Capítulo 4.
¡Hola mis bonitos lectores! No me tenía fe para actualizar hoy porque fue un día estresante a morir, pero el capítulo me gusto mucho y necesitaba subirlo, así que acá estamos.
Este lo narra Ash. Espero que les guste.
¡Mil gracias por leer!
Mi mundo era pequeño, me cabía entre las manos. De inmensos prados verdes, lagos de irrealidad y albas de oro.
Los oriundos de la nada eran tan agradables como desalmados, ellos podían construir casas a base de prejuicios y armar familias con caricias de maltrato, me perdí donde los padres tenían aroma a negligencia, las madres eran prostitutas y el amor era una farsa teñida de violencia, esta historia era protagonizada por un amanecer demasiado oscuro para ser dorado y un jade cuyo fulgor se perdió bajo gotitas de miedo. Porque si en Cape Cod hubiese aceptado la estridencia con la que latía mi corazón por el japonés, el hombre que fumaba en lugar de respirar se hubiese levantado de su sillón, me hubiese arrastrado por la casa de los cabellos para poder darme una paliza que jamás hubiese olvidado. Qué vergüenza sería tener un hijo maricón ¿verdad? El mundo era una tortura con él. No lo entendía del todo, sin embargo, chispas danzaban en mi alma cada vez que esos grandes ojos de ensueño me vislumbraban.
Eiji Okumura era esa clase de persona.
Un salto inquebrantable hacia la libertad.
—¿Seguro se ve bien? —Por eso debía aprovechar esta oportunidad. Aunque era mucho más grande que el pertiguista yo era como un niño gateando cuando se trataba sobre el amor.
—Amigo, estas exagerando. —La mofa atrapada entre sus mejillas me hizo saborear la gravedad de mi error, mis manos se paralizaron sobre mi flequillo, mi imagen se deformó por culpa de la ansiedad—. Luces más nervioso que una chica. —El verano me abofeteó en la estridencia de una carcajada—. Esta no es tu primera cita, no te comportes como un novato. —Me dejé caer a su lado en la cama.
—Shorter... —Tragándome mi orgullo me froté el entrecejo—. Esta es mi primera cita. —Llevaba más de dos horas tratando de convertirme en un irresistible con los consejos del guitarrista. Los lentes de sol terminaron contra el suelo por culpa de la sorpresa.
—¿Qué? —La brutalidad con la que me tomó de los hombros para interrogarme me hizo fruncir el ceño—. Eso es imposible, luces como todo un rompecorazones. —La brisa desordenó su cuarto, partituras se desparramaron junto a los empaques de hamburguesas, Coca-Cola fue derramada contra libros de texto y viejas fotografías, aunque era una regla mantener los dormitorios ordenados, Shorter Wong era un antisistema.
—Jim nunca me dejó tener esa clase de cosas, él tenía miedo de que embarazara a una chica y luego me tuviese que hacer cargo. —El desagrado en las facciones del más alto fue transparente y gracioso. Habían infancias carentes de violencia y habían historias cuyo Peter Pan estaba perdido.
—¿De verdad? —Asentí.
—Además, es Eiji de quien estamos hablando, él es diferente. —Pronunciar su nombre fue una oda para lo melifluo, las mejillas me cosquillearon, una trémula sonrisa se pintó sobre la ansiedad.
—Mira como lo aceptas ahora. —La indignación lo hizo cruzar sus brazos sobre su vientre—. Cuando yo te dije que ponías cara de enamorado casi me golpeas. —Mis yemas hicieron presión contra la realidad.
—Lo sé... —Pero la realidad fue demasiado pesada—. Es solo que no sabía que eso se podía. —Mentira, no era tonto, estaba consciente de esa clase de romances, sin embargo, por supervivencia los decidí enterrar bajo el campo de las mentiras y ponerme la máscara del rebelde sin causa.
—Siento que creciste en una casa bastante problemática. —Érase una vez un padre cuyos abrazos eran botellas rotas pero a quien su hijo debía amar porque eran familia.
—Algo así. —Érase una vez un cachorro de lince que fue dejado a su suerte en la cueva del abandono—. Me da un poco de miedo lo que está pasando.
—¿Por qué? —Érase una vez un chico enamorado de la libertad que la dejó ir por sus cadenas.
