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Capítulo único

A lo largo de la vida, nos vemos envueltos en múltiples situaciones de las cuales no tenemos ni la mínima idea de que ocurriran. Puede llamarse destino, si eres de aquellos que cree fielmente en ello o bien, cosas que pasan, porque habrían posibilidades de que ocurriera.

Llega un momento en el que piensas que ya todo está perdido y no tiene ninguna solución, no tienes de otra que dejar que pase, obligandote a creer que todo quedará así para siempre. Vaya redundancia de palabras, pero es lo que pasa por tu mente día tras día mientras ves como algo que habías creado, quedaba en el olvido y quedas vulnerable aparentando algo que no eres.

¿Qué tanto debo de sufrir para volver estar bien?, me preguntaba cada maldito, segundo, minuto y hora de mi vida a mis diecisiete años.

Todos pasaban por el dolor de una diferente manera y el plazo era indefinido, sabía que en cualquier momento mi felicidad se convertiría en tristeza, más no que en ese instante, en el que las cosas iban de maravilla para mi. Me encontraba en el mejor punto de mi adolescencia; yendo y viniendo con mis amigos a donde fuera y queríamos, salíamos a divertirnos muy seguido porque de eso se trataba y trata la vida. Nos empeñabamos en sentirnos libres siempre, sin dejar que terceros quisieran terminar con nuestra fiesta.

Todo iba tan bien.

Fue solo un parpadear de ojos para enfrentarme a lo cruel que estaba siendo la realidad que me había esmerado en crear, se viniera hacia abajo. Y me preguntaba si era mi culpa el hacerme ciego a lo que me rodeaba.

Le veía el lado positivo a las cosas y pobre de alguien que quisiera llevarme la contraria porque terminaríamos en una discusión llena de insultos e incluso golpes.

No era para nada malo, si el sacarle provecho.

Cuando decía que eramos mis padres y yo contra el mundo, dejó de tener sentido el día que los perdí en un accidente movilístico, justamente un día después de su aniversario de casados. Recordaba fielmente la fecha en que aquello sucedió, once de septiembre, un día antes de mi cumpleaños.

Me encerré en mi mismo.

¿Por qué?

Quizá hubieramos esperado hasta después en celebrar como se debía algo tan importante como lo era mi nacimiento.

En ese entonces, dejó de serlo.

No me bastó en quedarme en casa una semana entera entre la soledad y mi llanto, acompañado además de muchas botellas de todo tipo de cerveza. No me bastó. No me bastó porque seguí así lo que restaba del mes, hasta que alerté a mis amigos por mi seguida ausencia, y aunque pudieron sacarme de esas cuatro paredes, no lo lograron con ese chico sonriente que emanaba tanta felicidad, solo era Kim Namjoon, un chico que estaba por su suerte, luchando en seguir con vida.

Lo siguiente fue, en que despertaría cada vez con aquel sentimiento que se quedaba estancado en mi garganta por demasiado tiempo, que a veces ni respirar podía.

Era muy irónico. Me sentía muy solo, aún si tenía el acompañamiento de quienes juraron en quedarse a mi lado para contrarrestar aquella abrumante emoción que no me dejaría tranquilo por un largo tiempo.

Sin embargo, trataba. Trataba en seguir sus pasos, los que alguna vez les incentivé para que fueramos mejores personas. Y ese era el problema, yo ya no lo era. No cuando sentía que era una gran idea el dejar todo lo que se me fue dado, total ya había pasado una vez, en la segunda tal vez no habría sufrimiento.

Al cabo del segundo mes, no hubo mejoramiento alguno, por más que estuviera dispuesto a sentirme bien.

Los pensamientos malos volvían a atacarme, llegando a un punto en el que ya se me era costumbre el siquiera pensar en que toda mi persona tenía demasiados defectos. Perdí mi confianza. Perdí mi autoestima. Me perdí de mi mismo de todas las maneras posibles.

