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10: 🥂"Family meeting"🥂

Me cambié de ropa y, con un nudo en el estómago, salí de mi habitación. La verdad era que no quería verlos; la idea de enfrentar la conversación que me esperaba era abrumadora. Sin embargo, el tono grave de la llamada me había dejado claro que lo que debían decirme era de suma importancia. Mientras me acercaba a la puerta, noté a Hugo en la cocina, ocupado con algo que no podía distinguir a simple vista.

—¿A dónde vas? —preguntó, levantando la vista de su tarea.

—Voy a ver a mi padre —respondí, tomando mi abrigo. La tarde comenzaba a desvanecerse, y una ligera brisa fría comenzaba a colarse.

—¿A tu padre? —su voz reflejaba confusión—. ¿Por qué? ¿Quieres que te lleve? —se acercó un poco más, con una expresión de preocupación en su rostro.

—No, puedo ir sola, realmente no es necesario —traté de tranquilizarlo, aunque no pude evitar reír levemente por su actitud protectora.

—Pero... no quiero que te vayas sola. Si se hace de noche y tienes que volver por tu cuenta, yo... —lo interrumpí, colocando suavemente mi dedo sobre sus labios.

—¿Por qué eres tan paranoico, ah? —le pregunté con una sonrisa—. Voy a estar bien, y prometo intentar regresar lo más pronto posible, ¿de acuerdo? —separé mi mano lentamente, observando cómo suspiraba, sus ojos aún llenos de preocupación.

—Está bien, pero si se hace tarde, iré a buscarte, ¿de acuerdo? —insistió, su tono era más firme.

—Vale, nos vemos luego —dije, dirigiéndome hacia la puerta con la esperanza de que su insistencia no me hiciera dudar.

—Espera —me detuvo, tomando mi mano y acercándome a él, para terminar dándome un pequeño y dulce beso—. Ahora puedes irte.

Le sonreí, negando con la cabeza, mi corazón latiendo un poco más rápido.

—Mm, nos vemos —respondí, finalizando el breve momento y saliendo de la casa.

Al cerrar la puerta, me sentí un poco más ligera, como si el aire fresco del exterior pudiera disipar la tensión que llevaba dentro. Sin embargo, en el interior, la seriedad de Hugo fue interrumpida por la voz burlona de Iván que provenía de la sala.

—Blah —dijo, haciendo una mueca de asco—. Nunca pensé ver esta escena en ti, es muy raro —simuló un escalofrío exagerado, llevándose las manos a los brazos como si sintiera frío.

—¿Y tú qué, ah? —respondió el pelinegro, tratando de mantenerse serio—. Ven a la mesa, ¿quieres?

—Como diga, coronel —dijo, realizando un saludo militar con tal dramatismo que casi se cae.

—Eres un idiota —replicó, incapaz de contener una risa. Era imposible no disfrutar de su humor, incluso en momentos como este.

Subí al taxi que había llamado, el motor rugió y me encaminé hacia la casa que había sido mi hogar en otro tiempo, un lugar que ahora me resultaba distante y ajeno. El recorrido se me hizo eterno. En el fondo, sentía incomodidad y miedo ante lo que me esperaba en aquel reencuentro. La curiosidad me consumía, pero el temor a revivir viejas heridas era aún más fuerte.

Al llegar, pagué al taxista y le pedí que me esperara. No pretendía demorarme mucho tiempo dentro; había demasiados recuerdos que me ataban a ese lugar y no estaba segura de poder soportarlos.

Cuando me planté frente a la puerta, mi cuerpo se congeló. El aire parecía volverse denso a mi alrededor, como si la casa misma me estuviera advirtiendo que no entrara. La idea de dar media vuelta y huir de allí me tentaba. Después de todo, era un sitio donde los gritos y los llantos habían resonado en cada rincón, un lugar que había dejado cicatrices profundas en mi alma.

Pero antes de que pudiera dar un paso atrás, la puerta se abrió de golpe.

—¿A dónde crees que vas, primita? —esa voz irritante y familiar solo podía pertenecerle a una persona, y al girar sobre mis talones, confirmé mis temores.

Diana Boucher, mi prima menor, la persona que más odio en este mundo y que sin duda me corresponde ese sentimiento. Nuestras interacciones siempre habían sido un campo de batalla.

—¿Qué haces aquí, Diana? —pregunté, cruzando los brazos en un gesto defensivo.