—Me estoy poniendo en todos los escenarios. —Mi espalda cayó contra el colchón—. ¿Qué pasa si luego de esta cita entiendo que él me gusta? ¿Qué pasa si terminamos siendo pareja? —La ingenuidad con la que Shorter alzó una ceja fue hilarante. Que simple era esta historia para los acordes de la salvación.
—¿Eso no sería bueno? —Negué.
—Si alguna vez lo llevo a casa nos trataran como si fuésemos leprosos. Eiji es un chico dulce, él es la clase de persona que se querrá involucrar con mi familia y eso no saldrá bien. —Y aunque ni siquiera me había terminado de vestir mi mente ya era un maldito caos. Porque sí, en el fondo lo sabía, la atracción que me arrastraba hacia la irrealidad de sus orbes no era amistad.
—Suena a que tienes una relación difícil con él. —Tratando de huir de la verdad enfoqué mi atención en el techo, la lámpara estaba a medio cortarse y los cables sobresalían de manera grotesca.
—Algo terrible pasó en Cape Cod cuando tenía siete años. —Un monstruo disfrazado de hombre—. Se supone que el trabajo de un papá es proteger a su hijo pero lo único que él hizo fue burlarse de mí. —Una tragedia enterrada en un campo de béisbol—. Sino fuese por Griffin habría muerto también. —Rosas ensangrentadas para los niños perdidos.
—Ash...
—Él ya me arruinó lo suficiente, no quiero que manche esto también, no quiero que destruya a Eiji. —El colchón chirrió cuando me volví a levantar—. ¿Crees en el amor a primera vista?
—Realmente te pegó con fuerza el Fly boy ¿no? —La desolación se esfumó bajo el candor de la inocencia—. Supongo que esta es tu oportunidad para averiguarlo. —Era extraño poder hablar con tanta sinceridad sin ser juzgado.
—Gracias. —Mis manos se convirtieron en puños sobre mis rodillas—. Eres un buen amigo. —Él me revolvió los cabello, bajo la aspereza de sus yemas se esfumó la galantería.
—Deberías invitarlo a nuestro próximo concierto. —Estirarse hacia el velador para alcanzar un frasco dorado fue toda una proeza para Shorter Wong—. Ya invité a Yut pero deberías asegurarte. —Él me lo arrojó—. Es colonia, con esto te convertirás en todo un imán para los bombones. —Que indescriptible fue la pestilencia que emanó de esa botella, con una sonrisa incómoda la dejé de lado.
—¿Las cosas se dieron bien entre ustedes dos? —Un largo silbido escapó de lo más profundo de su garganta. Le di la espalda para poder mirarme una última vez. El espejo estaba sucio y empañado.
—Mi chica refinada resultó ser un hombre de lengua afilada, pero creo que esto es el inicio de algo bueno. —Rodeé los ojos, lo poco que conocía de Yut-Lung Lee era veneno, hipocresía y saña—. Estoy abierto a lo que sea. —Con un salto él se bajó de la cama.
—Lo haces sonar como si fuese tan fácil... —Él me tomó de los hombros para poder examinarme.
—¿Acaso no lo es? —Como si fuese una honda esa pregunta retumbó en las profundidades de mi alma—. Ahora ve a mostrarle al Fly boy el legendario encanto del lince de Nueva York. —La determinación con la que hirvieron mis venas fue un preludio para esta tragedia.
—Con esta cita lo sabré.
Caminar hacia la salida de la facultad fue mi perdición, el calor era insoportable, mis manos estaban empapadas de sudor, la colonia de Shorter se me había impregnado a la chaqueta. Que desastre. Rodeado de árboles de pétalos brillantes, risas estudiantiles, brisas de colores y adoquines de destino, él me encontró. Fue adictivo y brillante. Sus orbes fueron una encrucijada para mi cordura. ¿De qué color eran? ¿Cafés? ¿Negros? ¿Amarettos? Dio igual, eran los más hermoso que había contemplado. Si la libertad fuese de una tonalidad esa sería Eiji Okumura. Suspiré, pasar tiempo con él me estaba empujando hacia la locura, cada uno de mis pasos retumbó entre mis orejas cuando me acerqué. Yo no entendía cosas de romance, eran complicadas, densas, dolorosas y amargas, sin embargo, mi corazón arremetía con una violencia paralizante frente al japonés, y eso. Me llevé la mano hacia el pecho. Eso no podía ser amistad.
