7: 🥂"Destroy my feelings"🥂
Narra Aitana.
Sentir esa gran seguridad al dormir era algo realmente agradable. Durante los últimos dos días, Hugo se había propuesto llevarme y traerme de la universidad, tomándose muy en serio eso de cuidarme. Y debo admitir que me gustaba su atención, ya que, durante mucho tiempo, había estado acostumbrada a ese afecto constante que solía recibir.
Sin embargo, a menudo me encontraba pensando que era una mala persona por... tenerlo a mi disposición a cada hora, sin quejas por mi parte. Permitía que me mimara de vez en cuando, disfrutando de su compañía y sus gestos de cariño. Dormíamos juntos debido a mis recientes pesadillas, y nos ayudábamos mutuamente en todo lo que podíamos. Pero en el fondo, sentía que lo estaba usando para olvidar, y eso no estaba bien.
Como cada mañana, lo primero que vi al abrir los ojos fue el rostro de Hugo. En cierto modo, se veía lindo al dormir; su ceño fruncido le daba un aire de vulnerabilidad que resultaba adorable. Acaricié delicadamente su rostro, un gesto que él solía tener conmigo en las mañanas. Aunque a veces me costaba reconocerlo, eso me ayudaba a relajarme y a sentirme segura. Poco a poco, sus párpados comenzaron a abrirse, revelando sus profundos ojos verdes.
—¿Qué estás haciendo? —murmuró, aún medio dormido, mientras se removía en su lugar.
—¿No deberías empezar con un "buenos días"? —susurré con una media sonrisa, alzando una de mis cejas en un gesto juguetón.
—Ok, buenos días —respondió, sonriendo levemente.
—Así está mejor. Y para responder a tu pregunta, solo hago lo mismo que tú —le dije, sonriendo.
—¿Lo mismo que yo? —preguntó con un dejo de incredulidad, mientras yo asentía.
—Tú acaricias mi rostro de esa manera para que pueda dormir mejor —repetí el gesto que él solía hacer—. Así que pensé en hacerlo para que tú también pudieras relajarte y descansar.
—¿Te preocupa que no logre dormir bien? —una pequeña sonrisa se formó en sus labios.
—Claro que sí. Yo también debo cuidarte como lo haces conmigo. A pesar de que te he traído tantos problemas desde que nos conocimos, tu sigues aquí, a mi lado. No pretendo ser una carga para tí, Hugo —respondí, sincera, a lo que él rió levemente, llevando su mano a acariciar mi cabello.
—Nunca dije que eras una carga para mí, Tana. Me gusta cuidar de ti y tenerte cerca —dirigió sus dedos a mi rostro, rozando mi mejilla con delicadeza—. Te has convertido en alguien muy especial para mí, ¿sabes? Así que no me arrepiento de haberte conocido ni de lo que he vivido contigo.
Sus palabras causaban un cosquilleo en mi interior, convirtiéndose en una agradable sensación. Aunque, muy en el fondo, persistía una pequeña inquietud que no me permitía disfrutar aquel sentimiento; mi conciencia hacía de las suyas para hacerme sentir como una egoísta.
—Lo sé, pero no creo que merezca tus cuidados. Me siento muy mal porque pienso que te estoy.... utilizando... —mi voz fue disminuyendo poco a poco, temerosa, y pude sentir como su mano se alejó de mi piel, despacio.
—¿Crees de verdad que me estás utilizando, o solo lo dices porque no puedes olvidarlo y piensas que yo puedo ser su remplazo? —su pregunta me desconcertó, y su tono comenzaba a tornarse totalmente neutro; no era exactamente eso lo que quería decir—. ¿Me ves como alguien que puede aliviarte temporalmente?
—¿Qué? No, no te veo de esa manera, yo...
—¿Entonces cómo me ves? —me interrumpió—. ¿Que soy para tí, Wilson?
Me miró fijamente durante un momento, pero yo no supe qué responder. Ante mi silencio, él suspiró, su expresión tornándose más seria que antes mientras frotaba su frente, mirando al techo.
—¿Por qué me haces esto, Tana? —dijo, con un tono que me hizo sentir un nudo en el estómago.
