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- Es tu turno Jimin, me tengo que ir

Jimin frunció el ceño y se interpuso en el paso de Jungkook.

- En eso no fue lo que quedamos

- ¿Ah no? Quedamos en que los turnos serían intercalados, y ayer lo hice yo, ahora te toca a ti, permiso. - Jungkook intentó quitarlo, pero Jimin se negó.

- Quedamos en que te harías cargo toda esta semana - Jimin apretó los dientes, ya estaba sacado de quicio.

Jungkook rió. - Ay por Dios Jimin, dije eso cuando estábamos tomando por pura joda, ni loco desperdiciaria toda mi semana cuidando a ese niño. Ahora quítate ya - Jungkook lo empujó sin ser brusco hacia un lado, para dirigirse a la puerta. - Además, tu eres el principal responsable de esto, deberías agradecer mi ayuda y la de Tae. Nos vemos. - riendo, salió de aquella casa.

Jimin gruñó furioso, y más porque Jungkook tenía razón. Cerró los ojos cuando escuchó la puerta ser cerrada, llevando sus mechones hacia atrás.

Encargarse de Agust no era el problema, claro que no. El chiquillo no era necio y se mantenía callado, en fin era muy obediente. El problema estaba en él mismo. El estar cerca de Agust no le sentaba nada bien, lo descolocaba por completo.

La vocecita tímida y asustadiza de Agust, junto con su mirada de gatito retado, le provocaba querer pegarlo hacia él y darle besitos en toda esa hermosa carita.

Negó con su cabeza y, resignado fue hacia sus labores.

Limpió la casa con mucha meticulosidad, siempre observando la puerta de aquella habitación donde estaba encerrado Agust. Se preguntaba que estaba pensando, haciendo, o lo que sea...

Apretó la escoba y con mucha fuerza de voluntad apartó la vista y trató de dejar de pensar en él por lo menos un momento, lo cual era muy difícil desde que lo conoció.

Después de unas horas, terminó. Ahora era momento de encargarse de Agust, es decir su limpieza personal y alimentación.

Por seguridad y por la lejana ubicación de la casa, no podían pedir que alguien viniera a cocinar ni nada, además el jefe les prohibió rotundamente que alguien ajeno a ellos entrara allí, así que entre ellos mismos tenían que encargarse del aseo y comida, como pudieran. Aquello no fue un problema, ya que desde muy niños Jungkook y Jimin habían tenido que aprender de todo para sobrevivir, lo cual incluía saber preparar comida.

Al acabar de preparar una ensalada, respiró profundo, y fue con la bandeja hacia la habitación de Agust, la dejó en una mesilla y procedió a abrir la puerta.

La habitación permanecía la mayor parte del tiempo a oscuras, ya que no podían tomar el riesgo de poner un foco o algo de electricidad, nada que Agust pudiera utilizar para escapar o como arma. La única pequeña luz que entraba, era gracias a una pequeña ventana, con diminutas rejas, por las cuales no se podía sacar ni un dedo.

Al escuchar la puerta ser abierta, Agust miró hacia allí. Este se encontraba sentado en la cama, con las rodillas recogidas, sus brazos sobre estas, y su expresión cabizbaja como siempre desde que llegó allí, por obvias razones. Tragó grueso al ver a aquel hombre de pelo rubio. Él le daba más miedo que los otros dos hombres pelinegros. Su mirada siempre era seria, y aquello le hacía creer que en cualquier momento lo golpearía o algo peor.

Jimin disimuló el temblor de sus labios y manos a causa de la fija y curiosa mirada de Agust, así que sin perder más tiempo entró la bandeja con comida, dejándola cerca de él en la cama.

- Come - dijo, con la voz más firme y seria que podía. No podia y no quería verse nervioso o vulnerable.

Con sus manos temblando, Agust terminó de tomar la bandeja, estiró sus piernas, y comenzó a comer. Siempre le daban cuchara, y él tenía que ingeniárselas para comer con eso.

Mientras comía, Jimin se mantuvo con la vista fija en él. Teniendo en cuenta cada movimento o expresión que este hacía. Apretó una de sus manos en puño, cuando aquella sensación de querer acariciar esas abultadas mejillas, llegó a su cuerpo.

- Apresúrate - le dijo en tono bajo.

Agust trató de comer más rápido, pero sus manos temblaban, ya que la mirada seria de aquel hombre lo ponía nervioso y le daba miedo. Parte de la comida manchaba sus labios, al tratar de meterse cucharadas más grandes.

Segundos después, acabó. - G-Gracias - susurró, empujando la bandeja con los platos vacíos.

"Qué estúpido se ve agradeciendo" se dijo Jimin en su mente, pero solo era para cubrir lo que en realidad pensaba.

Tomó la bandeja, y salió de aquel cuarto lo más rápido posible. Al llegar a la cocina, la tiró en el lavadero, suspirando con los ojos cerrados.

Odiaba sentirse así. Frustrado e impotente, por un chiquillo que no tenía nada que ver con él.

El teléfono de aquella casa sonó, sacándolo de su pensar. Suspirando, fue hacia este y contestó.

- ¿Si? - Sabía quien era la tercera persona autorizada a llamar a parte de Taehyung y Jungkook.

- ¿Cómo va todo muchacho? - la voz ronca de su jefe, le hizo revirar los ojos.

- No hay ninguna novedad.

