Twelve
—Por el poder que me confiere la iglesia, los declaro marido y mujer.
Taehyung frunció el ceño, apenas siendo consciente de la situación. Miró a su alrededor, topándose con un patio hermoso y lleno de naturaleza. Lo que sugería ser un sacerdote especial para bodas estaba al frente, y detrás de él un montón de arreglos bonitos.
A sus espaldas vio a los "invitados" vestidos de blanco, pero sus ropas estaban manchadas de sangre y entonces el ambiente se tornó lúgubre. Intentó correr lejos de allí, mas sus pies parecían clavados en el suelo. Tampoco pudo decir nada o siquiera quejarse. Percibía su rostro tieso y estático, reacio a mostrar algún gesto de temor o desagrado.
Volteó con pánico al otro lado, encontrándose con "la novia". Era un poco más baja que él, estaba completamente vestida de blanco y tenía un velo tapándole la cara. Ella, a diferencia de todos los demás, no tenía sangre encima.
—El novio puede besar a la novia.
Todo movimiento era involuntario, como el típico sueño en el que intentabas correr, no podías y entrabas en pánico y desesperación. Más o menos así se sentía Taehyung.
Se dio media vuelta al compás de la novia, ambos quedando uno en frente del otro. Taehyung llevó sus manos al borde del velo ajeno, levantándolo lentamente.
Dentro de sí esperó a Joohyun, o en su defecto a cualquier otra mujer. Era consciente de lo bueno y lo malo, y lo correcto en ese santiamén era estar atándose de por vida a una dama. Así debía ser y él, como el chico bueno y religioso que era, debía seguir los valores de la sociedad y no caer en pecados ni en nimiedades como aquellas de ser homosexual.
Era homosexual, pero ante la sociedad debía mostrarse como todos los demás, lamentablemente.
Sano, educado, bueno...
Dios había creado a la mujer y al hombre.
No hombre con hombre ni mujer con mujer. Solamente hombre y mujer.
No obstante, su corazón brincó genuinamente de alegría en cuanto se topó con el hermoso rostro de Jeon Jungkook.
Era Jungkook. Su Jungkook. El primer y único chico que pudo despertar su lado romántico y torturarlo constantemente con su existencia. El chico con el que se moría por abrazar, besar, proteger y hacer suyo de todas las formas habidas y por haber. El chico que lo indujo al pecado y que todos los días hacía que se sintiera culpable por sus sentimientos y emociones. El chico que era un demonio con apariencia de ángel, porque solo un demonio podría desarrollar en un humano lo que Jungkook desarrollaba en Taehyung.
—Aquí no hay prejuicios, Taehyung —murmuró el castañito, acercándose al mencionado y pasándole los brazos por el cuello—. Aquí nadie nos va a juzgar por amarnos siendo dos hombres.
«Amarnos...»
Nuevamente, involuntariamente, los brazos de Kim envolvieron la cintura de su ahora esposo y lo acercó a su propia anatomía, acabando con el espacio entre ambos.
Pese a que era consciente de la situación y claramente no podía maniobrar por sus propios medios pues su cuerpo parecía haber tomado vida propia, sintió desfallecerse en cuanto sus labios se juntaron con los adversos, empezando un besuqueo suave y ligero que lo transportó al mismísimo cielo.
Los labios de Jungkook eran exactamente como sugerían ser: sedosos, refrescantes y adictivos. La forma en la que se movían hipnotizaban a Taehyung, quien por inercia lo apretó un poco más contra su cuerpo, anhelando todo de él.
Tan mal, pero tan bien...
Si ese beso le iba a costar el infierno, entonces lo aceptaba con total orgullo y satisfacción.
Ambos cerraron los ojos, dejándose llevar y caer en la más infame transgresión católica.
Al carajo sus padres.
Al carajo su hermano.
Al carajo la iglesia.
Al carajo el cura.
Al carajo toda la maldita religión.
Al carajo Dios y su puta promesa de cielo.
El infierno y los demonios eran más divertidos que una falsa propuesta de edén.
¿Qué se podía hacer en el cielo, después de todo?
¿En el cielo se podía amar sin prejuicios o consecuencias? No, porque el infierno en sí era una consecuencia, y eso lo convertía en el lugar más divertido para estar después de la muerte.
«Si se supone que ya tengo el infierno más que ganado, entonces haré que mi ida allí haya valido completamente la pena».
Por eso se dejó llevar. Dejó que sus manos exploraran los lugares que siempre quiso tocar en Jungkook. Lo manoseó como si la vida se le fuera en ello y se comió sus labios una y otra vez, literalmente. Ignoró las risas malévolas a sus espaldas de los invitados, los cuales celebraban su aceptación de Satanás y su reino en llamas.
