2: 🥂"See you again"🥂
Cuando me desperté, la soledad de la cama me envolvió como un manto pesado. La luz del sol se filtraba por la ventana, iluminando mi rostro con una intensidad que me impedía volver a dormir. Era entonces cuando el dolor de cabeza, un martilleo infernal, se instaló en mis sienes.
—Uff, mierda—murmuré, frotándome las sienes con la esperanza de que el simple acto pudiera aliviar un poco la presión—. Siento que mi cabeza va a explotar.
Mi mirada se deslizó por la habitación, tratando de absorber cada detalle. Mi ropa, desordenada la noche anterior, estaba ahora cuidadosamente doblada en una esquina de la cama. Todo lo que habíamos desubicado en nuestra noche de desenfreno había vuelto a su lugar, como si el caos de la noche anterior hubiera sido un sueño. Pero él había hecho un buen trabajo limpiando, y, debo admitir, también había sido un buen compañero de diversión.
Me levanté con pereza y me envolví en una bata de baño, con la intención de buscarlo. La universidad me esperaba en unas horas, así que no podía darme el lujo de perder más tiempo. Sin embargo, al recorrer el departamento, no encontré rastro de él.
—¿Dónde estará? —murmuré para mí misma, sintiendo una mezcla de confusión y desasosiego. Mis ojos se posaron en la mesa, donde una bandeja con tostadas y un jugo aguardaba. Junto a ella, una pequeña nota me hizo fruncir el ceño:
“Tuve que irme por una urgencia, pero espero que nos volvamos a ver, cariño... Hugo.”
—Dudo mucho que eso pase —respondí en voz baja, dejando la nota donde estaba como si pudiera ignorar el eco de sus palabras. Sin más preámbulos, me dirigí al baño para darme una extensa ducha, esperando que el agua templada pudiera despejar mi mente y aliviar el malestar.
Mientras el agua caía sobre mí, una sensación de culpa me invadió. Nunca había querido a nadie más que a Aarón, pero la decepción y el alcohol de la noche anterior habían nublado mi juicio, llevándome a rendirme a mis deseos momentáneos. La imagen de su rostro, de sus ojos llenos de un brillo y amor cada vez que me miraba, me golpeó con fuerza, y me pregunté cómo había llegado a este punto.
Tras la ducha, tomé dos tostadas y el jugo, sintiendo que necesitaba algo en mi estómago antes de enfrentar el día. Me vestí con el mismo conjunto que había usado la noche anterior, sintiendo el peso del remordimiento mientras lo hacía. No tenía ganas de regresar a mi departamento y encontrarme con mi compañera de cuarto; nuestra relación siempre había sido tensa y llena de silencios incómodos. Así que decidí ir a casa de mi mejor amiga, Caroline Warner.
Cuando llegué, Caroline ya estaba en modo madre gallina, buscando en su armario algo que me quedara bien.
—Estás completamente desquiciada, Ait—comenzó, levantando una blusa azul claro sin mangas con cuello alto, que dejó caer sobre la cama—. Nunca pensé que hablaras en serio cuando dijiste que te ibas a coger al primero que se te insinuara.
Su tono era una mezcla de incredulidad y preocupación. Mientras ella rebuscaba entre su ropa, yo me senté en la cama, sintiéndome un poco más a salvo, como si su cercanía pudiera protegerme de la tormenta de emociones que me asaltaba.
—No lo sé, Caroline... —respondí, sintiéndome vulnerable—. No planeaba que sucediera, pero a veces las cosas simplemente se escapan de nuestras manos.
Ella se giró, mirándome con una mezcla de compasión y un toque de reproche. Sabía que necesitaba hablar, desahogarme, y su presencia siempre había sido un refugio en mis momentos de crisis.
—Lo importante es que lograste despejar tu mente y olvidarte de todo por un momento. Estabas muy deprimida antes de salir, Nani.
Asentí, reconociendo sus palabras, y sintiendo un leve cosquilleo por el apodo; desde niñas me llamaba así, y era bonito escucharlo.
—Lo sé. Y sí, me hizo olvidar, pero se sentía increíblemente extraño y diferente; no me siento muy orgullosa de eso.
