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Capítulo 13.

¡Hola mis bonitos lectores! Lo que originalmente tenía planeado para este capítulo abarcaba tanto que acabo siendo dividido en dos pero quede mucho más satisfecha con ese resultado y emocionada, esta hecho con mucho amor. Muchas gracias a quienes se toman el tiempo para leer.

¡Espero que les guste!

—No puedo hacerlo. —Mis palmas se encontraban empapadas, la capucha me estaba asfixiando, presioné la visera del gorro para ocultarme.

—¿Quieres volverte un hombre? ¿O no? —Shorter me zarandeó con fuerza, mi atención volvió a repasar la vitrina con una tortuosa lentitud—. Puedes hacerlo, eres el lince de Nueva York. —Mis dedos se crisparon en los bolsillos de mi sudadera, la boca se me secó, la cabeza me martilló.

—Tienes razón yo... —No, imposible, aunque esta fuese una de las proezas imprescindibles para la adultez no era capaz de concretarla, los dragones imaginarios eran demasiado violentos para el caballero de la armadura oxidada—. Vámonos. —Pero él me tiró de regreso al pasillo.

—¿Amas a Eiji? —Las mejillas me ardieron con ferocidad ante semejante pregunta. ¿Amarlo? La coherencia no era suficiente para abarcar tan inefable pasión carcomiendo mi interior.

—Sí. —Mis converse se encontraban embarradas por el cloro, el amarillo tintinear de las luces me tenía mareado, el pulso se me paralizó en la tráquea.

—Entonces sabes lo que debes hacer. —Tomé una profunda bocanada de aire antes de encarar mi destino. El estómago me burbujeó, mis piernas fueron barcos en botellas craqueladas, saqué la mano de mi bolsillo para tomar el paquete, ni siquiera pude rozar el soporte.

—No, mejor vámonos. —El moreno rodó los ojos antes de alzar dos cajas con orgullo.

—Solo tengo una pregunta que hacerte, Lynx. —Tragué duro—. ¿Condones XL o XXL? —Los clientes a nuestro alrededor nos juzgaron en silencio, traté de cerrar el gorro de mi capucha, sin embargo, la cuerda estaba a punto de romperse.

—¿Cómo voy a saber cuánto mide? —El rostro se me incendió tras musitar aquello, me daría un ataque de pánico sofocado por los reflectores, la tonada de la farmacia estaba tentando mi cordura. ¿Sensatez? Ya no quedaba en oferta.

—¿No mides tu pene? —Que jugase con las cajas de condones tan despreocupado me quemó las orejas—. ¡Yo lo hago todas las noches! —¿Por qué pensé que hablarle de estos temas sería una buena idea? Aunque prefería morir antes que someterme a la humillación ante el anciano o Griffin esto era una catástrofe—. También necesitarás una botella de lubricante.

—¿Por qué tienen sabor?

—Para mayor placer, así tu pareja también puede disfrutar. —Las neuronas se me chamuscaron frente a semejante imagen mental. ¡Dios no! No podía estar fantaseando con esas obscenidades, sin importar que tan sensual fuese mi novio ni que tanto lo quisiese tocar. Definitivamente no me hallaba babeando por sus curvas de infarto o sus piernas de ensueño. Probablemente gemiría bonito. Me golpeé la frente.

—Esto es demasiado vergonzoso. —La carcajada de Shorter nos volvió el centro del escenario, no estaba listo para asumir el protagónico.

—¿Quieres cogerte a Eiji en Cape Cod?

—¡No! —Me encogí en la sudadera—. ¡Yo jamás dije eso!

—Pero lo pensaste. —Tiré de las cuerdas deseando que este improvisado torniquete acabase con mi sufrimiento—. No seas llorón, es peligroso que lo hagan sino tienen condones al alcance. —Él puso ambos empaques en mis manos antes de arrastrarme hacia la caja—. ¡Vuela del nido mi pequeño polluelo! —Sin embargo, él me empujó del árbol.

—H-Hola... —Parecía un adolescente hormonal frente a la cajera, ella alzó una ceja desinteresada antes de empezar a pasar los productos por la banda, apreté mis puños dentro de mis bolsillos. Aunque el tema fuese humillante el señor que menospreciaba en lugar de incitar seguridad jamás me habló de sexualidad.

