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6: 🥂"Taking care of you"🥂

Uno de los hombres golpeó la espalda de Hugo, lo que provocó que soltara al que antes sujetaba, permitiendo que el otro lo inmovilizará con fuerza, apresando sus brazos con una brutalidad que le robó el aliento.

—No puedes evitarlo, Roberts —dijo el agresor con una sonrisa burlona, acercándose a Aitana—. Ella me pertenece ahora —su lengua delineó el contorno de su mandíbula, un gesto repugnante que hizo que la ira y la desesperación se apoderaran de Hugo, desbordando la poca cordura que le quedaba.

—¡No la toques, imbécil! —gritó, llevando la cabeza hacia atrás, alejándose del hombre para lanzarse contra Ken.

Con un impulso feroz, lo aventó al suelo y golpeó su rostro con tal fuerza que escuchó el crujido de sus huesos al impactar su puño contra su rostro, lastimando su labio y su tabique severamente. Pero antes de que pudiera continuar, fue apartado por otros guardias, recibiendo múltiples golpes en el rostro y el abdomen que lo dejaron aturdido.

El sonido de sirenas de la policía resonó en la distancia, alarmando a todos los presentes. Con desesperación, los hombres abandonaron el lugar, dejando a Hugo tendido en el suelo, adolorido y cansado. A pesar de que muchos fueron atrapados, otros lograron escabullirse entre las sombras, escapando por pura suerte.

Hugo se arrastró hacia donde estaba Aitana, su cuerpo golpeado y lastimado le dificultaba el simple acto de levantarse. Pero su único deseo era cubrirla con su propio cuerpo, protegiéndola de cualquier amenaza o mirada lasciva. Los policías entraron en el lugar, con la firme intención de buscar todo el dinero y las drogas que escondían, dispuestos a llevarse consigo cualquier rastro de la ilegalidad que había tenido lugar allí.

Más tarde, en el hospital, los médicos curaron las heridas de Hugo y revisaron a Aitana. Afortunadamente, ella no tenía lesiones graves, solo sufriría algunos efectos secundarios de la droga que había consumido.

Al llegar a casa, ambos estaban exhaustos, deseando  únicamente dormir y olvidar el horror de lo que había sucedido. Sin embargo, tan pronto como cruzaron la puerta, Aitana corrió al baño, incapaz de contener las náuseas, vomitando lo que quedaba de su estómago.

Durante el viaje, ella había permanecido en silencio, evitando mirarlo; probablemente se sentía avergonzada o culpable. A pesar de esto, Hugo pudo notar los pequeños sollozos que escapaban de sus labios, desgarradores y llenos de dolor.

Decidió entrar en la habitación, dejando las pertenencias de ambos en el sofá, y se colocó de espaldas a la pared, al lado de la puerta, esperando a que Aitana saliera. Cerró los ojos levemente, permitiendo que un suspiro se escapara de sus labios mientras recordaba todo lo que había ocurrido. Se cuestionaba cómo había llegado a ese mundo de caos y violencia meses atrás, cómo su rebeldía había llevado su curiosidad a un punto tan extremo.

El sonido de la puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos, y vio a Aitana salir con el rostro pálido y algunos cabellos húmedos, sujetando su cabeza con ambas manos como si intentara contener las vueltas que daba su cabeza.

—Tengo un mareo terrible —murmuró, apretando los ojos en un intento de recuperar la estabilidad.

—Ya se te pasará —le dijo él con un tono suave, acercándose para acariciar su mejilla con ternura—. Estás bien ahora, ¿verdad?

Aitana asintió, aunque su mirada delataba la preocupación. No tenía heridas graves, solo algunos rasguños en su piel, pero él sabía que su estado emocional era mucho más frágil. Al recorrerlo con la mirada, notó la curita en su mejilla, el leve enrojecimiento en su labio, y cuando levantó un poco su camisa, se detuvo al ver los moretones que decoraban su abdomen y el quejido de dolor que desprendió.

Si antes se sentía mal por lo que había ocurrido, ahora la culpa la consumía por completo. Sin previo aviso, se lanzó a sus brazos en un cálido abrazo que no lastimó, pero que transmitió toda su angustia y arrepentimiento. Hugo la correspondió.

—Lo siento mucho, Hugo —musitó Aitana contra su pecho, su voz temblando mientras se aferraba a él—. Siento haberme acercado a ellos. Perdón por haber tomado lo que me dieron; perdóname por provocar que te lastimaran de esa manera.