Si me lo preguntaban, el mes de diciembre lo recordaba más que bien, y hubiera sido genial que por recuerdos bonitos...lo hubiera sido.

La tristeza que sentía era muy profunda que apenas sabía lo que sucedía a mi alrededor. Lo recordaba más que bien por lo mal que me encontraba, tanto que no hallaba las palabras correctas para decir cómo me sentía. Mi relación con la sociedad se quebrantó tanto en ese tiempo, que ya no hablaba con mis amigos y por consecuencia de ello, perdí contacto con cada uno, sin excepción, además de escaparme de la ciudad por unas cuantas semanas, semanas antes de mi graduación.

Lo sé, tuve la oportunidad de por lo menos ir a terapia, así como mis tíos decían cada que llamaban o me visitaban, queriendo saber de mi estado y lo que siempre hacía era mentir. Pero yo no quería ser una carga para ellos, suficiente tenía con aguantarme, que hasta verme en el espejo me daba asco.

Y pensé que con seguir encerrado en mi mundo luchando contra mis demonios, no le traería problemas a mi familia. Muy estúpido de mi parte, claro que si.

Es que no le encontraba ya el sentido.

¿Qué haría después de graduarme?, cursar la carrera de mis sueños, conseguir un trabajo estable, salir del país si fuera necesario, eran las posibilidades que encontré alguna vez y que en ese instante las veía difíciles, porque no iba a ser lo mismo sin mamá, sin papá.

Quizá fue mi decepción al ver que no ponía nada de mi parte en mejorar para querer buscar ayuda profesional. Quizá.

Ya no era estabilizador de mis emociones, ya no sabía controlarlas. No sabía nada.

El día tan esperado llegó, el cual con fuerzas que saqué de alguna parte, no me retracté en asistir, mucho menos sabiendo que todos se acercarían preocupados a preguntarme en dónde diablos me había metido, y que sería muy cobarde de mi parte decirles que solamente andaba por ahí, vagando no muy lejos.

Era muy cobarde.

Por eso fue que me mudé a la capital, queriendo dejar atrás todo lo que formaba parte de mi, tal vez lograba algún cambio, eso y que intentaría no decaer.

Juro que lo intentaba.

No veía buenos resultados.

Pasaron los días hasta que el mes de mayo llegó y junto con él, mi intención de tomar terapia. Iba tan decidido a entrar por esa puerta, de no ser por una mala jugada que mi interior había hecho en un mísero segundo.

Ansiedad.

Con solo poner mi mano en la manija, mi respiración comenzó a acelerarse, acompañado de mi corazón tan acelerado que no me dejaba tiempo de razonar. Por eso huí, diciendo que tendría otra oportunidad más adelante y que en ella no habría nada que me detuviera.

Comencé con mis clases y por si fuera poco, con mi estrés.

Vaya, mi departamento no se sentía tan vacío si constaba con ansiedad y estrés, sin dejar de mencionar la depresión.

Tenía otros pensamientos rondando en mi cabeza, se sumaban a los que habían estado guardados por un buen tiempo. Y volvía a recaer.

Recuerdo que solo agarré un abrigo, mi teléfono y las llaves de mi supuesto hogar para tomar cualquier rumbo entre tantas calles, mejor si estaban desoladas. Me emborraché y desde entonces tengo algunas imágenes de ello. Como el casi meterme a una pelea con no sé quién por a saber qué cosa, perderme en el intento de regresar a casa, y luego de ello despertar desorientado en mi cama y con una nota que decía y tuviera más cuidado.

Ese cuidado intente darmelo en junio, volviendo a contactar a la que sería mi psicóloga personal, quien ni siquiera dudo en darme todo el tiempo del mundo que necesitara para poder entrar ahí y dejar salir lo que seguía acumulando.

Al principio, no le entregaba mi confianza, a pesar de que era más que lógico que no se lo contaría a nadie. Las primeras sesiones se basaban en las mismas preguntas, de cómo me encontraba, qué había hecho, si tenía pensamientos que conllevaran a lastimarme, y las contestaciones eran las mismas todas las veces.