—Trajiste la caja que no tiene código. —Como sino significase nada ella alzó el paquete de condones en el aire—. ¿Puedes ir a buscar otra? —La mandíbula me tiritó, encontrar a Shorter fue imposible bajo la violencia del calor, ella presionó el altoparlante—. Atención al personal, necesito unos Durex XL ultra sensitivos en la caja. —Me bajé la visera hasta la nariz sabiendo que la indiferencia de Nueva York era una moneda de cambio.

Cuando salimos de la farmacia el resto de Fish Bone nos recibió con chiflidos y aplausos, el orgullo nubló la razón. Curioso, los seremos humanos éramos coleccionistas de tiempo, algunos se tambaleaban en la infinidad mientras recolectaban corazones para presumirlos en las vitrinas de sus almas, otros lo veían desmoronarse en los castillos de arena que el olvido borró, los más afortunados compartían cócteles en la playa de la remembranza. Aunque solo arrastraba algunos meses dominando esta ciudad sentía que llevaba una vida forjando esta historia. Sí, tal vez era una ridiculez pasar mi cumpleaños bajo las mofas de la banda, sin embargo, la felicidad residía en los entresijos de la ingenuidad. Así que estaba bien.

—¿Listo para tu ardiente noche de pasión en Cape Cod? —Él guardó la bolsa en mi mochila, la cordura se me trabó para que fuese inútil clamar por decencia.

—¿Te irás? —La decepción de Bones resultó obvia—. ¿Por qué?

—Hoy es mi cumpleaños, mi hermano mayor lo quiere pasar conmigo. —Fish Bone intercambió una mirada perpleja antes de arrojar un quejido al unísono.

—¡¿Por qué no nos dijiste antes?! —El tecladista lloriqueó sobre el pecho de Alex, herido—. Te habría comprado un regalo. —Solía vanagloriar la tortura en esta fecha porque era el constante recordatorio del jade que se extinguió en las telarañas de la negligencia.

—¿Quieres algo de la máquina expendedora? Me alcanza para unos cheetos. —Pero hoy el amanecer se profesaba diferente, la viveza en sus colores era arrebatadora, el anhelo dorado una caricia de tempestad. El niño perdido estaba listo para volver a su Nunca Jamás.

—Son unos terribles amigos, yo le regalé condones. —Alcé una ceja, indignado.

—Yo los pagué. —Él se quitó los lentes de sol para acomodarlos encima de mi cabeza.

—Entonces toma esto como regalo. —La banda perdió el aliento—. Cuando regreses te haremos una fiesta como corresponde, me hubiese gustado pasar este día contigo pero entiendo que la familia sea importante. —Los anteojos se encontraban completamente mugrientos y maltrechos, sin embargo, una tímida sonrisa se pintó sobre el marfil.

—Gracias. —Porque este obsequio era especial.

—Cuídalos bien, fue una de las últimas cosas que recibí de mi madre. —Mis dedos se crisparon alrededor del marco, una bruma de irresolución matizó la contaminación.

—No puedo aceptarlos. —Él negó.

—Quiero que los tengas tú, eres mi mejor amigo. —Aunque Shorter Wong se resguardaba tras la farsa del humor su corazón ocultaba una lealtad desmesurada—. Feliz cumpleaños, Ash. —Fish Bone se encontraba lloriqueando a nuestro alrededor.

—Te vamos a extrañar este fin de semana. —Suspiré, sabiendo que yo también lo haría, era aterrador permitir intimidad cuando me cortaba con los bordes de mi mosaico. No era más que un niño confundido hecho miles de pedazos.

—Y yo a ustedes. —Quizás si juntaba los suficientes podría comprar una pizca de identidad.

Me enamoré de la eternidad, quien surcaba las tormentas en cisnes de origami, vendía insomnio en una cama deshecha y robaba corazones para apilarlos en una repisa de estrellas.

Esperé ansioso a mi novio afuera de la facultad, el golpetear de mis zapatillas dejó cicatriz en lo inevitable del destino, eché mi nuca hacia atrás en las gradas, esto era doloroso. Yo había juntado todo lo que era para entregarme a él, suplicando que fuese suficiente pero la culpa era una resaca despiadada. Ansiaba atesorarlo, sin embargo, había desteñido la infinidad de esas obsidianas con mis mentiras, clamaba por instantes cuando me vendía a la noche apenas se daba la vuelta. Era peligroso y estaba mal. Me asqueaba que no fuesen sus caricias las que me purificasen, no obstante, su felicidad era lo único que me importaba. Deseaba convertirme en su inquebrantable pilar en medio de esta desalmada tempestad. Tanta codicia era imperdonable, quería que él se perdiese en mí como yo me ahogué en la belleza de su espíritu. Era estúpido, si...