—Ah... ¿Perdona? —se apartó del clóset, con una expresión de exagerada indignación, junto al pantalón—. Yo te vi listilla —dejó la prenda sobre la cama y se sentó.
«Y ahí quedó la Carol preocupada, ahora viene la chica caliente que siempre ha sido e intenta llevarme por el mismo camino.»
—Sí claro, te fuiste con un chico y me dejaste sola, Carol —le recordé—. Dudo que me hayas visto en algún momento.
—Soy culpable de eso —admitió, con una sonrisa, a lo que rodé los ojos—. Pero vi como te subiste en las piernas de ese guapo chico y lo besaste como si no hubiera un mañana. Tienes que aceptar que te sacaste la lotería, amiga —finalizó con una sonrisa de lado.
Al parecer si me prestó algo de atención después de revolcarse con uno de los chicos del bar, descarada.
—De cualquier manera, no volverá a pasar, fue una aventura pasajera.
—Aitana —su semblante se volvió más serio—, él se fue hace una semana y media, y ni siquiera te ha llamado, ¿podrías dejar de esperar alguna señal?
—No puedes culparme por querer confiar. Estoy segura de que su padre le impide contactarme, y por eso no me ha llamado.
—Amiga, abre los malditos ojos —tomó mis hombros y agitó un poco mi cuerpo—. Deja de aferrarte a él. Sé que fue una parte importante de tu vida y es difícil de superar, pero aún eres joven y tienes que vivir; solo te harás daño si sigues creyendo que volverá.
La razón, la tenía. Los argumentos, también. Sabía que era lo más sensato, lo que dictaban la lógica y el sentido común. Sin embargo, no quería ni podía dejarlo ir tan fácilmente. Fueron demasiados años construyendo una historia juntos, tantas memorias compartidas, risas, lágrimas y momentos que parecían eternos. Superarlo en semanas era casi imposible.
Aunque a veces, el deseo carnal se apoderaba de mi, como la noche anterior. Pero en los primeros días de su ausencia, los recuerdos de él aparecían en forma de susurros cada noche, trayendo el roce de su piel que aún podía sentir en mi memoria. Era una lucha constante entre lo que el corazón anhelaba y lo que la mente sabía que debía hacer.
Era un amor que, aunque desgastado, seguía teniendo un eco en mi interior. Muchas veces me encontraba buscando excusas para mantener la conexión, para sostener el hilo del que pendía nuestra "relación", aunque sabía que era frágil y prácticamente inexistente.
—Bien —me levanté de la cama y tomé el conjunto que me había preparado, luego de estar perdida en mis pensamientos—, solo cambiémonos para llegar a nuestras clases. Será mejor que dejemos el tema aquí.
Me dirigí al baño para cambiarme, mientras que ella se quedó en la cama, negando con la cabeza. Al finalizar las clases que nos correspondían, volví a mi departamento. Donde me esperaba mi compañera de cuarto, Olivia Roberts, cruzada de pies y manos.
—¿Dónde carajos estuviste anoche, eh? —preguntó, molesta.
—Por ahí —fue lo que respondí al entrar y cerrar la puerta.
—¿Por ahí? ¿Qué es lo que te pasa, Aitana? —se levantó y acercó a mi—. ¿No te acuerdas de lo que te dije que haría hoy?
—¿Hoy? ¿Qué harás hoy? —pregunté, confundida.
—Ay dios mío, ayúdame —frotó su sien con frustración—. Hoy tenía que irme con mis padres a un viaje y mi hermano se iba a quedar aquí hasta que yo volviera, Aitana.
—Ah, eso, está bien —le resté importancia, mientras me dirigía a mi habitación.
—¿Está bien? —frunció el ceño al mirarme.
—Sí, Olivia. Y por favor guarda silencio, ¿puedes? Me duele mucho la cabeza y tu voz me resulta insoportable en estos momentos —ante mis palabras, evidentemente se molestó, como siempre—. Voy a estar en mi cuarto, ¿vale? Cuando llegue me avisas —me fui a mi recamara antes de que se quejara.
—Ja, esta chica me va a sacar de quicio —dijo poniendo ambas manos en su cabeza.
