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Como todas las mañanas Hitoshi e Izuku acomodaron una carreta al lado de su pequeño quiosco a las afueras de la aldea, donde años atrás el líder del clan les permitió instalarse para vender leche, queso, artesanías y de vez en cuando frutas.
—Regresaré a ayudar a papá con la huerta o me volverá loco con el tema del invierno acercándose —dijo Hitoshi estirándose—. ¿Puedes con esto tú solo?
—Tranquilo, sé defenderme, no dejaré que pase lo de la semana pasada —respondió Izuku empezando a acomodar la mercancía.
Ese día, como todos los miércoles, era un buen día para el comercio y la ubicación en la que estaban era de las mejores. La isla Bakugo era una de las principales entre el conjunto de islas que conformaban la nación de Farkas, la cual había sido formada hacía poco más de doce años en una alianza entre todos los clanes de lobos que habitaban el archipiélago.
—Entonces Kumo te ayudará —dijo Hitoshi acariciando la cabeza del animal, una oveja macho blanca como las nubes de un día de verano y con una cornamenta enroscada y grande, lo que de alguna forma lo hacía ver intimidante.
—Es mejor que te lleves a Kumo contigo, sabes que se molesta cuando desconocidos se me acercan mucho.
—Esa es la idea hermanito —afirmó el mayor riendo un poco.
—Pues no podré vender si Kumo ataca a los clientes y necesitamos dinero para comprar lo que no podemos cultivar nosotros mismos, sobre todo ahora que está entrando el invierno —recordó Midoriya.
—Como quieras, solo recuerda regresar antes del anochecer.
—Por supuesto, cuídate hermano —se despidió Izuku sonriendo mientras veía a Hitoshi irse junto a la alegre y enorme oveja.
Era un día bonito, sin importar que el frío comenzaba a atacar con más fuerza anunciando que el crudo invierno se acercaba. Los árboles ya casi no tenían hojas y varias aves ya habían emigrado.
Si, definitivamente estaban iniciando los meses fríos del año y con ellos la temporada más esperada por los jóvenes de la isla, la época de cortejo.
Izuku sonrió al pensar en ello, era simplemente romántico, el concepto de la pareja destinada, del amor duradero, la idea de tener a alguien con el que pudiera contar siempre, eso era perfecto.
El peliverde hijo adoptivo de Aizawa tenía dieciocho años para ese momento, había vivido en esa isla su vida entera, al menos así era en la mente del chico, pues no recordaba nada de lo que vivió en su primer año de vida, como era normal en toda persona. Para él, Farkas era su nación, el lugar al que pertenecía, así que se había criado rodeado de las costumbres de los clanes.
—Buenos días, forastero —dijo una mujer de cabello verde oscuro acercándose a Izuku.
—Buenos días Tsuyu, ¿vienes por queso?
Tsuyu era una clienta habitual, una mujer amable y tranquila. En los últimos meses, la chica había estado visitándolo casi todos los días en busca de una cosa, queso, aparentemente su embarazo la había hecho desear comer toneladas de aquel delicioso alimento, pero como era común en los antojos de una persona en cinta, ella quería específicamente del que Izuku vendía.
—Sí, la cantidad de siempre por favor —respondió la mujer.
—Como digas. —Izuku sacó dos libras de queso envueltas cuidadosamente en hojas y las puso dentro de la canasta que llevaba Tsuyu.
No tuvo que decirle el precio a esta pues ella se lo sabía de memoria, así que la peliverde solo dejó las monedas sobre una de las mesas.
—Forastero, sé que ya debes saberlo, pero deberías irte temprano a casa, hoy se hace el festival de cacería y bueno... —Tsuyu no siguió con la explicación, la sonrisa de Midoriya le decía todo.
—Los alfas se vuelven salvajes. —Terminó de decir Midoriya—. No te preocupes me iré antes del anochecer, además soy un beta y no formó parte del clan, así que no corro gran peligro. Igual muchas gracias por preocuparte por mí.