—Ash. —Pero no era justo caer por algo tan pequeño como esa sonrisa, él coleccionaba corazones en pequeñas repisas mientras enamoraba con esas miradas de irrealidad—. ¡Feliz cumpleaños! —Me aferré con fuerza a su espalda, maldición, me encantaba que encajásemos a la perfección, sus cabellos me cosquillearon debajo de la nariz. Él olían tan bien.

—¿Listo para hacer esto? —Cuando él me encontró.

—¡Claro que sí! —Toda el alma me hirvió, sus palmas se entrelazaron a las mías, la estridencia de mi palpitar me atravesó la garganta—. Voy a conquistar a mi suegro sin que se dé cuenta. —Aunque todo me lo había robado, deseaba que me quitase aún más. Porque mientras estuviese a su lado jamás me profesaría vacío.

—¿Estás diciendo que usarás tu encanto, Okumura? —Su mirada fue un delirio mortificante bajo los primeros rayos del amanecer, él asintió, determinado.

—Estoy dispuesto a ganarme a quien sea con tal de permanecer a tu lado. —La lengua se me trabó, los pulmones se me acribillaron con girasoles, mientras más brillase este adorable japonés, más me destruirían para buscar su calidez.

—Te amo tanto. —Ni siquiera supe lo que estaba balbuceando—. Te ves tan sexy con esos shorts. —Sus mejillas fueron un poema primaveral ante tan descarada confesión—. No quise decir eso. —Oh, pero sí quería. Había quedado seducido por esas peligrosas curvas—. Solo... —Su risa me heló, si la libertad fuese una melodía sería un pecado no admirar semejante finura.

—Te ves muy guapo hoy. —Él enrolló sus brazos alrededor de mi cuello—. ¿Griffin nos pasará a buscar? —Parpadeé, tratando de regresar a la realidad, sin embargo, era esclavo de esos roces de seda, que su flequillo se hiciese aún más esponjado bajo la brisa me atontó.

—Lleva como una hora en el estacionamiento. —Cierto, mi hermano mayor.

—¡Ash! —Su puchero frustrado me hizo reír. Maldición, quería quedarme de esta manera para siempre—. ¡Vamos! —No sabía lo perdido que me profesaba hasta que él me encontró.

Amar era un sentimiento violento.

Mi hermano era un terrible conductor. El chirriar de los neumáticos por el pedrusco me congeló la sangre, la peste del tubo de escape me forzó a taparme la nariz, mi novio tosió mientras dejaba que su espalda se deslizase contra el soporte de la maletera, apreté su mano cuando la camioneta saltó por los baches. Suspiré, aunque adoraba viajar en la cajuela para sentir el viento y poder sucumbir en la beldad del paisaje, no llegaríamos con vida a Cape Cod con estas deficientes habilidades de conducción. Mi novio se sentó a mi lado, sus yemas recorrieron los bordes de metal, la escarcha se posó en la noche de sus cabellos para colorear estrellas, el fulgor atrapado en esos ojos fue hipnotizante, el dorado delineó sus facciones con una majestuosa suavidad, tragué, anonado por ese cuadro, su aura era casi angelical. Haría lo que fuese para resguardar su felicidad.

—¿Tu hermano no se sentirá solo si estamos acá? —Negué, divertido. Él parecía un conejo inquieto rebotando, dejé que mis brazos pendiesen en la orilla junto a los suyos, enfocamos nuestra atención en la carretera como si fuese un retazo admirable.

—Me lo agradecerás luego, él escucha la misma canción durante todo el viaje. —Su risa me cosquilleó en la oreja, la electricidad fue agobiante, mi mochila se estrelló con mis zapatos por la rudeza de los movimientos.

—Ash... —Un cosquilleo revoloteó dentro de mi estómago, él no me miró, se hallaba perdido en una maraña de incoherencias—. ¿Puedes contarme lo que pasó con tu papá? —El mundo se detuvo—. No tienes que hacerlo. —Él se mordió el labio—. Pero me gustaría saber.

—Yo... —Me apreté el pecho, mi atención se enfocó en la melancolía de las nubes, una densa bruma de arrepentimiento se entremezcló con el aire—. Comencé a practicar béisbol cuando era un niño. —Me di vueltas para convertirme en un ovillo, las palabras se me hundieron en el estómago como si fuesen anclas—. A Griffin le gustaba, era divertido jugarlo con él.

