Capítulo 21.
¡Hola mis bonitos lectores! Esto debería haber estado arriba durante el fin de semana pero pasó una contingencia bien grave en mi familia y yo vivo con ellos por ende me afecta tambien, así que acá estamos, sobreviviendo no más. Lo bueno es que este capítulo me lleno de pura serotonina, me la pase chillando mientras lo escribía porque me hacen feliz estás escenas meh. Muchas gracias por leer.
¡Espero que les guste!
—Oye Eiji. —Las espigas me hicieron cosquillas cuando volteé hacia él—. ¿Has pensado alguna vez en la muerte?
—¿Muerte? —Él parpadeó, anonadado.
—Hay algo en lo que admito no ser normal. —Nuestras piernas se enredaron en ese gigantesco montículo de paja, el granero crujió bajo la brisa de Cape Cod—. No le temo a la muerte. —Mis nudillos temblaron alrededor de una coronta—. ¿Recuerdas la historia del leopardo que te conté?
Hay una montaña en el Kilimanjaro, a 19.710 pies de altura, lleno de nieve. Los Maasai llaman a la cumbre occidental «la casa de Dios», cerca de la cima yace marchito y congelado el cadáver de un leopardo. ¿Qué hacía tan arriba? Nadie es capaz de explicarlo. Cuando pienso en mi muerte me acuerdo de ese leopardo. ¿Por qué escaló tanto la montaña? ¿Se perdió cazando a su presa hasta que llegó a un punto en el que no podía volver? ¿O subió y subió, poseído por algún instinto y se desplomó intentándolo? Pienso en qué dirección estaba su cadáver. ¿Estaba intentando bajar? ¿O subir más alto?
De cualquier manera, ese leopardo sabía que nunca volvería.
—La recuerdo. —Se la conté durante el apogeo del romanticismo—. Claro que lo hago. —Una tarde que me sentía especialmente asqueroso gracias al director. La tráquea se me cerró, traté de enfocar mi atención en las grietas de madera, sin embargo, me concebí ido. A veces las memorias llegaban con una escalofriante vividez, el diseño del cuarto donde me quiso violentar, la peste del semen entremezclada con Old Spice, un grotesco jadeo golpeando mi oreja.
—Cuando pienso en mi muerte me acuerdo de ese leopardo. —Otras solo era capaz de percibir mi propio terror o un insoportable dolor de huesos. Los latidos se me apagaron—. Era común sentirme de esa manera acá, no encajaba en ningún lugar y el viejo se la pasaba atacándome. —Las pupilas me ardieron, se volvió imposible respirar—. Pero desde que pasó esto con el director.
Y de repente no pude hablar.
Porque estaba muerto de miedo pero ni siquiera lo sabía.
—Ash... —Él se deslizó encima de ese montículo dorado, él floreció entre las espigas para llegar hasta mi lado, tirité apenas sus brazos me rodearon—. Ya estás a salvo. —Me hundí en su pecho, completamente desesperado.
—Ni siquiera fue la gran cosa. —Y era verdad. El mundo era un reflejo distorsionado en el espejo de la beldad, los barquitos de papel se quemaban y las grullas de origami no volaban. Las entrañas se me revolvieron—. Estaba tan asustado que ni siquiera podía hablar, solo pensaba en ti y eso me dolía. —Él no entendía qué parte de la tragedia me hallaba relatando. Nunca le había especificado esa velada o lo que estuvo a punto de pasar.
—Lo sé. —Pero él presionó un beso contra mis cabellos como si realmente lo entendiera—. Deja de menospreciar esto, si te afecta para que tiembles así es grave. —Como si mi sufrimiento fuese importante.
—Eiji... —Solo al alzar el mentón comprendí que él también estaba conteniendo el llanto.
Acabé herido incontables veces gracias a Dino Golzine. Él se aprovechó de mí y yo me convencí de que era lo suficientemente hombre para cargar con eso. Aunque me encontraba aterrado hasta la médula no me permití desmoronarme en los brazos de alguien más, era imperdonable manifestar debilidad cuando vanagloriaba la fortaleza. Porque lo amaba lo debía proteger, porque él era lo único que valía la pena. Pero ahora era diferente, él se hallaba mitigando mis heridas aún sin comprender lo sucio que me concebía. Me hundí en sus latidos. Y de pronto dejó de importar haber sido ese niño herido en un campo de béisbol, ese que su padre golpeó cuando vomitó hasta sus tripas por borracho, ese que su hermano dejó olvidado. Porque Eiji estaba aquí y ahora, llevándose mi pena para hacerla propia. Solo noté mis lágrimas tras verlas caer hacia mis mejillas. Él me apretó con suavidad, manteniéndonos firmes en esta tormenta. A pesar de haber puesto en riesgo su carrera de pertiguista él seguía acá. Conteniendo mis sollozos, sosteniendo con una ternura que no merecía mi corazón. Nunca me sentí tan agradecido y aterrado al mismo tiempo.
—Odio esto, Ash. —Lamentaba no podérselo contar, estaba demasiado herido, jamás importé tanto—. Tener que huir para que ese sujeto no tome represalias. —Lo suficiente para que estuviese llorando por mí, lo suficiente para agarrar sus maletas y acompañarme hasta Cape Cod—. Es injusto. —Le acaricié la mejilla en un consuelo, las hojas crujieron a mis pies, el polvo pendió en una bruma.
