudo a bajar. Dijo Sorín mientras estiraba sus brazos para cogerme.

De un impulso ya estaba entre sus brazos.

— Gracias, aunque ya estoy acostumbrada a bajar. —Le respondí a Sorín con una pequeña sonrisa.

— ¿Vamos antes de que se nos haga más tarde? —Me preguntó Sorín.

— ¿Vamos por bosque? Hace mucho que no paseo entre sus árboles. —Le die señalando el enorme bosque que nos separaba de la ciudad.

— Sí, claro, venga, pero con cuidado, hoy es luna llena y ya sabes lo que se comenta de estos días. — Respondió él.

Sorín era un chico muy valiente al que le encantaba tomar riesgos, pero de nosotros dos, él era la parte racional, mientras que yo era la parte más emotiva.

— Vamos Sorín, no va a pasar nada, además ya nos sabemos de memoria el bosque. —Le dije a Sorín mientras intentaba avanzar arrastrándole con nuestras manos cogidas.

— Espera un momento. — Le dije mientras paraba en seco y me agachaba para quitarme los zapatos. — Al fin necesitaba tanto esto. — Dije mientras las plantas de mis pies tocaban la fría y húmeda hierba que cubría el bosque.

Él hizo lo mismo, se quitó sus zapatos y empezó a dar pequeños saltitos pero no se si era de la emoción o del frío porque el pobre empezó un poco a tiritar y ahí fue cuando me cogió más fuerte de la mano y empezamos a correr.

Los dos íbamos corriendo agarrados de la mano entre los árboles, bajo el leve viento de mayo y aquella hermosa Luna Llena de color amarillo. Aquel momento estará siempre en mi cabeza. Vernos correr y bailar bajo la luz de aquella bonita noche es uno de los recuerdos más hermosos que mantengo en mi mente.

Contemplamos la noche sentados mientras descansábamos bajo un árbol, era un momento de conectar con nuestro interior y con la naturaleza.

Un aullido de lobo se hizo presente por todo el bosque, al principio nos asustamos, pero luego la curiosidad se apoderó de nosotros, por lo que decidimos ir a buscar su procedencia.

Poco a poco nos fuimos acercando al claro del centro del bosque, era un lugar demasiado misterioso y algo nos invitaba explorarlo más a fondo. La Luna estaba en el centro del claro, esta estaba rodeada de todas las copas de los grandes árboles, era toda una imagen de ensueño.

En el centro de aquel claro, vimos algo, o mejor dicho a alguien. Era una gran sombra negra de cabellera rojiza, la persona que estaba en el bosque en ese momento parecía estar haciendo un ritual. Llevaba una capa larga negra y con ella se cubría todo su cuerpo y parte de su cabeza y cara.

Era tiempo de Beltane y miles de practicantes de brujería salían a los bosques para despedir el invierno y encendían fuegos y antorchas para luego esparcir las cenizas en el suelo y con esta festividad y rito evitar las enfermedades en este nuevo tiempo.

El aura de aquella muchacha era muy misteriosa y ahí estábamos Sorín y yo observándola escondidos entre los árboles, puesto que no queríamos entorpecerla.

Sin querer, di un paso hacia detrás y pisé una rama, la cual crujió y en un momento de absoluto silencio, la rama creó un ruido estruendoso. En ese momento, la chica se giró hacia nosotros y pudimos ver su hermoso rostro.

La chica tenía la piel muy clara y su largo cabello rojizo estaba recogido en una media cola, pero dos mechones delanteros se asomaban entre su rostro. Aún recuerdo la mirada fija de aquellos verdes ojos, era una mirada demasiado penetrante y misteriosa.

— ¿Quiénes sois vosotros y qué hacéis aquí? —Dijo de forma rígida la chica que aún no conocíamos.

— Nosotros estábamos pasando por aquí para ir a la ciudad. —Dijo Sorín de forma dubitativa, pero me sacó de un gran apuro, ya que ella no podía descubrir mi verdadera identidad.

La chica pelirroja, se acercó un poco a nosotros. Su mirada iba de Sorín y mí y de mí a Sorín todo el rato. Parecía que quería averiguar más sobre nosotros. Esos pocos segundos para mí fueron eternos.

— Haré como que os creo, seguid vuestro camino y no entorpezcáis a nadie más. Por cierto, no me habéis querido decir vuestros nombres, pero con solo miraros sé detalles sobre vosotros mismos que ni siquiera sabéis. Sorín, Adalline, soy Sylvaine. —Nos dijo aquella chica, mientras Sorín y yo tragábamos saliva fuerte.

— Nosotros no pretendíamos entorpecer tu ritual, de verdad, lo sentimos, y hablo tanto por mi parte como por la suya. —Dijo Sorín sacando la valentía que tenía dentro, pero por dentro podía notar que no podía estar más asustado.

En un acto reflejo, cogí la mano de Sorín y entrelacé nuestros dedos, era mi forma de brindarnos tranquilidad.

— Silencio. No necesito que me hables para conocerte. Sé que no teníais malas intenciones. —Dijo la chica pelirroja de forma misteriosa mientras daba vueltas a nuestro alrededor, hasta que volvió a ponerse frente a nosotros.

Sorín y yo nos miramos demasiado sorprendidos, nunca nos había pasado nada parecido. En ese momento Sylvaine se puso detrás de nosotros y con sus frías manos nos dio un toque en nuestras espaldas para invitarnos a abandonar el bosque.

Y tras, ese encuentro con Sylvaine, Sorín y yo salimos corriendo del claro del bosque y nos dirigimos a la ciudad.

Íbamos demasiado asustados como para poder observar el resto de brujos y brujas que estaban haciendo sus ritos de despedida del invierno.

Lo que Sorín y yo en ese momento no sabíamos era que aquella chica pelirroja, llamada Sylvaine, iba a ser una gran amistad para mí, y quien sabe si algo más para Sorín.


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