En mi cuarto, al ver aquella cama, dejé mi cuerpo caer en ella, sintiendo cómo el cansancio me envolvía como una manta pesada. No pasó mucho tiempo antes de que me quedara completamente rendida, agotada por las emociones del día.
Unas horas después, el murmullo del silencio en la casa me despertó. La luz de la cocina iluminaba suavemente el camino, así que me dirigí allí, con la esperanza de calmar la sequedad de mi garganta, que se había reseco mientras dormía. Al servirme un vaso de agua, llevé la bebida a mis labios y tomé un sorbo, disfrutando de la frescura que me recorría.
Pero, de repente, un movimiento en la esquina de mi visión me hizo girar la cabeza. Salió del baño… ¿¡Hugo!? La imagen de él, con una simple toalla ajustada a su cintura, me tomó completamente desprevenida. Su cabello aún goteaba agua, y su piel brillaba sutilmente bajo la luz de la cocina.
La sorpresa fue tan intensa que, sin poder contenerme, escupí el agua que tenía en la boca, salpicándolo a él y empapando un poco la encimera.
—... Gracias, por volver a bañarme — dijo mientras se limpiaba la cara con la mano.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, con asombro y confusión.
—¿Qué no es obvio? Creí que eras más rápida, Wilson —dijo en tono de burla, y caí en cuenta que solo podía haber una razón para que estuviera ahí.
—Oh, mierda —musité—. ¿Eres el hermano de Olivia? —lo señalé y él asintió.
—Sí, tú eres su compañera de cuarto, ¿no?
—Desgraciadamente —murmuré, sin mirarlo.
—¿Qué? —enarcó una ceja, acercando su rostro al mío, yo lo miré de la misma manera.
—Creo que eso se puede deducir fácilmente, y tú deberías mantener la distancia, ¿no crees? —hablé con firmeza, pero lo que recibí fue una leve risa de su parte.
—¿Estás enojada conmigo por esta gran coincidencia? —se detuvo para mirarme con una sonrisa—. Pensé que estarías feliz de volverme a ver —comenzó a avanzar peligrosamente hacia mi.
—Ja, lo que pasó ayer, fue solo ayer, ¿vale? Para tu información, tengo novio.
«Mal argumento para emplear, Ait, muy malo.»
—Ah, claro, ese novio que se fue a Italia, ¿no? —mis ojos se abrieron a más no poder al oírlo.
—Ah.... ¿có-cómo sabes eso? — tartamudeé por el asombro.
—Tú me lo dijiste, cariño —sonrió al hacer un leve toque en mi mentón.
—Yo no te he dicho na... —mis palabras se detuvieron cuando recordé que estuve hablando de todo eso en el bar—. Mierda —cerré los ojos con fuerza por un momento, mordiendo mi labio inferior—, olvida lo que escuchaste, ¿vale?
—Mmm, mira, no me importa si tienes novio o no, yo solo estoy cuidando el cuarto de mi hermana —aclaró, ahora con seriedad—. Y no te preocupes, no voy a estar tras de ti solo porque tuvimos sexo.
—Bien, es bueno que eso te quede claro —soltó una pequeña risita.
—Pero —agarró mi cintura en un ágil movimiento, pegando mi cuerpo al suyo semidesnudo—, si quieres volverlo a hacer.. —hizo una pausa, observando mis labios mientras relamía los suyos—.. no me importaría sacrificar esas palabras —sonrió.
—Oye —lo aparté, al empujar su pecho—. ¿Qué no me oíste? Eso no volverá a pasar.
—Eso ya lo veremos —sonrió, encogiéndose de hombros, para luego irse a su cuarto, no sin antes hacerme un guiño.
—Esto no puede estar pasando — revolví un poco mi cabello y volví rápidamente a mi habitación.
Tenerlo bajo el mismo techo no era buena idea, verdaderamente no lo era...
Me senté frente a la laptop para terminar un trabajo de la Universidad que debía entregar en unos días, que por cierto, estudio medicina. Además, me sirvió para olvidarme por un momento de todo y mantener mi atención únicamente en las páginas que debía resumir. Después darle los últimos retoques, empecé a masajear suavemente mis ojos —estos ardían por pasar tanto tiempo con la mirada fija en la pantalla—, luego estiré mi cuerpo para relajar mis músculos. Pero mientras lo hacía, comencé a sentir como gruñía mi estómago; una clara señal de que tenía hambre.