—Pero... yo... no estoy haciendo nada. Solo te estoy diciendo la verdad.
—¿Es esa tu verdad? ¿Frases llenas de temor y... a medias? —giró su mirada hacia mí—. ¿Es divertido confundirme así, Aitana? Con cada movimiento o palabra tuya haces que piense que te quieres acercar a mí más allá del deseo, ¿sabes? —confesó, y en su voz comenzaba a reflejarse cierta tristeza—. Pero siempre hay algo que me recuerda que solo soy un reemplazo, haciendo que todo lo que empecé a sentir se desmorone en segundos.
—E-Espera —me senté, sintiendo que la conversación tomaba un giro serio—. ¿Así es cómo te sientes?
—Yo creo que es bastante obvio, Tana —el copió mi acción—. No por nada siempre te estoy cuidando y hago lo posible porque estés bien. Me gustas, ¿vale? Pero es jodidamente complicado entrar en tu corazón; y siento que estoy haciendo todo esto en vano —su voz sonaba desanimada y profundamente dolida, la tristeza en sus ojos me atravesó.
Guardé silencio, incapaz de mirarlo a la cara. Sabía que lo que hacía de alguna manera estaba mal, pero no quería que él se sintiera así; me gustaba nuestra situación actual.
—Sé que mis sentimientos serán un problema para ti, y que posiblemente esto sea unilateral —continuó, su mirada fija en la mía—. Pero de cualquier manera, quiero escuchar la respuesta de tu corazón. ¿Podrías decirme lo que verdaderamente sientes por mí? Dejando a ese chico de lado, ¿no puedo tener una oportunidad?
«¿Qué debería decir...?»
«¿Que lo que le tengo es cariño....?»
«¿Que estoy confundida por todo lo que hemos pasado y no sé si sienta lo mismo....?»
«Solo son puras excusas que de cualquier manera lo lastimarán...»
Era cierto que me sentía cómoda y disfrutaba el tiempo que pasábamos juntos; eso sin mencionar la conexión que compartíamos. Pero no estaba segura de que lo que sentía fuera lo mismo que él.
—Ah... yo... —empecé, buscando las palabras correctas—. Te seré sumamente sincera. Es verdad que siento una gran atracción por ti y me he encariñado mucho contigo, pero creo que es solo eso. Me gusta como estamos ahora, sin ningún compromiso, ¿sabes? No quiero lastimarte ni que pienses que te estoy utilizando. Ya que, por mucho que no quiera... aún... me sigue gustando Aarón —Hugo se quedó en silencio, desviando la mirada hacia el suelo, como si las palabras le hubieran pesado.
—De verdad te agradezco mucho cada vez que estuviste a mi lado y las veces que me defendiste, pero no creo que pueda corresponderte en ese sentimiento. Y aunque no lo creas, tú eres muy importante para mí, Hugo.
«Lo arruiné totalmente, lo sé...»
«Pero no estoy lista para entrar en una relación, de nuevo, por muy egoísta y... estúpido que suene...»
—Está bien —habló por fin, después de un incómodo silencio que nos abrazó—. De todos modos, lo de nosotros era solo sexo, ¿no? —trató de sonreír, pero su mirada reflejaba una tristeza que me desgarró. Asentí lentamente, incapaz de articular una palabra más—. Me iré a duchar entonces.
—Vale... —respondí, sintiéndome completamente vacía.
Se levantó y se dirigió al baño, con la mirada fija en el suelo, como si cada paso lo alejase más de mí.
—Lo siento mucho, Hugo —musité, aunque sabía que mis palabras no cambiarían nada.
NARRA HUGO.
Llegué a la puerta que ocultaba el baño y, tras cruzarla, me sumergí en mis pensamientos. Desde el principio supe que Aitana tenía un novio, que lo quería de verdad, y que su relación había dejado una huella profunda en su vida, una que podría ser difícil de superar. Pero aun así, había conservado la esperanza de que, quizás, después de todo, sentía algo más por mí. Al parecer, estaba equivocado.
Y eso me duele, demasiado.
