Capítulo 18.
¡Hola mis bonitos lectores! Llevo como 30 horas consecutivas revisando pruebas que ni son mías porque no sé decirle que no a los profesores, así que mientras mi unica neurona viva se ahoga en red bull preferí subir esto para ser feliz un rato. Este es mi capítulo favorito en la trama, era de los primeros que tenía planificado así que me da mucho amor, espero que les guste.
¡Muchas gracias por leer!
Me dejé caer contra la cama, el montículo de ropa llegaba hasta mis rodillas, la pestilencia de la colonia me revolvió las entrañas, apreté mi mochila contra mi vientre, nervioso. Shorter Wong me miró con una seriedad digna de un sicario desde el otro lado de la habitación. Tragué duro, esto realmente estaba pasando. El sudor me quemó las palmas, mis zapatillas pendieron encima de las chaquetas de cuero y los envases de Red Bull. Antes de conocerlo mi vida era una partitura en blanco cuyos acordes se profesaban quebrajados, la determinación en mis letras era trémula, la tonada de mi voluntad era desesperada, me concebía insignificante en ese pueblo sin nombre. Bastaron un par de meses para que él se hundiese en lo más profundo de mi corazón y me arrancase dichosa soledad como maleza. Eiji Okumura era el fulgor que este girasol marchito clamaba, él era mi sol.
¿Cómo era posible que lo adorase tanto? No era justo.
Lo único que podía hacer era anhelarlo.
—¿Llevas la música? —Me volví a sentar, la mueca de mi mejor amigo no cedió.
—Sí. —Él tensó los brazos alrededor de su vientre, el crujido que el closet soltó fue tenebroso, las luces estaban flojas.
—¿Lubricante? —Asentí—. ¿Condones XL?
—Fue lo primero que guardé. —Me aferré al morral como un niño emocionado. Sus pasos retumbaron contra las bolsas de takis y los empaques de Maruchan, él apoyó su palma encima de mi hombro, serio.
—Felicitaciones Ash Lynx. —Una lágrima se escapó hacia su mentón—. Esta noche te convertirás en un verdadero hombre. —Dejé escapar un gritito conmocionado contra la almohada, el corazón me retumbó en los tímpanos, la mochila terminó encima del montículo de chaquetas.
—No puedo creer que de verdad vaya a pasar. —Él se acomodó a mi lado, miramos el techo en busca de respuestas entre las grietas de la lámpara—. Estoy asustado. —Aunque musité aquello me fue imposible contener una estúpida sonrisa. Porque diablos, era del hombre más maravilloso del mundo de quien estábamos hablando.
—Cuéntame sobre eso. —Apreté los párpados con fuerza antes de negar—. ¡Vamos! ¡No seas aguafiestas! —Las linternas de papel proyectaron un brillo afuera de la ventana, una ráfaga revoloteó dentro del cuarto, la peste de esa colonia fue nauseabunda. Presioné el frasco de mariposas atrapado en mi pecho, quería que esto fuese perfecto, no había leído tantos mangas para nada.
—Es vergonzoso. —La ternura en su sonrisa fue casi paternal—. No voy a decirlo en voz alta.
—No te pongas tímido ahora, cruzamos ese límite hace rato. —La respiración me quemó la tráquea—. Yo te cuento hasta cuando me masturbo, nada puede ser peor. —Le arrojé un cojín con violencia, deseando que no lo hiciera. El mundo corrió a destiempo, mis latidos fueron un barco de papel en altamar.
—Yo... —Me esforcé para no mirarlo, la sangre me erupcionó, las mejillas me quemaron—. ¿Qué pasa si acabo gimiendo? —Me era inconcebible estar buscando consejos con este sujeto, sin embargo, era el maestro que encabezaba mi lista. Tan patético.
—¿Ah? —Él se inclinó en el colchón conteniendo una carcajada—. Amigo, vas a gemir. —Deseé que la tierra me tragase ante tan humillante conversación—. Es lo normal con el placer, así tu novio sabrá que está haciendo un buen trabajo. —Me ruboricé hasta las orejas ante la mera mención. Aunque ansiaba protegerlo me había vuelto codicioso, estaba agonizando por culpa de este amor, me hallaba envenenado y carecía de salvación.
—¡Pero en los mangas los hombres no gimen! —Él se frotó el entrecejo, clamando por paciencia—. Se supone que debo gruñir sexy o algo así. —Los envases de sopa chirriaron alrededor de las chaquetas.
—Fue mi culpa por hacerte leer tanto hentai, lo admito. —El bamboleo de sus zapatillas frenó contra el soporte de madera—. Pero es tu primera vez, probablemente sea torpe e incómoda porque ninguno sabe qué hacer, eso estará bien. —No pude moverme ante tan reconfortantes palabras.
—¡Pero! —Él me detuvo.
—Ash, no tienes que pretender ser alguien más para gustarle. —A pesar de esa desmesurada confianza estaba asustado—. Le será suficiente porque eres tú, tranquilo. —Porque mi corazón se encontraba en esas delicadas manos, era frágil e imperfecto, en un parpadeo se rompería.
—¿De verdad crees eso? —Lo aterrador era saber que con cada uno de esos pedazos yo lo amaría.
—Claro que sí. —Eiji Okumura era una conexión inquebrantable de alma gemela: única en la vida e imposible de olvidar. Estaba bien, era normal vanagloriar las expectativas para llevarlo hacia Nunca Jamás—. Deja de preocuparte por tonterías que viste en las películas porno.
