Capítulo 1.
¡Hola mis bonitos lectores! ¿Mucho tiempo muerta? Si, pero mañana tengo una conferencia muy importante con la universidad así que he sido una bolsa de ansiedad terrible, a la vida no más, si muero luego de eso al menos les deje algo ahora.
Creo que mis nulas habilidades de edición y dibujo resplandecen en mi perfil, así que una chica tuvo la gentileza y el amor de hacerme una portada, esta es la primera vez que recibo esa clase de detalles y lo aprecio mucho, no puedo etiquetarla porque no tiene cuenta, pero mil gracias <3
Seguimos con Ash en este capítulo y espero que sea de su agrado.
¡Muchas gracias por leer!
Érase una vez un chico nacido al alba cuyos sueños se eclipsaron por edificios de papel y postes de melancolía.
Mi mente abandonó la coherencia la primera semana que estuve en Nueva York. Adaptarse a las clases no fue un problema, aunque Cape Cod era pueblo de ignorancia y simpleza, Griffin me regaló una caja de herramientas lo suficientemente grande como para defenderme de la ferocidad de la ciudad. Tener que vivir con el periodista tampoco fue complicado, lo evitaba la mitad del tiempo y la otra mitad solo me dedicaba a escucharlo, me sentía como si me hubiesen arrancado de las páginas de mi historia para escribirme en el libro de alguien más. Un fastidio. El problema fue aquel salto hacia la libertad. Desde que lo contemplé surcar los cielos no había podido sacarlo de mi cabeza, la violencia con la que retumbaban mis latidos me había dejado paralizado en más de una ocasión en la enfermería, una extraña e insaciable ansiedad se impregnaba a mis pensamientos para que volviese a él. Me alejaba para acercarme, me acercaba pero ya estaba en el mismo lugar. Eiji Okumura. Que escalofriante era tener interés en otra persona. Que aterrador.
¿Acaso quería un amigo? Patético.
—Aslan. —La voz de Griffin me trajo de regreso a la realidad—. ¿Sigues ahí? —No era lo mismo escucharlo por celular, me mordí el labio antes de repasar el cuarto en el que me estaba hospedando. Simple y aburrido, digna alegoría para el encanto de Nueva York.
—Lo siento, estaba pensando en otra cosa. —Los chirridos de la ciudad se colaron por las grietas de la ventana, el aroma a cigarrillos fue insoportable en una brisa, la cólera chasqueó la lengua, el vecino estaba fumando otra vez. Que molesto.
—Debes estar muy concentrado en tus clases. —Aquella pizca de sarcasmo me hizo reír, el rostro me hormigueó, la ansiedad me cerró la garganta. Lo extrañaba—. ¿Ya jugaste tu primer partido? —Me dejé caer sobre la cama para clavar mi atención en las manchas del techo. Aunque aquel apartamento era una mera estancia temporal el lugar parecía sacado de una de esas películas de bajo presupuesto que tanto disfrutaba mi hermano mayor.
—Aun no. —Mi equipo deportivo ni siquiera había dejado mi maleta—. Solo nos dieron el cronograma y la lista de materiales que necesitaremos durante el semestre. —El crujir del tiempo fue lento en esa conversación, el estómago se me revolvió cuando escuché su risa. Tan melancólica como agridulce.
—Papá no ha parado de alardear sobre ti. —Como si con eso pudiese traerlo más cerca apreté el teléfono contra mi oreja.
—¿Jim? —Érase una vez un padre que no supo llenar los zapatos que demandaba una familia—. El viejo solo me quería fuera de su casa. —Las páginas de mi infancia se encontraban repletas de botellas vacías, cigarrillos usados, caricias negligentes y consuelos de vidrio quebrado. Su suspiro fue áspero sobre mi alma.
Fueron difíciles esos años que él estuvo de servicio.
