Un par inesperado
Capítulo 10: Un par inesperado
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La pena hundía sus fauces en el corazón de Tito, pero este no tuvo otra alternativa que poner un duro rostro y acompañar a los Claw en su lucha contra las valquirias.
Los corredores subterráneos en los que se encontraban no eran producto de la mano del hombre, sino que fueron formados de manera natural y por lo tanto, no amenazaban al grupo con un derrumbe desafortunado.
Llegaron a lo que parecía ser una bóveda natural muy amplia, ya no fue necesario usar los cascos con linternas, se apreciaba una especie de bioluminiscencia que alumbraba todo de manera espectral.
―Pero qué diablos... ―dijo Tito y no podía culpársele.
Allí sobre pieles de animales estaba no otra que Brunilda y no estaba sola. Un par inesperado se revelaba haciendo actos profanos.
Era enorme, musculoso, muy velludo con un peinado muy abultado y pasado de moda, lucia unas patillas larguísimas que hacían juego con su cabello casi afro.
«Un hombre lobo», pensó Liz. No sabía por qué estaba segura de eso, pero lo intuía.
Sus ojos fueron cubiertos por las manos de su padre para que estos no se mancillasen al ver la escena de sexo frente a ella, algo que la puso de mal humor.
«¡Por Dios, papá! ¡Ya no soy una niña!».
―¡Lizzy! ―gritó Nadia al ver como sobre lo que parecía ser una pila bautismal, se encontraba la bebé.
Tanto la vampiresa como el hombre lobo se ofuscaron por un segundo, pero al ver la carga de los cazadores, se pusieron en apronte.
―¡Aníbal, ve! ―ordenó Brunilda, y el hombre desnudo se transformó.
A diferencia de las películas, Aníbal no adquirió una forma vagamente humanoide, sino más parecida a un enorme lobo con unas fauces de pesadilla. Joseph y Nadia recordaron la película de Un lobo americano en Londres.
Brunilda creció hasta alcanzar los tres metros de altura, su boca se desencajó y reveló multitud de colmillos, similares a los peces que devorasen a Volken, al mismo tiempo que su bajo vientre y sus piernas estallaban para revelar lo que parecían ser el abdomen y las patas de una araña.
Fue una suerte que Tito conservase el rifle de elefantes de su padre, fue solo esta arma la que pudo acabar con el hombre lobo.
La valquiria resultó ser letal, y nada de lo que le hacían parecía ser efectivo. Liz quiso usar el amuleto de Anck Su Namun, pero las cargas mágicas se habían agotado.
Una pata de araña la golpeó de lleno, penetrando su estómago y saliendo por su espalda.
Escuchaba a sus padres gritar su nombre, escuchaba a Lizzy llorar con el estruendo propio de los bebés, escuchaba a Tito gritar su nombre, le pareció que sonaba hermoso viniendo de sus labios.
―¡Descuida, yo te voy a ayudar! ―le dijo Diamond y le mordió la nariz con cariño.
Liz notó que la herida desapareció, pero también notó que el gato hizo lo propio.
«Una vida por otra vida», pensó y llorando se puso de pie.
Su angustia fue enorme por perder a su familiar y en su frustración, arrojó como si fuese una piedra el medallón contra la abominación.
Anck Su Namun se partió en mil pedazos y con aquello produjo una explosión que consumió en fuego a la Valquiria, quien retornó al infierno, no sin antes estrellar su espíritu maldito contra la joven Claw, quien se desplomó.
―¡Liz, mi cielo! ¡¿Estás bien?! ―exclamaban sus padres listos para abrazarla, pero tuvieron que conformarse con tomar a Lizzy de la pila bautismal y tranquilizarla pues Tito se les adelantó.
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Hallaron una salida a la superficie, era lógico, no se podía explicar de otra manera la presencia del sujeto llamado Aníbal. Un hombre les ayudó en el último palmo que les faltaba para pisar la nieve pura.
―¡Padre, estás vivo!
―Claro que estoy vivo, muchacho imberbe, ¿en serio creíste que unos pececillos dorados acabarían conmigo? ¡Soy Volken Fang, vengo de Titanes! Veo que ustedes dos ya están medio confianzudos, ¿no es así, hija mía? Vamos, llámame papá suegro.
―No.
―Qué bien que estés a salvo, ojala Diamond...
Brutus no pudo terminar su lamentación, recibió una bola de nieve justo en el hocico. Era Diamond, quien se estaba riendo.
―Estos familiares y sus nueve vidas ―dijo Liz y le dio su dedo a su hermanita quien la tomó con gusto y le sonrió.
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Nunca digas nunca, es lo que dice el dicho y justo eso se aplicó a Liz quien contrajo nupcias con Tito, y luego de un par de meses, hacia su chequeo en el hospital.
―Son un par de hermosos gemelos. Un par inesperado, felicidades ―dijo el doctor y ambos jóvenes esposos se sonrieron.
Dentro de la matriz de Liz, dos fetos parecían dormir, sus boquitas abiertas dejaban ver los colmillos largos de las valquirias.
FIN
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