Hugo la separó suavemente, tomando su rostro entre sus manos para mirarla a los ojos, que estaban llenos de lágrimas. La tristeza en su mirada lo atravesaba.

—Hey —dijo, tratando de transmitirle calma—. Tú no tienes que disculparte. Toda la culpa es de esos malditos enfermos; tú no tienes nada que ver con esto.

—Sabes que sí —lo interrumpió, su voz quebrándose—. Todo fue mi culpa. Si no me hubiese acercado a ellos, nada de esto habría pasado —continuó, mientras las lágrimas caían sin parar, como si su corazón estuviera desbordándose de pesar.

Hugo, con ternura, limpió las lágrimas que se deslizaban por su rostro con el pulgar, acercándose a dejar un breve beso en sus labios. Juntó sus frentes, disfrutando de la proximidad, mientras sus narices se rozaban en un gesto íntimo.

—Por favor, deja de culparte —comenzó, cerrando los ojos y sintiendo que cada pequeño contacto era una caricia a su alma—. No puedo verte llorar.

—Lo siento... —susurró Aitana, uniendo sus labios de nuevo con los de él, esta vez con más desesperación. El beso, aunque suave, llevaba consigo la carga de sus emociones reprimidas. Era un roce sincero, despojado de cualquier intención más allá del cariño.

Después de un corto pero significativo intercambio de caricias, se separaron lentamente.

—Deberías tomar una ducha y descansar —dijo él, acomodando un mechón de cabello tras su oreja, tratando de darle una sensación de tranquilidad—. Mañana estarás mucho mejor.

Aitana lo miró con un ligero brillo en sus ojos, tragando su propia saliva con dificultad al plantearse si debería hablar, pero tomó el valor de decirlo.

—Entra conmigo —soltó, rompiendo el silencio con una propuesta inesperada.

Hugo se sintió un tanto abrumado y se alejó un poco, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

—Aitana, no hagas esto —respondió con firmeza, sintiendo cómo su corazón se aceleraba—. Sé que en estos momentos no estás bien, así que, por favor, no me pidas esas cosas.

—Pero... solo será un baño...

—En el que no debo estar presente —la cortó, sintiendo que la situación se tornaba más complicada de lo que podía manejar—. Ve tú, yo prepararé algo para que comas.

Sin dejarla replicar, se dio la vuelta y se dirigió a la cocina, dejando a Aitana sola frente al baño. Ella, aunque decepcionada, sabía que no podía presionarlo más. Se adentró en el baño, cerrando la puerta tras de sí, sintiendo cómo la soledad la abrazaba.

Mientras tanto, en la cocina, Hugo revolvía su cabello con una mano, tratando de despejar su mente. Sabía que lo que empezaba a sentir por ella se estaba transformando en un sentimiento fuerte, profundo a decir verdad, pero no quería confundirse ni hacerse ilusiones. Sin embargo, cada vez que pensaba en ella, en cómo cada segundo que pasaban juntos se hacían más íntimos al aumentar su cercanía, le era difícil contenerse.

—Por favor, no me hagas esto —se murmuró a sí mismo, tratando de concentrarse en preparar algo sencillo para ambos, alejando todos esos pensamientos de su mente.

Después de que ambos tomaron una ducha y compartieron una comida silenciosa, se dirigieron a sus respectivas habitaciones. Sin embargo, la noche les resultó interminable. Ambos se acostaron, mirando al techo, incapaces de cerrar los ojos. La soledad se hacía presente, y el deseo de compañía se intensificaba en el silencio de la noche.

Hugo se giró en la cama, sintiendo el peso de su propia respiración envolverlo, junto a sus más profundos pensamientos. En la habitación de al lado, Aitana hacía lo mismo, sintiendo que el eco de sus confusos pensamientos la consumía. No querían enfrentar la oscuridad de la noche solos; deseaban la calidez del otro, la seguridad que solo sentían al estar juntos.

Aitana detestaba la soledad; la sensación de vacío la envolvía, trayendo consigo recuerdos dolorosos de su infancia. Imágenes de aquellos que la habían herido y la habían hecho desconfiada se incrustaban en su mente. Apretaba sus brazos alrededor de sus rodillas, ahogando sollozos que parecían nacer del fondo de su ser. En esos momentos oscuros, la memoria de las cuchillas rozando su piel regresaba con fuerza, acompañada por la risa burlona de aquellos hombres que solo buscaban hacerle daño.