—¿Esperaste mucho? —La realidad se volvió mucho más surreal cuando él me sonrió.
—No, Yut acaba de terminar con su ensayo, salí hace poco. —El chico de los ojos más bonitos del mundo me extendió la mano—. Hace mucho quería ir a un parque de diversiones. —La torpeza con la que correspondí el agarre fue impresionante.
—Shorter fue quien me lo recomendó. —El verano hormigueó entre mis mejillas mientras caminábamos hacia el paradero—. Él dijo que era un buen lugar para una cita. —Hasta las orejas le enrojecieron cuando musité aquello.
—Ha pasado un tiempo desde que tengo una de esas. —Eiji Okumura me estaba mirando como si yo fuese una persona especial—. Estar en el equipo de pértiga exige demasiado tiempo, a veces me siento como todo un antisocial. —¿Él contemplaría así a todos los demás? No importaba, por esta tarde esa clase de expresiones solo me pertenecerían a mí.
—¿Aún no has hablado con el director? —Él negó—. Bien, no quiero que vayas solo, Shorter me dijo que Dino Golzine no es de confianza. —Pronunciar su nombre fue un maldito escalofrío, ese hombre parecía ser tabú dentro de la facultad, decenas de rumores extraños y miradas incómodas afloraban cuando se trataba de él.
—Ash... —La timidez con la que él me contempló fue dulce—. ¿Esta es tu primera cita? —El infierno danzó entre mis mejillas bajo el manto de la humillación.
—Lo es.
—¿No deberías haberla guardado para tenerla con alguien especial? —Mis hombros se relajaron, mi palma apretó la suya, mis latidos fueron pirotecnia ante la llegada del bus.
—La guardé para tenerla con alguien especial. —Aunque poder distinguir la línea entre la amistad y el romance era imposible para un inexperto como yo, nadie jamás me robó la respiración como él lo hizo en ese instante.
¿Eso era amistad?
Entre risas, roces accidentales en el pasamanos y las quejas de los demás pasajeros llegamos a un parque de diversiones. La inmensidad del lugar era indescriptible, un sinfín de colores se hallaban repartidos entre gigantescas atracciones mecánicas y puestos de curiosidades, el brillo que esos orbes me regalaron no tuvo precio, sosteniendo su palma a través de la multitud lo llevé hacia el primer juego: una montaña rusa. La estridencia de los carros de plástico se perdió bajo los alaridos del terror, el calor de la fila no se sintió mientras él me mostraba fotografías de la presentación que había tenido Yut-Lung Lee, aunque detestaba admitirlo el chico tenía talento para las artes. Fue peligrosa la violencia con la que arremetió mi corazón cuando subimos a nuestro carro, la fuerza con la que el cinturón de seguridad se cruzó sobre mi pecho fue sofocante, tras un crujir de óxido comenzamos a subir hacia el vacío. El japonés estaba trepidando a mi lado.
—¿Te dan miedo esta clase de cosas? —Como si fuese un consenso secreto mi mano volvió a apretar la suya—. ¿No te la pasas en el aire por la pértiga?
—No es lo mismo. —Sus dientes chirriaron cuando la atracción frenó, ahí arriba no existió más que azul entremezclado con dorado, el mundo lució insípido desde esa altura—. Esto es realmente alto. —Aunque Eiji Okumura era el mayor entre nosotros dos el mohín que él me regaló me recordó a un niño.
—Puedes abrazarme si tienes miedo, onii-chan. —La frustración que se trazó entre sus cejas me hizo reír.
—¿No te estas esforzando demasiado para lucir genial? —Que linda fue la manera en que él infló sus mejillas. Que adorable fue la cercanía involuntaria con la que él me buscó.
—Corrección, yo no me esfuerzo para lucir genial. —La montaña rusa volvió a chirriar—. Yo soy genial. —Caímos con un click.
Y como si ambos fuésemos unos cobardes acabamos aferrados al otro mientras el carrusel descendía hacia el vacío, la adrenalina caló hacia lo más profundo de mis venas, el aire me golpeó el rostro como si fuese una tormenta, ningún grito fue tan estridente como la risa del japonés, aún inseguro él se atrevió a alzar los brazos y a cerrar los ojos, la imagen que él me regaló, maldición, fue hermosa. No era normal que mi corazón lo anhelase tanto si solo éramos amigos ¿verdad?