—¿Mm? ¿No estás feliz de verme? —fingió una tristeza que le quedaba ridícula, como si fuera una actriz de segunda. Juro que debería ganar un Oscar por lo bien que interpreta su papel de víctima.

—Ay —suspiró, cambiando su expresión a una de desagrado—. Pensé que no volvería a verte, no después de todo lo que pasó.

Respiré hondo, tratando de no perder la paciencia. Gracias a su lengua afilada, muchas cosas se habían desmoronado en mi vida.

—¿Por qué eres así, ah? —me acerqué un poco, mi tono se tornó más serio—. ¿Qué ganas tú con tratarme de esta manera?

—¿Por qué, dices? Déjame pensar… porque te odio con todo mi ser y quiero que sufras, por eso —sonrió, y su risa era como un eco maligno en mi mente.

—Estás loca, Diana —respondí, sintiendo cómo la frustración comenzaba a burbujear dentro de mí.

—Puede ser, pero sigo pensando lo mismo —se acercó a mi oído, su aliento gélido me hizo estremecer—. Haré que tengas una vida miserable mientras viva —se separó con una sonrisa de satisfacción, disfrutando de mi incomodidad.

—No permitiré que vuelvas a meterte en mi vida, mocosa. Sabes que ya no le temo a tus palabras, y tampoco te tendré compasión.

—¿Tú? —me señaló, incrédula—. Por favor, nunca has hecho algo malo en tu vida —se burló, como si hablara de alguien totalmente ajeno—. Siempre tienes que ser estúpidamente perfecta y delicada; no serías capaz de nada —dijo con una confianza que me enfurecía.

—Te equivocas. Es más, te daré un consejo —di dos pasos hacia ella, con  determinación—. No le temas a las personas que sabes que pueden hacerte daño, mejor preocúpate por aquellas que no tienen ni puta idea de sus límites.

—Ja —rodó los ojos, como si mis palabras fueran insignificantes—. Ya he rebasado tus límites, prima, y aún estoy aquí.

—Eso es cierto. Entonces cuídate muy bien las espaldas, porque la mínima cosa que vuelvas a hacer contra mí, será la última —mi voz fue totalmente firme al igual que mi mirada.

Ante mis palabras, ella actuó con desdén, como si lo que le decía no le importara en lo más mínimo.

—Ahora quítate —la empujé con la fuerza necesaria para que se apartara y entré.

Antes de que la puerta se cerrara tras de mí, escuché su voz, llena de malicia.

—No te confíes tanto, porque no me detendré. Mi felicidad es tu sufrimiento, Aitana, y te lo voy a demostrar —se dijo a sí misma, como si hablara de un plan maestro, cerrando la puerta tras ella.

Cuando volví a encontrarme con cada rincón de aquella casa, una ola de recuerdos me golpeó con fuerza, como si el tiempo no hubiera pasado. Cada paso que daba era como abrir una puerta del pasado, desenterrando tanto momentos felices como dolorosos.

Al llegar a la sala, mis ojos se posaron en mis padres, quienes conversaban animadamente con mis tíos, los padres de Diana. Al verme, sus rostros se iluminaron con sorpresa y alegría, especialmente mi tía, quien no tardó en acercarse a mí y abrazarme con fuerza.

—¡Mi niña! —exclamó, y le correspondí el abrazo, sintiendo cómo su calidez me envolvía y me proporcionaba un momento de paz.

—¿Cómo estás, tía? —le pregunté con suavidad, su abrazo había logrado calmar mis emociones agitadas.

—Bien, cariño, ¿y tú? —nos separamos y su sonrisa era sincera, pero yo no podía compartirla completamente.

—Bien, supongo —mi voz se volvió más apagada, y un suspiro involuntario escapó de mis labios.

—Te extrañé mucho, ¿sabes? Todos te extrañaron —se giró hacia mis padres—, ¿cierto?

—Claro que sí —respondió mi madre, levantándose con un brillo en los ojos—. ¿Cómo podría no extrañar a mi hija?

—Ajá, todos me extrañaron —dije, sintiendo con desánimo—. ¿Podemos ir al grano ya? No quiero estar aquí más tiempo del necesario.

Al escucharme, mi padre se levantó, su expresión se tornó seria, y un suspiro pesado dejó sus labios.

—Ven conmigo —dijo, caminando hacia las escaleras, dirigiéndose posiblemente a su despacho. Lo seguí, lanzándole una última mirada a mi madre.

