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17

Se sentía furioso y humillado. ¿Cómo se atrevía ese omega de pacotilla a tratarlo así? Pero ni que creyera que las cosas se iban a quedar de esa forma, eso era lo que sentía Neito en ese preciso instante.

Monoma había sido castigado por su agresión injustificada, fue enviado a sentarse en un rincón y se le impidió participar del entrenamiento mientras reflexionaba sobre lo que hizo mal, cosa que el rubio no realizó en absoluto.

—¿Sabes? Dicen que va a empezar una tormenta —comentaba un muchacho a su grupo al lado del omega rubio—. Creo que nos tocará pasar la noche aquí, puede que sea peligroso cruzar el mar ahora mismo.

—Tal vez nos dejen ir temprano —sugirió alguien más.

Neito miró hacia el frente, donde los guerreros practicaban con espadas de entrenamiento. Al fondo se podían ver conversando alegremente a Izuku, Ochaco y algunos omegas más que se habían unido a ellos, tal vez hablando de sus alfas, porque sus miradas se dirigían constantemente a las personas entrenando.

La rabia volvió a subir con más fuerza en la mente de Neito. ¿Por qué ese perro había conseguido más amistades a costa de su humillación? No, nada de eso podía seguir así, él no lo permitiría.

Monoma se levantó de su lugar y se dirigió a la puerta tomando su abrigo.

—Necesito atender mis necesidades y el baño de aquí está ocupado usare el que se encuentra afuera —dijo cuándo el maestro le miró.

El hombre mayor solo asintió y Neito salió del lugar, necesitaba aire libre de aquella mezcla nauseabunda de emoción y alegría. Ya afuera, caminó alejándose un poco de la gran estructura cerrada y se dirigió al campo de entrenamiento abierto que en ese momento estaba lleno de nieve.

—Casi que no llegamos aquí —dijo una voz un poco cerca de Neito—. No creo que esto sea una buena idea.

—El rey nos pidió que lleváramos a toda costa a ese tal Izuku y ahora con más mérito siendo este un omega —dijo alguien más.

Ambos eran caballeros de Sivatag que habían emprendido su viaje hasta esa isla poco después de que Izuku se fuera con al alfa rubio, los rastrearon siguiendo su olor y luego pudieron robarse un bote de remos con el que partieron en la misma dirección por la que vieron alejarse al peliverde.

Tuvieron suerte, un cumulo de acontecimientos afortunados para ellos que los llevaron directo al lugar correcto, como la falta de vigilancia en la zona debido a algunos problemas en una isla más al norte y que justo esa mañana los pescadores hubieran decidido no salir al mar por miedo a la posible tormenta.

Monoma los miró, era un hombre alto de cabello azul y lentes, al lado de este se encontraba un joven rubio y un poco más bajo mirando a su alrededor un aterrado.

—Van a llevarse a Izuku Midoriya —soltó Monoma haciendo a los otros dos ponerse en guardia—. Si piensan llevárselo muy lejos de aquí yo les puedo a ayudar.

—¿Qué es lo que propones campesino? —preguntó Tenya con interés.

—Iida esto no me gusta, vámonos —dijo el rubio.

—Deja de ser tan cobarde Aoyama —pidió el peli azul—. ¿Tienes un plan?

—Escuché por ahí que el cría ovejas, les tiene mucho cariño, de hecho su favorita está justo aquí.

Solo se había levantado un momento para hablar con Katsuki y Kumo ya se había ido. Lo buscó dentro del sitio de entrenamiento, pero no podía verlo y cuando notó que la puerta principal estaba un poco abierta temió lo peor.

Izuku salió del lugar tomando su abrigo y gorro colocándoselos mientras caminaba en la nieve.

—¡Kumo! ¡¿Dónde estás Kumo?! —llamaba el peliverde recorriendo el lugar alrededor de la gran constructora circular.

En la parte trasera del campo de entrenamiento, cerca del inicio de la zona boscosa, el peliverde pudo ver algunas pisadas sobre la nieve, pezuñas de oveja, Kumo había ido por allí. Sin pensarlo mucho siguió el rastro bosque a dentro.

—¡Kumo! ¡¿Dónde estás Kumo?!

No supo cuánto tiempo estuvo caminando mientras llamaba a su oveja, hasta que por fin, después de mucho buscar, la vio cerca a la ladera de una empinada colina.

—Kumo, oveja mala, ¿cómo llegaste hasta aquí? —dijo el peliverde abrazando al animal—. Volvamos, Kacchan debe estar preocupado.

Izuku se dio la vuelta para regresar por el mismo camino que usó para llegar allí, encontrándose con que las pisadas en la nieve habían desaparecido. Con el ceño fruncido miró a todas partes, ¿había llegado justo por el frente de donde estaba? Si, así era, ¿entonces por qué no había huellas?

Siguió ese camino, pues era el más obvio, no obstante, pronto se dio cuenta de que no recordaba nada más, había estado tan concentrado buscando a su oveja que no se fijó en su alrededor para ubicarse, que error más tonto.