Nos pintamos de cielo, nos bañamos en nubes, surcamos la libertad en ese viejo carro de plástico. Cuando nos bajamos él se apoyó sobre mi hombro para no caer, la satisfacción con la que sonreí fue imposible de disimular. Tal vez nunca necesité de una cita para comprender mis sentimientos, quizás solo me daba pavor aceptarlos, no obstante, a pesar de ser dos hombres abrazados a nadie le pareció importar. Shorter tenía razón, Nueva York era mucho más liberal. Esta era una ciudad donde yo podía ser solo yo.
—¿Vamos al siguiente? —Aunque rodó los ojos él acabó mirando otra atracción.
—¿Quieres saber qué siento cuando salto pértiga? —La magia con la que fulguraron sus orbes fue la puerta hacia mi perdición—. Creo que eso te dará una idea. —El juego consistía en una serie de cápsulas que se levantaban hacia el aire para girar con suavidad alrededor de un tótem.
—Escuché que tienes una competencia cerca, por cierto. —Los nervios me respiraron en la nuca cuando nos unimos a la fila.
—Sí... —La tristeza marchitó a mi girasol—. El entrenador no sabe si podré participar, él piensa que no estoy a la altura del torneo. —La frustración me revolvió las entrañas, sudor me escurrió hasta el cuello mientras una pegajosa tonada era pasada por los altoparlantes.
—¿Es una broma? Todos conocen al Fly boy. —Él se encogió de hombros para restarle importancia.
—Parece que no le agrado al resto del equipo. —No obstante, si él fuese indiferente mi corazón no se estaría rompiendo bajo la desolación de su sonrisa—. ¿Sabes? Hubo un tiempo donde consideré que podría vivir solo saltando la pértiga, pero creo que no. —Que frustrante fue ver al talento asfixiarse por la elección de un verdugo.
—No creo que te debas rendir. —Mis palmas se empaparon de ansiedad, mis zapatillas se arrastraron contra la aspereza del pavimento—. Tu vuelo es algo hermoso, te lo dije ¿verdad? No te he podido sacar de mi cabeza desde que te vi saltar. —La ansiedad con la que él empezó a respirar fue una oda para el primer amor.
—Te dije que eso debe ser admiración. —La suavidad con la que acomodé mi palma sobre su cintura lo hizo tiritar.
—Conozco la admiración y esto no se parece en nada. —La piel se le erizó bajo el candor de mi aliento—. ¿Te desagradaría si me gustaras?
—No. —Ni siquiera lo había pensado hasta que lo musité—. No es eso... —La aflicción lo hizo aferrarse a su muñeca y enfocar su atención en el piso.
—¿Entonces? —Sin embargo, él no pudo responderme cuando nuestro turno llegó.
La imagen que plasmamos fue ridícula. Éramos dos hombres adultos tratando de entrar en un compartimiento demasiado pequeño para una pareja, Eiji tomó el asiento de adelante, la ansiedad destrozó mi cordura cuando yo tomé el de atrás, separé mis piernas para ponerlas alrededor del japonés, su espalda se acomodó contra mi pecho, su silueta se amoldó entre mis muslos, maldición, él pudo escuchar mis latidos a través de su polera cuando la puerta se cerró. Me afirmé de la rejilla con desesperación, la cápsula subió con elegancia antes de empezar a girar. ¿Admiración? Si esto fuese solo eso yo no estaría tan consciente de su cuerpo contra el mío, ni del dulzor que su cabello había comenzado a desprender o de lo melodiosa que era su risa.
—¿Cómo se siente volar, Ash? —La serenidad en su rostro fue ilusoria, el viento le desordenó los cabellos para que estos me rozasen la punta de la nariz, traté de centrar mi atención en el paisaje de afuera, sin embargo, fue inútil.
—Es un tanto liberador. —Inevitablemente regresaba a él—. Pero me gusta más verte a ti saltar. —El dulzor de su perfume me embriagó.
—Sigues insistiendo con eso. —La suavidad con la que se volteó fue paralizante—. ¿Por qué eres tan persistente? —Su cuerpo se acercó al mío en esa pequeña cápsula, el sabor de su aliento fue un deleite en el candor de la cercanía.