Subimos a su despacho; la decoración era sobria, con muebles de madera color café y cuadros de nuestros antepasados que parecían observarnos. En el centro había una pequeña mesa de cristal, un estante repleto de libros y un escritorio de madera que le pertenecía.

Mi padre se colocó junto a la ventana, mirando hacia el jardín como si buscara respuestas en el paisaje. Yo tomé asiento en la silla frente a su escritorio, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en el aire.

—¿Y qué quieres decirme? —le pregunté, rompiendo el silencio incómodo. Él tardó en responder, manteniendo su mirada fija en el exterior.

—¿Quién es el hombre que vive contigo? —su voz, ahora cargada de enojo, rompió el hilo de mis pensamientos.

—¿Disculpa?

—Te pregunté, ¿quién es el hombre que vive contigo, Aitana? —repitió, manteniendo la autoridad en su voz.

—¿Cómo sabes eso? —mi corazón dio un vuelco, y me levanté, acercándome un poco a él—. ¿Acaso me estás espiando, padre? —él se giró hacia mí, su expresión era seria.

—¿Crees que dejaría a mi hija sin ninguna protección? —dijo, su tono neutro contrastaba con la intensidad de sus palabras—. Escucha, Aitana, a pesar de nuestras peleas, siempre estaré al pendiente de ti.

—No lo necesito, ¿sabes? Puedo vivir sin tu protección —respondí con desdén, intentando mantener la calma.

—No puedes, y mucho menos ahora —su preocupación era evidente, y me hizo dudar.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que pasó? —mi presentimiento se intensificó, y el aire se volvió pesado al escuchar su suspiro.

—Es sobre tu tío —soltó, y el silencio que siguió fue ensordecedor.

La mención de esa persona me cortó la respiración. El miedo y el odio se entrelazaron en mi pecho, y una oleada de recuerdos dolorosos me abrumó.

—¿Mi-mi tío? —balbuceé, sintiendo cómo la desesperación comenzaba a tomar control.

—Sí, salió de prisión ayer —dijo, frotándose la sien con una mano temblorosa.

«Mierda, ¿cómo pudieron dejarlo salir?»

—¿Cómo fue que lo soltaron? —mi voz temblaba, a nada de romperme en llanto.

—Tuvo buena conducta mientras estaba ahí, por eso lo liberaron un poco antes. ¿Ahora entiendes por qué tengo que protegerte? —se acercó un paso, su mirada fija en la mía.

—Él no lo volvería a hacer si es que tiene algo de conciencia. Además, sé defenderme, padre —dije, apretando los puños en un intento de contener la rabia que ardía en mi interior. Mi voz, aunque firme, temblaba ligeramente, traicionando a mi aparente determinación.

Sus ojos, profundos y oscuros, reflejaban una preocupación palpable que me hizo dudar por un instante.

—Esa vez, entiendo que eras pequeña, pero ahora puede hacer cosas peores si consigue más gente —respondió él, su tono grave resonando en la habitación.

Los recuerdos de aquel día que había marcado nuestras vidas regresaron a mi mente, como sombras que se negaban a desvanecerse.

—Pero ya no soy esa niña asustada —agregué, tratando de infundir valor en mis palabras. Sabía que mi padre solo quería protegerme, que su preocupación era sincera, pero la idea de volver a ser víctima me llenaba de furia.

—Hija, yo...

—Si eso era todo —lo interrumpí, no quería continuar esa conversación—, será mejor que me vaya.

Con las piernas temblorosas, me acerqué a la puerta, sintiendo cómo cada paso me pesaba más que el anterior.

—Aunque no quieras mi ayuda, de todos modos te protegeré —anunció, su voz firme resonando en el espacio.

Me detuve por un instante.

—Como quieras —respondí, incapaz de sostener su mirada. Salí de su despacho y crucé la puerta, tratando de calmarme mientras descendía por el pasillo, preparándome para enfrentar lo que estaba por venir.

Todos esos recuerdos regresaron a mi mente: mi llanto desgarrador, los gritos que retumbaban en las paredes, ese dolor constante en mi piel con cada movimiento de su mano. Todo eso me abrumaba al pensar que él estaba libre de nuevo.

Pero mi tiempo para reflexionar fue breve, ya que al girar en las escaleras, me encontré con Diana, quien me miraba con una sonrisa que no auguraba nada bueno.

—¿Ya te vas? ¿Tan pronto? —su voz resonaba en mi cabeza, volviéndola aún más irritante.

