4. Perdido (parte 2)
Say something, I'm giving up on you
I'm sorry that I couldn't get to you
Saquen el cloro 😭
Alec solo estaba usando sus pantalones de su pijama, dado que se acababa de levantar. Jace había intentado una y otra vez que Alec se quedara en el instituto con ellos, pero Alec estaba determinado a seguir viviendo en el loft de Magnus.
Alec se sintió repentinamente vulnerable al ver a Magnus. Emocionalmente vulnerable en parte, pero también en parte por tener su pecho descubierto. Magnus se veía igual, su cabello peinado en puntas azules, y usando un saco rojo y unos apretados pantalones negros. Alec le había extrañado tanto que lo único que quería era correr hacia los brazos de Magnus, pero también quería sentir esos brazos protegiéndole, y sabía que eso no pasaría.
– Volviste, – susurró Alec sin poder creerlo, automáticamente acercándose al brujo.
– ¿Aun estás aquí? – preguntó Magnus con sorpresa.
– Claro, – respondió Alec.
– Creí que para estos momentos ya habrías vuelto al instituto, – dijo Magnus moviéndose por su departamento.
– No podía irme, – dijo Alec.
– Escucha, Alec, – dijo Magnus parado de forma incómoda, pero la mirada de Magnus le dijo todo lo que necesitaba saber.
– No, – Alec le interrumpió con rapidez, levantando sus manos. – No quiero escucharlo. –
– Pero tienes que, – Magnus dijo sin rodeos.
– ¿Por qué? – Alec preguntó, lágrimas corriendo por sus mejillas. No sabía que era lo que Magnus quería decirle exactamente, pero por si cara, sabía que era algo malo.
– Te creo cuando me dices que me amas, – dijo Magnus con suavidad. – Pero yo no te recuerdo. –
– ¿Y ni siquiera quieres intentar conocerme? – Alec preguntó.
– No habría renunciado a mis recuerdos sin ninguna razón, Alexander, – dijo Magnus con calma. – Y ahora se por qué. Eres un cazador de sombras. Vives y respiras para pelear cada día de tu vida. Incluso los frágiles humanos sobreviven más que los cazadores de sombras. Esto es probablemente lo mejor. –
– ¡No! – Alec gritó. ¿Por qué Magnus le decía eso? Había sido el, después de todo, al que le había molestado la inmortalidad de Magnus. ¿Por qué no le había molestado antes a Magnus, si es que ese era el problema real? Alec había estado pensando lo mismo durante esas semanas, pero ahora que la realidad estaba ahí, no podía creerla.
– ¿Qué otra explicación encuentras? – preguntó Magnus.
– Catarina fue a averiguarlo, – le recordó Alec. – ¡Solo espera a que regrese! Podría no ser lo que estás pensando. –
– Durante siglos he visto mortales envejecer y morir, – dijo Magnus con firmeza. – Créeme, esa es la razón. –
– ¡Me rehúso a creerlo! – Alec gritó. La confianza en su voz le sorprendió. – Después de todo lo que hemos pasado, tu nunca harías eso. – Esto no estaba pasando. La pequeña esperanza que Alec se había permitido tener desde que Magnus se había ido, estaba desapareciendo.
– Por favor cálmate, Alec, – dijo Magnus impasible
Pero Alec no tenía intención de calmarse. Perder a la persona más importante de su vida sin dar pelea no era el estilo de Alexander Lightwood. Alec enfrentó a Magnus, furioso y miserable.
– Tu me dijiste una vez que después de mi, no habría una próxima vez, – dijo Alec con toda la pasión que tenía. – Quiero casarme contigo Magnus. Quiero criar hijos contigo. Quiero morir en tus brazos cuando tenga más de cien años y rodeado de nuestros nietos, sabiendo que tu estarás para ellos cuando me vaya. No me importa que yo vaya a envejecer y tu no. no me importa nada. Solo te necesito a ti. Sin ti, estoy perdido, –
Una lágrima solitaria se deslizó por el rostro de Magnus, pero no se atrevió a hablar. Se acercó a Alec y le tomó de las mejillas, limpiando las lágrimas con sus pulgares.
– Eres algo extraordinario, Alexander Lightwood, – Magnus susurró.
– Quédate conmigo, – Alec le rogó.
– Yo, – Magnus comenzó. Alec sintió como una grieta en el escudo de Magnus se abría. Así que la aprovechó.
– Por favor, quédate, – Alec suplicó. – Si quieres solo por un día. Solo inténtalo, – Magnus veía a Alec directamente a los ojos, y Alec miraba de vuelta. La esperanza brillaba de nuevo en el pecho de Alec mientras esperaba la respuesta.