—Es difícil enfrentarlo si nadie quiere hablar. —Gotas de mugre descendieron del techo hasta el suelo del granero—. Ni siquiera yo estoy seguro de atreverme a hacerlo, es demasiado riesgoso.
—¡Entonces yo hablaré por ti! ¡¿Crees que me da miedo ese sujeto?! —Él trazó círculos en mi espalda a pesar de la rabia—. No puede intimidarme. —Y yo le rogué a Dios para que no me lo quitara. Deseaba que la gentileza de estas caricias reemplazase los recuerdos traumáticos que golpeaban como pesadillas.
—Lo sé. —Presioné un beso contra su mentón—. Amo que seas así.
—No me estás tomando en serio ¿no? —Claro que no lo hacía, me hallaba fantaseando en esta burbuja de amor, anhelando que el destino me bendijese durante el resto de mi existencia con esto: suéteres horrendos, pucheros implacables y besitos azucarados.
—Jamás me atrevería a desafiarte, onii-chan. —Él infló los mofletes y la tensión se disipó—. Eres aterrador cuando te enfadas, puedes envenenar a cualquiera con natto. —Acomodé un mechón detrás de su oreja, las espigas entremezcladas me hicieron notar la infinidad de matices que esa matita abenuz ocultaba. Él era un universo entero.
—¿Crees que esto fue lo mejor? —Infinitamente complejo pero simple a la vista—. ¿Escapar por una semana? —Bonito para los ingenuos, sublime para el bienaventurado.
—No lo sé. —Las tablas crujieron, la granita se amoldó entre mis costillas—. Pero Griffin no me dio muchas opciones. —Debió ser duro enterarse de que estuvieron manoseando a su hermanito menor—. Esto nos sirve a todos para enfriar la cabeza mientras Max investiga.
—Supongo que sí. —Él se encogió en la torre de paja.
—¿No deberías estar en clases? Estás en período de exámenes. —Me dolió aceptar que ansiaba permanecer de esta manera durante el resto de la eternidad, mi eternidad—. No uses tu lesión como una excusa. —Porque era enfermizamente egoísta, su existencia no estaba para salvarme. Él se encogió de hombros, despreocupado.
—No te iba a dejar venir solo acá. —Sonreí, sabiendo que todo era diferente cuando se trataba de este terco porque mi misma existencia cobraba otro significado bajo tan inefable lazo—. Además tengo lista la exposición de fotografías.
—¿Me convertirás en una estrella con tus imágenes? —Él me hizo pensar que era mío.
—Ya lo eres. —Y yo le hice pensar que era de él—. Cantante presumido. —Al sostenerlo entre las espigas, con el latido bajo las tablas del granero, con un soneto por consumar, ambos lo creímos. Con esos grandes ojos cafés fulgurando contra el alba, esos que me decían lo mucho que él me amaba—. ¿Te sientes nervioso por la competencia?
—Me preocupa que Fish Bone se relaje durante mi ausencia, no confío en Shorter para disciplinarlos. —Con sutileza me acomodé encima de él, su espalda se deslizó por el montículo, nuestras piernas se enredaron, la aspereza de las plantas me hizo cosquillas. Era mala idea usar shorts en un granero.
—Porque eres un jefe tirano, el pobre Bones tiene miedo de perder otro colmillo. —Sus toques se derritieron contra mi cuello. La imagen fue irresistible, él con esa vieja camiseta, esa que era mía y le quedaba gigantesca, él con esos infames pantalones cortos. Dios, sus piernas. ¿Había algo más apetitoso que esos muslos de infarto? Lo dudaba. Los toqué con maestría, él ahogó un jadeo.
—Ni siquiera te imaginas lo tirano que puedo ser. —El rubor no se hizo de esperar, era adorable que se mostrase nervioso a estas alturas de la relación—. ¿Te pusiste esto para seducirme frente a mi familia? —Mis yemas se colaron hacia los bordes de la mezclilla—. Eres un descarado, onii-chan. —Atrapé su oreja con mis dientes y él tembló. Delicioso.
—¡Ash! —Sus palmas se contrajeron hacia mi pecho, quemó—. Sabes que no es así. —Jugueteé con el arete con mi lengua antes de apartarme. Él era un desastre, con las rodillas trepidando alrededor de mi cadera, con la respiración completamente agitada y el cabello esponjado entremezclado con paja.
—Eiji... —Me incliné, repasando el entintado cobrizo que era su piel, me fascinaba que cambiase de tonos según las estaciones, a veces era chocolate con leche, otras se asemejaba al dorado—. Te amo. —Ojos de ensueño, labios de tentación, silueta angelical y voluntad inquebrantable. Nunca tuve oportunidad. Él me sonrió. Sí, con esa clase de expresión que solo estaba reservada para mí. Esa que acababa con mi cordura y desafiaba lo inevitable.
—Yo te amo más. —Esa que gritaba «futuro esposo de Ash Lynx»—. Mucho más.
Y él me besó.