Ni siquiera me gustaba tener que aguantarme.

No había ya nada en mí.

Julio y agosto decidí hacer caso omiso a sus intenciones de retomarla y me enfocaba demasiado en mis estudios, en ser un perfeccionista de mierda que terminaba llorando cuando algo no le salía bien y tirando todo lo que veía a su paso.

Lo que me faltaba.

Estaba a un paso de retirarme de lo que algún día anhelé en seguir. Tenía sueños rotos y eso incrementaba el dolor y la intención de volver a quedarme en una habitación monótona volvía con una abrumante fuerza.

Por eso decía que era tan bueno atrayendo la energía negativa.

Fue el detonante necesario para acudir nuevamente al alcohol, aunque fuera y se clasificara como una de las ideas menos convenientes para situaciones como en la que me encontraba.

Era uno de septiembre cuando estaba caminando por el río Han, específicamente en el puente.

Era uno de septiembre cuando por un maldito segundo pensé en acabar con mi vida.

Era uno de septiembre...cuando llegó él.

-¡Hey!

Por más que mis sentidos estuvieran nublandose, pude reconocer que aquel llamado se me era dirigido a mi, ¿cómo no?, era la única persona que estaba subiendose al barandal para saltar.

-¿No te quedó claro cuando dije que te cuidaras?

Mi ceño se frunció por diferentes razones. La primera porque me había pensado demasiado en subirme ahí cuando pedía a gritos dejar de sufrir. La segunda porque no sucedió nada apesar que era muy probable que cayera por lo ebrio que estaba. La tercera y última, que desconocía tanto al chico como a sus palabras.

-Créeme que esto no es una forma de...

-No entiendes.

Si algo había aprendido de mi faceta de borracho, es que los recuerdos aparecen con el tiempo, ya fueran entre sueños o flashbacks que aparecían de la nada y ese fue el momento principal que llegó a mi mente al despertar en un lugar diferente al que era mi casa.

Desorientado y con dolor de cabeza salí en búsqueda de respuestas y era mejor si no llevaban regaños consigo.

-Creí que no ibas a despertar jamás.

No tenía que enojarme, puesto que eso intentaba hacer, pero vamos, no estaba para aguantar sarcasmos.

-Si tan solo me hubieras dejado, te estaría ahorrando la tarea de tenerme aquí.

La sonrisa que adornó su rostro, alivió todo enojo que recorría mi cuerpo.

-Créeme, si lo entiendo.

"Créeme".

-Cuando termines de desayunar, tomas tu ropa y te vas.

-Ni siquiera sé dónde estoy.

-A siete departamentos del tuyo, genio.

-¿Eres mi vecino?

Y la risa que soltó junto con la rodada de ojos que hizo, fue algo gracioso de presenciar.

-Desde hace, ¿no sé?, ¿desde que te mudaste?

¿Cómo es que yo no...?

-Estabas en tu solitario mundo como para aceptar una bienvenida de todos los residentes de aquí. Así que no quisimos causarte más problemas.

¿Qué debería decir?

Se encogió de hombros y seguido desapareció de mi vista, dejando un plato bien servido de comida en la mesa. Desayuné y se tardó en volver y fue lo suficiente como para darme un corto recorrido para encontrar mi ropa y al darme por vencido por no dar con su rastro, me tiré en su sofá, implorando que llegara para preguntarle sobre ella e irme al fin.

-¿Sigues aquí?

-Lo siento, su alteza, por perturbar la calma de su sagrada vivienda, pero no he encontrado mis humildes harapos.

-Vaya, parece que al fin y al cabo si tienes sentido del humor.

Me causó risa.

-Debes estar demasiado ciego como para notar que estás sentado justamente a la par de ellos.

Era una vil mentira.

-Eso si es chistoso. Están en la habitación del final.