—Eso es lindo.

—Pero el año que se enlistó a la guerra llegó un nuevo entrenador. —Temblé, mis dedos se retorcieron en mis hombros, traté de esconderme de la realidad en el refugio de mis rodillas—. Ese sujeto no solo era un pedófilo, sino un homicida. —No me atreví a verlo, la vergüenza era garrafal. Fue mi culpa, ¿verdad? Yo lo seduje—. Todos en el equipo sospechábamos que pasaba algo raro pero ningún adulto nos escuchó.

—Ash...

—Cuando le dije a mi papá él no solo se burló. —Las banditas no curaban heridas de alma y las disculpas no reparaban infancias podridas—. Él me dijo que si intentaba hacerme algo le cobrara. —Traté de seguir hablando, sin embargo, me reí—. Fue una suerte que Griffin regresara para visitarnos, sino... —Odiaba la facilidad con la que este tema me desmoronaba.

—Mi dulce Aslan.

—Es una tontería, lo sé. —No tuve la fortaleza suficiente para abrazarme, porque acá iba otra vez—. Soy un hombre, no debería ser tan débil, no pasó nada. —Era doloroso que mi papá no intentase hacer las cosas bien. ¡Él me lo debía! Era su responsabilidad arreglarnos, yo era su hijo, no había pedido esa familia.

—Estás tiritando. —Él debió tratar de amarme más, se supone que le importaba, no era mi culpa haber nacido con el rostro de la puta que lo dejó, mis puños temblaron contra mis rodillas, la mirada me quemó, el chirriar de la camioneta fue un eco lejano—. Ven acá. —Cuando la desesperanza me arrastró hacia la deriva él me salvó, lo abracé con fuerza.

—Vaya novio que soy si lloro por esto. —Quería aborrecer a ese sujeto, no obstante, acababa enfermo por mi propia piedad. En el fondo clamaba por una relación normal, deseaba poderme arrancar estos sentimientos como si fuesen maleza en mi rosal—. Es poco atractivo.

—Debió ser muy duro pasar por todo eso. —Pero no podía—. Lo lamento mucho. —La parte que más aborrecía de ese mosaico manchado era la que se parecía a él, el alcohol pudría los algodones de azúcar y desmoronaba los castillos de arena.

—No habrías podido hacer nada, también eras un niño. —La impotencia lo tensó.

—Aun así, puedo hacer algo ahora. —La ternura con la que me apartó fue atronadora—. Sé que me estás escondiendo algo. —La conmoción coloreó una sonrisa amarga, él pendiente fulguró bajo los rayos de esta fantasía mientras el viento lo convertía en un desastre.

—Yo no... —Carecía de dignidad, sin embargo, no tenía cara para mentirle—. Lo siento. —Mis piernas se mecieron con inquietud en la maletera.

—No te presionaré, pero necesito que sepas algo... —Él apretó mi palma como si su vida dependiese de este momento—. No estás solo. —Y en esa mirada lo comprendí—. Pase lo que pase yo me mantendré a tu lado, por favor confía en mí. —Enamorarse era un sentimiento mortífero—. Tienes mi corazón entre tus manos, no lo dejes caer sin antes intentar.

—Eiji... —Aunque estaba expuesto al gélido del invierno y a la escarcha de la crueldad mis mejillas fueron averno—. No tienes que decir eso. —Traté de memorizar este instante en tan preciosa electricidad.

—Puede que ahora mis palabras no signifiquen nada, pero recuerda esto... —Aun cuando estaba asustado por el traqueteo de la camioneta él tuvo el coraje para acunarme—. Aunque el mundo entero esté en tu contra, yo siempre estaré a tu lado. —Y de repente quise llorar, porque esta persona era tan preciosa que no podía ser real—. Yo permaneceré a tu lado. —Fue imprudente caer por la libertad—. Claro, sino te molesta.

—¿Eso quiere decir que tendré que seguir comiendo esos sándwiches asquerosos? —Solo cuando me limpié con el antebrazo entendí lo mucho que estaba llorando. Fue sumamente doloroso ser subestimado, los niños no debían llevar mordazas solo por la ingenuidad.

—Sí, así que alégrate. —Me dejé caer sobre su regazo, el ronroneo del motor fue una canción de cuna oxidada—. Los sándwiches de tofu son muy sanos, tu salud está a salvo conmigo.

