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8: 🥂"Give me a chance"🥂

Narra Aitana.

Después de que Hugo se fuera, decidí ponerme a limpiar la casa para evitar caer en el aburrimiento; aunque cada centímetro de este lugar se sentía como un paso más hacia el profundo silencio que lo envolvía. Era como si la soledad se hubiera apoderado de cada rincón, haciéndome sentir aún más extraña y aislada. La oscuridad que me rodeaba era opresiva, y la detestaba con todas mis fuerzas. Necesitaba a alguien, a cualquier persona, que merodeara por aquel espacio vacío. Anhelaba desesperadamente compañía.

«Soy una maldita egoísta...»

Al terminar de organizar un poco, tomé mi teléfono para ver la hora: 7:36 p.m. Sabía que no iba a regresar esa noche; realmente, no lo haría. Así que, resignada, decidí pedir algo de comer, ya que no tenía ánimos ni para cocinar algo simple.

Después de cenar y darme una ducha, me dirigí a mi cuarto, decidida a dormir para escapar de mis pensamientos, pero ellos eran lo único que tenía en la cabeza.

«¿Y si le pasó algo? ¿Habrá tenido algún problema y por eso se fue corriendo?»

«Solo quiero que regrese...»

Maldije profundamente a mi pasado y la confusión que me impedía definir mis sentimientos. Aarón fue quien encendió la chispa de este torbellino emocional, y ahora Hugo se estaba metiendo en mi vida, ocupando un lugar en mi mente como el modelo de todo lo que deseaba y necesitaba para seguir adelante.

Y a pesar de sentirme perdida en este laberinto de emociones, quería que él se quedara a mi lado... a pesar de todo lo que había dicho.

Cuando finalmente abrí los ojos, despertando de un sueño inquieto por la insistente alarma que resonaba en mi mente, lo primero que hice fue apresurarme hacia el cuarto de Hugo, con la esperanza de encontrarlo allí. Pero no estaba.

«Quizás me odie por rechazarlo y quiera estar solo.» —pensé, sintiendo que la desilusión y la culpa se mezclaban en mi pecho.

Así que, un tanto desanimada, me dirigí al baño para prepararme, aferrándome a la esperanza de que tal vez llegaría más tarde. Ese día tenía pocas clases por la mañana, ya que varios profesores habían tenido problemas para asistir a la universidad, así que antes de las 10 a.m. ya estaba de regreso en mi departamento.

Decidí distraerme con uno de mis pasatiempos: pintar. No tenía imágenes claras en mi cabeza, ni tampoco un concepto definido para plasmar en el lienzo. Pero esos garabatos sin sentido representaban todo lo que sentía. Intenté una y otra vez, arruinando cuatro lienzos en menos de una hora, pero finalmente, en el quinto intento, creo que logré algo que me hizo sentir satisfecho.

Dejé caer mis auriculares sobre mi cuello, admirando con una pequeña sonrisa el resultado de mi esfuerzo.

—Eso es realmente hermoso —susurró una voz al oído, erizando levemente mi piel.

Me di la vuelta lentamente, encontrándome con esos ojos verdes que tanto ansiaba ver. Sentir su respiración tan cerca descontroló tanto el movimiento de mis párpados como los latidos de mi corazón.

«Creo... creo que ahora sé lo que siento.»

—Hugo... —musité, incapaz de apartar la mirada de él, sintiendo cómo una sonrisa tímida se formaba en mis labios.

En ese instante, el mundo a nuestro alrededor se desvaneció. Todo lo que había sentido en el pasado, todas las dudas y miedos, parecían desvanecerse en la calidez de su presencia. Y aunque el caos aún reinaba en mi mente, una pequeña chispa de claridad surgió entre la confusión. Quizás, solo quizás, estaba lista para enfrentar mis sentimientos y lo que significaba tenerlo en mi vida.

—Ya regresé —dijo Hugo con suavidad, enderezando su cuerpo y dejando a la vista al otro chico sentado en el sofá, con un yeso que envolvía su pierna.

—Oh por Dios, ¿qué te pasó? —me levanté de inmediato, acercándome a él con preocupación.

Hugo me siguió con pasos lentos, mientras el chico me miraba con una mezcla de confusión y sorpresa.

—¿Tú eres...? —preguntó, parpadeando como si intentara recordar.