Nos hundimos en ese montículo de paja entregados a la pasión, él enredó sus dedos entre mis cabellos mientras yo perecía en la adicción del tacto. Me deslicé desde su vientre hasta su pecho, él era suave y calentito, sensualmente tierno. Sus muslos se tensaron contra mis caderas, sucumbí a la tentación al apretarlos. Y sí, podía ser hipócrita que sus toques me intoxicasen cuando lloraba atormentado por las pesadillas gracias a esa noche con el director. Pero esto era diferente, esta era una entrega pura y mutua de amor, una con él. Fue eléctrico, él ahogó un gemido apenas deslicé mi lengua por su paladar y yo sonreí. La sangre me hirvió en este exquisito bamboleo, el corazón me explotó. Tan cálido que me derretiría. Nos separamos con la respiración agitada, presioné mi pulgar contra sus labios, otra vez había dejado un hilo de saliva. Victoria para el lince de Nueva York.
—¿Q-Qué? —Los nervios enlazados a su voz me parecieron adorables—. ¿Tengo algo en la cara?
—Me gusta besarte. —Las neuronas me dejaron de funcionar—. Siempre es diferente ¿sabes? No pensé que me gustaría tanto besar a alguien más hasta que te conocí, eres delicioso. —Enrojecí hasta las orejas al comprender la idiotez que había musitado. Su mirada se suavizó, no obstante, así era él ¿no? Suave como un conejito o como un bizcocho recién horneado.
—También me gusta besarte. —El día que lo vi saltar él amenazó mi futuro, porque Eiji Okumura no caminaba ni tampoco corría, él extendía sus alas para perderse entre las nubes—. Ash... —¿Cuántos segundos eran? ¿Dos? ¿Tal vez tres? No importaba, su expresión era maravillosa—. ¿Qué tiene el director en tu contra? Sé que te está chantajeando. —Apreté su camiseta, era tan delgada que apenas marcaba ese logo de diez centavos.
—El financiamiento de la banda. —Era mentira—. Él nos patrocina para el concurso. —El padre de mi novio finalmente estaba mejorando, si yo podía arrebatarle esa carga mis sacrificios eran irrelevantes. Haría lo que fuese por él—. Por eso no podía decirle que no. —Mi fachada resultaba inmutable, él jamás la notaría. Él acunó mis mofletes con una suavidad inefable.
—Sé que estás mintiendo. —El corazón me punzó—. Porque cuando mientes, siempre estás completamente calmado. —Su caricias me despedazaron—. Ocultas algo importante. —Y debí suponerlo, porque no era de cualquier persona de quien estaba hablando. Él se inclinó y yo retrocedí, temiendo lo peor.
—Lo lamento. —Sin embargo, esto no pasó. Él no me reprochó los secretos con los que infesté nuestra relación—. No puedo decirte. —Era sumamente autodestructivo, saboteaba mi felicidad porque en el fondo sabía que no la merecía, intenté espantarlo para que me dejase una infinidad de veces. No tenía la fortaleza suficiente para cortarlo yo mismo.
—Lo sé. —Pero él nunca me abandonó—. No me gusta que sea de esta manera, me lástima que me dejes afuera, me siento como una carga. —Él alzó mi mentón, afligido—. Solo quiero que sepas que estoy contigo en esto. —Me enamoré de él la mañana que lo contemplé saltar.
—Eiji... —Lo convertí en mi mundo la tarde que nos sentamos a recoger nuestros pedazos en esa polvorienta bodega deportiva.
—Te amo sin importar qué, no lo olvides. —Él me quitó el corazón durante nuestro primer beso, ese que me golpeó como un balde de agua fría y me hizo comprender que pasase lo que pasase ya no podría besar a nadie más.
—Eres increíble. —Él se convirtió en mi inspiración gracias a tan entrañable voluntad—. Soy el hombre más afortunado del mundo ¿verdad? —Esa que ardía entre sus venas durante los saltos, esa que lo convertía en alguien tan humano.
—Claro que lo eres. —¿Cómo lo apartaría? Él era la clase de persona que se encontraba una sola vez en la vida—. Pero yo mucho más por haberte conocido. —Si estábamos destinados a perdernos y a encontrarnos en esta locura de enamorarnos, me aseguraría de repetirla todos mis días—. Ahora deja de esconderte y ve a hablar con tu papá. —Bufé, restregándome contra su pecho.
—No quiero. —Encajé mi nariz en su cuello, amurrado—. Necesito que me mimes.
—Aslan Jade Callenreese, no seas infantil. —Tumbé la mandíbula, sin poder creer el jodido descaro que tuvo al pronunciar mi verdadero nombre. Me separé, acomodándome entre sus piernas—. Se supone que eres el líder de una banda, compórtate como tal. —Delineé con mis dedos desde sus rodillas hasta el dobladillo del short. Él alzó una ceja, confundido—. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy pensando en polinizarte acá mismo. —Mi novio se puso rojo de pies a cabeza. Sonreí con astucia antes de inclinarme, nuestras narices se rozaron, el calor me mareó—. ¿Qué sucede, onii-chan? ¿Te intimida un poco de paja en los calzoncillos? —Pero él enredó sus piernas alrededor de mi cadera y me quitó el habla.
—¿Acaso me he negado, Callenreese?
—P-Pero...