—Quédate a mi lado. —La extendí mi infinidad de pedazos suplicando para que él los acunara—. No tiene que ser para siempre. —Él me ofreció los suyos a cambio—. Aunque solo sea por ahora.

—Por siempre. —Y jamás los dejamos caer.

Vanaglorié lo efímero, quien navegaba por los cielos con pértigas oxidadas, coleccionaba galaxias con aleteos marchitos y alquilaba olvido para poder continuar.

Esa asquerosa cabaña seguía igual a cuando la abandoné, las botellas de cerveza abundaban en el piso, el aire era una polvorienta capa de arrepentimiento, las vigas se estaban pudriendo, la pobreza rebosaba junto a las plagas, suspiré, ese hombre ni siquiera fue capaz de abrazarme cuando me tuvo de regreso. Y de pronto sentí una desmedida vergüenza por mis raíces, crecí en un hogar a base de maltrato e insultos, estaba bien enterrando esos traumas como si fuesen fotografías, sin embargo, se los estaba mostrando a mi novio en esa polvorienta caja de papel. La respiración me escurrió por los pulmones, estaríamos atrapados en los entresijos de la ignorancia hasta el lunes. Mi palma se trató de aferrar a la suya, sin embargo, había un abismo entre nosotros dos.

Cierto...

Yo no podía ser un maricón en Cape Cod.

—¿Se supone que es tu compañero de clase? —El desdén en esas palabras lo tensó, me tuve que apretar la muñeca para no abrazarlo, ni siquiera me gustaba el contacto físico. ¿Por qué me dolía tanto no tocarlo?

—Lo soy. —Antes de que pudiese reaccionar él ya se había sacrificado—. Soy amigo de Aslan. —Sus palmas se apartaron de mi cuerpo, él solo me soltó para darse vueltas y sonreírle a mi papá—. Es un gusto conocerlo.

—¿Eres extranjero? Tu acento es terrible. —La amargura se me escapó por la cordura, consternado.

—Anciano... —Pero él me ignoró.

—Japonés, tengo una beca por salto de pértiga en la universidad. —Hubo una risa incómoda escondida entre sus palabras, presioné mi pecho, vulnerable y pequeño, no quería que lo hiriesen a él.

—¿Esos sujetos que se creen pájaros? —Aunque sabía que esa sería su actitud me profesé decepcionado, las esperanzas eran venenosas.

—Es una manera de decirlo. —Este era un juego de poder y control en una villa podrida, si mi novio no cedía la cuerda terminaría deshilachada, no era justo. ¿Qué tanto resistiría?

—Claro... —Pero siempre era yo quien perdía debajo de la cama temblando—. Jennifer está preparando la cena, deben estar hambrientos. —Una lata de cerveza rodó cuando se trató de acercar, las colillas de cigarrillos habían manchado la mesa, esto era inmundo.

—¿Le molesta si la voy a ayudar? Soy bueno en la cocina. —Reí, él era un mentiroso.

—Solo si quieres intoxicarnos con natto, onii-chan. —Él apretó los párpados con fuerza antes de sacarme la lengua. Mierda, lo amaba tanto. La palma de Griffin encima de mi hombro me regresó de la luna antes de que la bajara.

—Es un amigo muy importante para Aslan, trata de ser amable. —Mi papá chasqueó la lengua luego de tensar el ceño.

—Mejor que esos vagos de la banda. —Me quise agachar para recoger las migajas de su paternidad, sin embargo, no fueron suficientes para que me tragase la humillación—. Escuché que te aumentaron los fondos de la beca. —Contuve una arcada tras recordar la velada con Dino Golzine, esas asquerosas manos me seguían recorriendo como si fuese de su propiedad. Pero yo no era una chica, así que estaba bien.

—Es verdad. —No había pasado nada.

—¿Sedujiste a alguien para conseguirlo? —Eran tan pocas las veces donde reunía el coraje para exponerme, eran tan escasas las ocasiones donde me esforzaba para que funcionara, no obstante, eso jamás le interesó.

—Sí. —Porque esos pedazos de cristales que los ingenuos llamaban vida me drenaron la humanidad mientras la ingenuidad era mutilada en un campo de béisbol marchito—. Fue justamente lo que hice, tal como me enseñaste. —Y esas dulces memorias de amor acabaron goteando hasta mi médula espinal para que cada fibra de mi ser pereciese con este dolor. Él tomó una botella de la mesa.