Una vez encontradas, iba en dirección a la salida, y al pasar por ese marco de esa puerta, me sentí un completo idiota por irme así sin más, y me lo seguí recriminando por no volver a tocar y decirle lo que fuera y se me viniera a la cabeza.

¿No tenía yo puesta su pijama?, si, eso era, se la devolvería en la noche y le pediría disculpas por las molestias que le ocasioné, junto con un postre.

A las diez en punto, me podían observar yendo con ambas cosas en mis manos con cuidado a que no ocurriera ningún incidente en el pasillo. Cosa que no fue para nada imposible, al estar a escasos centímetros de tocar la puerta, esta misma se abrió provocando que el depósito en el que llevaba el cheesecake, impactara con el suelo, y obviamente tenía que llevarlo en uno de vidrio.

-No puede ser. - tampoco lo creía - No te muevas, iré por una pala y escoba.

-Son solo cuatro enormes trozos, no hay de qué preocuparse, dramático.

-Lo dudo en hacer debido a que eres un sujeto con complejo de suicida.

-Si venía era para traerte la calma de que me encuentro bien.

-Créeme, no lo estás.

De nuevo con esa palabra.

-¿Solamente eso sabes decir? - me miró enojado - Que te crea, ¿para qué?, ¿con qué fin?, solo somos uno más en esta vida que podrán venir mejores personas que yo.

-No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Lo siguiente me dejó realmente impactado. Y es que sus muñecas dejaban a la vista muchas cicatricez de forma horizontal, unas encima de otras o bien dejando cierta distancia. Sus ojos de repente se pusieron húmedos.

-Yo...

-¿Te gusta el café?, no sabía pero aún así te preparé una taza.

Él sabía que eso iba a suceder.

Sabía que tendría que hacerme saber su historia y de igual manera, yo le tendría que decir la mía.

Después de esa noche, mi rutina cambió o mejor dicho la de ambos.

Después de esa noche, quedamos de acuerdo en que empezaríamos con buen pie lo que sería nuestra relación de vecinos, la cual se basaba en tener alguna que otra charla en nuestros tiempos libres. Hablaríamos de cómo nos la habíamos pasado justo antes de que cambiaramos totalmente. Quedabamos en que yo iría a su departamento porque no quería que viera tremendo desorden que aún no me dignaba en recoger en el mío.

Fue como una semana, en la que se nos fue suficiente como para conocer lo más importante de cada uno. La siguiente a esta, no supe nada de él, ni siquiera me atreví a marcarle por más preocupado que me encontrara, no fue pasado dos días que apareció borracho y llorando.

-Prometí no volverlo a hacer, mírame, soy un completo idiota.

Ese viernes esperé a que se durmiera sin necesidad que se levantara exaltado por lo que sea y recordaba.

Cuando amaneció, lo primero que hizo fue acercarse a un paso lento hacia mi, para poder así pedir un abrazo. Estaba tan cabizbajo y frágil, que no me lo pensé dos veces, no me lo pensé en abrazarlo, pensando en las veces en las que pedía uno y nadie se encontraba para dárselo.

Ese fue un detonante para quedarnos a hablar sobre nuestros miedos, lo que queríamos que nos ocurriera para dejar de sentirnos tan miserables, lo que queríamos hacer para sentirnos tan vivos y con ganas de crear más experiencias.

Había sido increíble la manera en la que conectamos y nos hizo sentir bien mucho después de tanto dolor.

Las semanas siguieron pasando, junto con hechos de los que eramos protagonistas. Nos hicimos tan cercanos, que para ese diciembre, me di cuenta de que yo no era nadie sin esas tardes de películas, caminatas por el parque más cercano o quedar en hacer tareas y cuando no teníamos el tiempo para vernos, lo lograbamos recuperar al pasar de los días. Si salíamos a hacer las compras, le avisabamos al otro. Si nos había ido bien, lo contábamos. Si nos sentíamos mal, nos hacíamos compañía e incluso hacíamos pijamadas en las que terminabamos con una charla profunda, entre empujones y risas.