- Eso me alegra. Aquel niño si que ha simplificado todo, quisiera que todos fueran así.

Jimin apretó el teléfono, conteniendo sus ganas de mandarlo a la mierda y decirle que ya no quería saber más de ese chico.

- ¿Tiene algo más que decirme? Tengo cosas que hacer.

- Oh sí, lo siento por quitarte tu tiempo - rió su jefe - Solo quería cerciorarme de que todo iba bien, e informarte de que la próxima semana comenzaremos con la verdadera tortura de Min Kai.

Sabía lo que eso significaba. Agust sería golpeado y maltrato, para así tomarle fotos o grabar videos, y enviárselos a Kai. Así comenzaría todo. Jimin lo tenía muy en cuenta, después de todo había hecho cosas peores en todo el tiempo dentro del cártel, pero está vez, al recordar lo que sucedería, algo en su interior le molestó y abrumó en demasía.

El imaginarse esa linda carita siendo lastimada, esos ojitos llorosos por el dolor... sacudió su cabeza.

- Claro, como quiera. Tengo que colgar.

- Estamos en contacto.

Jimin dejó el teléfono, quedando en silencio.

- Maldita sea... - susurró para si.

****************




Siempre había sospechado que su padre se encontraba metido en asuntos dudosos, pero jamás pensó que él pagaría los platos rotos de esta manera.

Su mandíbula dolía por tantos sollozos, pero no podía evitarlo. ¡Por un demonio!, se encontraba secuestrado, y aunque aún no había sido maltratado, no subestimaba que en cualquier momento pasaría.

Sabía que querían vengarse de su padre por medio de él. Eso era lo que más le preocupaba. Su padre nunca fue alguien cariñoso o que le interesara lo que pasara en la vida de su hijo. Quizá hasta le diera igual si él sufría con sus captores. No tenía a nadie que se sacrificara por su bienestar o le importara. Eso le dolía más que estar secuestrado. 

Estaba sentado en el suelo, a un lado de la cama, con sus rodillas recogidas. Sus lágrimas tenían mojadas sus mejillas, y parte de sus rodillas.

Tenía mucho miedo, la incertidumbre por lo que le pasaría lo agobiaba. Él era tan joven, tan solo había soñado con estudiar Hotelería y turismo, y vivir feliz y en paz, pero al parecer, el destino le tenía puesto este gran y oscuro obstáculo.

La puerta de la habitación fue abierta, sacándole un respingo. Era aquel hombre rubio de mirada seria e intensa.

- Párate, es hora de que vayas al baño.

Llevaba, según su mente, una semana encerrado en aquella casa. Teniendo dos oportunidades para poder ir al baño en todo el día. Se turnaban entre tres hombres para cuidarlo, hoy al parecer le tocaba a aquel rubio.

Agust se levantó tembloroso, con su mirada hacia el piso, saliendo de la habitación a cortos pasos. A estas estancias conocía como era aquella casa, pues había analizado todo lo cercano de reojo cada que lo sacaban.

Todo era silencio cuando solo estaba el rubio. Con los otros dos hombres, siempre se escuchaban risas, conversaciones y hasta música en la radio. Con este hombre solo era silencio abrumador.

- No te tardes mucho, o sino te sacaré de aquí estés como estés. - le dió un leve empujón hacia la ducha.

No podía estar solo en el baño. Siempre se quedaban adentro con él. Cuando hacía sus necesidades volteaban levemente la mirada, y cuando cerraba la cortina para ducharse, mantenían su mirada fija en todo momento. Aquello había sido muy vergonzoso los dos primeros días, pero ahora a pesar de que era humillante y cansado, se resignó a que así seguiría siendo mientras estuviera secuestrado.

Nadie lo había intentado tocar o abusar de él, por lo que estaba aliviado y si, agradecido, aunque jamás se confiaría.

Al cerrar la cortina, comenzó a desvestirse, dejando la ropa en el tubo que sostenía la cortina. Jimin la tomó, dejando en esta la ropa limpia.

Agust podía ver la sombra de la silueta del rubio, parado allí. Solo se escuchaba el sonido del agua caer. Cómo pudo se bañó lo más rápido posible.

La frente de Jimin sudaba debido a la tensión y nervios que sentía cada que veía la piel fresca y blanquecina de Agust, mientras se terminaba de secar.
Ese chico lo tenía muy mal.

- Disculpa... - le habló Agust. - ...¿Me podrías decir que ha dicho m-mi padre sobre mi s-secuestro? Por favor... - mencionó casi en susurro, mientras apretaba la toalla en sus manos.

"Tu padre es un hijo de puta, cobarde que solo piensa en él, y que solo te quiere de vuelta para un matrimonio forzado que le dé más dinero" . Eso le habría respondido, pero no podía.

- Eso lo sabrás después, pero no por mi.

Agust levantó la mirada hacia él. - ¿Qué me van hacer?

- No tengo porque contestar tus preguntas o darte explicaciones... - Jimin le quitó la toalla de las manos, y abrió la puerta de la habitación de este. - ...ahora entra y cierra la boca.

Agust asintió y entró a aquel oscuro cuarto. Jimin la cerró, recostandose sobre esta, con el corazón palpitando errático.

Apretó la toalla que tenía en sus manos, llevándola a su nariz. Esta tenía el aroma del jabón de avena de Agust. Cerró los ojos, llenándose de la escencia de este.

Agust había jugado de manera inocente y sin algún propósito con su mente.












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