—Lo conoces, sabes que él no es expresivo. —El peso de las mentiras hizo que los dientes me crujieran—. Pero no ha dejado de alardear con los vecinos sobre lo inteligente que es su hijo. —Rodeé los ojos, que agradable podía ser alguien cuando era rodeado por el manto de la hipocresía. Mis primeros recuerdos eran los gritos de Jennifer en una casa con aroma a maltrato y tabaco.
—Si tú lo dices. —Quería odiarlo, sin embargo, no podía. Habían personas que simplemente no estaban hechas para la paternidad—. Aunque es algo difícil creerte cuando él ni siquiera se despidió de mí. —Que mala suerte tuvo él en esta lotería.
—Aslan. —Jim Callenreese me aborrecía porque yo le recordaba a la mujer que le rompió el corazón—. Tenle paciencia. —Tal vez por eso él jamás supo ser el padre que Griffin tuvo que reemplazar. No podía haber papá sin una mamá.
—¿Tú cómo has estado? —Él me conocía lo suficiente para saber que no hablaría más del tema, si algo debía rescatar de esa casa de locura y pesadilla era la relación que tenía con mi hermano mayor—. ¿Mucha carga laboral? —Lo admiraba de sobremanera, pero no se lo diría.
—Lo de siempre. —Aquel quejido infantil fue una punzada para mi pecho—. ¿Cómo te estas portando con Max? —Era extraño tenerlo lejos. Él era el silencio entre lo que pensaba y lo que decía.
—No hemos pasado mucho tiempo juntos. —Sin su presencia el ruido era un asfixiante tormento—. Además no me encanta quedarme con él. —Dicen que somos los traumas de nuestras infancias.
—Deja de evitarlo, te conozco, Max es un buen sujeto. —¿Cómo tener identidad cuando fui el niño de la niñez robada?—. Podrían terminar siendo buenos amigos. —Rodeé los ojos antes de hundirme en la cama.
—No me pidas tanto. —Que macabra era la tranquilidad de la ciudad, el tiempo era un animal rabioso en medio de una carrera—. Griffin. —Yo nunca me había interesado por alguien más en Cape Cod, el lugar era tan monótono como marchito.
—¿Sí? —Era hilarante lo extraviado que me profesaba ante la imagen de la libertad.
—¿Cómo puedo hablar con alguien? —El rostro me calcinó cuando procesé la idiotez enlazada a mis palabras, un ansioso tartamudear pendió junto al polvo del cuarto, las palmas me sudaron—. Digo... —Esto era patético y penoso—. ¿Cómo se supone que me haga amigo de otra persona? —Un depredador tratando de confundirse con un herbívoro, maldición, había enloquecido.
—Esto es nuevo. —Imaginar el fulgor en la mirada de Griffin me hizo temblar—. No seas tan denso Aslan, solo acércate a hablarle, eres un chico encantador. —Claro que era sencillo para él. Su carácter era ligero y agradable, él era mi antítesis—. Ya debo regresar a trabajar. —Apreté la bocina contra mi oreja, las marcas del parlante quedaron tatuadas sobre mi piel, no quería que él colgara.
—Suerte. —Pero colgó.
Érase una vez un periodista cuya vocación se vio aplacada por un mundo demasiado razonable para delirar.
Max Lobo era una persona extraña. No tenía que preguntarle para saber que él estaba trabajando en un caso importante, profundas bolsas de insomnio se habían incrustado arriba de una descuidada e improvisada barba, un desfile de alaridos escapaba de lo más profundo de su garganta cuando él se acostaba en una cama cuyas sábanas eran suplicios y cuyo colchón era de espinas, la frustración acumulada se le había marcado como venas y arrugas, el desgaste lo consumía como un parásito. A pesar de todo él era un hombre agradable y paciente, tal vez así debía ser un verdadero padre, ya no lo sabría. Su mirada cansada fue lo primero que encontré cuando salí del cuarto, entre una fortaleza construida a base de latas de café y lapiceros vencidos él estaba librando una batalla contra Morfeo, irónico, el trabajo le estaba consumiendo la vida pero él parecía disfrutarlo, su sonrisa me hizo bajar la guardia solo para volverla a subir. No. Nada bueno salía de fiarse de la amabilidad, la gente siempre quería algo.