—¡¿Quién diablos me hizo verlas?! —Esa tarde que estuvimos mirando filmes para adultos me gatilló un escalofrío, fue asqueroso, no obstante, me divertí. Bones se puso tan colorado que pensamos que tenía fiebre, acabamos arrastrándolo a urgencias bajo una tempestad con un dólar mojado en el bolsillo.
—Pero aprendiste. —Bufé, él se inclinó para darme los toques finales en el cabello—. Ahora te ves genial. —Una camisa negra con cuello alto sin mangas envolvía mi torso, mis jeans eran rasgados y desteñidos, los lentes de sol de mi mejor amigo pendían en mi cabeza. Tan James Dean. Me paré frente al espejo, sabiendo que me hallaba equivocado.
—¿Crees que Alex me preste su motocicleta? —No necesitaba lucir como el protagonista de rebelde sin causa cuando era el lince de Nueva York—. Quiero impresionarlo, es una noche importante.
—Se la devolviste con abolladuras. —Reí nervioso, por quedarme coqueteando olvidé ponerle el soporte y el vehículo terminó contra el pavimento—. Necesitarás muchos paquetes de takis para compensarlo. —Pero no fue mi culpa, la belleza de mi novio era jodidamente descarada. ¿Quién lo mandaba a lucir tan lindo con esos ridículos pijamas?
—Luego de mi cita lo arreglaré. —Mañana sería la competencia deportiva—. ¿Tienes todo lo necesario para animarlo? —Shorter asintió, su closet yacía atiborrado con carteles de Nori Nori y camisas de animadora. Porque estaba orgulloso de su vocación me aseguraría de ser el primero en gritarlo, él saltaba alto, más alto que nadie.
—Estaremos acaparando toda la grada con esto pero vale la pena. —Él me mataría cuando viese la gigantografía, no obstante, luego lo sobornaría con besitos. Sus labios sabían a miel y se derretían como chocolate, me encantaban—. ¡Ve por tu hombre!
—Gracias. —Moverse entre las chaquetas fue luchar en arenas movedizas—. Sigo nervioso, siento que voy a morir de felicidad.
—Me alegra verte tan emocionado por esto, ¿sabes? —Acomodé mi flequillo por millonésima vez—. Me tenías preocupado, llegaste extraño de la reunión con el director. —Mis movimientos cesaron. Perecí en una remembranza brumosa, varado. Lo miré sin ser capaz de sostener una fachada, no me quedaban suficientes pedazos.
—No recuerdo mucho del evento. —Era verdad, lo último que supe fue que me hallaba en el auto con Max, él había llorado—. Creo que bebí demasiado. —Pero a veces las memorias llegaban de golpe, podía recordar escenas con una grotesca nitidez, el diseño del papel tapiz en la habitación del hotel, el aroma a Old Spice revolviéndome las entrañas, sus jadeos contra mi oreja. En otros solo era capaz de percibir mi propio terror.
—Oye... —Prefería no pensarlo—. Ya hemos hablado de esto pero no me puedo quedar callado. —Porque si no lo miraba no era real y qué terrible sería confrontarlo—. Si ese degenerado te está forzando a algo puedes contarme. —Y de repente quise llorar.
—¿A mí? —No sabía lo mucho que necesitaba de esas palabras hasta que me fueron obsequiadas—. Pero soy un hombre, esas cosas no pasan. —Él me golpeó con fuerza—. ¡Cuidado! ¡Soy una persona delicada! —Él me arrojó una almohada contra la cara.
—¡Eso es irrelevante! —Él se plantó frente a mí—. Si me entero de que ese sujeto te hizo algo y no me contaste te patearé el trasero y luego reuniré a Fish Bone para quemarle la casa al director. —Reí, sabiendo que él era capaz de semejante imprudencia porque le importaba.
—¿Y si te expulsan? —Él bufó, acomodando los lentes de sol entre mis cabellos.
—Entonces quemaré la universidad entera. —Alcé una ceja, divertido.
—¿Eh? No sabía que eras un pirómano.
—No sabía que te aterraban tus propios gemidos. —Fruncí el ceño pero no me enfadé.
—Tienes un punto. —Tomé la mochila del piso, bañándome en esa masculina colonia una última vez—. Gracias. —No tuve el coraje para decirle más, no esta noche—. Hablemos de eso luego de la batalla de bandas. —Sin embargo, él me apoyó como una familia debería hacerlo, con los ojos cerrados y los brazos abiertos.
—Suerte. —Ni siquiera le pude expresar lo reconfortante que fue para el niño perdido ser escuchado.
Bajé la luna por una sonrisa, crucé altamar en el cielo, pesqué estrellas y las dejé caer en el pozo de los deseos.
Me subí al autobús con la cordura olvidada en Cape Cod. Me aferré a la mochila, quería que él descansase junto a mí y arrojase todos sus pensamientos al océano, anhelaba levantar sus anclas para que nos pudiésemos perder en el mar. Apoyé mi cabeza contra la ventana, sabiendo que mi alma yacía oculta en Nueva York, esperando que él se la llevase a casa. ¿No era insólito? Bastaba una de sus miradas para que el mundo se congelara, las palabras eran insuficientes y el tiempo una sátira en tan meliflua conexión, lo más cercano que podía entregarle era un «te amo», sin embargo, era torpe y seguía gateando. Estar enamorado era abrumador. La mandíbula se me cayó cuando lo encontré frente a la biblioteca pública, como si nos hubiésemos coordinado él me estaba esperando con un infame suéter blanco de cuello alto sin mangas y unos jeans doblados, apreté la correa de mi bolso, era un atuendo de pareja y él lucía tan bonito que quería llorar. Era ridículo que un ser humano fuese así de maravilloso. Pero de nuevo, acá estaba Eiji Okumura desafiando mi realidad.