– Caer enamorado de esos ojos debe ser como ahogarse, – Magnus susurró. Alec no tenía idea de a que se refería.
– Te amo, – Alec susurró, inseguro de que más decirle. – Por favor, no me dejes. Quédate. –
– El Magnus que concias ya no existe, – Magnus respondió con suavidad.
– No, – Alec susurró de vuelta. – Está justo enfrente de mi. Es solo que está un poco perdido. Yo puedo ayudarte a encontrarlo. –
– Si, creo que podrías, – dijo Magnus.
Con cada segundo que pasaban sus cuerpos se acercaban más al otro. Alec se inclinó y besó a Magnus. Alec podía saborear la sal de sus lágrimas pero Magnus no se alejó. En su lugar, envolvió sus brazos en Alec y el mundo por fin tuvo sentido de nuevo.
Hasta que Magnus se congeló. Alec podía escuchar el corazón del brujo latiendo a gran velocidad mientras daba pasos hacía atrás. Alec vio un flash de emoción cruzar el rostro de Magnus tan rápido que no pudo identificarlo.
– Lo siento Alec, pero esto no va a funcionar. Solo deberías olvidarte de mi. –
– ¿Me acabas de besar como si el mundo se estuviera terminando y luego me pides que te olvide? – Alec se trabó con sus propias lágrimas.
– Si, – Magnus contestó.
– Bueno, eso nunca pasará, – dijo Alec desafiándolo.
– Nunca digas nunca, – Magnus replicó con voz cantarina y su rostro libre de emoción, pero Alec ya lo había visto en el rostro de Magnus. Había visto que Magnus podía volverse a enamorar de Alec. Magnus era capaz de hacerlo y Alec no se iba a dar por vencido. Caminó hacía el sillón y se sentó de forma desafiante.
– No me voy a mudar, – dijo Alec firmemente. ¿Si se veían todos los días cuanto podría aguantar Magnus?
– Tengo que decir que no me sorprende escuchar eso, – Magnus suspiró.
– Ves, ya me conoces, – Alec sonrió.
– Bueno, presencie tu naturaleza obstinada la primera vez que nos conocimos, – Magnus replicó. – La mayoría de personas no cambia de personalidad en unas semanas. –
– ¡Ha! – Alec rió. – Como si tu no fueras obstinado. –
– ¿Ves mi problema? – Magnus suspiró. – Aunque hay una sencilla solución. –
– Si, – Alec sonrió. – Podrías darnos una oportunidad. – Magnus no contestó.
Simplemente comenzó a mover las manos haciendo que varios objetos de la habitación comenzaran a moverse. Una maleta apareció enfrente de Magnus, y los objetos comenzaron a organizarse solos en ella. Alec miró con horror como Magnus empacaba. Su plan era hacer que Magnus se enamorara de nuevo de él, se estaba desmoronando frente a sus ojos.
– ¿Realmente te estás rindiendo? – Alec susurró.
– Yo no lo veo como rendirse, Alexander, – Magnus suspiró
– ¿Y cómo lo ves? – Alec señaló a la segunda maleta que apareció mágicamente al lado de la primera, y que también se estaba llenando.
– Lo veo como seguir mi propio consejo, – contestó Magnus. Chasqueó los dedos y las maletas se cerraron, justo cuando las últimas pertenencias de Magnus entraban. – Puedes quedarte con el departamento, y mi gato parece que ya te adoptó, – Presidente Miau había decidido hacer acto de presencia al frotarse contra la pierna de Alec y lanzándole una mala mirada a Magnus. – Traidor, – le dijo Magnus al gato. – Que tengas una buena vida, Alec, – Magnus le dijo con tristeza.
Pero antes de que Alec pudiera comenzar a explicarle como eso era imposible sin Magnus, el brujo desapareció a través de un portal, con sus maletas transportándose mágicamente detrás de él.
Alec se acurrucó como una bolita en el sofá. Presidente Miau brincó sobre su regazo y comenzó a frotarse contra su estómago. Alec acarició al gato ausente, aun en shock. Cuando pasó el shock, Alec se encontró llorando con el corazón roto, en el sillón de Magnus.
Alec estuvo ese día solo para revolcarse en su dolor antes de que alguien le checara. Le contó a Izzy lo que pasó, con voz perdida, y dejó que ella le consolara, aunque no hizo ninguna diferencia. La presencia de Izzy solo le recordaba a Simon. Simon, quien estaba en la academia de cazadores de sombras ahora mismo tratando de recordar. Simon, quien había sacrificado todo lo que quería para salvar a sus amigos. Al menos Izzy tenía eso. Al menos ella sabía por que Simon lo había hecho, aun si tenía que pasar el resto de sus días esperando que Simon recordara que la amaba. Magnus ni siquiera había estado dispuesto a intentarlo.
