La adolescente caminaba por la helada mañana de aquel cinco de diciembre, temblando por el frío que había pasado aquella noche. Ninguna de sus amigas pudo acogerla esa noche en su cómoda y caliente cama, por lo que tuvo que apañárselas con una manta para calentar su cuerpo y el de su bebé.
Se había quedado embarazada a sus casi recién cumplidos 17 años y sus padres la echaron de casa por ello. Su madre sabía que había sido un accidente: conocía muy bien la educación sexual que le había dado a su hija desde que esta era pequeña y no dudaba que era un accidente. Por ello, estaba dispuesta a pagarle el aborto necesario para poder seguir con su vida. Aún así, su padre no le creyó. Él no se había metido mucho en la vida de su hija, ese papel se lo dejaba a su madre. A él solo le importaba que la media de su hija en la escuela fuese alta y que saliese con ellos de vez en cuando. Debido a eso, cuando su hija les contó su problema, pensó que era una irresponsable, que no sabía lo que hacía y había arruinado su vida. Decidió echarla de casa, avergonzado. Al día siguiente cambió la cerradura, evitando así que entrase.
Lo primero que hizo al ver que su padre no tenía pensado cambiar de idea fue llamar a su novio, Arnau. Obviamente el bebé era suyo, no había mantenido relaciones sexuales con otra persona. Aún no le había dicho nada a nadie, su plan era pedirle ayuda a su madre primero y luego hablarlo con sus amigas y su novio, pero su padre había venido más pronto del trabajo aquel día y sus planes se habían arruinado.
Cuando ella llegó al parque que solían frecuentar en sus citas, Arnau ya estaba allí, con una mirada preocupada. Al verla llegar se acercó corriendo.
-¿Qué pasa? Cuando me has llamado parecías...
La adolescente no pudo soportarlo más y se lanzó a sus brazos, llorando desconsolada. Empezó a sollozar con fuerza y a ahogarse con ellos. Arnau la abrazó hasta que se calmó y pudo hablar.
-Arnau... Yo... Estoy embarazada.
La chica no sabía bien cómo decírselo, así que optó por una forma clara, concisa y directa. Su novio se apartó un poco de ella, pálido.
-Cariño, ya sabes que con esas cosas no se deben jugar...
-No es una broma, Arnau. Mi padre me ha echado de casa-los ojos de la muchacha se humedecieron de nuevo.-Ayúdame, por favor. No sé qué hacer. Mi madre quería que abortase, pero no sé si podré. Además, ¿tú qué quieres hacer?
-¿Qué? Oye, oye, para el carro. ¿Cómo que yo? Yo aquí no pinto nada.
-Pero... Pero... El bebé es tuyo...
-No, no lo es. Yo no he sido. Yo... no. No he podido ser yo.
El joven se alejaba cada vez más, negando con la cabeza. Finalmente, se quedó quieto, pálido y con cara aterrorizada.
-Todo es tu culpa. Estoy seguro. Seguro que le abriste las piernas a cualquier otro capullo y ese fue el que te preñó, sí. Yo no fui. Ve a por el otro. ¡A mí no me metas en tus marrones!
La chica no podía dar crédito. Habían estado juntos por casi dos años. Jamás había evitado cualquier responsabilidad, siempre era honesto con las consecuencias de sus actos. Y esa fue una de las razones por las que se enamoró de él. Entonces, ¿por qué no quería admitir su parte de culpa ahora?
-Arnau... ¿qué estás diciendo? Claro que el bebé es tuyo. Si no lo quieres no pasa nada, podemos abortar, solo necesito que me prestes algo de dinero...
-¿Crees que voy a solucionar tus problemas de putilla, pelirroja? ¡Si pudiste abrir las piernas ahora deberías poder abrir la boca para pedirle ayuda a tu puto nuevo novio! A mí no me vuelvas a dirigir la palabra en tu vida, ¿me oyes? A partir de este momento, ni tú ni esa bola de grasa que llevas dentro formáis parte de mi vida. Hasta nunca.
Cuando el chico se fue, la joven empezó a llorar de nuevo y, desesperada, llamó a su mejor amiga, Violeta. Esta reunió a sus otras dos amigas y las 4 se reunieron en el mismo parque.
Una vez todas juntas, la joven les explicó su problema y Violeta la abrazó con fuerza.
-Yo sé que es de Arnau... Y fue un accidente, el condón pudo haberse roto o tal vez no nos lo pusimos bien aquella vez... Yo... No me acuerdo...