En vacaciones, al tener las mismas, nos dispusimos en encontrar trabajo de cierto plazo, solo para poder irlo a gastar en la primera estupidez que inventaramos.

En eso se basaba mi nueva vida. Mientras más conviviamos, más podía llamarlo mi lugar seguro. Había hecho visibles cada una de mis emociones, como él, las pequeñas e inconstantes reuniones, se volvieron tan frecuentes, que no se me fue imposible el encariñarme a tal grado de sentir una fuerte atracción.

Darme cuenta de que sentía aquello fue increíble.

-¿Qué harás mañana después de clase?

Nos encontrábamos acostados en el suelo de su habitación, observando el techo que había sido decorado días atrás por simple diversión.

-Nada importante.

-Genial, tendremos una cita.

Y quizá fue esa manera de hablarme la que me cautivó, sin dejar afuera el cómo se comportaba estando juntos, más de una vez dejaba besitos en mis mejillas y frente. Era muy dulce cuando se lo proponía o naturalmente actuaba así, claro que era guapo, mucho a mi parecer.

-¿Nosotros y cuántos más?

Recibí un golpe en mi pecho que hizo y desviara la mirada, topandome en tal acción con sus ojos, unos bonitos ojos que le daban un toque un tanto aniñado.

Eso bastó para que mi corazón se acelerara y no de una manera que me provocara esconderme, no, solo me llamaba a querer estarme minutos, horas si era posible, en sus brazos. Podía decir que cuando lo abrazaba, se sentía muy diferente a cuando apenas nos conocíamos.

Y tenía miedo de que todo se arruinara.

No fueron dos, ni cuatro, fueron ocho las ocasiones en las que pude hacerle frente a mis sentimientos, pero lograba retractarme por el simple pensamiento de que probablemente había sido un completo ingenuo en darle paso a lo que una vez me vi en la necesidad de reprimir.

Iba a quedarme de brazos cruzados por lo que restaba de la amistad si es que se podía, de no ser que si quería tener una relación con él, debería de mostrarle lo que había mejorado con su bonita presencia, no quería que se iniciara una discusión como la del día en que me salvó.

En verdad que quería hacerle ver la genial persona que era y si no pensaba igual de sí mismo, le tendría preparada una lista de las cosas que admiraba. Porque si, Kim Seokjin a simple vista parece un ángel y poniendolo en el contexto de la realidad, no estaba muy lejos de serlo.

Y mi estrategia para poder robarle un beso...no sabría decir si fue lo peor que pude haber planeado o de todas maneras sería el mejor de los planes por el valor sentimental que le daría yo.

-El que pierda, tendrá penitencia.

Quien sea y pensó que eso tenía en mente, estaba muy equivocado o equivocada.

Entonces tendría que ganarle para darle ese beso que estuve guardando un millón de veces. Y eso, por más trampa que hiciera, no podía contra un fanático de los videojuegos.

Mi humor fue decayendo por lo tonto que yo era al darle demasiadas vueltas al asunto, simplemente pude juntar mis labios con los suyos mientras seguíamos jugando. Tuve cinco oportunidades contadas.

-¿Por qué estás triste ya que perdiste?

-Nadie en su sano juico podría estar feliz por quedar derrotado con una puntuación de quinientos a noventa.

-Pero si al final tú obtendrás la penitencia.

A seguir reprochandole que se dejara de bromas iba, de no ser que en un milisegundo, yacía su boca pegada a la mía, moviendose con una lentitud que me hacía pedirle que bajara más ese ritmo. Me perdí en sus labios y es que no sabía si era mi imaginación o de verdad le sabían a cereza.

Quería más. Llevé mis manos a su rostro para acunarlo delicadamente, para que alguien tan frágil como lo era Jin, no se volviera a romper jamás.

-Tardaste una eternidad. - juntamos las frentes -En serio creí que pasaría un año hasta que decidieras dar el paso.

-Chistoso.

Porque faltaban pocos meses para que se cumpliera dicho tiempo desde que nos conocimos.