—¡Ash! —Aunque atesoraba cada una de sus sonrisas en un muestrario mental la que más adoraba era la que aparecía junto a mi nombre. Era más relajada que un día de playa pero tan cautivante como una aurora boreal, este era un suceso inolvidable e indescriptible, tan cotidiano que lo contemplaba a diario y aún así lo pretendía vislumbrar durante mi eternidad.
—Eiji. —Él se sonrojó y a mí me saltó el corazón—. ¿Esperaste mucho? —Me encantaban esos ojos, si la libertad tuviese un color sería este. Era resplandeciente, adictivo y letal. Era paralizante sentir tanto.
—No. —El flequillo se le alborotó bajo la brisa primaveral, el arete de obsidiana chispeó contra los postes de luz, la ciudad fue irrelevante—. ¿Estás seguro de querer esta cita? —Asentí, relajado. Acomodé mi palma alrededor de su cintura, el toque fue natural y aterciopelado, me atreví a ir más allá presionando un beso en su mejilla.
—Tú querías ver esta exhibición de fotografías, ¿no? —Él bajó el mentón con una timidez adorable.
—Sí pero no quiero que te aburras. —Y yo perdí la razón—. Podemos hacer otra cosa todavía. —Su voz retumbó entre mis pensamientos, mi alma se destiñó para que grabase este momento, con las risas de los transeúntes de fondo y el aroma a libros cosquilleando en mi nariz.
—Quiero conocer este lado de ti. —Traté de organizar mis palabras para murmurar lo correcto—. Pareces disfrutar ayudando a Ibe, solo... —Él me abrazó por la cintura—. No lo sé. —Haciéndome saber que no era necesario que las encontrase al ya haberlas transmitido.
—Gracias. —Y fue así de simple, a veces la belleza era de esta manera—. Me haces muy feliz, Ash.
—Fuiste tú quien aceptó venir a una cita antes de la competencia. —No en el sentido habitual o explicable, sino asociado a una reconfortante infinidad, uno que inducía miedo pero no lo suficiente para retroceder, al contrario, era esto lo que me impulsaba a continuar—. Me aseguraré de que pases la mejor tarde de tu vida, onii-chan .—Era la magia de estar dentro de un sueño despierto, era bajar las estrellas para mi pozo de deseos.
Lo único que entendía era que él me fascinaba.
Subí al sol por un suspiro, conté sus pétalos en una cascada de llamas, robé flores amarillas y las planté dentro de mi corazón.
Mi lugar favorito era la biblioteca pública de Nueva York, la paz que desprendían sus estantes era sublime, sus ventanales se caracterizaban por una imponente fragilidad, las obras en sus techos transmitían una serenidad inefable. Me agradaba escaparme para estudiar ahí, el problema era que esos infames ojos cafés no me dejaban concentrarme y acabábamos pateándonos debajo de la mesa en un coqueteo o tomándonos las manos alrededor de las lámparas. No era nuestra primera cita aquí pero sí asistiendo a una exhibición. El salón que arreglaron era elegante, decenas de fotografías urbanas se hallaban acomodadas en marcos dorados y murales dignos de antaño, los murmullos fueron suaves, las luces se hallaban bajas. Nos detuvimos frente a la primera corrida, curioso ¿verdad? Fue este chico quien convirtió esta mugrienta metrópolis en mi hogar, él me hizo profesarme humano al acogerme todavía ahogado. Y era extraño empezar a tomar rumbo cuando mi mástil se concebía quebrado, sin embargo, estaba dispuesto a perderme solo para volver a encontrarnos.
—Realmente me gusta Nueva York. —La imagen que estábamos contemplando era tan normal que me resultó aburrida, rascacielos infinitos y calles de contaminación—. Es diferente a mi pueblo natal. —Solo que...
Era especial porque a él le gustaba.
—¿Gizmo? —Él carcajeó entre dientes.
—No. —Nuestros dedos se entrelazaron con suavidad—. Eso es de los Gremlins. —Bufé, había olvidado que era un sabelotodo desde que le compré los volúmenes completos de plaza sésamo—. Es I-zu-mo. —Me paré frente a él.
—Izumo. —Repetí.
—¡Sí! ¡Sí! —Él me aplaudió—. Hay ocho millones de dioses en Japón, incluso hay uno para los baños y uno que te hace pobre. —Sonreí, presionando un beso contra esa matita abenuz. Caminamos para admirar las demás fotografías sin podernos arrebatar la mirada de encima. ¡Pero vamos! ¿Había algo más bonito que el brillo en sus pupilas? Lo dudaba.
—Espero que no me visite. —El desinfectante de lavanda se perdió bajo tan seductora esencia, sabía que era la reminiscencia del shampoo, sin embargo, me embriagaba—. Japón, ¿eh? Me gustaría ir algún día. —Nuestras caricias fueron pétalos de girasoles en esta tempestad, las chispas danzaron en una dulce irrealidad.