—¿Estabas hablando con Griffin? —Un torpe bostezo opacó la aspereza de su voz, él se frotó los párpados antes de vislumbrar su desastre sobre la mesa, la decepción fue neblina azul entre nosotros dos. Algunas latas de café cayeron al piso cuando él se trató de mover.
—Él solo quería saber cómo estaba. —La palidez que adoraba sus facciones preocuparía a mi hermano si lo viera—. No es mi asunto pero otra vez te estuviste desvelando. —Los huesos le tronaron cuando él dejó que la tragedia lo consumiera en el respaldo de la silla.
—No tienes que estar tan rígido conmigo, siento que te conozco desde hace una vida con lo mucho que Griffin me ha hablado de ti. —La garganta se me cerró en una candorosa asfixia, mis brazos fueron muros de espinas bajo la tensión del olvido, mis pasos fueron una proeza hacia el Kilimanjaro.
—No estoy rígido. —Que él rodase los ojos me molestó—. No es mi asunto la salud de un viejo de todas formas. —El entrecejo le tembló cuando bramé aquello, la perplejidad con la que su mandíbula cayó me llenó de satisfacción. Victoria.
—¿Viejo? —La incredulidad hizo que él se tirase el cabello—. No aparento tanta edad, es el estrés de ser columnista el que me hace ver mayor. —Bufé frente a tan patética excusa.
—No has sacado buenas columnas en años. —Aunque no me encantase la idea de estar enjaulado con aquel desconocido, él tenía un talento abrumador para la investigación, era una lástima que lo desperdiciase en artículos para revistas de chismes y comercio. Una luz en agonía.
—¿Me has leído? —La vergüenza que se trazó en su rostro fue contagiosa, volví a retroceder—. Increíble que te interesen esas cosas siendo tan joven. —No había aire en la habitación.
—Griffin tiene varios trabajos tuyos en casa, no te hagas otra idea. —La aflicción con la que me acaricié la nuca lo pareció conmover. Su mentón se dejó caer contra su palma, sus ojos fueron los reflectores para mi acto.
—No te pareces en nada a él. —La torpeza con la que él agitó sus manos fue una bandera blanca para mi cordura—. No lo digo como si fuese algo malo, es solo que tú pareces ser alguien muy arisco en comparación. —¿Cómo un hombre tan imponente podía lucir así de indefenso? Quizás la gente de Cape Cod era demasiado hosca para la realidad.
—Eso no es lo ideal cuando se tratan de hacer amigos en la universidad. —En aquel pueblo en lugar de caricias se entregaban mordidas, los equipos de béisbol escondían secretos bajo tierra y la compasión era la única llave para escapar—. Es más difícil de lo que parece. —La humanidad que me regaló el castaño me erizó la piel. No. No debía.
—¿No te ha ido bien con eso? —No la necesitaba—. Supongo que debe ser difícil para ti cambiar tanto de ambiente. —Era un extranjero en mi propia piel, la sensación era tan incómoda como desagradable. Al menos mi miseria tenía raíces en la decadencia de un campo marchito.
—No me importa en realidad. —No pude despegar mi atención del piso, mis palmas se convirtieron en puños sobre mis rodillas. Esto ni siquiera era por mí. Fracasaría y volvería a ese infierno para ser menospreciado por el ego Jim. De seguro el viejo estaba esperando que regresara humillado.
—¿Por qué no pruebas yendo a la cafetería que queda al frente de tu universidad? —Retrocedí dos veces en sus palabras antes de poderlas procesar, su risa rompió la tensión del cansancio.
—¿Cafetería? —Una infinidad de folios cayó hacia la alfombra cuando él se levantó. Él asintió siendo un lío.