Así que, cerré la computadora y salí de mi habitación para cocinarme algo sencillo. Sin embargo, cuando llegué a la cocina, me sorprendió ver a Hugo —vestido y con un delantal puesto—, concentrado en lo que estaba cocinando.
—Ok, esto es una nuevo panorama —dije mientras me acercaba, para terminar apoyándome en la barra, a su costado.
—¿Te sorprende? No creo que esto te haya tomado por sorpresa, no después de verme desnudo —dijo sin mirarme, pero mostrando una sonrisa de lado.
—Solo... ¿podrías no tocar el tema? Es algo incómodo, ¿sabes? —le respondí, con un ligero roce de incomodidad en mis palabras. Él movió los hombros como respuesta, restándole importancia a las mismas—. Como sea, no pensé que supieras cocinar —él me miró y sonrió.
—En mi criterio personal, todos los hombres deberían saber cocinar, ¿no crees? Es una habilidad necesaria para sobrevivir a la soltería —dijo, sonriendo con confianza y orgullo.
—Interesante —murmuré, apoyándome de mis brazos para sentarme en la barra y coger una de las manzanas que había en el pequeño cesto, mientras mis piernas se balanceaban en el aire; obviamente no llegaban al suelo.
Hugo me observaba, sin perderse ninguno de mis movimientos. Luego, se giró completamente hacia mi con esa mirada pícara que siempre mostraba, escaneándome al cruzarse de brazos, dejando de lado lo que hacía.
—¿Qué intentas hacer, eh? ¿Seducirme? —preguntó, arqueando una ceja en un gesto provocador.
—No, solo quería sentarme aquí. Es mi casa, ¿no? Puedo hacer lo que yo quiera —le respondí, dándole un mordisco a la manzana, mirando atentamente su expresión.
«Que quede claro que realmente no lo estoy seduciendo, eh. Tengo la costumbre de sentarme en cualquier lugar, incluso sobre la mesa.»
«Es raro... posiblemente, pero así soy yo.»
Él humedeció y mordió levemente su labio inferior, acercándose a mí a paso lento. Puso sus manos en la mesa, a cada lado de mi cuerpo, quedando a una distancia muy corta de mi rostro.
—Pues, yo también vivo aquí, ¿no? —dijo, mirando mis labios mientras acercaba su mano derecha a la zona descubierta de mi muslo, comenzando a deslizarla lentamente hasta llegar a la tela, sintiéndose fría y enviando un escalofrío a todo mi cuerpo—. Puedo hacer lo que quiera también, ¿cierto? —dijo en un susurro ronco y mi nervios reaccionaron a su toque y a su voz.
Pero hice hasta lo imposible por controlarme, y para intentar disimular, le di una pequeña sonrisa falsa.
—No lo creo —la quité de inmediato, pasando a una expresión seria y apartando su mano—. Harás lo que yo diga.
Esa confianza y firmeza solo son parte de mi instinto, que conste.
—¿Ah si? —preguntó, divertido.
—Sí. Pero dejemos eso a un lado, quiero preguntarte algo.
—Soy todo oídos, cariño —sonrió.
—Mm, si Olivia fue de viaje con sus padres, ¿por qué tú no? No luces como alguien que pueda perderse de la diversión a voluntad —indagué.
Provocando que su sonrisa se desvaneciera poco a poco, y que solo quedara una expresión seria. Él se separó de mi, carraspeando su garganta.
—¿Te gusta el risotto? —volvió a cocinar, evitando el tema.
—Sí, pero..
—Que bueno —me interrumpió—, porque es lo que estoy haciendo. Ve a ducharte para que comas antes de que se enfríe, ¿vale? —trató de mostrarme una sonrisa, para luego volver a concentrase en la comida.
—Hug… —detuve mis propias palabras al darme cuenta de que quería evitar hablar sobre eso, así que decidí no insistir—. Está bien, me iré a duchar entonces —él asintió, y yo me dirigí hacia la puerta blanca, cerca de mi habitación.