—Me encantaría llevarte. —Él se acomodó un mechón detrás de la oreja—. Seguro que todos se sorprenden, mi hermana pequeña incluso se desmayaría. —Sus brazos trazaron medio círculo antes de enredarse en mi cuello.
—¿Qué demonios es eso? —Ambos reímos, sabiendo que no le estábamos prestando verdadera atención a la exhibición con tan implacables coqueteos.
—Pero aunque me gustaría llevarte, prefiero que vivamos aquí. —Y fue lindo saber que él también estaba planificando un futuro melindroso contra el as del destino—. Nueva York es especial para mí.
—Pienso lo mismo. —Pescamos estrellas como si fuesen eternas, desafiamos a lo imposible con un paraguas quebrado cuando seguía la tormenta—. Eiji... —Perdimos el vagón del tiempo sabiendo lo caprichosa que era la felicidad, a veces se quedaba un instante.
—¿Sí? —Otras veces se aferraba una vida—. ¿Pasó algo? —Me acaricié la nuca, constipado. Era extraño preocuparse por esta clase de detalles, era tan...
Normal.
—La otra semana Jessica quiere organizar una salida a Central Park, dijiste que querías hacer una sesión ahí ¿no? —Fue tonto e imprudente, no obstante, fue lo correcto siendo dos adolescentes enamorados.
—Solo si eres mi modelo, necesito de mi musa para mantenerme inspirado. —Me deslicé hacia su cintura, él se alzó en la punta de los pies para que nuestras frentes se rozaran, no nos despegamos pero seguimos caminando—. ¿No les molestará que vaya? No quiero incomodar.
—Por favor, Michael te adora. —Su nariz se movió como la de un conejito en una risilla contenida—. Siempre pregunta por ti, te tiene favoritismo. —Sus yemas fueron electricidad líquida directo a mi columna vertebral, me fascinaba esta cercanía, él era mi lugar de seguridad. Las luces titilaron, apoyé su espalda contra uno de los pilares de cemento.
—Parece gustarte la familia de Max. —Bajé la barbilla, apenado.
—Es un buen padre. —La melancolía me tiñó de azul mientras la lluvia me rebalsaba—. Me hubiese gustado tener algo así... —El pensamiento escapó bajito, casi con temor a ser pronunciado, pero los hijos no elegían someterse a la crueldad adulta—. Es tonto, lo sé. —Los recuerdos no deberían tener aroma a cigarrillos ni sabor a negligencia, sin embargo, los tenían.
—Claro que no lo es. —Él acunó mis mejillas—. Si te lástima es importante para mí. —Él me sostuvo como si su mundo entero le cupiese entre las palmas—. Deja de menospreciar tus problemas así, Ash. —Y yo se lo creí.
—Es raro considerando que tiene la edad de Griffin. —Mi perdición se selló apenas me derretí en tan comprensivo mohín—. Pero mi papá es una basura, no puedo evitar compararlos. —Aunque el amor venía en frascos de diferentes colores el nuestro estaba repleto de transparencia, sería una burla siquiera pensar en contener una vitalidad tan implacable como la que nuestros corazones goteaban—. Yo lo haré mejor.
—No lo dudo. —Él plantó una infinidad de girasoles con sus labios en mis mofletes—. Tendremos muchos hijos y todos creerán que eres el mejor papá del mundo. —Y me reí. Era impresionante la cantidad de emociones genuinas que él gatillaba, ni siquiera me di cuenta de cuándo dejé que se cayese la máscara.
—Vaya onii-chan. —Me deslicé hasta sus caderas—. No sabía que me traías tantas ganas. —Encandilado. Él tiritó frente a tan desvergonzadas caricias, tratar de huir hacia una fotografía fue burdo estando enredados.
—Lo dice el que está manoseando mi trasero. —Él alzó una ceja y yo fingí inocencia—. ¡Ash! ¡No lo aprietes más fuerte!
—Conocías el riesgo de seducirme pero de todas maneras te pusiste esos pantalones —¿A quién engañaba? Él podría usar un saco de mimbre y yo seguiría babeando—. Soy una simple víctima aquí. —Él infló las mejillas, indignado. Pude escuchar a su corazón arremeter dentro de mi pecho, busqué el mío, desesperado, no obstante, me hallaba vacío.
—Te aprovechas. —Porque él se lo había robado—. Aunque me gusta seguirte el juego así que está bien. —Tirité, ahora eran sus palmas las que me recorrían. Ese jodido descaro me encantaba. No sabía lo mucho que anhelaba vivir hasta que él me mostró lo muerto que me profesaba, fue violento tener que confrontar esta majestuosa gama de inspiración, no obstante, me ayudó a entender el por qué mi hermano me envió a Nueva York.
—¿Quieres ir a comer algo? —El atardecer nos envolvió, la música de fondo fue delicada—. ¿O prefieres que te coma a besitos acá? —Él sonrió apenado antes de ocultarse en el hueco entre mi cuello y mi hombro.
—Ambos. —Y yo me volví a enamorar.
Navegué en un prado por un sonrojo coqueto, recolecté gotas en maceteros descoloridos, sembré flores anhelando alcanzar las profundidades de su corazón.