—El lugar le ha comprado varias fotografías a Ibe, es bastante popular entre los chico de tu edad. —La fatiga lo hizo tropezar a oscuras esa mañana—. No pierdes nada intentando. —Suspiré antes de ayudarlo a recoger ese desastre.
—Si tú lo dices. —Sin importar cuantos papeles levanté no pude encontrar los pedazos de mi dignidad.
Érase una vez un músico cuyas cuerdas se cortaron bajo el fervor de la pasión.
Más que una cafetería aquel local se parecía a las cantinas que solía frecuentar Jim. El ambiente era tranquilo y agradable, decenas de mesas de madera se encontraban acomodadas al frente de un modesto escenario con cortinas de terciopelo y banquillos de plástico, una infinidad de cuadros con fotografías de Nueva York coloreaba las paredes, el aroma a cafeína e insomnio fue tentador, una llamativa mesa de pool se robó los reflectores de la vida estudiantil entre carcajadas y brindis. Tomé asiento al frente de una especie de barra, la fricción contra la cuerina fue incómoda y ruidosa, las conversaciones a mi alrededor confirmaron la distopía que yo era ante tan brillante imagen, me mordí el labio, aunque aún era de día una tenue capa de neón había cubierto el lugar. Quien servía los tragos era un hombre sacado del mismo Harlem.
—Eso fue un desastre. —Un sujeto se dejó caer a mi lado, la pesadumbre en su suspiro fue histérica y molesta. Me encogí lejos de él—. ¿Realmente estuvimos tan mal? —Lo exagerado y colorido de su peinado fue llamativo; una cresta de gallina púrpura, Jim se retorcería en su tumba si viese algo así—. Se sincero conmigo. —Sin prestarle atención el trabajador me extendió una taza de café.
—Realmente apestaron allá arriba, Shorter. —El aludido acomodó una vieja guitarra eléctrica sobre la barra—. La idea de que vengan a tocar es que atraigan clientela, no que la espanten. —El moreno dejó caer su rostro contra la suciedad del mesón. El vapor de mi bebida me acarició la nariz. Amargo.
—Arthur decidió renunciar a última hora, él fue quien nos metió en este lío. —La carcajada del cantinero fue contagiosa, las conversaciones sobre el estrés de la primera semana universitaria fueron un lejano eco entre las grietas de la elocuencia.
—Tu banda ya era un fracaso aun cuando Arthur cantaba. —El puchero del contrario fue infantil y deprimente, sus brazos se acomodaron sobre su guitarra, sus pies golpearon los bordes del mesón.
—Eres cruel Cain. —El aludido rodó los ojos antes de extenderme algunas servilletas—. Pero sé que esto puede funcionar, solo necesito encontrar a la persona indicada. —El nombrado se limitó a darle la espalda. Parecía acostumbrado.
—¿Dónde vas a encontrar a alguien que capté la atención de las masas así? —La violencia con la que el guitarrista se levantó me erizó la piel—. Debe ser alguien guapo si quieres atraer al público femenino. —Me atoré con un sorbo de cafeína al percatarme de que era a mí a quien él estaba mirando. No. Definitivamente no.
—Hola. —Él me extendió una palma—. Me presento, soy Shorter Wong, el líder de la mejor banda del universo. —Alcé una ceja, aturdido. Que agresivos podían ser los habitantes del infierno. Me límite a continuar bebiendo para poder largarme de ahí. Max no me advirtió sobre esto.
—¿Por qué piensas que él puede reemplazar a Arthur? Ustedes llevaban años practicando juntos. —La curiosidad con la que Cain frunció su boca me revolvió las entrañas—. Ahora que lo pienso jamás había visto a este tipo por aquí. —Que todos los reflectores se posasen sobre mi escenario me cerró la garganta, mis zapatillas se estrellaron con compulsión contra el banquillo.
—Por favor, chicos guapos como él siempre tienen buena voz y saben tocar guitarra, es un clásico cliché. —Cada músculo se me tensó cuando él acomodó su brazo sobre mis hombros—. ¿Me equivoco? —En un pueblo donde la ignorancia abundaba aprender música era un pasatiempo tentador.