—Porque si no te hubiese visto volar habría regresado a Cape Cod. —La ternura con la que le acomodé el flequillo detrás de la oreja lo hizo parpadear—. No quería darle una oportunidad a Nueva York, pero decidí quedarme cuando te vi. —El roce accidental entre sus manos y mis muslos lo hizo ruborizarse.
—Perdón. —La brusquedad con la que se removió lo hizo chocar contra el soporte de seguridad.
—Deberías tener cuidado. —Mis palmas abandonaron la rejilla para acomodarse sobre su cintura—. ¿Ya habías hecho algo así? ¿Con otra persona? —El murmullo del viento me revolvió los pensamientos. Aunque ahí arriba hacía un frío infernal el ambiente estaba caliente, casi fogoso.
—No. —Él no me miró, no obstante, sus orejas enrojecieron. Mi mentón se acomodó sobre su hombro—. No suelo hacer esta clase de cosas, no se me da el romance. —El tiritar en sus labios fue un poema repleto de mentiras—. ¿Te vas a quedar así hasta que nos bajemos?
—Soy demasiado alto y no me puedo afirmar bien. —Él se estremeció entre mis brazos—. No es mi culpa que los asientos sean para niños. —Que linda fue la mueca de disgusto que él me regaló. Lo único más adictivo que molestarlo era hacerlo reír.
—Presumido. —Porque sí, Eiji Okumura tenía la risa más linda de todo el mundo—. Al menos yo no le tengo miedo a las calabazas. —Los dedos me tiritaron sobre su vientre cuando un brillo pícaro se fundió bajo sus pestañas.
—¿Cómo? —El golpeteo en mi pecho fue destructivo.
—Griffin me lo dijo mientras te estábamos esperando en el calentamiento. —Hundí mi rostro contra su espalda para disimular la pena—. Es una historia linda, el feroz lince de Nueva York tiene un lado dulce. —Toda la reputación que me esmeré en construir mi hermano mayor la derrumbó en un instante—. Las chicas enloquecerían de ternura si lo supieran.
—Eso no me importa. —La sorpresa lo hizo voltear—. La única persona que no quería que lo supiera se está burlando de mí. —Quedamos cerca, demasiado cerca. Nuestras narices se tocaron, sus ojos buscaron mis labios.
—Yut me dijo que tienen un concierto en un par de semanas. —Aunque él soltó una carcajada nerviosa él no se apartó ni dejó de mirarlos.
—¿Estabas esperando una invitación? —Él asintió.
—Tengo curiosidad por tu música. —La velocidad del juego aumentó, el tiempo se deslizó en esa cercanía—. Pero no quiero ser un oportunista o pasarte a llevar, por eso necesito que tú me invites. —La estridencia de sus latidos arremetió contra mi pecho en la parálisis de ese instante.
—Quiero que vayas. —Hubieron chispas y electricidad—. Pero el espectáculo termina demasiado tarde, no creo que te dejen regresar a los dormitorios a esa hora. —Era mentira, sin embargo, la semilla de la codicia ya había surcado raíces en mi interior—. Podrías quedarte a dormir en mi casa. —La ilusión se expandió en mi alma con la clase de expresión que él me regaló. ¿Cómo otro hombre podía ser tan seductor?
—¿No vives con uno de los amigos de tu hermano? —Al parecer nunca conocí la verdadera atracción hasta que lo miré a él. Que aterrador era poder entenderlo. ¿Esto en qué me convertía?
—Si, pero no creo que a Max le moleste. —No necesité etiqueta alguna bajo la inmensidad de esos ojos cafés—. Podemos ver una película y ordenar sushi. —Sus mofletes se volvieron a inflar.
—¿No estas siendo algo racista? —Reí antes de negar.
—También podemos ver anime. —Que encantadora fue la manera en que sus cejas se tensaron—. O plaza sésamo para mejorar tu inglés. —¿Todas las citas eran así de divertidas? ¿Se debían sentir así de bien? Tal vez lo estaba haciendo mal.
—Si me estas tratando de seducir estás haciendo un pésimo trabajo. —La suavidad con la que mis yemas se deslizaron por sus mejillas lo hizo enrojecer.
—¿Enserio? —La cercanía entre nuestros rostros fue peligrosa—. Yo diría que lo estoy haciendo muy bien, casi pareciera que estas esperando un beso. —Un golpe en la cápsula llamó nuestra atención. El ceño tenso del guardia nos hizo apartarnos.