—Puedes hacer lo que quieras conmigo. —Él se restregó contra mi cadera, la sangre me erupcionó, el corazón me explotó—. ¿Qué esperas para polinizarme? —Fue inevitable arrojarme encima para repartirle una infinidad de besos entre sus mejillas—. ¡Ash! —Su risa fue adictiva, sus jugueteos mi velero de papel—. ¡Era una broma! ¡No te desvíes del tema!
—¡Tú lo pediste!—Su amor me salvó.
Él. Por quien el mundo dejaba de girar, los lagos se cristalizaban y las tragedias pendían en cartas.
Ni siquiera pude terminar de relatarle lo sucedido a Griffin o a Max, era demasiado doloroso tener que contemplar semejante impotencia y remontarlo me gatillaba arcadas. Las memorias de esa nauseabunda velada eran agua estancada en el pozo de mi mente, sin importar qué tantas trampillas pusiese o monedas arrojase estas regresaban. Así funcionaba el estrés postraumático ¿verdad? Era un cóctel de pensamientos intrusivos, hipervigilancia, flashbacks y disociación. Suspiré, aborreciendo mi cobardía. En lugar de hablar con mi padre me escapé al columpio de neumático que pendía cerca del lago, mis pies todavía tocaban el piso aunque me hallaba sentado, la rama crujía y la tarde era agradable. Repasé el bolsillo de mi pantalón corto, agradecido por haberme robado una cajetilla de cigarrillos. Necesitaba valor, sin embargo, era imposible pedirlo prestado. Mi celular se encontraba atiborrado con llamadas de Dino Golzine, me mataría cuando regresara. Me haría su prostituta personal. Tenía tanto miedo que no podía gritar.
—No sabía que fumabas. —Un cigarrillo desapareció de la caja, alcé el mentón para encontrarme con esos grandes ojos cafés. Sus cabellos contra el viento le confirieron un aspecto mucho más suave y angelical, casi artístico. Me impulsé en el columpio, mis zapatillas arrancaron la hierba.
—No lo hago. —Saqué un papelillo—. Pero escuché que el tabaco relaja y necesito eso. —Él tomó el encendedor del piso.
—Bien, entonces fumaré contigo. —Abrí la boca y el cigarrillo cayó.
—¡No! ¡Es malo para tu salud! —Él alzó una ceja, completamente indignado.
—¿Hablas en serio? —Como si me dijese que mi salud era tan importante como la suya, como si yo fuese el ser humano más valioso del universo. Lo que era ridículo, por supuesto.
—Tú eres un anciano, no deberías fumar. —Pero él iba recolectando corazones con pestañeos y flechando con sonrisas ingenuas—. Es diferente.
—Sabes lo que pienso. —Recogí el cigarrillo del suelo, medio rojo y medio ido—. Si vas a empezar a fumar ambos moriremos por cáncer pulmonar. —Él apretó el mechero, presioné mi cigarrillo contra el suyo para encenderlo. Fue un cliché sacado de los ochenta, la atmósfera chispeó, sus pupilas fueron terciopelo bajo la niebla. El tabaco empezó a correr contra el viento.
—¿Listo? —Sonreímos emocionados, sabiendo que estábamos haciendo algo malo. Él presionó los párpados con fuerza y asintió. A veces era así, él tenía la impresionante habilidad de protegerme de la soledad al extenderme su paraguas. Hizo lo mismo con la perforación que ese pederasta me pidió, él acunó una tormenta para convertirla en rocío.
—Listo, Ash. —No alcanzaba a expresarle lo mucho que esto significaba. Los romances eran azucarados y los telones anhelados—. Vamos. —Apenas di una calada me atoré con el humo. Fue grotesco, el tabaco se deslizó hasta mis dientes pero ni siquiera sabía bien, tosí conteniendo las lágrimas, me quemó los ojos y me destrozó la nariz. Mi novio tuvo la misma reacción.
—Me imaginé esto distinto. —Las colillas terminaron estrellándose contra una poza de agua—. James Dean lo hace ver tan genial en rebelde sin causa. —Él acarició mis cabellos con suavidad, lo atrapé entre mis brazos sin separarme del columpio. Mi latido fue un torbellino en Cape Cod.
—No te besaría si fumaras, el sabor es desagradable. —Entonces lo senté encima de mi regazo y presioné mis labios contra los suyos, su mueca fue hilarante—. ¡Ash! —Él se retorció sin apartarme—. Te acabo de decir que no me gusta lo amargo y tú... —Lo besé un poco más—. Eres imposible.
—Y así me amas. —Su risa me quemó, acomodé mi cabeza contra su pecho. Me encantaba la fragancia que desprendía, esa que iba más allá de la loción después de afeitar y del suavizante de ropa, esa que era suya—. Deberíamos huir juntos. —Esa que gritaba «Eiji Okumura».
—¿Huir? —La fricción fue adictiva, mi aliento seguía entreverado con el humo del cigarrillo—. ¿Como a un lugar seguro? —Amoldé mis dedos en el algodón de la tela, esa polera estaba tan vieja que parecía a punto de romperse, sin embargo, se le veía bien, le sentaba de maravilla. La cuerda chirrió contra el árbol, el columpio se cortaría por nuestro peso conjunto pero me dio igual.