—Solo acústica. —Griffin fue quien me enseñó en medio de la desolación.
—¿Ves? —La satisfacción en el moreno hizo que el contrario rodase los ojos, la tensión en la atmósfera chispeó sobre mis orejas—. ¿No te interesaría convertirte en una estrella? —La estridencia de la burla no opacó el esplendor grabado bajo sus lentes.
—Shorter se realista, la gente que los escucha lo hace porque no puede irse a tomar sus bebidas afuera, no porque sean talentosos. —El bufido del aludido fue neblina para mi cordura, mis manos se tensaron alrededor de la taza, mi guardia se estrelló contra esa clase de personalidad. Brillante.
—Pero con alguien como él podríamos ser famosos. —El reflejo de sus perforaciones fue un parpadear psicodélico.
—No soy bueno con la guitarra, solo sé lo básico. —Mi quejido no lo desanimó, con una empalagosa familiaridad él apretó mis hombros—. Deberías considerar a alguien que sí sepa de esto. —Me froté el ceño, frustrado, él no parecía estar escuchando. El resplandor trazado en el rostro de Shorter Wong me confirmó que estaba hablando con una pared. Debería estar acostumbrado.
—Oh... —Pero no lo estaba—. Mira, llegó la súper estrella. —El mundo se paralizó bajo las palabras de Cain. Cuando volteé hacia la entrada el tiempo se quebró en lo eterno de una fotografía. Mi corazón se inyectó en la ferocidad de la adrenalina, las piernas me temblaron sobre aquella silla, las manos se me empaparon de sudor, no pude apartar mi atención de él. La garganta se me cerró, la mente se me perdió.
—Eiji. —Su nombre solo brotó de mis labios.
—¿Conoces al Fly boy? —La sugestión enlazada a la voz del moreno me heló el alma.
—No. —Él y un chico de cabello largo tomaron asiento al frente del escenario, su risa me cosquilleó como chispas sobre la piel, sus movimientos le robaron la magnificencia al momento—. No lo conozco. —Lo olvidé todo por un coqueto encoger de hombros y la dulzura de un mohín.
La libertad era hermosa.
—Eiji frecuenta bastante este lugar, ¿sabes? —Aún bajo las garras de la fatiga él lucía encantador—. Si te conviertes en nuestro vocalista él te verá presentar en el escenario. —La compulsión con la que me mordí la boca fue sagrada, me sequé las palmas contra los jeans. Mierda, sabía a dónde esto iba.
—¿Tu banda es buena? —Saberlo no me impidió correr directo hacia el fuego.
—La mejor de Nueva York. —Por alguna razón quería que él me mirase.
Y tal como debí suponer que esto acabaría fue un desastre. La banda del moreno se encontraba repleta de personalidades brillantes y estridentes, las ideas eran anarquía sobre hojas sueltas, los ensayos se perdían como gotas en el mar de la desesperanza. Al no planificar con suficiente antelación lo que él quiso lanzar como nuestro debut fuimos un fracaso. Aunque Griffin me había enseñado a ser habilidoso con la guitarra nada se comparaba a la presión de las cuerdas en la tensión de un escenario, los reflectores, las miradas, los alaridos, la adrenalina, fue demasiado para un oriundo de nada. A pesar de ser un rotundo desastre acabé cómodo con la presencia de Shorter Wong. El caótico estudiante de música cuyo talento fue oprimido por el sistema era una leyenda en la universidad. Era divertido pasar tiempo con él. En Cape Cod jamás me preocupe por tales banalidades, que extraño era haber caído en una. Estaba perdido, hasta Max lo había notado.
—No te desanimes por esto. —Vagar frente a la barra en aquel local se había vuelto nuestra costumbre sagrada—. Ya lo haremos mejor en la siguiente presentación. —El bufido de Cain lo hizo rodar los ojos. Los demás miembros de la banda estaban a nuestro alrededor. La pereza fue omnipotente esa tarde.