-¿Vas a tenerlo?-preguntó Erika, una amiga más mayor que ellas y la que más centrada estaba.
-No... No sé... Yo...
-Debe tenerlo. Lamentablemente ahora mismo no tiene opción. Aunque alguna de nosotras pudiéramos pagarlo, que no podemos, no tendría el permiso de sus padres. Y él no se lo dará, lo tengo claro-dijo Violeta.
-¿Y la seguridad social?-comentó Andrea, quien lloraba desconsoladamente.
-Es muy complicado. Tiene que haber un motivo y una lista de espera y no sé qué pollas... Hey, no te preocupes-animó Violeta a su amiga.-No vas a estar sola. Nos tienes a nosotras. No creo que podamos acogerte de forma definitiva, pero tal vez mis padres te dejen quedarte a dormir algunas noches.
-Los míos igual-colaboró Andrea.
-Una ventaja de ser mayor de edad en mi casa es que no necesito dar explicaciones. Venid a dormir a mi casa esta noche y lo hablamos ahí.
Erika tenía razón, sus padres no preguntaron por qué de repente venían sus amigas a dormir ni por qué una de ellas estaba tan desesperada. Tampoco lo hicieron cuando la chica iba a comer, dormir y bañarse a su casa los siguientes nueve meses que se fue moviendo de casa en casa.
Lo cierto es que la joven intentó no depender mucho de ellas. Intentó buscar un trabajo, pero debido a su situación y la poca formación que tenía ninguno quiso contratarla. Intentó hablar con familiares, pero su padre ya se había ocupado de ello. Incluso intentó volver a hablar con Arnau. Pero nada funcionó.
Por eso, cuando el cuatro de diciembre ninguna de sus amigas pudo dejarla en su casa, no se enfadó. Solo pidió que le dejasen cargar el teléfono móvil ahí y una manta para no pasar mucho frío. No debió hacer eso.
Mientras caminaba, sintió un pinchazo en la parte inferior de su estómago. Se detuvo y apretó los dientes para no gritar de dolor, aunque no pudo reprimir un quejido. Se apoyó en una pared poniendo una mano sobre su estómago. Pensó en cuál de sus amigas estaba más cerca en ese momento y recordó que Violeta había encontrado trabajo como profesora de refuerzo con un niño cerca de donde estaba, así que intentó dirigirse ahí entre pinchazos. Aún así, tardaba mucho. Cada cinco pasos que daba tenía uno nuevo.
No fue hasta que notó un líquido entre sus piernas que recordó las conversaciones con las madres de sus amigas y entendió lo que pasaba. Estaba de parto. Rápidamente observó su alrededor en busca de cabinas telefónicas, pero no encontró ninguna. Era difícil encontrarlas hoy en día. Y todavía más en un parque por el que ya nadie pasaba porque habían construido uno mejor dos calles atrás. Pensó en pedir un teléfono prestado a alguien, pero con suerte pasaban dos o tres personas que se alejaban de ella pensando que estaba loca.
Caminar ya era una tortura. Se sentó en el suelo, cerca de unos arbustos, para descansar. Al ver que nadie se acercaba y que ella no sabía cómo manejar la situación, empezó a llorar con desesperación. Pedía ayuda a susurros con la poca energía que le quedaba de intentar aguantar el dolor. Cogió la pierna de un hombre que pasaba cerca suyo en un último intento desesperado y él solo se soltó de una patada gritándole.
-¡Haber cerrado las piernas en el momento, puta!
La chica sollozó con fuerza en medio de un quejido de dolor. Entonces, se asustó al sentir algo salir de su intimidad. Rápidamente intentó sacarse los pantalones y la ropa interior, consiguiendo solo liberar una pierna entre contracciones. Tuvo que evitar una arcada al ver lo que le estaba sucediendo. La poca hierba que había en el suelo era una mezcla de sangre y líquido amniótico. Tocó su vagina y notó algo donde no debía haberlo: era la cabeza de su bebé.
-Ya viene, no... no era así como debía ser... yo...
Llorando, recobró un poco la compostura y recordó lo que sus amigas y ella habían descubierto investigando sobre el embarazo. Recaudó un poco de energía y se intentó incorporar ante la mirada de dos oficinistas que pasaban por ahí para ir al trabajo. Solo pudo ponerse de rodillas porque notó cómo el resto del cuerpo salió de su interior y rápidamente puso las manos para atrapar a su bebé. Un llanto parecido al suyo inundó sus oídos y la chica sonrió entre las lágrimas.