—Estaba pensando en escondernos en el granero durante el resto de nuestras vidas. —Lo atraparía si eso pasaba—. Podemos vivir debajo de la paja.
—Oh, Aslan. —Sus caricias fueron inyecciones de endorfinas, los latidos se me acribillaron en los tímpanos, respirar se volvió un rosal—. Pensé que nunca me lo pedirías. —Sonreí, él era la clase de chico del que se enamoraría cualquiera—. También podemos irnos a vivir al huerto con las calabazas, así ahorramos en comida.
—¡Eiji! —Y de todas las personas él me había elegido a mí, al principio no lo entendía—. No seas malo. —Ahora no me importaba, lo único que necesitaba saber era que él me amaba y yo le correspondía. Nuestro bamboleo fue suave en el columpio, estábamos muy viejos para jugar con neumáticos y creer en finales felices, no obstante, lo hacíamos. Él presionó un beso contra mis nudillos.
—Ve a hablar con tu papá, cariño. —Perdí la razón—. Estaré aquí, apoyándote pase lo que pase, pero lo justo es que te escuche. —Y odiaba que siempre tuviese la razón.
—Bien. —Mentira, me encantaba. Pero jamás se lo diría.
Él. Quien se convirtió en mi lugar seguro, enterró las pesadillas bajo rosas y reservó un vuelo hacia Nunca Jamás.
Jim Callenreese se encontraba sentado en la barra de su local, los condimentos pendieron al piso y la grasa transparentó los platos frente al último comensal. Tragué duro, acomodándome a su lado. La cerveza le escurrió desde la boca hasta la barba y me dio asco. ¿Asco? No, estaba muerto de miedo. Porque un padre debería entender estos temas, era triste mirar hacia atrás y darme cuenta de que estuve ocultando quién era al carecer de opción. Había un impulso primitivamente infantil que me continuaba empujando a ser el niñito de papá, ese que jugaba béisbol y lo hacía profesarse orgulloso, ese que merecía cariño y halagos, no burlas entremezcladas con maltrato. Tal vez él siempre supo que yo era un maricón y por eso me menospreció. Era frustrante no poderlo odiar cuando él me hizo odiarme durante años.
Como si hubiese algo malo en mí.
Como si fuese necesario cambiar.
Pero no lo era.
—Max me llamó hace poco con noticias para la denuncia. —Mi voz se redujo a un lastimero hilo de impotencia—. Él me ayudará con los trámites. —Él estrelló la botella de cerveza contra la barra, la espuma escurrió hacia sus nudillos, la mandíbula le chirrió.
—¡Ese maricón! —Ahí estaba otra vez, esa palabra—. ¿Qué tanto te tocó el hijo de puta? —La rabia oscureció su mirada, mi corazón fue un ancla sin cadena. Me tensé encima del taburete de cuerina, no pude respirar, el alcohol olía demasiado fuerte y mis dedos se pegaron a una mancha de mostaza. Aire—. ¡Todos esos pervertidos son iguales! —Necesitaba aire. La bilis me destrozó la tráquea.
—N-No todos son iguales. —Ni siquiera sabía a quién estaba justificando, bajé el mentón, sin poder sostener una mirada.
Me di vergüenza.
—¡Claro que sí! ¡Fue lo mismo con el entrenador de béisbol! —El cristal alrededor de la etiqueta se craqueló—. Son unos degenerados que andan abusando de niños, todos deberían estar en prisión. —Y de repente me encontraba llorando a moco suelto. Por mucho que intentase sostener mi coraza esas palabras me hirieron. Este era mi papá, hablando de mí, atacando otra vez mi identidad. Antes estaba bien, lo solía tolerar con una impresionante maestría—. ¿Aslan?
—Fue aterrador ¿sabes? —Pero no era una mujer quien me hacía sumamente feliz y no podía soportar que él denigrase eso—. Me llevó a una habitación de hotel y me tocó. —Me hiperventilé, el sudor se mezcló con las lágrimas, las lágrimas olían a Old Spice—. Tenía tanto miedo que... —Tensé mis piernas y me arañé el pecho, intentando sacarme el dolor—. No entendí lo que estaba pasando porque yo era un hombre.
—¿Qué? No te entiendo. —El llanto me cegó, solo dolió y se sintió mal. Deseaba que me defendiese, que me amase porque era mi maldito papá—. ¿De qué estás hablando? —Quería que llorase porque tocaron a su niñito y él no hizo nada.
—Pasé tantos años creyendo que estas cosas no les ocurrían a los hombres que cuando me sucedieron me forcé a pensar que no eran importantes. —Necesitaba con urgencia un abrazo. Por favor ayuda, me estaba desmoronando—. Él quería... —Dino Golzine bajándose el pantalón, atando mis muñecas con su corbata, presionando sus labios contra mi cuello, abriéndome las piernas—. Él casi me viola, papá. —Y fue terrible musitarlo en voz alta.
Eso lo hizo real.
—Durante semanas me eché la culpa por provocarlo. —Tensé los puños, agotado, ido, mareado. Me hallaba afiebrado—. Era tu trabajo al menos educarme sobre eso. —No hubo piedad para la desesperanza, los latidos me quemaron como si fuesen un fierro caliente arremetiendo contra mi piel desnuda.