—Si alguien practicara más con el teclado quizás no estaríamos tan perdidos. —La saña en las palabras de Alex no alteró a Bones, él solo se encogió de hombros antes de atragantarse con refresco y bocadillos.
—La música debe fluir, no es algo que se pueda forzar. —La frustración acumulada entre las cejas del castaño me hizo reír. Shorter se encontraba limpiando con un paño sucio su guitarra.
—Al menos ahora tenemos más público femenino. —Las palabras del moreno tuvieron sabor a ilusión, la suavidad de la tonada fue alivio contra el estrés—. Hay una chica que estudia danza a la que realmente quiero conquistar. —La fama de casanovas que tenía el guitarrista no le hacía justicia a sus fracasos. Él rompía más vasos a corazones.
—¿No deberías concentrarte en tus exámenes o algo así? —Bones alzó una ceja, la lentitud con la que sus yemas delinearon los bordes de la jarra fue escalofriante—. Ya estás en último año. —El moreno arrojó un suspiro pesado. Odiaba el tema.
—No me lo recuerdes. —Sus dedos ejercieron presión contra su ceño, aquel gigantesco polerón fluorescente no pudo ocultar la mala postura incrustada a sus vértebras—. ¿Tus actividades como novato aún no empiezan? —Me sobresalté al ser el centro de los reflectores, los poros se me erizaron para que las notas de la canción calasen hacia mi alma. Mi atención se enfocó en la barra.
—Se supone que sí. —La ansiedad me acarició la nuca. Maldición, había estado evitando mis clases toda la primera semana junto a los ensayos del equipo de deportes. Tomar esta beca me hacía sentir como un perro callejero—. Pero no he estado muy pendiente. —Aunque Griffin quería lo mejor para mí, ¿Por qué tenía que ser esto?
—Ya veo. —Nadie me podía arrancar el anhelo por volver. Extrañaba la miseria. Los golpes y el dolor.
—¿Estas en el equipo de béisbol? —Las peleas, el odio, la culpa, las patadas del destino en la cara. Que dulce podía ser la miseria, solo quería resignarme para terminar como Jim. Nada cambiaría por más que lo intentara.
—Si, pero soy un fracaso en eso. —El colmillo de Bones sobresalió en aquel puchero.
—Chico estas siendo muy duro contigo. —Como ya le era costumbre, Shorter volvió a quebrar mi espacio personal con un abrazo sobre mis hombros—. Es difícil iniciar en la universidad, tómate el tiempo que necesites. —La altanería en la mirada de Alex me hizo vacilar.
—No le hagas caso, él está atrasado dos años en su carrera, por eso esta tan viejo. —El moreno no lo escuchó.
—Además has comenzado a ganar fama en el campus. —La piel se me erizó bajo el gélido de la realidad—. El lince de Nueva York es todo un misterio. —Elevé una ceja, aunque él apestaba a pintura y colonia barata no me molestó que se restregase contra mi hombro.
—¿El lince de Nueva York? —La emoción con la que él asintió fue contagiosa.
—Ese fue el apodo que te pusieron nuestros fans. —Que hablase de fanáticos bordeó la línea entre lo egocéntrico y la confianza—. Ya sabes, por Ash Lynx. —Aquel nombre escogido por despecho y azar terminó agradándome. Solo lo había elegido para enfadar a Griffin cuando me apartó.
—De hecho es pegajoso. —La ligereza con la que Alex pronunció aquello fue impropia—. Me gusta, podríamos usarlo para el nombre de la banda. —Cain nos extendió algunas botellas de refresco sobre la barra.
—¿Ni siquiera tenían nombre? —El desdén en su pregunta hizo que los lentes le temblaran debajo de las cejas—. ¿Cómo pretendían ser un éxito así? —Con un golpe contra el borde del mesón él destapó la bebida. La efervescencia del gas manchó el piso.