—Gracias a ti por los quesos, nos vemos en dos días forastero.
La peliverde solamente se alejó regresando al pueblo. Izuku suspiró con cansancio, realmente no le gustaba que le dijeran forastero, a esas alturas era estúpido, él prácticamente creció junto a Tsuyu y la mayoría de los jóvenes de allí, pero igual no dejaba de ser un forastero ante los ojos de todos.
Aquel detalle que se empeñaban en resaltarle le causaba un gran dolor al pecoso. Aún recordaba la tristeza que sintió cuando su padre le dijo que él no tenía un destinado, que él no era como los demás niños de la isla y que por eso probablemente jamás tendría una pareja.
Sonaba algo muy cruel para decirle a un niño de once años, pero Aizawa prefirió ahorrarles la decepción a sus hijos en un futuro, era más fácil saber eso antes de enamorarte de alguien y no descubrirlo cuando ya era demasiado tarde.
—Qué bonito sería poder participar —susurró Midoriya al ver las casas decoradas con telas rojas indicando que allí vivían alfas solteros y azules para decir lo mismo de los omegas.
—Sería difícil para un beta, aunque hay varios que participan de todas formas, la juventud de hoy no respeta las tradiciones —dijo una pequeña anciana acercándose al puesto de Izuku.
—Buenos días, sacerdotisa Chiyo —saludó el peliverde—. ¿En qué la puedo ayudar?
—Vine a ver las hierbas que tienes, me hace falta algunas cosas para los pigmentos del ritual de hoy, las pinturas en la plaza no se pintaran solas, todavía nos faltan algunas figuras —informó la anciana mujer.
Ella era una sacerdotisa de la diosa Luna, deidad del invierno y el amor, además de la protectora de la isla en la que se encontraban. Era por eso que la anciana era la encargada de todo lo referente a las relaciones en las islas, lo que incluía la celebración que se llevaría a cabo por un mes a partir de ese día.
—Solo dame un momento pongo las canastas en la mesa —dijo Izuku empezando a descargar lo que le faltaba, que era justamente todas las hierbas medicinales y algunos tés hechos por el mismo.
—Forastero —llamó alguien más justo cuando el pecoso terminaba de colocar la última canasta en la mesa, la voz era inconfundible, se trataba de Katsuki Bakugo, el único hijo de los líderes del clan—. Aparentemente, tú eres el único en todo el maldito pueblo que puede tener leche.
—Si así es —respondió Midoriya dejando a la sacerdotisa sola—. ¿Traes algo en que llevarla?
—Obviamente si imbécil —contestó Bakugo poniendo con brusquedad en la mesa un jarro grande de barro.
—¿De vaca o de cabra?
—De vaca.
Izuku asintió tomando el jarro para ir la gran olla de barro donde tenía la leche. Todo estaba transcurriendo con normalidad y calma, por lo que parecía ese día iba a ser bueno, después de todo apenas había llegado y ya estaba teniendo tres ventas, todo pintaba a estar bien, si las cosas seguía así el peliverde creía que quizás podría olvidar la desazón que el festival de cacería le causaba.
Al menos lo pensó así hasta que un golpe en su espalda y una risa estridente se escuchó.
—Lárgate de aquí, no queremos forasteros en nuestras tierras —gritaron algunos jóvenes de poco más de quince años.
Esa era la quinta vez que le pasaba algo así en el mes e Izuku empezaba a perder la paciencia.
—Contrólate Izuku, no puedes causar problemas —se dijo en voz baja poniendo la tapa a la olla con la leche y regresando con el jarro para dárselo a Katsuki—. Son tres monedas reales.
—Deberías decirles algo a esos mocosos de mierda —soltó Katsuki.
—No me voy a meter en problemas por ellos, nos costó mucho tener nuestro puesto aquí, además son inofensivos, créeme hay personas peores —contestó el pecoso recibiendo su paga—. Gracias por comprar, suerte en la cacería de hoy.