—Yo...
—Soy un maricón. —Fue horrible tener que disculparme por quién era—. Y no lo lamento. —Fue aún peor no hacerlo. Alcé el mentón, temblando—. Y no me importa si me odias por ello, está bien si te doy asco y no me quieres volver a ver. —Pero él se quedó en blanco. Tragué, una eternidad fluctuó antes de que él tomase otro trago de alcohol. Estaba bien si era repudiado. Un papá debería apoyar a su hijo. Quería ser aborrecido. Se supone que me tenía que dar apoyo incondicional. ¡No era justo!—. ¡Di algo! —Me levanté y golpeé la barra, él no se inmutó.
—No sabía qué hacer luego de Barba Azul. —¿Por qué no nací normal?—. Ibas al mismo equipo que los niños afectados, temí que te pudiese hacer algo pero la policía jamás me creyó, te traté de sacar del equipo pero te escapabas para seguir yendo así que te debía castigar. —Sus palabras fueron caminar sobre arenas movedizas, lentas y densas.
—¿Golpearme fue mejor? —Él apretó la botella.
—Pensé que la mejor manera de protegerte de esos monstruos era así. —La mandíbula le trepidó, el aire fue pesado, la puerta crujió—. Uno no nace siendo papá ¿sabes? Ni tiene un manual, te crie de la misma manera que lo hicieron conmigo.
—Con mayor razón deberías comprender lo mucho que me lastimaste. —El llanto me quemó desde las mejillas hasta el mentón, me lo limpié con fuerza, sin embargo, no paró—. ¡Deberías haberlo sabido! ¡Deberías haberlo hecho mejor!
—Sí. —Él dejó la cerveza de lado—. Debería. —La conversación adquirió un flujo extraño, el agua estancada en mi pozo se rebalsó—. Hice lo que pensé que era lo correcto. —Eso no justificaba una paternidad de mierda—. Lo lamento. —Pasé toda mi infancia aterrorizado para recibir las dos palabras más inútiles del mundo. No era suficiente para pagar.
—No quiero tus disculpas, ni las necesito. —Mis uñas se incrustaron dentro de mis puños, la nariz me ardió—. Quiero que digas que soy tu igual. —Él parpadeó, procesando aquella ridícula petición.
—No lo eres. —Me dolió el corazón.
—¡Viejo!
—Porque eres mejor que yo. —Retrocedí para chocar contra la barra, ni siquiera recordaba cuando me había levantado—. Te pareces tanto a tu madre. —La conmoción me inundó. La pena ensució mi polera, la saliva no me dejó respirar—. Por eso te amo. —Y podría haberle reprochado un millón de cosas. Si eso era lo que sentía debió decírmelo antes, era su responsabilidad, debió ser un papá decente y cuidarme mejor. Debió, debió...
—Gracias. —Pero nada de eso cambiaría lo que no hizo.
—No entiendo del todo esto. —Y lo único que podíamos hacer era trabajar para cicatrizar—. Que seas gay, no lo entiendo. —¿Lo era? Ni siquiera lo sabía. Me había enamorado una sola vez, eso era suficiente—. Somos de generaciones distintas, en mis tiempos esto no existía.
—Lo sé. —Mentira, seguramente pasaba pero no se permitía.
—Tu novio es ese chico japonés ¿no? Ese que trae loco a las vecinas. —Sin embargo, todos se caían con las luces apagadas. El rubor me delató.
—¿Cómo...?
—Soy viejo, no estúpido. —Me reí, más ligero—. Eiji parece hacerte feliz, es un chico bastante agradable. —Más humano.
—Lo hace. —Más yo.
—Bien. —Él apoyó una palma encima de mi hombro, notoriamente incómodo—. Haremos pagar al desgraciado de Dino Golzine por lo que te hizo. —Solo de cerca pude contemplar que él sí había estado llorando. Lo que me pareció hilarante cuando me convencí de que este hombre carecía de empatía básica.
—Gracias, anciano. —Pero tal vez mi novio tenía razón—. De verdad. —Los humanos teníamos sabiduría que los leopardos carecían.
Quizás podíamos cambiar.
Me arrastré hacia el pórtico para procesar lo que había ocurrido, me profesé tan predispuesto al rechazo que ser aceptado seguía pareciendo un ensueño lejano. No necesitaba ni el permiso ni el perdón para ser quién era, no obstante, fue lindo saber que en algún lugar de él esto le importaba. Seguramente sería incómodo porque él no lo comprendía, probablemente pensaba que era mi elección o se recriminaba el no haberme protegido para que saliese desviado. Me atormentaría por ello más adelante. Porque si algo bueno concluyó de este infierno fue quebrar ese impasse con Jim Callenreese. No, eso no lo convertía en el papá del año. Sí, seguía jodidamente frustrado por toda la negligencia. Pero existía la posibilidad de mejorar, eso era suficiente por ahora.
—Parece que fue intensa la conversación. —Griffin me acarició la espalda, las tablas chirriaron cuando se sentó, las flores se bambolearon con una fragilidad impresionante contra la brisa.
—Lo fue. —Me acurruqué bajo su brazo, todavía ido—. Pensé que él me sacaría de la casa o me arrojaría agua bendita.