Cuanto más se reían, Taehyung incrementaba aún más su fuerza y deseo.
Para cuando abrió los ojos, las risas habían cesado y ya no estaban en el jardín precioso donde dio lugar la ceremonia, sino en una habitación completamente blanca y tanto él como Jungkook en una cama matrimonial, desnudos y todavía tocándose, besándose de vez en cuando.
—¿Cuánto me amas? —preguntó el castaño, paseando sus manos por la espalda del mayor, presionándolo y prácticamente obligándolo a que se mantuviera cerca—. Dime cuánto me amas, Tae.
—Demasiado... —gruñó, bajando la atención de sus labios a aquella mandíbula, cuello y clavícula. Mordía, lamía, chupeteaba y besaba—. Te amo, Jungkook. Te deseo también. Lo único que quiero ahora es tenerte entre mis brazos.
—Yo también te amo... —gimió, arqueando su espalda en cuanto sintió su tetilla derecha ser mordisqueada—. Ha-hazme tuyo...
Enfermizo y aterrador...
Jodido pecador...
—Por supuesto que sí, mi amor.
Devolviéndose, con la respiración acelerada y unos deseos desorbitantes que no cesaban, capturó los labios de Kook entre los suyos y empezó un beso hambriento y rudo en el que ninguno parecía querer un fin. Taehyung agarró con brusquedad la cintura del castaño, reincorporándolo en la cama como si se trataba de un muñeco y palpándolo como si realmente lo necesitara.
Lo apretujó, y entonces descendió con el mismo toque bestial. Bajó por sus caderas hasta sus muslos, mismos que tomó y abrió a los costados, también recogiéndolos escasamente hasta su pecho.
—Hazlo... —jadeó el menor, encogiendo aún más sus piernas.
—Lo haré.
Un nuevo beso; uno más lento, pero no menos duro.
Entonces, Kim transportó su pene ya lo suficientemente erecto a la entrada de Kook, creando una fuerte presión y empezando a ingresar en él con parsimonia, pero a la vez con demasiada necesidad.
—A-ah... Tae...
Era el jodido paraíso.
Ningún otro cielo podría equipararse a ese, porque ver a Jungkook sobrellevado, soltando profundos suspiros, con sus preciosos ojos negros dilatados, los labios entreabiertos y siendo penetrado por él, era una especie de cielo nuevo y único.
Un cielo nuevo y único del que nunca querría irse.
La estrechura, el calor de su cuerpo fusionándose con el del otro, aquellos gemidos, sus propios gruñidos; el simple hecho de tener de esa manera a la persona que amaba. Todo se sentía jodidamente irreal y espectacular.
Besó y chupeteó aquel belfo inferior aprovechándose de tenerlo tan cerca. Quería ser delicado con el castañito. Quería tratarlo como se lo merecía; no obstante, su propio deseo era tan inmenso que no fue taaaan considerado como deseó haberlo sido. Terminó por entrar en él de una manera brusca y que obligó a Jungkook a soltar un pequeño gritito de sorpresa, dolor y placer.
—Lo siento, precioso.
Kook negó mientras tragaba en seco, animándose a atraer a Kim por el cuello.
—Soy tuyo. Trátame como quieras. Hazme lo que quieras.
Y consciente o inconscientemente, Taehyung le hizo caso. Empezó a penetrarlo duro, pero no tan rápido. Se encargaba de sacar su falo casi en plenitud y de hundirlo hasta el fondo con poca amabilidad. Más temprano que tarde el cuerpo de Jungkook comenzó a moverse contra la cama, y sus gemidos eran como escuchar a los ángeles cantar.
Precisamente como escucharlo a él cantar. Su voz era majestuosa. Por algo había pertenecido al coro de la iglesia. No era de extrañar que tan perfecta voz también sonara bien llena de gemidos y jadeos.
Una ligera capa de sudor los envolvió, y con los minutos todo se hizo todavía más placentero. Ahora Taehyung iba con las estocadas más constantemente, lo suficiente como escuchar aquel ruido característico de su cuerpo chocar contra el de Kook, quien rasguñaba sutilmente su espalda y lo besaba por cortos intervalos, ansioso y plenamente entregado.
Los dos estaban más que entregados.
—Te amo —expresó el mayor, manteniendo el ritmo—. Te amo, Jungkook.
Se sentía tan cerca del límite.
Lamentablemente, no iba a llegar.