Cuando los líderes, vampiros y hombres lobo, de Nueva York, Maia y Lily, aparecieron para pedir ayuda del Gran Brujo de Brooklyn, Alec casi les corrió. Pero luego, mientras cada uno le contaba sobre sus problemas, una solución vino a su mente. Alec encontró un propósito al ayudarles con su problema con las sirenas, incluso si solo Maia era la confiaba en él. La distracción de su miseria era más que bienvenida.
Eventualmente, Alec dejó su solitaria miseria y puso su corazón roto a trabajar. Se ofrecía voluntaria para las misiones que pensaba, podía solucionar. Ayudaba a Maia y Lilly, peleaba contra demonios con Jace, Clary y Izzy, eso llenaba sus días. Puso toda su atención en ambas actividades. Eventualmente, se ganó la confianza de Lily, Alec sospechaba que ayudaba el hecho de que el departamento de Magnus fuera un territorio neutral para las reuniones. Alec observó lo cercanas que eran Lily y Maia como amigas, y pensó que ese era un paso en buena dirección. Después de todo, los vampiros y hombres lobo casi siempre se estaban metiendo en problemas uno con el otro, y el hecho de que los líderes se llevaran bien, era algo bueno.
A pesar de las misiones y la diplomacia que llenaba sus días, su mayor consuelo era Presidente. El gato siempre se sentaba en su regazo en las mañanas, y Alec podía pretender, al menos por un momento, que Magnus seguía ahí.
– ¿Me pregunto donde estará Magnus? – Alec le preguntó al gato una mañana. – ¿Crees que aun este en Brooklyn? – Presidente ronroneó y se frotó contra la mano de Alec. – Después de todo, es el Gran Brujo de Brooklyn. ¿Crees que eso signifique que tiene que vivir en Brooklyn? – Alec pausó para escuchar al gato ronronear. – Podría rastrearle. Quiero decir, dejo suficientes cosas pero... cual sería el punto. –
– Miau, – Presidente le respondió.
– Estoy tan agradecido de que estés aquí, – Alec le dijo al gatito mientras le hacía mimos al gato.
Una semana después, llegó un mensaje de la academia para Magnus, una invitación. Alec lo lanzó a la basura. Magnus ya no vivía ahí y no había dejado otra dirección.
Alec no podía evitar preguntarse que hubiera pasado si Magnus no le hubiera olvidado. ¿Hubieran ido a la academia juntos? O Magnus hubiera ido solo. ¿Hubieran visto a Simon? Alec no había hablado con Simon desde hace tiempo, y aun no tenía idea de que decirle. A pesar de su sacrificio, había perdido a Magnus, pero Alec estaba feliz de que estuviera vivo. Ver a Magnus morir en Edom hubiera sido mucho peor que ver a Magnus marcharse sano y salvo. Un mundo sin Magnus Bane no era un mundo en el que Alec quisiera vivir. Alec recordó la expresión en el rostro de Magnus cuando decidió que estaba dispuesto a morir para salvarles. Para salvar a Alec. Eso fue lo que Magnus había dicho "Tenía que salvarte" ¿Cómo habían terminado así?
– ¡Cuidado! – Izzy gritó. Alec se giró justo a tiempo para esquivar el ataque de un demonio. Sacó su arco y disparó una flecha al ojo del demonio. Viendo a su alrededor, Alec vio que Izzy, Clary y Jace se estaban tomando un descanso. – ¡Que mierda, Alec! – Izzy le gritó.
– Lo siento, – dijo Alec. – Me distraje. –
Todos le sermonearon sobre como debía estar atento en una batalla, como por una hora, y después Alec fue libre. Una vez más se perdió en sus recuerdos mientras caminaba a casa. Jace, Clary e Izzy, incluso sus padres le habían dicho una y otra vez que se mudara al instituto, pero Alec siempre se negaba. No era solo que Presidente estuviera ahí, Alec sabía que podía llevarse al gato con el al instituto, no. Era que el departamento de Magnus era la forma más fácil de recordarlo, y Alec quería recordar. Su tiempo con Magnus había sido el mejor de su vida.
Alec repasó su rutina del día a día. Levantarse, alimentar al gato, vestirse, reunirse con alguien o ser reclutado para ayudar a alguien más, volver a casa, dormir, repetir. Alec se encontraba ahora mismo en medio de la lista. Hoy le habían pedido que ayudara a Jace con un vampiro. Alguien estaba rompiendo los acuerdos.
– Si nos dices quien es tu jefe, – Jace le gruñía al vampiro, – Tendremos misericordia. – la pálida mujer con sangre en su rostro no contestó, sin embargo intentó esconderse en las sombras. La estrategia de Jace para misiones de vampiros era siempre atacar en el día, dado que era la forma más sencilla de contenerlos, dado que no podían abandonar el lugar. – No preguntaré de nuevo. – Jace levantó su espada serafín de forma amenazante.