—¿Qué no escucharon? La vuelta se terminó hace diez minutos. —Ambos reímos ante la molestia del encargado, el tiempo no existía cuando lo tenía a mi lado. Sin soltarle la mano nos dirigimos hacia los carritos de comida.
Sin decir palabra alguna Eiji se liberó de mi agarre para enredarse en mi brazo, los nervios se me atoraron en la garganta ante tan agradable tacto, la sangre me hirvió, los músculos me cosquillearon, mi palma se deslizó por su cintura antes de que él trepidara. El toque fue delicioso, su aroma intoxicante, las luces se empezaron a apagar para darle la bienvenida a la noche, bajo la estridencia de las risas y la magia de la inocencia nos dirigimos hacia un puesto de hamburguesas.
—¿Cómo va hasta ahora la cita? —El área de comidas de encontraba desierta—. Necesito un puntaje. —Su emparedado se desarmó cuando él lo trató de comer. Lindo.
—Déjame pensar... —Él era realmente hermoso—. Tres de diez, he tenido mejores. —No le pude dar un mordisco a mi hamburguesa al soltarla. La picardía de su carcajada consiguió que mis cejas se arquearan, el rostro me ardió, las manos me temblaron.
—Eres cruel. —La mesa quedó hecha un desastre de pan y condimentos gracias a su broma.
—Tú me preguntaste. —Sin pedirle permiso me acomodé a su lado para poder darle un mordisco a su emparedado—¡Oye! Eso era mío. —Con mi yema retiré los restos de mostaza que él tenía entre sus labios para saborearlos.
—La tuya está mucho más deliciosa que la mía, me hiciste un favor. —La nariz se le tiñó de escarlata. La mesa se encontraba repleta de grafitis extraños y manchas dudosas—. Deberías darme puntos por galante. —Él dio otro bocado con indignación.
—Acabas de quitarme la mitad de mi cena y quieres que te dé puntos por galante. ¿Quién te dijo que eso era romántico? —Ambos le dimos un mordisco antes de que se acabara. El estruendo de los gritos no fue tan fuerte como los latidos de la noche.
—Shorter. —Mantener la seriedad entre nosotros dos fue imposible.
—Yut estará en problemas si eso es verdad. —El más bajo se relajó, su palma se dejó caer cerca de la mía, estar sentado junto a alguien más jamás me puso tan nervioso como ahora—. A él le gusta que lo conquisten con elegancia y sutileza.
—Espero que le gusten las serenatas de borracho. —Sostener la guardia era imposible cuando se trataba de él. Los diferentes matices de las luces se posaron entre sus pestañas para seducirme—. Gracias por venir conmigo, no pensé que aceptarías. —Él se encogió de hombros.
—Me da pena que nos hayamos podido subir a tan pocos juegos. —Maldije internamente a mi mejor amigo por sus consejos. Hacerlo esperar solo me había costado preciadas horas con él.
—Podemos venir más temprano para la siguiente cita. —Aunque el ambiente fue etéreo en la irrealidad—. Así nos podríamos subir a todas las demás atracciones. —Yo solo tuve ojos para él.
—Eso me gustaría. —Nuestras yemas se electrizaron en una caricia—. Siempre me quise meter a la casa del terror pero Yut jamás me lo permitió, él es un cobarde para esas cosas. —Irónico para una víbora. Por alguna razón escucharlo hablar de Yut-Lung Lee y no de su pareja anterior me hizo inmensamente feliz—. Se ve frío pero es bastante llorón. —Porque así como él era mi primera vez.
—¿No te dan miedo esas cosas? —Yo era la suya.
—No en realidad. —La altanería con la que alzó las cejas me puso nervioso—. Tampoco las calabazas.
—¿No se te va a olvidar?
—Jamás. —La satisfacción con la que él acomodó su mejilla sobre su palma fue contagiosa—. Griffin prometió mostrarme una fotografía, no puedo olvidarlo. —Me froté el entrecejo con fuerza. Aunque mi hermano mayor era una buena persona él no me estaba ayudando con el romance.
—¿No hay nada que te de miedo? —Él frunció la boca antes de suspirar—. Es injusto que conozcas el mío pero yo no sepa el tuyo.
—Supongo que esto... —Cada segundo a mi alrededor perdió sentido en lo efímero de la belleza.