-Eres una niña... como yo...
Casi sin fuerzas y sin haber cortado el cordón umbilical se tumbó en el suelo, poniendo a su hija ensangrentada en su pecho. Aún habiendo dado a luz, seguía sintiendo algo salir de su vagina, pero estaba muy ocupada intentando mantenerse despierta y observando a su hija como para prestar atención.
Poco a poco la niña fue cesando su llanto y la adolescente dijo:
-Lo siento, mi niña... Sé que ahora debería estar pendiente de ti, pero... Mamá está muy cansada... así que dormirá un poco, ¿de acuerdo?
La pequeña hizo un ruido, como si entendiese lo que su madre decía. Entonces, la chica cerró los ojos.
Mientras ella daba a luz, un coche negro con matrícula falsa corría por la carretera. En él iban cuatro chicos pertenecientes a una mafia pequeña de la ciudad. Volvían de asesinar a un traidor de esta y lo celebraban en la parte trasera del vehículo con gritos y música. A pesar de eso, uno de los cuatro interrumpió la fiesta al ver algo por la ventana.
-Armando, para el coche-dijo.
-¿Que pare el coche?¿Qué vas a hacer, Brais?
-Para el puto coche.
Armando acató las órdenes y detuvo el vehículo cerca de un paso de cebra casi desdibujado. Brais bajó corriendo del coche, seguido de los otros dos hombres que estaban sentados en la parte trasera.
-¡Hey!¡Hey!¿Estás bien?
Brais se arrodilló frente al cuerpo de la adolescente, que ya había cerrado los ojos. El hombre se preocupó al verla pálida.
-Pero qué es esto...
Brais se giró a sus dos compañeros y ellos comprendieron lo que quería hacer.
-Ni de coña. Ya lo hiciste la última vez y salió mal.
-Está perdiendo sangre, Toni. Está perdiendo mucha sangre y...
Entonces, sonó un llanto. Brais miró lo que la joven tenía en sus brazos: una pequeña niña recién nacida. Iba a inspeccionarla mejor cuando los ojos de la chica se abrieron lentamente.
-Hey, venimos a ayudarte. ¿Cómo te llamas?-preguntó Brais haciendo señales a sus amigos. Ellos se miraron entre sí, pero Toni cogió a la chica en brazos. El otro hombre iba a coger a la bebé, pero se dio cuenta que aún estaba unida a su madre.
-¿Qué...?¿Qué pasa...?-decía la chica débilmente.
-No te duermas, dime cómo te llamas-la animaba Brais.
-Paula...
-Ese es un nombre muy bonito, Paula. No te preocupes, os ayudaremos a tu hija y a ti-afirmó el chico ayudando a Toni a colocar a la chica en la parte trasera del coche.
El otro hombre se sentó en el lado de copiloto, informando de la situación a Armando. Cuando Toni cerró la última puerta, este pisó el acelerador.
-Cada día me sorprendes más, hijo. Matas a un hombre y ahora le salvas la vida a una muchacha... ¡y a su hija! Tienes suerte de que el jefe te tenga cariño-dijo mirándole por el retrovisor.
-Calla y conduce rápido, con algo de suerte podemos llegar para que tu hermano le eche un vistazo... Paula, no te duermas. Cuéntame, ¿cómo se llama tu hija?-comentó Brais al ver que la chica se dormía de nuevo.
La nombrada abrió los ojos lentamente y recordó que eso era algo en lo que no había pensado. Estaba más centrada en otras cosas. Entonces, una conversación que tuvo con su madre cuando era más pequeña apareció en su mente.
-Mamá, ¿tú siempre querías llamarme Paula?-preguntó ella con apenas ocho años.
-¿A qué viene esa pregunta?-respondió a su vez su madre, preparando la comida.
-Es que hoy la señorita ha dicho que no siempre se iba a llamar Verónica, querían ponerle Valeria-contestó la niña haciendo referencia a su profesora en la primaria.
-Ah, así que es por eso... La verdad es que a mí Paula no me gustaba mucho, pero tu padre y tu abuela lo preferían. Así que te quedaste Paula.
-¿Y cómo me querías llamar?
-Mm... Me gustaba Olivia.
-Olivia-dijo de repente Paula.
-¿Ese es su nombre? Es un nombre precioso. ¿Has oído, Olivia?-le habló Brais a la bebé, quien dormía en el pecho de su madre.