A partir de ahora, tenía que mantener mi distancia con ella. Necesitaba hacerlo para que este sentimiento que crecía en mi pecho no se convirtiera en algo más fuerte, y también para no incomodarla. Sin embargo, presiento que ese objetivo será casi imposible de cumplir.
Tomé una ducha larga, intentando ahogar las tremendas ganas de llorar que me invadían. El agua caliente caía sobre mí, pero no podía evitar que las lágrimas brotaran, escurriéndose por mis mejillas. Colocándome una toalla alrededor de la cintura, me dirigí a mi habitación en busca de ropa, pero un sonido vibrante me detuvo en seco. Mi teléfono estaba sonando.
No logré distinguir el número, pero respondí de todos modos.
Hugo: ¿Hola? —dije, intentando mantener la calma.
???: Buenos días. ¿Es usted Hugo Roberts? —preguntó una voz femenina al otro lado.
Hugo: Sí, soy yo. ¿Por qué? —la confusión comenzó a apoderarse de mí.
???: Bueno, hemos encontrado a un chico inconsciente en la carretera, y solo repite su nombre. Por eso lo llamamos, porque era su contacto de emergencia
Hugo: ¿Cómo que un chico? ¿Dónde está? —empecé a inquietarme, el corazón latiendo con fuerza.
???: Ahora estamos en el hospital. Al parecer, tuvo un accidente, se golpeó la cabeza y estaba perdiendo mucha sangre —explicó con una seriedad que me heló la sangre.
Hugo: Oh Dios, por favor, mándeme la dirección —dije, sintiendo que la ansiedad me consumía.
???: Muy bien —respondió antes de colgar.
—Procura que no seas tú —me dije a mí mismo, mientras corría hacia mi habitación para cambiarme rápidamente.
Estaba a punto de salir cuando Aitana me llamó desde la cocina.
—¿A dónde vas? —preguntó, masticando una de las manzanas que había sobre la mesa.
—Tengo algo que hacer. Quizás no vuelva hoy —le respondí, notando la confusión en su rostro.
—Ah... ¿pasó algo malo?
—Al parecer sí. No te preocupes, volveré cuando lo resuelva —aseguré, agitado.
—Mm... está bien —murmuró, pero su expresión mostraba cierta inquietud.
Me acerqué a la puerta, tomando mi abrigo y mis llaves, sintiendo que el tiempo se me escapaba.
—Adiós —dije, saliendo rápidamente.
—A-dios —escuché su voz detrás de mí, su ceño fruncido por la repentina actitud que había tenido.
Me dirigí al estacionamiento, subiendo a mi auto mientras mi mente solo podía pensar en la persona que encontraría en el hospital. Repetía una y otra vez que solo esperaba que el chico no fuese...
—Iván —dije, molesto al verlo en la camilla.
Estaba cubierto por una fina sábana blanca en la parte inferior de su cuerpo, con una bata azul claro que le habían proporcionado. La mitad de su cabello estaba recogido, y su rostro, aunque pálido, mostraba una expresión que intentaba ser alegre.
—Hola, hermanito —me saludó estúpidamente feliz—. ¿No te alegra verme?
—Maldito infeliz —me acerqué a él y le propiné un leve golpe en la cabeza.
—¡Auch! —sobó el lugar del golpe—. ¿Por qué me golpeas?
—¿Qué no es obvio? Te vas durante tres meses y ni siquiera nos llamas —le recordé—. Y ahora apareces en no se qué lugar inconsciente. ¿¡Quieres matar a nuestros padres!?
—Eh, corrección, no estaba inconsciente, solo tuve un pequeño accidente. Pero si no decía eso no ibas a ve.. —lo volví a golpear, callándolqo—. ¡Oye!
—Sigues hablando y haré que te manden a la UCI —amenacé, procurando que mi semblante se mantuviera serio.
—Está bien, me callo. —hizo como si sellara su boca—. Ahora, ¿me puedes llevar a tu casa? —preguntó, con ojitos suplicantes.
—¿Por qué? ¿Qué pasó con tu apartamento? —mi respuesta fue un breve silencio, durante el cual su mirada se desvió hacia el suelo antes de contestar.