Terminamos sentados en las escaleras de la biblioteca devorando hot dogs, la brisa fue salada, el picor de los condimentos estimulante, la tranquilidad de Nueva York ilusoria. Lo miré por el rabillo del ojo para caer embelesado, Eiji se había apretado la nariz mientras lloriqueaba por la mostaza, el rosáceo fue omnipotente a causa de la irritación, su puchero fue lindo, tan encantador. Una llovizna apenas perceptible nos golpeteó, fue mágico. Éramos un cóctel de inexperiencia, juventud y pasión. Éramos eso que carecía de palabras pero las estaba tratando de encontrar con una canción.
—¿Estás nervioso por la competencia de mañana? —El vapor del pan me cosquilleó bajo la nariz, coloridos paraguas de plástico empezaron a florecer en las calles, no hacía frío.
—Bastante. —Sus zapatillas se aporrearon contra el escalón inferior—. Siento que tengo toda la presión del equipo sobre mis hombros, estoy aterrado. —Mi mochila pendió desde mi espalda hasta el concreto, las flores se mecieron bajo el viento. Él tomó una profunda bocanada de aire—. No quiero que mi familia me llame, sé que me alterará. —Apreté su mano, suavecito.
—Eiji...
—Eso me hace un hijo terrible, odio sentirme así. —Él se estaba rebalsando—. Además, no quiero tomar los estimulantes que ofrece el entrenador así que no lo sé. —Como si fuese su lugar seguro él se dejó caer encima de mi hombro—. Mi único consuelo es que estás tú para soportar mis quejas. —Tratando de construir un refugio lo abracé. Éramos dos idiotas bajo una naciente lluvia.
—Claro que lo estoy. —El pavimento adquirió un fulgor etéreo bajo dichosa tempestad, la estridencia del tránsito fue muda—. En las buenas y en las malas. —Nuestras rodillas se tocaron en un jugueteo, una risilla se esfumó contra la ráfaga.
—Lo haces sonar como si estuviésemos casados. —Ambos nos ruborizamos—. Es lindo. —Pero no nos apartamos, apenas cabíamos bajo ese toldo improvisado, aunque sería más sencillo refugiarse en la soledad estamos juntos confrontando esta borrasca.
—Supongo que sí. —Olfateé sus cabellos más de lo que debería—. Tendrás que esforzarte para proponerme matrimonio, onii-chan. —Él se levantó de manera violenta.
—¿Yo te tendré que proponer? —Le di un mordisco a su hot dog para acabarlo.
—Claro que sí. —Me limpié con la servilleta—. Soy difícil de conquistar ¿sabes? Así que espero algo grande. —Él frunció el ceño y apretó los puños—. Con una serenata y todo. —Esa sonrisa astuta me erizó la cordura. La lluvia se acribilló en los bordes de la vereda para formar un río, las colillas centellearon simulando peces.
—Bien, te cantaré nuestra canción hasta que aceptes. —Alcé una ceja, divertido.
—¿Tenemos una canción?
—Claro que sí. —Su risita me derritió la voluntad, fue hipnótica y melódica—. ¿Quieres escucharla? —La garganta se me cerró con cosquillas, asentí. Él carraspeó, una niebla de seducción le acarició los labios antes de que empezase a entonar—. Oh my darling, oh my darling. —Parpadeé, atónito—. Oh my darling, Clementine.
—¡Eiji! —Aunque le pellizqué las mejillas él no dejó de carcajear—. ¡Has hablado demasiado con Max! ¡Te prohíbo que esa sea nuestra canción! —Él aleteó esas tupidas pestañas fingiendo inocencia.
—¿Por qué, cariño? ¿No quieres bailar esto en nuestra boda? —Inflé los mofletes y arrugué el entrecejo—. ¡Oh! No te preocupes, puedo cantártela hasta que se te quite el enojo. —Él se paró en la escalera ganándose la atención de los transeúntes—. You were lost and gone forever. —Me levanté para callarlo—. Dreadful sorrow, Clementine!
—¡Ya entendí! —Me calcinaron las orejas por culpa de la humillación—. Yo te propondré matrimonio, ¿feliz? —Y ambos carcajeamos por lo estúpida que fue esta discusión. Maldición lo amaba tanto, lo envolví por la cintura antes de alzarlo bajo la lluvia, su silueta se delineó con una impresionante sensualidad en ese suéter blanco.
—¡Ash! ¡No seas infantil! —Lo giré como si bailáramos en esas escaleras, las gotas delinearon su flequillo para colorear sus mejillas y perderse en las arrugas de su sonrisa—. Nos vamos a enfermar. —Lo acerqué para besarlo innumerables veces durante esa danza—. ¡No! ¡Sabes a mostaza! —Fuimos incapaces de apartar la mirada aunque estábamos empapados.
—¿Es así? —Lo besé mucho más—. Entonces este debería ser nuestro sabor, haremos con mostaza nuestro pastel de bodas.
—¡Ash! —Y el mundo fue perfecto aquí y ahora.
Porque estaba a su lado.
Llegamos a los dormitorios en un santiamén, me encantaba su cuarto, aunque era pequeño y simple estaba repleto de él. Un llamativo mosaico con nuestras fotografías adornaba la pared, decenas de cámaras entremezcladas con implementos deportivos caían del closet, una gigantesca colección de plaza sésamo relucía en los estantes. Nos preparamos para dormir sin mirarnos, estábamos nerviosos pero no desciframos la razón. Tragué con amargura, sabiendo que aquello era mentira, era un codicioso perdido en la tentación. Me removí entre las sábanas, hiperventilado. Las luces estaban apagadas, sus latidos retumbaron en mis tímpanos, nuestras piernas se enredaron con timidez. Me acerqué despacio. Me tuve que retorcer para que nuestras alturas calzaran, sostuve su mano mientras él me delineaba. Era extraño, querer que alguien me tocase de esta manera, sonreí, apenas podía creer la suerte que tenía.