Esa risa, un eco de su pasado, se entrelazaba con el deseo de escapar de esos recuerdos, de encontrar un refugio en la calidez que Hugo podía ofrecerle.

¿Por qué le sucedía esto de nuevo? ¿Por qué no podían dejar de atormentar su mente aquellos recuerdos dolorosos?

Aitana se sentía atrapada en su angustia, donde cada sombra del pasado parecía cobrar vida en la oscuridad.

No soportó más esa carga emocional. Con determinación, se levantó envuelta en su sábana, el tejido suave y ligero apenas ofreciendo consuelo a sus miedos. Caminó rápidamente hacia la habitación de Hugo, sin detenerse a pensar. Sin tocar la puerta, la abrió de golpe y lo encontró sentado en su cama, mirándola con una mezcla de sorpresa y preocupación.

—Aitana... —murmuró.

—¿Tú tampoco puedes dormir? —preguntó con timidez, a lo que este asintió.

—Quería ir a la cocina por un poco de agua, al parecer perdí el sueño y solo doy vueltas en la cama —respondió, rascando levemente su nuca, dirigiendo la mirada hacia ella poco después—. ¿Tú te sientes mal? ¿Quieres que te prepare un té o...?

—Deja que me quede —interrumpió, su voz temblando—. No quiero estar sola, por favor, Hugo.

Mientras se acercaba lentamente, él pudo ver sus ojos, brillantes y cristalizados por la luz cálida que emitía la lámpara a su lado. Esa imagen le desgarró el corazón; ver a Aitana en ese estado, sufriendo, le provocó un impulso casi instintivo de abrazarla y consolarla. Sin pensarlo dos veces, se apartó un poco en la cama y palmeó el espacio a su lado.

—Ven —dijo con suavidad, su tono lleno de ternura y aprobación.

Sin dudar, Aitana dejó caer la sábana al suelo y se deslizó bajo las cobijas, buscando refugio en la calidez que él le ofrecía. Al abrazarlo con fuerza, sintió cómo la ansiedad se desvanecía poco a poco, reemplazada por una sensación de seguridad y confort. Los brazos de Hugo la rodearon con delicadeza, mientras sus manos comenzaban a acariciar su cabello con ternura.

Le gustaba esa sensación que le transmitía Hugo; era reconfortante y familiar, aunque a la vez diferente. Era un recuerdo lejano de Aarón, pero en ese momento, lo único que quería era permanecer así, acurrucada junto a él, alejando las sombras de su pasado. Sin importarle más a Aarón, se permitió dejar de lado sus miedos y confusos sentimientos, centrándose en la respiración del que la abrazaba, escuchando los fuertes latidos de su corazón.

Hugo también luchaba con sus propios sentimientos revueltos. Se preguntaba si estaba haciendo lo correcto al acercarse a ella, consciente de que en gran parte era un refugio temporal, un reemplazo para el amor que aún la atormentaba. Sin embargo, ya no había vuelta atrás; estaba decidido a no dejarla ir.

Cuando despertaron a la mañana siguiente, Hugo la encontró dormida, su rostro relajado y sereno, iluminado por la suave luz que entraba por la ventana. Observaba cada rasgo de su rostro con admiración, delineando mentalmente su contorno. Deseaba conservar ese momento por un poco más, disfrutando de su belleza sin que nadie más interfiriera. Quería ser el único que la cuidara y la protegiera, soñando con que su relación pudiera florecer más allá de un simple consuelo pasajero.

—Haré que te olvides de él y que solo te fijes en mí —susurró suavemente, mientras acomodaba un mechón de cabello detrás de su oreja. Luego, dejando un delicado beso en su frente, añadió—: Solo déjame conquistarte.

En su corazón, Hugo sabía que estaba dispuesto a luchar por ella, a demostrarle que había más en su vida que el dolor que llevaba consigo. Estaba decidido a ser el refugio que necesitaba, a ayudarla a sanar y a encontrar la felicidad que merecía. Con ese pensamiento en mente, sintió que su propio corazón se llenaba de esperanza, mientras la imagen de Aitana dormida a su lado lo inspiraba a creer en un futuro juntos.

¡gracias por leer!

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