—¿Esto? —Él no vaciló cuando asintió.
—Me da miedo lo que pueda pasar entre nosotros dos. —Desviar la mirada fue imposible en lo intoxicante de la tensión—. Estoy tratando de concentrarme en el salto de pértiga, no debería andar jugando con el lince de Nueva York. —La confusión me hizo parpadear—. Además siento que me estoy aprovechando de ti. —La sinestesia entre las luces y la música se fundió con las estrellas.
—¿Por qué? —No era necesario preguntar para conocer la respuesta.
—Soy el primer hombre que te gusta ¿verdad? —Su mano se encogió sobre la mesa para apartarse de la mía.
—Eso no me importa. —No lo dejé—. Que seas el primero no hace que mis sentimientos valgan menos. —En la estridencia de mi palpitar entendí que siempre había tenido la respuesta.
Eiji Okumura me gustaba.
Me había gustado desde que lo había visto saltar.
—Te puedes arrepentir luego, te estás haciendo fama con la banda, no deberías desperdiciar eso conmigo. —Que frustrante fue escucharlo menospreciarse de esa manera.
—Eiji, puedo aceptar que solo me quieras ver como un amigo. —Encontrarle significado a mis palabras fue complicado—. Pero no me uses como excusa para tu cobardía si quieres rechazarme. —Así que no se lo busqué.
La música fue suave en el cierre del parque, las luces de neón dieron su último alarido antes de apagarse, las parejas empezaron a desaparecer del lugar cuando los puestos de comida regalaron sus mejores ofertas. El japonés se abrazó a sí mismo mientras caminábamos, su piel se encontraba erizada, el aliento se le escapaba como una tenue bruma de pureza de los labios, hacía frío. Él tenía razón, lo más probable es que estuviese confundido con mis propios sentimientos, demasiado aterrado para encarar la realidad, demasiado cobarde como para correr de ella, no obstante, tuve la valentía suficiente como para quitarme la chaqueta y colocarla sobre sus hombros. Si me había enamorado de la libertad una etiqueta no lo cambiaría.
—La necesitas más que yo. —Las mangas le quedaban largas y anchas, la mezclilla le llegaba hasta los muslos, la prenda le quedaba gigantesca, sin embargo, de alguna manera se veía realmente bien en él, como si hubiese sido hecha para que él la usara—. Eres increíble, se supone que debes cuidar tu salud para hacer deporte y te la pasas desabrigado. —Él sonrió.
—Se te ha vuelto un mal hábito prestarme ropa. —El verano me acarició las mejillas, la irrealidad de la noche bajo del cielo para posarse dentro de sus ojos. Que imagen más hipnótica—. Aún no te he regresado la otra chaqueta ni la gorra.
—Quiero que las conserves. —Un espasmo recorrió mi alma cuando me acaricié la nuca—. Puedes usarlas cuando me vayas a animar a los partidos. —La altanería con la que sonrió fue contagiosa.
—¿Estas insinuando que iré a apoyarte a tus partidos de béisbol? —El tiempo se paralizó en la belleza de un pestañeo.
—Lo hago. —La torpeza con la que nuestras manos se acariciaron nos hizo reír—. Solo podré ganar si me estas animando entre el público.
—Bien. —Él trató de ahogar su sonrojo contra el cuello de mi chaqueta—. Estoy seguro de que Griffin y yo formaremos un buen equipo de porras. —Las cejas se me volvieron a tensar al recordar la humillación que mi hermano me había hecho pasar. ¿Él me seguiría amando si supiera lo que sentía por el japonés? El hombre que fumaba en lugar de respirar me golpearía hasta dejarme irreconocible si se enteraba.
—Deja de escuchar a mi hermano, estoy seguro que le divierte la situación. —Fue injusto. Él me regaló la sonrisa más bella que hubiese podido imaginar bajo las luces de los juegos y el aroma de las flores.
—¿No extrañas Cape Cod? —Fue imposible resistirse a esa clase de mirada. Eiji Okumura tenía un talento innato para seducirme sin hacer absolutamente nada. Y esto no podía ser amistad ¿verdad?
—No. —Si lo era no lo quería saber—. Mi casa es un desastre por culpa de mi padre. —Sino lo era no lo vería—. Ha sido un alivio tenerlo lejos.