Era el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra.
—Eiji... —No supe que la voz me podía temblar con tan pocas palabras hasta esa noche.
—¿Sí? —Contuve un jadeo cuando me percaté de que una de las imágenes en el mosaico tenía a Ibe, lamentaba estar a punto de profanar a su hija virgen, más tarde me disculparía.
—¿Quieres hacerlo? —Arranqué la pregunta como si fuese una curita—. Tener sexo conmigo. —Él enrojeció con ferocidad y se encogió entre las sábanas.
—C-Claro. —Una carcajada nerviosa me cosquilleó en el cuello—. ¿Cómo lo hacemos? ¿Me quito la ropa? —Oh, Dios. Realmente estaba pasando. Me paralicé sin siquiera acariciarlo, apreté los párpados con fuerza y asentí. Al parecer el legendario encanto del lince de Nueva York no le quitaba lo virgen.
—S-Seguro, yo haré lo mismo. —Nos golpeamos la cabeza al apartarnos con violencia, dándonos la espalda nos empezamos a desvestir, tragué duro. La sangre me ardió, los nervios me cerraron la garganta. Debía calmarme pero había olvidado cómo respirar, mi pijama cayó—. ¿Estás listo? —La situación era tan ridícula que no sabía si reír o llorar. Estaba temblando.
—Sí. —Me di vueltas—. ¿Qué tal? —Quedamos en pura ropa interior.
—Oh... —Lo repasé—. Pensé que tus calzoncillos serían de Nori Nori.
—¡Ash! —Él me aventó una almohada, humillado—. ¡Estoy tratando de crear un ambiente! —Caí de bruces contra el piso, saqué las cosas de la mochila en un estado de caos.
—¡Yo también! —Me volví a acomodar encima de la cama—. Pero tengo miedo de que esto te desagrade. —Y solo cuando me quebré entendí que realmente estaba aterrado—. Quiero que sea especial. —Porque esta era la primera vez que siquiera pensaba en entregarme a alguien más, él ya tenía mi corazón y mi alma, si le daba mi cuerpo—. No quiero que me odies si te desagrada. —Que por favor me quitase mucho más.
—Aslan... —Fue en ese entonces que me di cuenta que él también estaba tiritando—. Mi dulce Aslan. —Él apartó mis puños de las sábanas para llevarlos hasta su pecho, la estridencia de sus latidos fue abrumadora—. Es lo mismo para mí. —Lo acerqué, deseando que él pudiese sentir lo extasiado que me profesaba sin utilizar las palabras, la realidad no era suficiente—. Estoy tan nervioso que quiero desaparecer, eres el primero así que... —Elevé su mentón.
—Tú igual. —Y de repente, todos esos consejos y preparación me parecieron una estupidez—. Te amo. —Porque lo único que importaba era que estaba haciendo esto con él—. Mi Eiji. —Él se rio entre dientes, entrelazando nuestros dedos en la oscuridad. Ahora que lo tocaba no ansiaba que me soltase jamás.
—Yo te amo más. —Fue natural—. Americano tonto, me pusiste ansioso por nada. —Era asombroso acariciar a otra persona cuando era consensuado. El corazón me burbujeó, un traqueteo retumbó en mi cabeza—. Solo para que sepas, sí tengo calzoncillos con Nori Nori. —Y reímos porque esto era fácil. Él se sentó a horcajadas en mi regazo.
—Lo sabía. —La piel me hormigueó—. Conozco a mi futuro esposo. —Sus manos fueron fuego contra mi espalda. Traté de mantener la compostura, sin embargo, esos delirantes ojos cafés me habían atrapado.
—Aslan... —Nuestros alientos se fundieron, sus pestañas aletearon encima de mi nariz, tan cerca. Estaba nervioso—. ¿Qué esperas para comerme a besos? —Nervioso y tentado.
—A tus órdenes, onii-chan. —Tentado y enamorado.
Más que encantado perecí.
La dulzura de ese beso me convirtió en un adicto, sus curvas fueron mi lienzo en tan candorosas caricias, sus latidos se agolparon en mi pecho, él se aferró a mi nuca mientras sucumbíamos a la pasión. Fue húmedo y chispeante, el vaivén entre nuestras lenguas fue torpe, él jadeó y yo le pedí más. Nos derretimos ante semejante codicia, sus muslos se tensaron a los costados de mi torso, el ardor fue insoportable. Un cosquilleo eléctrico me abofeteó la razón, fue lento e implacable. Ahuequé sus mejillas para profundizar aún más, me ahogué en su boca hasta que perdí el nexo con la realidad, sus yemas se crisparon encima de mis hombros, la excitación fue inefable. La oscuridad me mareó. La imagen que me recibió al apartarme fue surreal. Aquí estaba el infame Eiji Okumura: con el cabello convertido en un desastre esponjado, con la boca completamente hinchada, con un brillo deseoso chispeando en las pupilas y los pezones erectos por culpa mía. Sexy. ¿Cómo era posible que fuese tan jodidamente caliente y adorable al mismo tiempo? No lo pude soportar, una dolorosa erección se hizo presente en mis calzoncillos, él lo notó cuando se volvió a acomodar, enrojecí. Era vergonzoso ser un inexperto.