El castañito no respondió; por el contrario, una gruesa voz manifestada en risas macabras emanó de su garganta, y su físico poco a poco fue deformándose hasta mostrar a un demonio.
Piel tan roja como la sangre, cachos negros y largos, lengua extensa partida por la mitad, ojos negros y vacíos y su ano pasó de ser placentero a tortuoso, pues de la nada Taehyung sintió como si le estuvieran clavando un montón de pinchos en el miembro.
Intentó alejarse, pero fue en vano.
—¡Sígueme follando, pecador! —tomándolo por los hombros, lo obligó a permanecer ahí y le enterró las pezuñas en la piel, lastimándolo—. ¡Fóllame como si fuera tu hermoso Kookie! ¡Acabas de decir que me amas! ¿Me amas? ¿No me amas? ¿¡Por qué juegas conmigo!?
Lo cacheteó, aunque ese golpe fue más un intento por descalabrarlo.
—¡Te vas a ir al infierno por mentirme! —rio con más viveza—. ¡Por fijarte en un hombre, por casarte con un hombre, por besarte con un hombre, por follarte a un hombre! ¡El infierno tiene un lugar especial para ti, infractor! ¡Tu asqueroso Dios estaría vomitando ahora mismo! ¡Ya no eres el hijo de nadie! ¡Dios y su cielo te dieron la espalda! ¡Fóllame!
Una nueva cachetada. Taehyung estaba atónito, intentando huir y todo resultando inútil. Para colmo, su cuerpo seguía actuando por sí mismo, pues sus caderas retomaron el ritmo.
Pasó de ser el paraíso al mismísimo infierno.
El demonio carcajeaba alto, lanzaba maldiciones y se sacudía en la cama con total euforia.
—¡Tu alma está sucia y perdida! —Se mofó—. ¿Te gusto? ¿Te gustaban los gemidos de tu querido Jungkook? ¡Te complaceré! ¡Ah, ah, ah! —empezó con malas imitaciones de la voz de Jungkook, burlándose y provocando—. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah!
Y Taehyung seguía con las estocadas...
—¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, aaaaah!
Taehyung despertó exaltado.
Estaba experimentando escalofríos, tenía sudor por todo el cuerpo, taquicardia, la garganta seca, el pecho doliéndole y una fiebre que, al parecer, lo estaba haciendo delirar. Su estómago se revolvió ante los recuerdos de su mente y de lo que había acabado de ocurrir en sus sueños.
Levantándose rápidamente de la cama e ignorando olímpicamente el dolor de las heridas del atropello, corrió hasta el baño, tan mareado como era posible estarlo. Subió como pudo la tapa del inodoro y se arrodilló a vomitar bilis.
Estaba paranoico y tenía miedo.
«Perdóname por todo, Dios mío...»
Si aquello había sido solamente una pesadilla, ¿por qué se sentía tan mal y culpable?
Vomitó todavía más, tanto por la enfermedad como por verídico asco de sí mismo. Le importó poco estar hirviendo en fiebre y se metió a la ducha de agua fría cuando terminó con el vómito. Se aseó lo mejor posible y al culminar lavó sus dientes. Seguía temblando, pero es que ningún suplicio humano podía compararse con el que pasaba por su mente, sus recuerdos y la cosa tan grotesca que había acabado de acontecer.
¿Era simplemente su cerebro reaccionando a algún tipo de miedo o una señal de que Dios finalmente lo había abandonado? Probablemente la segunda.
Tras salir del baño, se vistió, agarró su Circa, salió de su habitación y bajó las escaleras. Estaba pálido y su expresión dejaba en evidencia que estaba pasando por un mal momento. Ese solía ser uno de los peores defectos en Taehyung: no saber disimular.
Necesitaba distraerse y lo haría en la calle, lejos de todo y de todos, en compañía exclusiva de su preciada cámara.
—Kim Taehyung, ¿a dónde crees que vas sin permiso? —habló su padre, que muy posiblemente estaba sentado en el comedor leyendo el periódico—. ¿Mh?
—Necesito distraerme —expuso brevemente en tanto abría la puerta principal—. No volveré para el-
Su palidez incrementó.
No debió haber volteado. Debió irse sin dar explicaciones o simplemente debió darlas sin darse la vuelta.
Junto a su padre, en el comedor y al lado de Jimin, estaba el mismísimo Jeon Jungkook.
Su madre salió de la cocina tan solo segundos más tarde, llevando en una bandeja el pan para el desayuno.
—¡Cariño, despertaste temprano! Pensé que dormirías más. Debes estar cansado luego de lo de ay-
Un estruendo la interrumpió.
Taehyung se había desmayado en plena entrada.
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