—Deberías valorar un poco más a tu papá. —La tristeza con la que él musitó aquello me hizo frenar—. Yo no lo hice a tiempo y ahora él está realmente enfermo.
—Joven. —Un hombre nos interrumpió—. ¿No quiere probar su suerte? Estoy vendiendo los últimos boletos. —Una cabina de tiro era el juego.
—No. —dije eso, sin embargo, la atención del moreno había sido robada por un horroroso peluche con forma de pájaro—. Solo un tiro. —Había caído demasiado profundo por culpa de la libertad.
—¿Puedes hacerlo? —El asombro que se posó en su rostro fue un estrago para mi corazón, la maestría con la que tomé el rifle y apunté hacia las latas fue profesional.
—Claro que puedo. —Basto un solo intento para que la torre quedase en el suelo—. Practicar tiro era uno de mis pasatiempos favoritos. —Era común para los chicos de la escuela hacer apuestas sobre quién disparaba con mayor precisión a una serie de botellas—. Quiero ese de ahí. —Yo siempre era el ganador.
—Es un nori nori.
—¿Un qué? —El moreno sujetó el peluche bajo las alas para acercármelo.
—Un nori nori. —El ave era espantosa, sus mejillas parecían a punto de explotar, su cuerpo era regordete, su color aburrido, sin embargo, él lucía tan feliz de tenerlo—. A los chicos de la banda les encantara como nuevo integrante, quien sabe, hasta te podría quitar el puesto de galante. —La vergüenza en mi expresión lo hizo detenerse.
—Lo gané para ti... —El moreno parpadeó atónito antes de aferrarse al peluche. Que linda fue esa sonrisa.
—Gracias, nunca me habían dado algo así en una cita. —En ese instante supe que quería darle mucho más. Juntaría cada una de las cosas que tenía para entregárselas a él, no obstante, no serían suficientes—. Hoy me divertí mucho, Ash. —Que estúpido sería pensar que eso era amistad.
Tal vez quien necesitaba tiempo era Eiji Okumura.
Por eso se lo daría.
La noche nos abrazó hasta la estación de autobuses, mis piernas juguetearon en el paradero, mi mente pereció en la fantasía al regresar a la universidad. Que cita más surreal. Tanto mis latidos como mi respiración se aceleraron a su lado. Para que no lo aplastasen en el bus lo acorralé lejos, mis brazos se posicionaron alrededor de sus hombros, mis piernas se enredaron a las suyas, nuestros rostros quedaron cerca, demasiado cerca, la sangre me erupcionó aunque ni siquiera nos tocamos, él tenía el poder de derretirme con una mirada.
—Si sabes que pude haber regresado solo a la facultad ¿verdad? —Asentí.
—Pero quien te está tratando de conquistar soy yo, déjame ser tu caballero de armadura blanca hasta el final. —Él acomodó su rostro contra mi hombro, sus orejas se tiñeron de escarlata, sus manos se aferraron a mi pecho. Lindo. Realmente encantador.
—Deja de decir esa clase de cosas, no deberías ser tan descarado si eres más joven que yo. —Me acomodé sobre mi propia chaqueta antes de amoldar mis manos alrededor de él—. Voy a usarte como almohada el resto del camino, estoy cansado. —La incandescencia del rubor delató su mentira, pero estaba bien.
—Eiji. —El aludido no me miró cuando lo llamé—. Ya entendí lo que siento por ti. —El candor de su respiración me golpeó el cuello en la sorpresa—. ¿Quieres saber qué es?
—No. —Aunque él musitó eso su rostro se hundió contra mi pecho—. No me lo digas. —Mis palmas lo rodearon con fuerza—. No ahora.
—Bien. —En el silencio de esa eternidad, lo supe—. Lo guardaré para la segunda cita.
Mi mundo era pequeño, me cabía entre las manos.
Mi mundo era Eiji Okumura.
Primero, me dio demasiada ternura escribir esto. Segundo, igual es normal que a Ash le cueste entenderse porque es la primera vez que efectivamente se da cuenta que le puede gustar un hombre porque nunca sintió que tenía esa posibilidad, pero no lo ha detenido mucho, esta demasiado embelesado con Eiji, se le nota.
Mil gracias por haberse tomado el tiempo para leer.}
Nos vemos en un par de semanas.
¡Se me cuidan!
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