—No te metas, Diana —la aparté con un gesto brusco, tratando de mantener la calma a pesar de la rabia que burbujeaba en mi interior. Comencé a bajar rápidamente, deseando salir de aquella casa y de la atmósfera opresiva que la envolvía.

—¡Espero que llegues segura a casa! —gritó, su tono burlón hacía que mi corazón latiera más rápido, con rabia—. Mm, va a ser muy divertido revivir tu trauma, primita.

Sus palabras, envenenadas de sarcasmo, me siguieron mientras corría escaleras abajo. La idea de que mi pasado pudiera volver a atormentarme era aterradora, y no podía permitir que eso sucediera.

Al estar a las afueras de la casa, con el corazón latiendo con fuerza y sin despedirme de nadie más, me acerqué al taxi que esperaba en la acera. Abrí la puerta y me subí, deseando que cada kilómetro que me alejara de allí me acercara a la seguridad, a la calma que tanto anhelaba. Solo quería volver a casa y no salir por un buen tiempo, encontrar refugio en la rutina que había tratado de reconstruir.

—Podría llevarme a esta dirección —le dije al taxista, entregándole un papel con la dirección escrita. Había tomado el taxi en el parque, así que no me había recogido directamente en casa. Mientras el hombre leía la nota, una sensación extraña se instaló en mi pecho.

—Así que aquí es donde vives, pequeña —comentó, una sonrisa burlona asomándose en sus labios.

—¿Disculpe? —pregunté, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda cuando escuché el clic del seguro al cerrarse las puertas. Un nudo de miedo comenzó a formarse en mi estómago—. Oiga… señor —se giró hacia mí, y en ese momento, el horror se apoderó de mi cuerpo.

—¿Tí-tío? —mi voz fue apenas un susurro, temblorosa y llena de incredulidad. Ese rostro, ese maldito rostro que había estado ausente de mi vida durante tanto tiempo, ahora estaba frente a mí, aterrador y familiar al mismo tiempo.

—¿Cómo estás, mi pequeña Aitana? Veo que has crecido mucho —su sonrisa era inquietante, como una máscara que ocultaba intenciones oscuras.

—Déjame salir, quiero salir —murmuré, comenzando a golpear la puerta con desesperación—. ¡Abre la maldita puerta, quiero salir!

—¡Aitana! —su grito resonó en el interior del vehículo, y me hizo callar de inmediato—. No vuelvas a gritar, niña —me advirtió, mientras sacaba un objeto afilado de su bolsillo. La hoja, en forma de punta de pezuña, relucía con una amenaza latente—. ¿Te acuerdas de ella?

«Claro que me acuerdo de eso, y ahora estoy muerta de miedo...» —Esa imagen, ese cuchillo con el que me había torturado, regresó a mi mente. Era el mismo que había dejado múltiples marcas en mi piel, cicatrices que con el tiempo habían desaparecido, pero que nunca podrían borrar las memorias que llevaban consigo. Era el cómplice y causante de mis miedos y pesadillas, y verlo de nuevo frente a mí, despertó un torrente de recuerdos que creía haber enterrado.

—¿Qué quieres de mí ahora? —pregunté en voz muy baja, temiendo la respuesta.

—¿Qué, qué quiero? —hizo una pausa, disfrutando de mi angustia mientras una sonrisa siniestra se dibujaba en su rostro—. Simple venganza. Por culpa de mi hermano, no pude deshacerme de ti. Así que creo que ya es hora.

—¿¡Se puede saber por qué me odias tanto!? —grité, golpeando su asiento con la fuerza que me quedaba, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con brotar de mis ojos—. ¿Qué fue lo que te hice?

—¿Tú? Nada. Esto es entre tu padre, tu madre y yo. Pero como tú eres su debilidad, te vienes conmigo —se enderezó, sus ojos brillando con una locura que me helaba la sangre, y aceleró el auto, llevándome a un abismo del que no sabía si podría escapar.

—¡No espera, detén el auto! ¡Papá, ayúdame! ¡Papá! —grité, mis palabras llenas de desesperación resonando en el interior del taxi. Pero a pesar de mis gritos, el mundo exterior seguía ajeno a mi sufrimiento.

Y sí, la vida de nuestra niña se basa en el secuestro, pero este es el origen de su trauma, y así conocerán las razones, los culpables y el qué tiene ella que ver.

¡gracias por leer!

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