-¿Dónde está el padre, chiquilla?-preguntó Toni, para sorpresa de Brais.
-Arnau, él... No quiso saber nada de ella-contó Paula entre lágrimas.
Brais acarició su cabeza y cogió su mano con fuerza.
-Él se lo pierde, seguro que seréis una familia encantadora. La mejor madre y la mejor hija, sin duda.
Paula sonrió, cerrando los ojos. Brais, asustado, la sacudió un poco. Al ver que no despertaba, se giró para pedir a Armando que fuese más rápido, pero este detuvo el vehículo. Habían llegado a su pequeño refugio.
Toni, Armando y el otro chico salieron corriendo del coche y entre los tres sacaron a la joven, corriendo a por un médico. Brais iba en cabeza, de camino a la ruidosa enfermería.
-¡Quique!¡Quique!¿Dónde estás?-gritaba.
-Quique está en su descanso, ¿qué pasa?-anunció una chica que se encontraba en el aula de enfermería con un brazo entablillado.
En ese entonces, los tres hombres con la muchacha en brazos llegaron, callando todas las voces. Unos cuantos enfermeros se acercaron para encargarse de la situación y los cuatro hombres se quedaron ahí, de pie, cubiertos de sangre y líquido amniótico secos. Toni se acercó a Brais mientras Armando llamaba a su hermano.
-Todo saldrá bien, Brais, ya verás-le animó.
Tras unos pocos minutos, Quique llegó corriendo a encontrarse con Armando, quien le señaló la zona en la que estaba Paula con los enfermeros. El médico entró rápidamente, pero salió con la misma rapidez. Una enfermera estaba a su lado, con la niña en brazos.
-Lo siento. Cuando la habéis traído ya estaba muerta. Hemos podido salvar a la niña, pero la chica...
-No, no puede ser. Quique, has salvado muchas vidas en este grupo. Muchísimas. ¿Cómo ha... cómo ha...?-preguntó Brais acercándose lentamente al doctor.
-No es muy común hoy en día gracias al material que el departamento de maternidad tiene, pero...
Quique hizo una pausa. Miró a Brais a los ojos, quien había llegado a su lado con una cara desastrosa. Estaba pálido, con los ojos rojos y a punto de llorar. Sus manos temblaban y podía sentir la desesperación y la tristeza en todo su cuerpo. Suspiró y recaudó valor:
-En ocasiones, el útero puede desgarrarse durante el parto, lo que causa una hemorragia. En una sala de parto, los médicos pueden detectar eso y arreglarlo rápidamente y la madre se recupera con normalidad. Pero, por lo que me ha dicho Armando, esta chica ha dado a luz en la calle. Su desafortunado fallecimiento ha sido causa de una intervención tardía, aunque solo hayan sido unos pocos minutos. Brais-Quique puso sus manos en los hombros del chico.-No ha sido tu culpa. Así que no te preocupes. Lo que necesitamos saber ahora es qué hacer con la niña.
-Es obvio, llevarla a la policía. Decir que la hemos encontrado por ahí y que la lleven a un centro de acogida-dijo Toni.
Brais se acercó a la enfermera y observó a la bebé. Dormía profundamente en los brazos de la mujer, envuelta en una manta blanca. Brais apartó un poco la manta de la cabeza de la niña y sonrió. El poco pelo que tenía era de color naranja, como el de su madre. El chico pidió cogerla y la enfermera se la puso en brazos, dándole unas pequeñas directrices. Al principio, la niña se quejó débilmente, pero se acostumbró rápidamente y volvió a dormir.
-Me la quedo-afirmó Brais mirándola fijamente.
-Estás de broma-comentó Armando.
-Pero si no sabes nada del mundo de la paternidad... ¡Y menos de cómo criar a una niña!-corroboró Toni.
-Yo ayudé a su madre y ahora quiero ayudarla a ella. Paula dijo que su pareja no quiso hacerse cargo de ella, ¿verdad? No quiero dejarla sola otra vez. Así que yo me encargaré de Olivia, qué bien, ¿cierto?-preguntó a la bebé.
Los tres compañeros de Brais se quedaron mirando un rato, pero cuando Toni se encogió de hombros los otros dos se desentendieron. Miraron con diversión cómo Brais intentaba hacer que Olivia dijera papá, antes de empezar a meterse con el nuevo padre.
Cradles, Sub Urban.
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