—Papá, dijiste que te portarías bien si lo traía. —El alcohol escurrió de manera grotesca por su barba. Carcajeé. ¿En qué diablos estaba pensando? Nunca tendríamos una relación normal.

Él no me quería.

—Eso estoy tratando de hacer. —No lo suficiente—. No he hecho comentarios sobre lo afeminado que se ve su amigo. —Me costó respirar en ese ataque de opresión—. Estoy controlándome. —Me fue imposible no quebrarme ante el dejillo de la decepción.

La cena fue amarga, aunque Jennifer preparó un festín para celebrar mi cumpleaños y Griffin aminoró el ambiente con anécdotas infantiles, algo se quebró. Mi novio no tomó mi mano debajo de la mesa, él no volteó su mirada para responder mis coqueteos ni me entregó palabras de consuelo. Él estaba a mi lado en esa oscura y fría habitación, entre la ironía del destino y el susurrar de las espigas, él estaba ahí, pero no lo parecía. Y yo...Me mordí la boca, jugueteando con el estofado, las pupilas me ardieron, el pulso me pesó, mi piel se quemó con agujas, porque maldición esto dolió. Antes de conocer a Eiji Okumura todo lo que tenía para abrigarme era un suéter deshilachado, mi alma se estaba empezando a congelar cuando él me encontró, sin pedirme nada a cambio él zurció esas lastimeras cicatrices para poderme proteger, ahora las costuras se estaban rompiendo otra vez.

Porque éramos amigos.

¿Verdad?

—Deberías conocer a la hija de la señora Gladys, Eiji. —Las palabras de Jennifer me hicieron temblar—. Eres un chico muy agradable, ella enloquecería si te tuviese de nuero. —El escarlata en sus mejillas me hirió, las burbujas en el estofado se reventaron como mis sueños.

—Me siento halagado pero no creo poder hacerlo. —Él trató de disimular la angustia llevándose algunas cucharadas a la boca.

—Es una chica atractiva, deberías aceptar. —La insistencia de Jim me fastidió—. Anda, yo te la presentaré después de la cena. —Mis puños se tensaron contra los cubiertos, mis piernas se crisparon hacia el taburete—. Así le das el ejemplo a Aslan. —El corazón se me desgarró, quise tomar su palma, sin embargo, él me evitó.

—Está bien. —Él aceptó—. Gracias por su amabilidad. —Él no me miró.

Se sintió como la mierda.

Sabía que pretender sería un dilema, sin embargo, ni siquiera era capaz de explicar lo desgarrador que fue tener que ocultarlo, porque negarlo era casi aceptar que esto me avergonzaba, pero no lo hacía. Sí, debí tener el coraje suficiente para encarar a Jim Callenreese, sin embargo, una parte de mí se negaba a aceptar que esto fuese una causa perdida, en el fondo aún suplicaba por un papá, éramos una cadena gastada al borde del colapso. Debí haberme profesado feliz, el encanto de Eiji Okumura conquistó al pueblo entero, hasta mi padre sonrió ante esa dulzura desmesurada, fue un cumpleaños exitoso donde solo hubieron halagos y risas, no obstante, fui miserable. Lo único que pude hacer fue tomar una de esas mugrientas botellas y suplicar por aire en el pórtico.

—¿Por qué no estás adentro? —Las estrellas bosquejaron un ensueño, aunque la cabaña era una decadencia desmedida sus zapatos lo arrastraron hasta el jardín, mis piernas se encogieron hacia mi vientre, mis brazos construyeron un muro de melancolía.

—Eiji... —La luna bañó su silueta para convertirla en un lienzo, la brisa danzó entre sus cabellos, su sonrojo me dejó embobado. ¿Siempre había sido tan hermoso? O tal vez era la cerveza chispeando en mi lengua. Él se dejó caer a mi lado, despreocupado.

—Te estuve buscando toda la tarde. —Fruncí la mandíbula, indignado. El mecer de las espigas fue una sinfonía impregnada por el primer amor.

—Parecías bastante cómodo coqueteando con la hija de esa señora. —Él rodó los ojos—. La estabas seduciendo con tus piernas de infarto. —El escarlata le pintó hasta las orejas cuando le acaricié la rodilla, él tembló.