Tenía mucha curiosidad por lo que escondía, pero tendré que aguantarme. Sé cómo se siente no querer hablar de algo que puede ser complicado o... doloroso. Después de que me bañé y cambié mi ropa, volví a encontrarme él, serio y callado. Cuando me senté a la mesa frente a él, había un silencio incómodo entre nosotros, ya que cada uno se centraba en su plato, sin hablar, sin mirarnos.
Así que tuve que hablar.
—Hugo —susurré, pero él me escuchó, y su mirada solo emanaba curiosidad.
Traté de buscar un tema de conversación, uno adecuado y para nada incómodo, y solo pensé en..
—¿Qué edad tienes? —solté.
«Tonta, en serio que eres una gran conversadora Aitana, claro que lo eres.»— me reproché mentalmente, a lo que él rió levemente, seguramente por mi nerviosismo.
«Bueno, por lo menos lo hice reír. Al parecer no fue tan tonto.»
«Además, ahora que recuerdo, si vamos a vivir juntos esto sería un buen comienzo para empezar a conocernos.»
—Cumplí 24 hace un mes —respondió con tranquilidad—. ¿Y tú?
—Oh, yo tengo 22 —dije con cierta timidez.
—¿En serio? —asentí—. Ja, si te digo la verdad, la primera vez que te vi pensé que eras menor de edad, te veías tan infantil borracha —empezó a reírse.
—¡Oye! —fruncí levemente el ceño por su comentario.
—Lo siento —dijo, deteniéndose un momento—. Pero cuando te sentaste encima de mí, esa idea salió completamente de mi cabeza.
Me quedé en silencio, sintiendo cómo el rubor se apoderaba de mis mejillas. Era un poco vergonzoso que me recordara un momento tan embarazoso, especialmente porque estaba pasada de copas. A pesar de la incomodidad, no podía evitar que una pequeña sonrisa se asomara a mis labios ante su sinceridad.
—Aunque, si te soy sincero, me gustó mucho verte así. Te veías —hizo una pausa, como si estuviera buscando la palabra adecuada—, adorable.
—Eres un maldito idiota —respondí entre risas, tratando de mantener la compostura mientras seguía comiendo. La mezcla de vergüenza y diversión hacía que la atmósfera se sintiera más ligera, casi cómplice.
—Pero te gusta que diga esas cosas, ¿a que sí? —me miró con esa expresión pícara que siempre me dejaba sin palabras. Elevé un poco los hombros, sin poder evitar que una sonrisa se dibujara en mi rostro.
—Puede —admití, sintiéndome un poco atrapada en su juego—. Pero eso no significa que no seas un idiota.
—Bueno, eso es parte de mi encanto —sonrió, y yo no pude evitar reírme.
—Sigamos comiendo —dije, tratando de cambiar de tema mientras degustaba el risotto, que estaba realmente delicioso. La conversación fluyó de manera natural entre nosotros, y aunque había un subtexto de tensión en el aire, también había una sensación de comodidad que no había experimentado en mucho tiempo.
Terminamos de cenar, y cuando nos levantamos de la mesa, una parte de mí se sintió extrañamente nostálgica.
—Gracias por la cena, fue increíble —dije, mirándolo a los ojos.
—De nada. Siempre estoy dispuesto a cocinar, especialmente si es para ti —respondió, con una sonrisa que iluminaba su rostro.
Nos dirigimos a nuestros respectivos cuartos, pero, de alguna manera, no podía dejar de pensar en lo que había pasado. La habitación, que antes me había parecido un lugar acogedor, ahora se sentía un poco vacía sin su presencia cerca.
Me acomodé en mi cama, tratando de encontrar una posición cómoda, pero no podía evitar recordar cómo me había sentido al estar tan cerca de él. Esa sensación de calidez, la forma en que sus labios rozaban mi piel mientras me abrazaba en la noche, su respiración tranquila en mi cuello.
Sí, estaba media dormida y sumamente cansada, pero esos pequeños momentos eran algo que no podía olvidar.
No sabía cómo había llegado a ese punto, pero la idea de dormir cerca de él, de compartir ese espacio una vez más, me resultaba extrañamente reconfortante.
Finalmente, me dejé llevar por el cansancio, cerrando los ojos y esperando que el sueño viniera a mí.
¡gracias por leer!
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