—Lo siento. —Pero él plantó un beso contra mi nariz como sino fuese la gran cosa.
—No te preocupes. —Porque no lo era. El fulgor de la luna le confirió un aura celestial—. Yo estoy igual. —Él era precioso.
—Eiji... —Él era absolutamente perfecto, desde ese rebelde mechón que jamás cedía al fijador hasta esa cicatriz que le quedó en el tobillo por un entrenamiento, me encantaba todo de él—. ¿Estás seguro? —No le cambiaría nada. Hubieron chispas en su mirada y fuego en sus toques.
—Solo porque eres tú. —Él sabía qué decir para hacerme perder la cordura—. Te amo y... —Él sonrió, memorizándome como si fuese una obra digna de ser admirada—. Eres tan bonito Aslan Jade Callenreese. —Lo que era ridículo, por supuesto, porque si hablábamos de belleza él se llevaba los premios.
—Tú eres bonito Eiji Okumura. —Lo acaricié con ternura—. Tanto que no lo puedo creer. —Si hubiese sabido que sería así de dichoso lo habría encontrado una vida antes.
—¿También estás seguro? —Por eso me prometí encontrarlo durante todas las siguientes para volvernos a enamorar. Ambos quedamos expuestos frente al otro, a pesar de la oscuridad pude vislumbrarlo a la perfección. ¿Cómo no hacerlo? Él era mi sol, su fulgor fue abrumador.
—No te imaginas cuanto lo he esperado.
Porque era él era especial.
Con las palmas temblorosas él me bajó el calzoncillo para liberar mi erección, una explosión de placer me aturdió. Me estremecí, él repartió una infinidad de besos en mi pecho para que me relajase, él me hizo profesar querido y seguro, cómodo. Él se deslizó por la extensión de mi pene con una lentitud tortuosa, me maldije conteniendo un gemido. Un ardor insufrible estalló, el goce fue desmesurado, tan delicioso, la sangre me hirvió mientras sus labios se derretían como azúcar contra mi cuello y su palma me masturbaba, era pequeña y calentita, se sentía increíblemente bien. Él aumentó la intensidad para estimularme, fue irreal. La presión fue insoportable. El aire se perdió, caí encima de su hombro intoxicado. Sus dedos recorrieron desde la punta de mi miembro hasta mis testículos, él sonrió con picardía mientras yo me drogaba por esas caricias.
—Sí son rubios ahí abajo. —Él no tuvo piedad.
—¡E-Eiji! —Solo me corrí.
Un instinto depredador despertó tras verlo con la mano empapada de mi semen, lo recosté contra la cama para tomar el dominio de la situación. Un torbellino de emociones nos envolvió en este intercambio de euforia. Bajé hacia sus caderas para quitarle la ropa interior, tragué duro, nervioso al jamás haber hecho una mamada. Él se ruborizó hasta las orejas cuando besé la punta de su pene, pensé que sería extraño, sin embargo, fue perfecto, porque todo acerca de este hombre lo era. Él estaba palpitante y necesitado, líquido preseminal goteó suplicante, tan adorable. Sin quitarle la vista de encima empecé a lamer su polla, él apretó las sábanas y suspiró. Maldición ¡Hasta sus gemidos eran bonitos! Sus muslos se tensaron, aumenté la intensidad de la estimulación. Él se retorció por el placer y a mí me encantó. Metí su miembro en mi boca, curvé mi lengua en la punta antes de descender hacia la base, él se crispó pero ni siquiera se pudo levantar. Estaba indefenso, retorciéndose y gimiendo. La excitación nos agobió.
—¡A-Ash! Voy a... —Pero no me quise apartar—. ¡Ah...! —Cegado por el placer me tragué su esencia, era amarga y espesa, fue exquisita.
—Eres delicioso.
Atesoré cada rincón de su cuerpo con besos, saborear sus pezones fue un deleite mortificante, me encantaba que él me suplicase mientras los lamía, restregamos nuestras caderas en un derroche de lujuria, mordí su aréola hasta teñirla de tentación. La expresión que él me ofreció fue endemoniadamente erótica, como si yo fuese el único que pudiese satisfacerlo, como si él solo me pudiese desear a mí. Me hundí en la locura dejando chupones en su piel, nunca antes me había sentido tan bien, el sudor nos perló, la habitación se llenó de jadeos húmedos, una sinfonía lasciva retumbó bajo la estridencia de mi corazón. Bajé otra vez, mordí el interior de sus muslos y eso lo avergonzó, lindo. Fue violento descubrir el desmesurado placer que conllevaba este tornado de sensualidad, él estaba calentito, su silueta fue una oda para la obscenidad. Lo anhelaba, clamé por más. Vertí el lubricante entre mis dedos, la sensación fue fría y pegajosa. Fue destructivo. Separé sus nalgas para poder dilatar su entrada, era rosada y estaba mojada por el orgasmo previo.
—Si te llego a lastimar detenme. —Sus ojos estaban cristalinos, su aliento pendió contra la oscuridad.
—Esto es vergonzoso. —Él dijo eso pero era yo quien tenía una erección, estaba completamente excitado por él—. No es justo que te veas genial hasta en esto. —El sudor lo bañó de dorado, las marcas de mis besos fueron constelaciones perdidas. Y yo me reí, recordando que esto me fascinaba porque era con él.