Ahí fue cuando Alec vio la sombra de un movimiento detrás de su parabatai. Disparó una flecha antes de que alguien en la habitación parpadeara y escucharon un grito. Jace se giró para ver al vampiro, quien sostenía un cuchillo.
– Veo que no quieres hacer las cosas por las buenas, – Jace suspiró. – Dime el nombre, o no tendrás ninguna utilidad. –
– Nunca traicionaré...– pero fue cortada por la espada de Jace. El vampiro se convirtió en cenizas y Jace se giró hacía el que había intentado lanzarle el cuchillo.
– ¿También quieres morir? – Jace preguntó. Al parecer no quería. Sus ojos se abrieron viendo las cenizas de su compañera. Las palabras salieron de él. Les dio los nombres que necesitaban, y juntos le encadenaron y volvieron al instituto.
Pasaron dos días hasta que por fin encontraron al jefe vampiro, dejando cuerpos mundanos. Lily estuvo aliviada de que limpiaran ese desastre antes de que alguien comenzara a culpar a su clan por los actos de un solitario. Le agradeció a Alec, incluso Jace bromeó sobre como le agradecía no tener un cuchillo clavado en su columna. Pero Alec no sentía nada. Las emociones solo pasaban a su lado.
Aunque si hubo un momento en que Alec sintió algo. Estaba peleando con Izzy, Clary y Jace contra un demonio. Los reportes que habían recibido habían sido bastante inespecíficos y ahora se encontraban perdiendo. Cansado o no, Alec valoraba la vida de sus amigos más que la suya. Cuando sus flechas se acabaron brincó en medio de la pelea para protegerles, con su propio cuerpo si era necesario.
– ¡Alec! – Izzy gritó mientras se movía entre los brazos del demonio para alcanzarle. Sintió como las garras del demonio se enterraban en su espalda, pero su hermana logró detener el ataque.
– ¡Cuidado! – gritó Clary mientras lanzaba su espada. No se molestó en voltear, pero escuchó la espada impactar y al demonio gritar.
– Tenemos que retirarnos, – dijo Jace. – Reagruparnos. – pero no quería eso. Esa era una amenaza real y quería probar su fe. Pretendió seguirles lo suficiente para que sus amigos salieran de la zona de peligro, y luego se giró de vuelta. Con espada en mano Alec se giró hacía el rostro del demonio y enterró la espada angelical en los ojos del demonio. Se retorció debajo de él, pero Alec no se movió, metiendo más la espada, hasta que el demonio regresó al infierno del que había salido.
Alec cayó al piso, jadeando con dificultad. Estaba cubierto completamente de sangre de demonio, pero estaba vivo.
– ¡Que diablos, Alec! – Jace gruñía. Por el sonido de su voz, estaba corriendo. Alec se levantó del piso para ver a su furioso parabatai. – ¡Estás realmente loco! –
– Venimos aquí para matar un demonio, – Alec se encogió de hombros. – El demonio está muerto. –
– ¡Y tu casi terminas igual! – Jace gritaba. Tomó a Alec de los hombros y le sacudió con fuerza. – ¿Qué diablos está mal contigo? –
– Imagina por un momento, – Alec susurró mientras veía como las chicas se acercaban, pero eso solo era para que Jace escuchara. – Como te sentirías si Clary olvidara quien eres y te abandonara sin pensárselo dos veces. – Jace se congeló. Sus ojos abiertos horrorizados por que Alec sabía exactamente lo que Jace haría.
– No me importa que tan roto estés, – Jace susurró de vuelta. – No tienes permitido...–
– No seas estúpido, – Alec suspiró quitando las manos de Jace de sus hombros. – Pero como Magnus dijo, vivimos vidas peligrosas. – Y Alec no tenía intención de vivir cien años sin Magnus a su lado.
– Alec...– Jace intentó de nuevo pero fue interrumpido por Clary e Izzy quienes comenzaron a sermonearle. Alec dejó que lo hicieran, sin escucharlas realmente. Cuando terminaron, todos obtuvieron una runa de curación y se fueron a casa. Jace debió haberle dicho a sus padres lo que pasaba por que de repente Maryse y Robert comenzaron a rondar el departamento de Magnus para saludar. Claro, nada de lo que hacían o decían cambiaba algo.
Hasta que Catarina o Magnus regresaran, esa era la vida de Alec. Pero su esperanza de que alguno de los dos regresara disminuía día con día
Que disfruten... no se preocupen ya casi llega Catarina a salvar el día 💙
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