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Perros y momias

Capítulo 7: Perros y momias

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Una jauría de perros de ultratumba se acercaba hacia ellos. ¡No había tiempo para huir!

―¡Volken, por todos los cielos, no te metas! ―le gritaba Joseph. En esos pasillos estrechos bajo tierra, era muy necesaria una formación y estrategia.

En un recinto semicerrado como en el que estaban, los disparos de Volken amenazaban con romper los tímpanos a los demás.

Tito no la tenía mucho mejor, las espadas de la luz y el caos, eran estupendas para cortar en dos a los furiosos perros, pero eran demasiado largas como para blandirlas con comodidad y sin arriesgar su seguridad o la de los otros.

Liz tampoco podía hacer mucho con su poder, usarlo en los corredores subterráneos ocasionaría cegar a todos y estaba segura que los perros momias no verían su vista afectada.

Solo Joseph y Nadia estaban al frente, hombro con hombro y plantaban cara a los rabiosos animales sedientos de sangre humana.

―¡Nadia, Joseph, esto es inútil! ¡Debemos retroceder a un mejor lugar! ―gritó Volken y los esposos tuvieron que reconocer que su aliado y amigo tenía razón.

Esta vez Liz fue de utilidad, su poder no podía dañar a los perros y obstaculizaba su visión, pero hacía que los monstruos ralentizaran su avance con cada descarga mágica. Así, pudieron llegar a un recinto abovedado donde recién plantaron cara a sus atacantes.

Esta vez Tito se dio el gusto de emplear a fondo sus espadas e incluso Brutus se trababa en lance con uno que otro perro infernal.

Más perros aparecieron por otra entrada, pero el oportuno aviso de Diamond, puso en alerta a los demás.

La batalla fue tenaz y aunque duró poco, a todos les pareció como si hubiesen estado combatiendo por al menos media hora.

―¿Estás bien, Liz?

―Sí, gracias Diamond, solo necesito tomar aliento, uf.

―¿Nadia, tú cómo estas, mi amor?

―Estoy bien, mi cielo. ¿Cómo están ustedes?

―Estoy bien, señora, gracias, ¿papá?

―Necesito respirar con calma, solo eso, muchacho.

―¿Habrán más de estas cosas?

―No lo sé, Joseph, amigo.

―Tal vez ya no vengan, señor Volken, creo que fueron todos o al menos esta vez los encontraremos de uno en uno, dos como máximo.

―Cierto, joven Liz, y no me llames señor, papá suegro está bien.

―No.

―Papá, no molestes. Diablos, yo también me cansé.

―Debemos continuar, Lizzy no está a salvo.

Asintiendo a las palabras de la madre, todos emprendieron el recorrido. Liz tenía razón, algunos perros les atacaron, pero no en los números anteriores, aparecían de uno a uno y lo peor que podían causar era unos cuantos saltos de miedo, nada más.

Llegaron a lo que parecía ser una gran pila conformada por restos de animales del lugar, aunque notaron que por ahí se hallaba una tibia humana.

Tito quiso acercarse para ver mejor el montículo putrefacto, pero la mano firme de su padre se lo impidió.

―Allí esta una ―fue lo único que dijo y todos endurecieron la mirada.

Rodearon la pila de restos animales ya que no sabían si la vampiresa saldría a atacar o se lanzaría en pos de romper el cerco y huir.

―Volken, hazla salir ―dijo Nadia y el hombre descargó un par de tiros de su magnun 44 en la pila.

Un estallido desde el interior del montículo de huesos y pieles podridas, reveló a una de las valquirias: Skuld, quien estaba dispuesta a plantar cara.

El Fang comprobó para su frustración que sus disparos no hacían mella en la vampiresa, la cual, lejos de verse regenerada por completo, lucía igual a una momia sin vendajes y desnuda.

―¡Cúbreme, Tito! ―ordenó para poder así tener tiempo de cargar su escopeta para elefantes.

El joven así lo hizo, y todos vieron que pese a sus esfuerzos, la vampiresa era demasiado rápida para ser alcanzada por el filo de las espadas.

Los Claw ayudaron a Tito con similares resultados, pero fue la intervención de Liz, quien utilizó el medallón de Anck Su Namun, la que logró capturar a Skuld.

El poder del medallón no parecía ser mucho, pero era efectivo. Del suelo surgían tallos de rosas espinosas que aprisionaron a la vampiresa, quien aulló de dolor al ver como los botones de las rojizas rosas florecían al instante.

―¡Volken! ―gritó Joseph, y el Fang disparó contra la cabeza semicalva de la abominación.

La vampiresa había muerto, o mejor dicho, su cuerpo empezaba a descomponerse, como se lo habían contado a Liz, los vampiros no podían morir, solo retornaban al infierno en espera de poder retornar alguna vez.

«Qué raro, creí que los vampiros se convertían en polvo o cenizas volando al ser destruidos», pensó Liz al ver como el cuerpo sin cabeza se licuaba hasta no quedar otra cosa sino agua que parecía haber salido de un pozo séptico.

―Cayó una, quedan tres ―dijo Volken.

―¿Por dónde? ―preguntó Tito.

―Dejen que yo me encargue ―se ofreció Brutus y olisqueó lo que quedó del monstruo.

Por lo visto olía a mil diablos, el lobo arrugó el hocico, pero luego empezó a olisquear el suelo. Al cabo de un tiempo, halló una señal.

Solo encontraron otro perro momificado y detrás de él, una trampilla por donde se podía acceder a un nivel inferior a las ruinas subterráneas del fuerte Tristán.

Habían llegado a otro laberinto subterráneo, pero esta vez no se componía de mampostería, sino que se encontraban en medio de las paredes de una mina hacía ya siglos abandonada.

―Volken ―dijo Joseph.

―¿Qué?

―No vayas a disparar tu rifle para elefantes en este lugar. El ruido podría hacer que todo esto se nos caiga encima.

―Maldición, tienes razón. ¿Qué haremos?

―Usa tus otras armas, pero no el rifle para elefantes, por favor, no quisiera morir sepultado vivo.

Todos tragaron saliva ante el peligro de acabar aplastados, pero decidieron seguir adelante con tal de conseguir su venganza y rescatar a la pequeña Lizzy.

CONTINUARÁ...

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