—Soy Aitana. Tú eres Iván, ¿cierto? El hermano de Olivia —respondí.

—¿Ella te ha hablado de mí? —preguntó, su voz llena de incredulidad.

Y sí, de alguna manera, lo había hecho. No obstante, solo había escuchado una conversación accidental en la que mencionaban su nombre.

—Algo así. Pero, ¿qué te ocurrió? —inquirí, notando cómo un suspiro profundo escapaba de sus labios mientras se acomodaba en el sofá, mostrando cierta tristeza en su rostro.

—Había... había un perrito cruzando la calle y, en ese momento venía una furgoneta —comenzó a explicar, sus ojos llenándose de lágrimas—. Yo corrí para alejarlo, pero... la furgoneta... por favor, no me hagas seguir.

Cubrió su rostro entre sollozos, y una punzada de dolor me atravesó el pecho. Sin embargo, la risa ahogada de Hugo me desconcertó.

—Mira que eres dramático —dijo, tomando un maletín negro y colocándoselo al hombro—. No le hagas caso, Aitana. Solo se estrelló contra un árbol.

Con esa afirmación, se perdió dentro de la habitación, dejando a Iván riendo, aunque aún con un aire de tristeza en su expresión.

—Se nota que no me conoces —continuó riendo, y ante esto, no pude evitar fruncir el ceño y alejarme de él, sintiendo que la risa no encajaba con la gravedad del momento.

—Ya veo que te pareces a tu hermana; es evidente que son gemelos —respondí mientras me encaminaba al balcón para guardar mis pinturas y recoger mis cosas.

—Y tú eres exactamente como te imaginé —dijo Iván, haciendo que me detuviera en seco y llevara mi atención hacia él, desconcertada.

—¿A qué te refieres con eso? —pregunté, curiosa y a la vez cautelosa.

—Que te ves como alguien muy capaz de engatusar a los demás, de jugar con sus sentimientos —afirmó, con una seriedad que me sorprendió.

—¿Disculpa? —mi voz se alzó, indignada.

—Escucha, Aitana. No tengo idea del motivo de tu confuso comportamiento, pero no le hagas eso a Hugo. Él no merece que lo lastimen.

—¿Y crees que yo merezco que me hables así? —me acerqué un par de pasos más, sintiendo que la tensión en mi cuerpo aumentaba—. Nunca fue mi intención, ¿vale? Ni yo misma me entiendo.

Iván me miraba, su expresión seria, mientras escuchaba cada palabra que decía. La presión en mi pecho era cada vez más fuerte, acompañada de una mezcla de frustración y vulnerabilidad.

—No estoy tratando de excusarme. Pero tampoco es fácil para mí; quiero mucho a Hugo, Iván. Puedo decir que hasta me gusta. Pero si tú realmente me conocieras y supieras cómo ha sido mi vida amorosa, no me estarías hablando así —la sinceridad de mis palabras incluso a mí me sorprendieron, pero tenía que decirle que, cuando se trataba de amor, de mi se apoderaban el miedo y la confusión—. Soy complicada, lo sé... Solo necesito tiempo.

—Todos los seres humanos somos complicados, Aitana. No siempre  podemos tomar el control de nuestros sentimientos ni acciones, pero el reloj de arena de tu vida no se detendrá para que pienses. Debes actuar antes de que el último grano caiga y sea demasiado tarde.

Sus palabras, aunque extrañamente sabias, cargaban mucha razón. Esa verdad resonaba en mi mente como un eco persistente, un recordatorio de que estaba perdiendo oportunidades mientras me aferraba a mis miedos.

Sin decir otra palabra, me apresuré a ir a mi habitación, mi corazón latiendo con furia e... impotencia. ¡Cuánta razón tenía Iván! Cada palabra contenía fragmentos de la realidad de mi vida, de lo que me pesaba en el alma. Provocando en mí un único pensamiento:

«Debo dejar de oprimir mis emociones por miedo y hacer lo que en realidad quiero.»

«Lo perderé si no lo intento...»

Hugo salió de la habitación, habiendo escuchado todo pero sin atreverse a intervenir. Por un lado, se sentía feliz de oír que a ella en el fondo le gustaba, pero por otro, se sintió mal por lo duro que había sido Iván con Aitana.

—¿En serio tenías que ser así? —le preguntó a Iván estando frente a él, con un tono neutral pero cargado de tensión.