—¡Ash! —Su puchero fue adorable—. Al único que estoy tratando de conquistar es a ti. —Mi palma se deslizó hacia su muslo, la calidez que desprendió me atravesó el cuerpo entero, cerré los ojos, aspirando su perfume con descaro. Maldición, lo extrañaba tanto.

—¿Entonces admites que me estabas coqueteando, onii-chan? —Me sobresalté cuando dejó que su hombro cayese contra el mío—. Que descarado. —El dorado de las espigas centelleó como si fuese oro bajo la añoranza de la luna, el reflejo del lago fue una fantasía de cristal a la distancia. La noche se convirtió en una oda para lo sublime.

—Estuvimos separados todo el día y lo primero que haces es molestarme. —Él presionó mi entrecejo en un regaño—. Eso no es nada romántico. —Chasqueé la lengua.

—Lo dice quien no me quiso dar la mano durante la cena. —Esa mueca altiva fue reemplazada por una timidez arrebatadora.

—No quería que sospecharan de ti. —La sinceridad apagó el orgullo, mis talones golpearon el pórtico—. No me habría podido perdonar si nos hubiesen descubierto. —Nuestras palmas se entrelazaron en el aire, el musitar de las luciérnagas nos envolvió, chispas danzaron bajo las estrellas—. Aunque fue raro, estoy acostumbrado a que estés encima mío.

—¿Te hice falta?

—Bastante. —Que extraño, aunque odiaba este pueblo la belleza de este momento era abrumadora, casi etérea—. Por eso te vine a buscar.

—¿Te sentiste solo sin mis besos? —Él asintió.

—Temo que me convertiste en un adicto. —Sus manos juguetearon sobre su regazo, sus zapatillas se hundieron en la hierba para embarrarse—. No podré sobrevivir sin ti, Aslan Jade Callenreese. —El alma se me llenó de electricidad, mi atención se enfocó en aquellos tentadores labios. Maldición, esto era peligroso.

—¿Me estás tratando de provocar usando mi nombre? —Mis yemas delinearon su mentón, él recibió las caricias mientras contenía un jadeo. Una tenue capa de rocío había humedecido las flores del jardín.

—Depende... —Un pestañeo coqueto me fue entregado—. ¿Está funcionando? —Apreté sus mejillas para poderlo acercar y llenarlo de besitos—. ¡Ash! —Las risas no se hicieron de esperar—. ¡Detente! ¡No seas infantil! —Pero me aseguré de presionar un beso en cada una de sus facciones, desde la punta de su barbilla hasta esa infinidad de pestañas.

—¡Es tu culpa por ser tan lindo! —Él se estremeció ante tan repentino ataqué, ambos caímos del pórtico en este tonto juego donde coloreé una galaxia de puro amor.

—¡Detente! ¡Hace cosquillas! —Esa carcajada me embriagó la sensatez. Tenerlo abajo mío, con los cabellos revueltos, los mofletes ruborizados y la respiración cortada fue una prueba para mi autocontrol—. Pero aún quiero más. —Una vida no sería suficiente para atesorarlo, por eso lo encontraría en la siguiente.

—Te encanta provocarme. —En cada una de ella.

—Sí. —Las estrellas se profesaron como una incertidumbre cegadora atrapada en esas obsidianas, los temores se esfumaron cuando rompimos las vitrinas del tiempo para jugar con la infinidad.

—Maldición, extrañé tanto esto. —Me restregué contra su pecho, deseando que ese exquisito perfume quedase impregnado en mi sudadera—. La gracia de este cumpleaños era pasarlo contigo, no con el insoportable de mi papá.

—Se ve como alguien agradable. —Bufé.

—Eres demasiado ingenuo. —Pero me encantaba que lo fuera, sus talones golpearon los míos, sus palmas se deslizaron por mi espalda para acunarme.

—¿Es seguro que estemos así? No quiero causarte problemas. —Me daba igual, tener que renegar lo mejor que me había pasado era ocultar el único retazo valioso en ese desastroso mosaico.

—Ellos ya están borrachos, claro que sí. —La estática me bombardeó el corazón cuando él presionó un beso encima de mi frente. No existían palabras suficientes para expresar lo mucho que esto me encantaba. La ligereza en nuestras risas resultó romántica—. Mañana quiero ir al lago contigo.

—¿Me quieres ver en traje de baño otra vez? —Él se arrepintió de musitar aquello apenas me levanté, la picardía en mi sonrisa lo hizo jadear.

—Quiero.