—Eiji... —Besé sus muslos para captar su atención—. Me traes completamente loco. —El calor me quemó hasta las orejas cuando nos miramos—. Eres maravilloso. —Diablos, ¿había algo más majestuoso que esos grandes ojos cafés? Sabía que era el efecto del placer, sin embargo, estos lucieron más vastos y líquidos bajo el brillo de las estrellas.
—Aslan... —Más Eiji Okumura—. Esa debería ser mi línea. —Y eso me hizo amarlo un poco más.
—¿Estás listo? —Él separó las piernas como respuesta y yo no pude evitar apretarle las nalgas. Inserté uno de mis dedos en su entrada, él se sobresaltó—. ¿Duele mucho? —Su respiración escapó en ráfagas entrecortadas, me incliné para poderle dar la otra mano. Su interior era caliente y palpitante, estaba al borde de la euforia.
—Sí. —Con lentitud me moví para que se acostumbrara—. Aslan. —Nunca deseé tanto a alguien como lo hice esa noche—. Bésame.
Completamente hipnotizado lo obedecí.
Nos besamos con desesperación, el cuerpo me ardió en un doloroso cosquilleo, fue venenoso e implacable, metí un segundo dedo, un jadeo se ahogó, sus uñas se clavaron a mi espalda. Adicción y tentación. Él separó aún más las piernas cuando ingresé un tercer dígito, ambos nos profesamos encendidos e impacientes, aferrados al otro. Sus caderas se restregaron contra las mías, su lengua me emborrachó, perdí la respiración. Me convertí en electricidad bajo tan aterciopeladas caricias, esto se sentí bien. El espasmo fue delirante. Su erección hizo fricción contra la mía, fue caliente. El instante se quemó a fuego lento en mi corazón, porque a pesar de la incertidumbre que el destino nos deparaba este momento sería eterno en mis memorias. Esta noche siempre sería especial, donde sucumbimos en la piel del otro y nos derretimos frente al candor. Me desbordé en la felicidad.
Solo me hundí en él.
—¡Ah...! ¡Aslan! —Él apretó mi erección con un descaro arrebatador.
—E-Eiji... —El placer fue indescriptible. Él estaba caliente y estrecho, tanto que enloquecería—. Voy a moverme. —La presión en mi pene fue exquisita, arremetí, cada estocada fue un carnaval de locura.
—¡A-Aslan! —Él se aferró a mi espalda y enredó sus piernas entre mis caderas.
Me dediqué a contemplarlo antes de besarlo, el resplandor en sus ojos fue la envidia de las estrellas, sus labios estaban entreabiertos, sus mejillas se hallaban completamente ruborizadas a causa de la excitación. Fue demasiado para ser verdad, sin embargo, lo era. Me moví con mayor intensidad, apretando su mano, él exigió más al restregarse con lascivia, estábamos completamente desnudos entregados al otro. Compartimos otro beso, fue imposible de soportar. El dulce néctar en su boca, su pecho acribillado contra mis latidos, su interior recibiéndome hambriento, sus jadeos cuando encontré su punto de placer. El tiempo se paralizó, no pude enfocarme más que en Eiji Okumura mientras era víctima de un orgasmo. Un escalofrío de goce me azotó como si fuese un rayo. Maldición, jadeé sobre él, estimulando su erección para que ambos nos corriésemos al mismo tiempo.
Sucumbimos.
—Eso... —Nos acurruqué con la sábana, quedamos hechos un desastre, el semen escurrió desde su trasero hacia sus muslos, pero él no me quiso apartar—. Fue increíble, Ash. —Y en ese momento decidí perecer, porque sabía que mi corazón se encontraba descansando aquí, congelado en el tiempo durante el resto de mi existencia.
—Lo fue. —Besé esa matita abenuz con ternura. Nos acomodé para que hiciésemos cucharita, aunque me gustaba ser la pequeña esta vez quería que fuesen mis brazos los que lo protegieran—. ¿Tienes sueño? —Él negó.
—¿Por qué preguntas? —Y yo enrojecí de pies a cabeza.
—Estaba pensando que podríamos hacer otra ronda.
—¡Ash! —Él reclamó, sin embargo, no tuvo la fuerza para apartarme, tan solo se dejó caer contra mi pecho, como si mis latidos pudiesen silenciar la realidad para mantenernos en esta fantasía. De repente estar enamorados parecía ser insuficiente para semejante conexión de almas—. Gracias por venir a hacerme compañía, realmente te necesitaba acá. —Entrelazamos las manos bajo la complicidad de la oscuridad.
—Dijiste para siempre, ¿verdad? —Me aferré a él como si quisiese impregnarme de su esencia, era tan puro y adorable—. Eiji... —Deseé encontrar las palabras correctas para expresarle lo mucho que él significaba.
—¿Qué ocurre? —Pero estas no existían, porque nada sería lo suficiente para plasmarlo.
—Te amo mucho. —Así que por el momento estas tendrían que bastar—. Sé que lo digo bastante pero siempre es en serio. —Él me sonrió, dándose vueltas para poder juntar nuestras frentes en una inocente caricia.
—Lo sé. —Suspiré, encerrándolo entre mis brazos—. Yo también lo digo en serio. —Deseando que esta noche durase una eternidad.
Es un capítulo super meh pero es mi favorito, nunca sé por qué pasa, siempre me gustan los capítulos medios nada, pero fui muy feliz escribiéndolo y editándolo. Muchas gracias a las personas que se tomaron el cariño para leer.
¡Cuídense!
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