—¿Lo escuchaste? —su silencio y la ceja enarcada que le dedicó, fueron su respuesta—. Solo dije lo que pensaba.

—¿Y tenías que ser tan duro? —le regañó—. Ella no merecía esas palabras, Iván.

—Entonces, ¿prefieres vivir bajo el mismo techo de la chica que te gusta y no poder hacer nada por su miedo a lanzarse? —él no respondió—. Solo trato de ayudarte, puede que mi manera de hacerlo sea algo brusca, pero no quiero que sufras.

«¿Tanto así has cambiado?» —pensaba, viendo una pequeña evolución en él.

Sabía que sus intenciones eran buenas, pero también que el revoltijo de emociones que consumían a Aitana, no eran fáciles de superar.

—Si quieres ir, ve con ella —volvió a hablar—. A pesar de lo que dije, puede que no sea una mala chica si te llegaste a fijar en ella.

Solo eso bastó para que surgieran en él las ganas de hablar con ella, así que, después de asentir, se dirigió hacia su habitación, tocando tres veces la puerta hasta escuchar un: "Adelante", y así abrirla levemente.

—¿Podemos hablar? —preguntó con suavidad, asomando la cabeza por la puerta entreabierta.

—Sí, yo también quiero hablar contigo —respondió, sintiéndose ligeramente nerviosa. Al escuchar el permiso, entró completamente y se sentó en la esquina de la cama, donde ella me encontraba.

—Ah... sobre Iván, yo... —comenzó, pero antes de que pudiera terminar, lo interrumpió.

—Lo siento... —musitó, desconcertándolo.

—¿Por qué te disculpas? —preguntó, frunciendo el ceño, claramente confundido.

—Por rechazarte, por tener miedo de aceptarte, por no querer entender mis sentimientos y hacerte sufrir por ello —dijo, sintiendo que cada palabra que salía de su boca era un paso hacia la verdad que había estado evitando.

—Aitana, no... —intentó detenerla, pero lo interrumpió de nuevo.

—Sé muy bien que fue egoísta —continuó, dejando que la vulnerabilidad se apoderara de su ser—. Era cierto que necesitaba a alguien conmigo para no sentirme sola, pero no tenía derecho a utilizarte de esa manera. Ahora que sé cómo me estoy sintiendo, no quiero arrepentirme de nada.

Con una decisión que no había sentido antes, se acercó a él, levantando su cuerpo de la cama y sentándome sobre sus piernas a horcajadas. Hundió el rostro en su cuello, abrazándolo con fuerza, como si al hacerlo pudiera transmitirle todo lo que no sabía cómo expresar con palabras.

—¿Puedes darme la oportunidad de corregir mi error? —empezó, su voz temblando levemente, provocándole suaves cosquillas con sus palabras, aunque no rió—. Déjame mostrarte mis verdaderos sentimientos, dejando atrás mi pasado y centrándome solo en ti. ¿Me dejas?

El corazón de Hugo latía con una intensidad que nunca había experimentado antes. Cada palabra que había anhelado tanto escuchar lo emocionó de tal manera que sus ojos se cristalizaron mínimamente, llenándose de lágrimas que luchaban por salir. Sin embargo, se contuvo y simplemente le devolvió el abrazo, apretándola más cerca.

—Yo te dejaría hacer cualquier cosa, Ait —susurró, su voz temblando con la misma intensidad de su corazón—. Lo único que quiero es que seas feliz. Si me das la oportunidad de estar a tu lado, no me negaré a tomarla.

Ella se separó un poco, limpiando las pequeñas lágrimas que habían brotado de sus ojos, sintiendo una mezcla de alivio y esperanza. Hugo se veía vulnerable, pero su mirada estaba llena de confianza y ternura.

—Prometo que haré lo posible para no hacerte daño de nuevo —dijo, su voz siendo suave.

Hugo llevó su mano a la mejilla contraria, acariciándola con suavidad. Observó cómo ella cerraba los ojos, dejando que el tacto la envolviera en una burbuja de tranquilidad. Lentamente, se acercó a su rostro, sintiendo cómo la anticipación crecía entre ambos, y depositó un breve beso en sus labios. Pero al notar que él se apartaba, Aitana se inclinó hacia su posición, buscando un nuevo encuentro.