—Papá no es religioso.
—Aun así. —Ambos reímos, la conmoción me sobrepasó—. Griff... —Él ladeó la cabeza, sus ojeras eran abismales y sus bolsas de tinieblas, no había dormido para ayudarme con la denuncia—. Gracias por obligarme a estudiar en Nueva York. —Me terminé tragando mis propias palabras. Porque la gente que nacía en Cape Cod no debía morir en aquel lugar—. Sé que era tu sueño ir a la universidad. —Y aunque lo hicieran, no era un destino patético ni insignificante.
—Te equivocas, mi más grande sueño no es ir a la universidad. —Él me revolvió los cabellos, suave.
—¿Cuál es?
—Que tú seas feliz Aslan. —Y de repente quise volver a llorar, este día había sido una montaña rusa emocional—. Con eso me basta y me sobra. —Bajé mi mentón y jugueteé con mis manos.
—¿Me amarías más si fuera heterosexual? —Él dejó escapar una risita, de esas mismas que usaba cuando me contaba cuentos antes de dormir y me ayudaba con disfraces de calabazas.
—No. —Amaba a mi hermano mayor, él era mi héroe—. Te lo dije, mientras seas feliz yo también lo seré, me siento orgulloso de ti tal como eres. —No sabía lo mucho que necesitaba de esas palabras hasta que él me las dio y me permití romperme para recomponerme, me di la libertad de ser un humano, no un leopardo—. Hacen una bonita pareja, odio que tengan que pasar por esto. —Si tan solo pudiese hacer de mi felicidad eterna.
—Oye Griff. —Sonreí, sabiendo que podía—. ¿Quieres estudiar online?
Él. Quien vanaglorió a la libertad, desafió al destino con declaraciones puras e inquebrantables y coloreó galaxias con pestañeos coquetos.
—Esto es tan vergonzoso, Ash.
Tomé una profunda bocanada de aire antes de alzar el mentón, el calor me quemó las mejillas, crispé mis dedos alrededor del césped y tragué duro. Estábamos frente al lago de Cape Cod, tomados de las manos con coronas de flores encima de nuestras cabezas y el cielo como un lienzo para un inicio irreverente. Los girasoles entretejidos fueron un contraste sublime para la oscuridad en su cabello, algunas hojas pendieron hacia sus pestañas, esas espigas que se negaron a desprenderse de los brotes se perdieron entre sus ondas para conferirle un aura etérea. Él era hermoso. Pude vislumbrar su sonrojo a la perfección bajo la luz de la luna, sus palmas sudaron contra las mías, nuestras camisetas se hallaban cubiertas de grasa y tierra. Éramos un desastre. Yo estaba vistiendo una corona de flores exactamente igual a la suya, con esas pulseras a juego en las muñecas y nuestros aretes siendo astros marchitos.
—¿Listos? —La sonrisa que mi hermano mayor me regaló fue indescriptible.
—¿Esto es legal? —Sonreí con picardía, el cielo fue un mosaico desteñido reflejado en la transparencia del lago, las ondas empujaron las estrellas y los peces delinearon la oscuridad—. ¿Estás seguro? —Su flequillo chocó contra los pétalos, la camiseta se bamboleó con el viento.
—Lo es, lo obligué a hacer el curso de ministro. —Griffin rodó los ojos, ni siquiera era una biblia real la que yacía entre sus manos—. Se graduó hace diez minutos de la escuela online, onii-chan. —Éramos dos idiotas aplacando nuestros problemas para beber romance. La corona se torció cuando bufó y yo sonreí.
—Sabelotodo. —Lo amaba tanto.
La ceremonia comenzó.
—Estamos aquí reunidos para unir a estos dos hombres. —Una risa nerviosa se estrelló contra mis dientes, las espigas me hicieron cosquillas bajo las rodillas y las luciérnagas danzaron sobre el lago—. Y quieren contraer matrimonio a escondidas, no veo objeción alguna. —Le acomodé un mechón detrás de la oreja. Cada vez que lo contemplaba encontraba aún más belleza en esta infinidad compleja—. ¿Quieren decir sus votos?
—¿V-Votos? —Solté la mandíbula—. No he preparado eso. —La canción para el concurso de bandas era mi declaración definitiva de amor. Lo adoraba, eso era algo que no alcanzaba a transmitir con meras palabras.
—Qué poco romántico, hermano. —Me escapó humo por las orejas ante semejante mueca—. Si yo fuese Eiji te abandonaría aquí mismo en el altar.
—¡Griffin! —Él carcajeó, divertido—. Podemos saltarnos esta parte. —Pero mi novio negó. Esas onditas abenuz le presionaron las mejillas gracias al bamboleo de los girasoles, su sonrojo fue una sinfonía de rubíes, los latidos fueron torpeza ciega.
—Creo que a mí se me ocurre algo que decir. —Le bastó un pestañeo para devastar mi realidad—. ¿Puedo?
—Por favor. —Dejé de respirar.
—Ash... —La sonrisa que él me entregó fue una desconocida—. Estoy muy preocupado porque no he podido verte estando bien. —Fue una que quebrantó el tiempo, hizo que el mundo dejase de girar y caló hasta mi alma—. Dijiste que vivimos en mundos diferentes. Pero, ¿es eso cierto? Tenemos diferente color de piel y de ojos. Nacimos en países diferentes, pero nos enamoramos, ¿no es eso lo que importa? Me alegro mucho de haber venido a Estados Unidos, he conocido a mucha gente y lo más importante, te he conocido a ti.