Bakugo solo asintió y se alejó del lugar no sin antes darles una mirada de fastidio a los tres muchachos quienes aún no se iban del lugar, probablemente planeando lanzarle algo más al vendedor.
—Bueno, forastero me llevaré estás hierbas y un poco del té que me vendiste la última vez que vine —dijo Chiyo—. ¡Ni se les ocurra lanzar esa bola de barro o me veré obligada a decirle a sus padres! —exclamó la mujer sin siquiera voltear a verlos logrando así que los chicos retrocedieran un poco.
—Gracias sacerdotisa Chiyo —dijo el peliverde empacando el té en la canasta de la anciana.
—Es un gusto forastero, a los jóvenes hay que educarlos desde temprano —afirmó la sacerdotisa—. ¿Cuánto te debo?
—Son cuatro monedas por las hierbas y tres por el té, pero por ser a ti te dejo todo en cinco —respondió Izuku con una sonrisa.
La anciana sacó de un pequeño bolso de tela la cantidad pedida y la dejó sobre la mesa.
—Ten un buen día forastero.
—Lo mismo para usted sacerdotisa —se despidió Midoriya tomando las monedas. Luego simplemente se concentró en acomodar mejor la mercancía.
A unos cuando pasos del local la sacerdotisa se detuvo con la intención de llevarse a los joven de allí y evitar así que siguieran molestando al peliverde, mientras que no muy lejos de la anciana caminaba un muchacho rubio de contextura delgada en dirección al local del pecoso. Toda la escena era normal, incluso un poco tranquila en lo que cabía.
—¡Buenos días forastero! —exclamó el rubio ya acercándose al lugar.
Izuku abrió la boca para contestar el saludo, pero no fue capaz, su cuerpo de repente se sintió caliente, como si le hubiera subido fiebre de forma repentina, su respiración se agitó y una avalancha de aromas demasiado fuertes le llenaron las fosas nasales haciendo que su estómago se revolcara. Sin embargo, lo que realmente asustó al peliverde fue la cantidad de información que empezó a captar de todo a su alrededor, era abrumadora y constante, como un ruido ensordecedor que llenaba a su mente de tantos pensamiento que no podía concentrarse en nada.
Al final terminó cayendo al suelo con un grito de dolor mientras se sujetaba la cabeza con fuerza tratando desesperadamente de frenar sus pensamientos.
—¡Por todos los dioses! —exclamó la sacerdotisa al ver hacia Midoriya. A su lado uno de los jóvenes, un alfa que hacía muy poco había presentado, se abalanzó hacia el frente en dirección al pecoso—. ¡Sujétenlo!
Sin entender bien que sucedía, los otros muchachos se tiraron sobre su amigo tumbándolo al suelo e inmovilizándolo allí.
—Presento, él está presentando, pero ya pasó por la edad —decía la otra persona presente en el lugar, un omega llamado Denki Kaminari, quien solo había ido allí a comprar algunos platos por pedido de su padre.
—Denki ve corriendo y trae ayuda, betas u omegas nada de alfas —pidió la mujer corriendo hacia el pequeño quiosco donde estaba tirado Izuku retorciéndose—. Es un omega, como pensé.
La pequeña mujer se agachó cerca del rostro de Midoriya mirando sus ojos, estaban brillando tenuemente mientras observaba a la nada. Tocó su mejilla con suavidad sorprendiéndose al instante, había magia en él, muy poca si se comparaba a los estándares normales de los lobos, pero allí estaba.
—Sacerdotisa —llamó un hombre con voz agitada.
—Por aquí —indicó la anciana—. Necesito que trasladen a este muchacho a mi casa y que alguien se encargue de llevar su mercancía a la cabaña en el bosque.
Como esto no tendrá mucho tiempo de separación, no habrá grandes nota de autora.
Recuerden votar y comentar, saben que eso me ayuda mucho, y si lo hicieron gracias.
Si ven algún error no duden en decírmelo, se los agradecería enormemente.
No siendo más nos leemos en la próxima actualización o en otra de mis historias.
Los quiero.
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