Así, crearon un beso deseado y a la vez tierno, un contacto delicado que rápidamente se volvió algo más intenso. Aitana se movía ligeramente sobre su regazo mientras las manos de Hugo recorrían la suavidad de su cintura, aumentando la conexión que ya los unía.

Con el tiempo, la falta de aire se hizo evidente y las caricias se intensificaron, hasta que decidieron separarse, un poco agitados, con el corazón latiendo a mil por hora.

—Esto significa que me aceptas, ¿no? —empezó Hugo, dejando escapar una leve sonrisa que iluminó su rostro.

Aitana, con un gesto juguetón, se inclinó para rozar sus narices suavemente, cerrando los ojos en el acto, disfrutando de la cercanía.

—Esto significa que no volveré a huir de ti ni de lo que estoy sintiendo, por nada ni por nadie. Solo estaremos nosotros —declaró con firmeza, como si esa promesa sellara un pacto entre los dos.

Una sonrisa más amplia se dibujó en el rostro del pelinegro, sintiendo la seguridad de sus palabras.

—Entonces, ahora sí puedo llamarte cariño con todas las de la ley —dijo, provocando una leve risa en ella, que lo hizo sentir aún más feliz.

—Puedes llamarme como quieras. Solo quédate conmigo, ¿está bien? No me hagas volver a extrañarte —respondió Aitana, mirándolo con ojos llenos de sinceridad.

Escuchar que ella lo había extrañado le provocó una sonrisa que no pudo contener.

—¿De verdad me extrañaste? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y alegría.

—Claro que sí —respondió, volviendo a abrazarlo, sintiendo un poco de vergüenza por admitirlo—. Todo se sentía muy vacío sin ti, que la culpa y la soledad me estaban consumiendo. No me gusta estar sola y lo sabes.

—Está bien, tranquila, no me volveré a ir —prometió, correspondiendo su abrazo y dejando un corto beso en su cuello—. Me quedaré contigo hasta que ya no me soportes y te aburras de mí.

—No creo que eso sea posible —le contestó, su risa ligera llenando el aire.

Justo en ese momento, una tercera voz irrumpió en su burbuja de reconciliación y emociones encontradas.

—¡Hugo! ¡Necesito tu ayuda, ven! —gritó su hermano, rompiendo la magia del instante. Hugo suspiró, sintiendo frustración.

—En serio que si no fuera mi hermano, juro que lo dejaría en un hotel —murmuró, resignado.

—Sí que es algo... intenso y duro con las palabras, pero al menos se ve más fácil de tratar que Olivia —añadió Aitana.

—Yo creo todo lo contrario. Mi pequeña es un angelito comparado con este —replicó Hugo, con un tono de broma.

—Eso será solo contigo; a mí literalmente me odia —dijo Aitana, dejando escapar un pequeño suspiro de desánimo. Sabía que Olivia siempre se mostraba distante y fría con ella, sin razón aparente, lo que había complicado su relación.

—Eso no durará mucho —aseguró Hugo, tratando de ser optimista.

—¡Hugo! ¡Acaba de venir! ¿¡Pretendes que muera, eh!? —gritó su hermano nuevamente, haciendo que Aitana se levantara de su regazo para que él pudiera levantarse.

—Será mejor que vayas a controlar a tu bestia —dijo Aitana, divertida, cruzándose de brazos.

Hugo, en un último gesto de afecto, se acercó a su mejilla para dejarle un beso suave.

—Te vendré a ver luego, ¿está bien? —preguntó, y ella asintió, sintiendo ese cosquilleo en el estómago que solo él podía provocarle.

Mientras tanto, en la sala, un dramático chico suplicaba por ayuda en el sillón.

—Hugo, voy a explotar si no me ayudas a levantarme —dijo su hermano con dificultad, quejándose de su situación.

—No puedo creer que me llamaras para esto —respondió Hugo, acercándose para pasar su brazo por sobre sus hombros, ayudándolo a levantarse.

—Siento interrumpir su íntimo momento, pero te recuerdo que tengo un maldito yeso y no puedo caminar —se quejó, con un tono que mezclaba frustración y desesperación.

—Como digas —dijo, negando con la cabeza, dirigiéndolo hasta el baño baño.

A pesar de su interrupción, disfrutó mucho ese momento con Aitana. Ya que le había correspondido, lo había aceptado en su corazón.

¡gracias por leer!

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