—Eiji... —Él no se inmutó.
—Me preguntaste una y otra vez si me asustabas. Pero nunca te temí, ni una sola vez. En realidad, siempre creí que estabas herido, mucho más que yo. No podía evitar sentirme así. Gracioso ¿eh? Eres mucho más inteligente, grande y fuerte que yo, pero siempre sentí que debía protegerte. Me pregunto de qué quería protegerte. Creo que del destino, el destino que intentaba alejarte llevándote a la deriva, cada vez más lejos.
Y yo no pude creer lo afortunado que era.
Me toqué el rostro, estaba llorando. Aquellas palabras eran una dulce agonía. Mi sonrisa empañó el llanto, él era mi mejor amigo y mi amante, quien se había convertido en mi hogar y la musa de mis letras. Él era...
—Una vez me hablaste de un leopardo sobre el que leíste en un libro. Cómo creías que ese leopardo sabía que no podía volver atrás. Y yo te dije que no eras un leopardo, que tú podías cambiar tu destino. —Las lágrimas pendieron hacia sus mejillas como gotas de rocío, más brillante que los girasoles en su cabello, más inolvidable que el cometa Halley—. No estás solo, Ash. Estoy a tu lado. —Él no solo era mi pareja—. Mi alma siempre estará contigo.
Él era mi alma gemela.
—Eiji... —Rompimos en llanto, él estaba sosteniendo mi corazón entre sus manos con una increíble gentileza, solo al vislumbrarlo comprendí lo roto que se hallaba y lo mucho que así me gustaba. Porque era él quien lo acunaba y no temía hacerse daño—. Mi Eiji. —Así que hice lo mismo por él. Me encargaría de adorar cada una de esas heridas hasta convertirlas en brotes floridos.
—Aslan Jade Callenreese. —Mi hermano contuvo un sollozo—. ¿Aceptas a Eiji Okumura como tu legítimo esposo? —La corona me hizo cosquillas contra la frente, no pude quitarle mi atención de encima. Mis latidos eran sinfonía prohibida y sus caricias gloria de azafrán.
—Acepto. —Apreté sus manos con fuerza, dejando que todo lo que él significaba se deslizase por cada grieta.
—Eiji Okumura. —Su sonrojo me robó el corazón por millonésima vez—. ¿Aceptas a mi hermanito como tu legítimo esposo? —Nuestras zapatillas se empaparon con el desborde del lago, aunque ambos estábamos vistiendo de blanco con esas mugrientas camisetas, esto fue mejor que cualquier traje de sastre.
—Acepto. —Lo amaba, lo amaba tanto. Sabía que las personas no venían al mundo en dos pedazos, sin embargo, sentía que moriría sin él. Él era mi alma entera.
—Por el poder que me confiere una certificación online que encontramos gracias a Wikipedia. —Benditos fuesen mis 200 puntos de IQ—. Los declaro legítimamente casados. —Nuestras coronas de flores se enredaron cuando nos acercamos para besarnos, reímos, completamente nerviosos y ruborizados.
—¿Qué le dirás a Ibe ahora, onii-chan? Su hija virgen terminó casándose a escondidas con una estrella de rock. —Él enredó sus brazos alrededor de mi cuello, sus toques fueron aleteos de mariposas. Sus sonrisas mezcolanza meliflua.
—No tan virgen ya. —Amaba ese jodido descaro, me encantaba absolutamente todo de él. Esta vida no sería suficiente para darle todo lo que yo era.
—Vaya, no sabía que eras tan atrevido. —Presioné mis palmas contra su espalda, las luciérnagas colorearon una infinidad dentro de esos grandes ojos cafés—. ¿Acaso me estás seduciendo? —Los adoraba porque también cambiaban cada vez que los miraba, como si ocultasen el secreto más grande del universo o el alma más hermosa jamás transcrita. Pero de esa manera era.
—Aslan. —Mi nombre se deslizó por su lengua para hacerlo mío—. Solo bésame.
Oh.
Y lo besé durante toda la noche.
Y aunque era ridícula la idea de que él se hubiese convertido en mi todo, él me dejó con ese todo un poco más.
Datos randoms que amo contar. Yo soy muy tajante con la paternidad, jamás voy a andar justificando la neglincia porque sé lo importante que es el apego y cómo repercuten en la contrsucción de un niño y su personalidad. Pero gracias a la practica he podido ver muchas otras realidades, duras, muy duras. Donde hay padres que genuinamente se arrepiente de lo hecho o tal vez de verdad no saben hacerlo mejor y cambian, y he visto esos cambios en personas de las que jamás lo hubiese esperado, so Jim no es un santo, nada borra lo que hizo, yo odio al personaje. Pero la gente cambia, y hay padres que aprenden a mejorar con al edad. Nada borra el daño, sin embargo, la idea no es quedarse pegado. Eso, son experiencias que me han marcado mucho, ver tantas realidades es fuerte. Muchas gracias por leer.
¡Cuidense!
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