Caminó un poco más, intentó ir recto, sin embargo, después de algunos minutos se percató de que estaba dando vueltas en círculo, se hallaba perdido.

—Tal vez solo tengo que usar mi don —habló Izuku con Kumo acariciando la cabeza del gran animal—. No hay que tener miedo.

Cerró los ojos y se preparó para lo que seguía, al abrirlos pudo verlo todo, captar cada detalle a sus alrededor, recolectar cada indicio. Supo que animal había pasado por las secas ramas de los árboles, sintió el descenso constante de la temperatura y el aumento de la velocidad del viento, entonces estuvo seguro de dos cosas, la primera era que no sabía qué camino tomar para regresar y la segunda era que pronto se desataría una tormenta.

—¡¿Cómo que no está?! —La voz de Katsuki resonaba en el lugar, era casi un gritó cargado de enfado y miedo.

Llevaban una hora buscando a Izuku, pero no le encontraban y para colmo la mayoría de las personas ya se habían ido por miedo a la tormenta que empezaba a hacer su aparición.

—Bueno, yo no quería decir nada, pero le vi hace un buen rato —dijo Monoma acercándose.

—¿¡Por qué solo hablas hasta ahora maldita escoria!? —gritó Bakugo dando todo de sí para no estallar de una vez por todas la bonita cara de niño bueno de Neito.

—Porque no quería lastimarte, es que lo vi irse con un alfa de vestimenta rara, creo que no era de ningún clan —contó Neito fingiendo incomodidad—. Se besaron antes de caminar hacia el puerto.

Hubo silencio, un silencio prolongado y pesado, los demás presentes, que oyeron las palabras de Monoma, veían a Bakugo con cara de preocupación. Su destinado le había engañado, algo así destrozaría a cualquiera, pero a Katsuki, al alfa que había buscado a su destinado por años, aquello debía ser un dolor agónico, peor a cualquier otra cosa que alguien hubiera sentido.

—Mientes —sentenció Bakugo—. Él no haría eso.

Katsuki recordó lo sucedido esa mañana cuando fue por Izuku a su casa, la reacción de todos, el deseo del peliverde por salir de ese lugar, el notable rechazo de la familia hacia sus visitantes. Luego estaba la conversación que tuvieron antes de llegar a la isla en la que estaba. Definitivamente el peliverde no se iría por voluntad propia con aquellos forasteros.

—¿Qué le hiciste? —Esa era la conclusión más lógica a la que llegó Bakugo.

—No le he hecho nada a ese perro.

—¡No mientas Monoma! ¡Vas a decirme que le hiciste a Deku si no quieres que te parta todos los dientes!

—No sé de qué me hablas —insistió Neito justo cuando el viento empezó a golpear con fuerza la estructura, la tormenta había comenzado.

Bakugo sintió miedo, verdadero miedo, el inclemente clima había empezado a azotar la tierra y él no sabía si su omega estaba seguro. Un terrible dolor en su pecho lo paralizó mientras que en su interior su alfa comenzó a aullar de terror.

—Izuku —susurró el rubio cenizo en un chillido estrangulado.

—Hermano calma —pidió Eijiro viendo que su amigo estaba perdiendo el control de sí mismo, de seguir las cosas así el pelirrojo estaba seguro de que el alfa interno de este saldría a la superficie.

Un aullido desde afuera llamó la atención de todos, rápidamente los presentes corrieron hacia el exterior siendo recibidos por la terrible ventiscas. A lo lejos, junto a los árboles, un gran lobo gris aullaba llamando a su amo.

—¡Gure! ¿¡Qué pasa muchacho!? —gritó Katsuki.

El enorme animal dio la vuelta mirando hacia el bosque y volvió a aullar, entonces el rubio cenizo entendió lo que su lobo quería decirle. No le dio tiempo a nadie de reaccionar para detenerlo, únicamente le arrebató a Uraraka la canasta del almuerzo que tenía en la mano antes de salir corriendo hacia su lobo, el cual comenzó una carrera en dirección al bosque.

—¡Katsuki! —gritó Eijiro empezando a correr hacia la misma dirección que su amigo, empero su maestro lo detuvo.

—No dejaré que más de mis alumnos hagan una locura —dijo el hombre mayor—. ¡Todos entren ahora mismo!

Cada una de las personas que aún quedaban en el lugar, a excepción de Neito quien ya estaba dentro, regresaron al interior con la angustia marcada en el rostro. Solo esperaban que todo saliera bien y la pareja pudiera regresar sana y salva, aunque las posibilidades de que eso sucediera eran demasiado bajas.

Dato curioso, Kumo significa nube en japonés, le puse ese nombre a la oveja porque cuando lo describí dije que era tan blanca como las nubes en el verano.

Perdón por publicar tan tarde, pero hoy actualice por una de mis historias de actualización semanal, puede que mañana vuelva a ocurrir esto.

Recuerden votar y comentar, saben que eso me ayuda mucho, y si lo hicieron gracias.

Si ven algún error no duden en decírmelo, se los agradecería enormemente.

Gracias por esto.

No siendo más nos leemos en la próxima actualización o en otra de mis historias.

Los quiero.

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