Y sucedió. Pasaron, dos, tres, cuatro, cinco años.

Cinco hermosos años en los que cada día que pasaba, me aseguraba que había sido la mejor decisión que había tomado en mi puta vida.

¿Yo cómo lo llamaba?, un regalo.

Y si quieren irse también a la definición de este, diríamos que es algo que se nos es entregado por alguien de quien somos apreciados, muchas veces este puede ser material, pero los que son más sentimentales valen muchísimo la pena.

Yo llamaba a Kim Seokjin un regalo por haber aparecido en el momento exacto en el que daría por finalizada una etapa, y si siempre había pedido que se me brindara felicidad, no podía estár más agradecido de que él fuera el que estuviera dispuesto a dármela.

Si me dieran la opción de regresar al tiempo y repetir un momento valioso, pediría que fuera ese uno de septiembre y que por nada en el mundo, mi camino al río Han se viera estropeado porque al final si encontraría la respuesta a todos mis problemas.

-En ese instante, no encontraba la frase correcta que tenías que escuchar, pero en cada ocasión que has estado para mí, te lo vivo diciendo todas las veces posibles, porque debes entender que...

Yo siempre te diré un:

-Gracias, Seokjin.

Suspiré.

-¿Si no te hubiera conocido que hubiera sido de mi?, seguro que no sabrías de mi existencia, no te querría, amaría y te extrañaría como suelo hacerlo aún si nos vemos todos los días en el mismo lugar.

Sonreí.

-Aún si nos vemos todos los días en nuestro hogar. Yo solía estar rodeado de oscuridad, pero apareció un rayo de luz, estoy tan agradecido que seas tú, desde entonces brillamos juntos.

Y lo seguiremos haciendo.

-Este discurso se suponía no sería tan largo. - todos los presentes rieron - Pero no podía irme sin antes decir, que este día tan especial, lo dedico a mi juventud, porque a pesar de haber sido tan dura conmigo, me obsequió lo que más adoraba para que yo hiciera lo mismo.

Lo miré.

-Gracias Kim Seokjin, por ser el mejor, por ser tú mismo, por dejarme amarte y por reparar algo que no habías roto.

-¡Qué vivan los novios!

Eso fue un incentivo para bajarme de la tarima en la que estuve por más de cinco minutos e ir en dirección a mi actual esposo y así besarlo como se debía.

-Entonces, no entendí si agradecías o qué, no quedó muy en claro tu discurso como postulante a la presidencia.

Llevé mis manos a su cintura para acercarlo y por reflejo, él las llevó a mis hombros.

-¿Quiere que se lo repita solo a usted, señor Kim?

-No, porque me opacaste el mío. - me sacó la lengua - Ahora me siento mal por no ser tan detallista como tú.

-Hey, no digas eso. - agarré su mentón - Pues veo que si no era broma que no entendiste nada de lo que hablé.

-Eso era porque te veía y ves tan hermoso en traje y la única palabra que se repetía en mi cabeza era gracias.

-¿Y sabes por qué?

Negó con un puchero.

-Amé, amo y amaré el haberte conocido. Coincidimos de una bonita manera.

-Si no hubiera sido yo, ¿pensarías lo mismo de esa persona?

-De millones de habitantes en el planeta, dudo que uno se hubiera tomado la molestia de evitar a que saltara.

-¿Pero y si sí?

Lo besé.

-Entonces en cualquier otra vida nos encontraríamos.

-¿Me buscarías?

Teniendo veintiocho años, parece un niño chiquito.

Froté mi nariz contra la suya, acción a la que le habíamos dado el significado de una afirmación.

-Siempre, mi amor.

-Joon...

Lo miré inquisitivo.

-Te amo.

-Yo también te amo.

Volví a besarlo.

-Joon...

Volví a emitir sonido para que siguiera hablando.

-Mucho, muchísimo.

-Yo también mucho, muchísimo.

Después de todo, el destino si me tenía algo preparado. Algo muy bonito.

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