—Lo vendí —sonrió, pero su tono reflejaba cierta tristeza.
—¿Y ahora por qué hiciste eso, Iván? —reproché, cruzando mis brazos, notando su inusual decaimiento.
—Lo hice por una buena causa —dijo con pesar—. No me fui de viaje a divertirme, Hugo.
«Es idea mía o.... él está realmente triste...»
—Entonces, ¿a qué? —hizo un intento de sonreír.
—Estaba ayudando a Viviana en el orfanato. Por eso vendí mi apartamento, para entregarles el dinero —confesó.
Debo admitir que nunca imaginé que Iván haría algo así por querer ayudar a los demás. Siempre había sido egocéntrico y narcisista; si había algo que lo caracterizaba, era su incapacidad de ver más allá de sí mismo. Los gemelos eran iguales en ese sentido.
—Ay, Iván —me senté a su lado, sintiendo que ahora me tocaba consolarlo—. De verdad te gusta esa chica, ¿no? —le revolví un poco el cabello, tratando de romper el hielo.
—Mucho, pero a ella no le gusto —respondió, dejando que la tristeza se apoderara de su rostro—. Por eso volví, no podía seguir estando cerca de ella, eso me dolía aún más.
Escuchar sus palabras me hizo identificarme con él. En cierto modo, estábamos pasando por lo mismo. Llevé mi mano hasta su hombro y volví a hablar.
—Se nota que no tenemos suerte en el amor —dije, con un tono de broma, a pesar de que me dolía demasiado. Solo pude mostrar una sonrisa forzada, tratando de ocultar la tristeza que sentía en mi interior.
—¿Tú también tienes un amor no correspondido? —preguntó, su rostro mostrando confusión y asombro.
—Se podría decir que sí —respondí, intentando evitar dar detalles. No quería abrumarlo más con mi propio dolor.
—Ja, ¿tan malos somos? —dijo, su voz temblando, reflejando las ganas de llorar que luchaba por contener.
—No lo sé, Iván, quizás simplemente no es nuestro momento —intenté excusar al destino, aunque las palabras sonaron vacías incluso para mí.
—Claro —murmuró, y algunas lágrimas comenzaron a asomarse a sus ojos.
Nunca había visto este lado de él, un Iván vulnerable y lleno de dolor, algo poco habitual en alguien que siempre se mostraba bromista y sonriente.
—Oye, no —me apresuré a abrazarlo—. No tienes por qué llorar. Aún nos queda mucho tiempo para encontrar a la persona adecuada.
—¿Y si nunca llega? —me respondió el abrazo, sosteniéndome con fuerza, como si temiera que esa pregunta se convirtiera en una realidad.
—Lo hará —lo separé un poco, mirándolo a los ojos—. Siempre lo hará. Quiero que creas que todo es cuestión de tiempo, Iván, así como yo trato de hacerlo.
Volví a abrazarlo un poco más, sintiendo el peso de nuestras frustraciones compartidas. Pasamos toda la noche en el hospital, hablando de su viaje, de las locuras que había vivido y contándole algunas de las cosas por las que yo había pasado. En esos momentos, nos hicimos más fuertes, como si ese dolor nos uniera aún más.
Cuando el día siguiente llegó, le dieron el alta a eso de las 11 de la mañana. Decidí llevarlo a casa, o más bien, al departamento en el que residía actualmente. Mi antigua casa me la había quitado mi padre, dejándome solo el auto como un recuerdo de lo que una vez fue mi hogar.
Al cruzar la puerta, ahí estaba Aitana, en el balcón, concentrada en su lienzo. Tenía un montón de pinturas esparcidas sobre una sábana que cubría la mesa, mientras los colores vibrantes se llevaban toda la atención. Dejé a Iván en el sofá para acercarme lentamente; ella estaba de espaldas, con unos auriculares puestos, así que aún no me había visto.
Su concentración en lo que hacía me hizo sonreír. Esa mujer de verdad me había atrapado, a pesar de que ella aún no estuviera clara con sus propios sentimientos. Deseaba que me diera una oportunidad, anhelaba que se diera cuenta de lo que podría significar para ambos.
¡gracias por leer!
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