—Ash... —El ambiente cambió—. Cuando estábamos en la batalla de las bandas Arthur me dijo algo sobre ti. —El gélido me permitió vislumbrar mi propio engaño, mis caricias se deslizaron hacia su oreja, sabiendo que nuestras promesas eran tan frágiles como ese pendiente.

—¿Qué te dijo? —Un muro de espinas se alzó entre nosotros dos.

—Que debía sospechar sobre los fondos de tu beca. —Y aunque la desesperanza le rasgó los pétalos eso jamás opacó la implacable belleza de mi girasol—. Es extraño que hayas conseguido tanto dinero de la nada. —Me congelé, quise forjar un refugio con mis mentiras, sin embargo, esos grandes ojos cafés me destrozaban.

—Yo... —Porque lo amaba, tanto que haría cualquier cosa para preservar su felicidad—. Es verdad. —Su padre estaba bien en el hospital, él volaba alto, más alto que nadie, eso debería ser suficiente—. Lo siento. —Pero no lo era.

—¿Estás metido en algo peligroso? —Negué. A los chicos estas cosas no les pasaban, por eso debía ser mi imaginación—. ¿No me lo puedes contar?

—Lo siento. —Aborrecí lo falsas que se profesaron esas palabras, mis dedos se crisparon encima de su espalda, no quería ensuciarlo cuando ya estamos embarrados—. Confío en ti... —Ni siquiera supe como continuar.

—Está bien, solo quiero hacerte saber que estoy aquí. —Él presionó un beso en mis nudillos—. Así como tú eres mi pilar, yo quiero ser el tuyo. —Perdí el aliento en la ternura de esa confesión, su flequillo se meció bajo el bamboleo de las luciérnagas.

—Lo eres. —Reí—. Ni siquiera te imaginas cuánto. —Y tal vez eso era lo aterrador. Dejé que mi frente se posase encima de la suya—. ¿Estás nervioso por la competencia?

—Sí. —Su palpitar fue una melodía violenta contra mi pecho—. Quiero verme realmente genial porque me irás a animar. —Suspiré, embobado.

—Eres el Fly boy. —Su pena fue adorable—. Me robaste el corazón la primera vez que te vi saltar. —Cuando el niño atrapado en su jaula entendió que se podía liberar—. Con ese sexy uniforme de pertiguista. —Él me trató de empujar en vano.

—¡Ya deja de molestarme con eso!

—¡Jamás! —Sus piernas temblaron entre las mías, mis palmas se deslizaron por su cintura—. Cuando nos casemos tendrás que usar eso para motivarme. —Me mordí la boca, dándome cuenta de la idiotez que había dicho, la mandíbula se me cayó.

—¿Ahora nos vamos a casar? —La cordura me hirvió, no fue necesario verme para saber que había enrojecido de pies a cabeza.

—B-Bueno... —Me quise esconder en su pecho, sin embargo, él acunó mis mejillas—. Solo si quieres. —Odiaba que mis neuronas dejasen de funcionar cuando se trataba de él. Sí, era estúpido forjar castillos en el aire atrapados en un huracán, lo sabía.

—Acepto. —Sin embargo, él era mi salto inquebrantable por la libertad.

—¿Qué? —No nos haría daño solo soñar.

—Acepto casarme contigo, aunque quiero que me lo propongas con un anillo la próxima vez. —Después de todo, solo éramos un par de tontos enamorados. Lo sostuve con fuerza, no era justo que fuese tan maravilloso. Él era mi sol en una historia de tormentas.

—Te amo tanto. —Coleccionábamos estrellas en el vagón de la remembranza, pedíamos deseos en el pozo sin final.

—Yo más. —Aunque nos amábamos con el cuerpo nuestra unión era un lazo incondicional entre almas—. Feliz cumpleaños. —Con los brazos abiertos y los ojos cerrados.

—Que sea el primero de muchos más a tu lado.

Caí por lo atemporal, quien reemplazó las pesadillas por ilusiones, convirtió las heridas en fuegos artificiales y robó pedazos de mosaicos para dejar corazones. Todo eso, con una solo de sus miradas.

No planeba escribirles todo el fin de semana en Cape Cod pero pasan muchas cosas importantes, así que ya lo veremos en el siguiente, esta trama es mi respiro cuando de repente se me acumula drama en las demás historias. Muchas gracias por haberse tomado el cariño para leer, nos vemos en dos semanas probablemente.

¡Cuidense! 

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