—Era un plan en construcción. —Había algo en aquel lugar que me recordaba a los bares alrededor de la decadencia. La ciudad no se profesaba tan intimidante cuando había algo que era familiar.
—Salud. —Shorter golpeó las otras botellas con un brindis silencioso.
—¡Por el lince de Nueva York! —Ese fue el comienzo del caos.
Érase una vez un ave cuyas alas se encontraban demasiado rotas para volar.
No pude seguir evitando las prácticas del equipo de béisbol. Las constantes llamadas de Griffin fueron las que colapsaron con mi voluntad y me forzaron a asistir, a pesar de que no había pedido esa beca de mierda, tampoco quería decepcionarlo. Que injusto era admirarlo y quererlo tanto, él abusaba de la melancolía. Lo extrañaba. No sabía la falta que me haría la miseria de Cape Cod hasta que la perdí, aunque Max era un hombre agradable no era lo mismo. No podía bajar la guardia o me convertiría en una presa.
Fue una tarde cualquiera cuando el destino jugó a mi favor. Luego de estar horas bajo el sol recolectando los guantes del equipo como castigo un sonido en la bodega captó mi atención, la garganta se me cerró cuando pude distinguir lo qué era: llanto. Lo había escuchado lo suficiente detrás de la puerta de Jennifer como para saberlo. Las manos se me empaparon de ansiedad frente a los contenedores, si dejaba las cosas afuera y me iba me libraría de aquel lío, ya era tarde y mañana Shorter quería ensayar, estaba cansado. Me mordí el labio al dejar caer los implementos contra la puerta, por alguna razón fue doloroso escucharlo.
Aun sabiendo que me arrepentiría me entrometí.
—¿Hola? —El tiempo se paralizó cuando abrí la bodega, el corazón se me detuvo para comenzar a arder ante tan vulnerable imagen.
Los ángeles también sufrían.
Él estaba ahí, hecho un ovillo sobre una polvorienta y vieja colchoneta, él estaba tiritando por culpa del gélido en el campus, la amargura le brotó de los ojos para deslizarse por sus mejillas, la hinchazón en sus párpados fue desalmada y triste. Me dolió. No entendí la razón pero verlo así fue sumamente destructivo.
—Perdón. —Él se limpió el rostro con el antebrazo, aunque me sonrió el terror de la pena no pudo ser disimulado—. No sabía que aún había alguien practicando. —Aun en la oscuridad de la noche me vi atrapado por el fulgor de esas orbes. Él era mucho más hermoso de cerca.
—No, yo... —No saber qué decir no le impidió a mis piernas arrastrarme hacia el más bajo—. Solo estaba recogiendo lo del equipo de béisbol. —La tensión en el aire fue incómoda y tortuosa. Aquella bodega fue arrancada de la realidad para que solo existiésemos él y yo en un secreto.
—Ya veo. —Sus manos pendieron sobre sus rodillas, sus hombros se tiñeron de azul por el frío, el golpetear de sus zapatillas fue estridente. El polvo se convirtió en neblina cuando me senté a su lado.
—¿Estas bien? —La perplejidad que esos ojos me regalaron me heló la sangre, la cara me ardió, él estaba cerca—. Es que pareces triste. —Mis palabras escaparon torpes y tartamudas, me froté el entrecejo con frustración, ¿Por qué estaba tan nervioso?
—No te preocupes, no es nada. —No pude evitar molestarme por esa respuesta.
—Si fuera nada no estarías llorando así. —El rojo de mis mejillas lo hizo reír. Yo no era la clase de persona que se entrometía en los dramas de los demás. Vivir y dejar vivir era el lema de Cape Cod, sin embargo... —Lo siento, no quise sonar tan agresivo— Él se sentía diferente.
—Tú eres el chico que estaba con Ibe el otro día, ¿No es así? —Que peligrosa fue la felicidad que corrió por mis venas cuando él me reconoció—. Ash. —Que lindo se escuchó mi nombre entre sus labios. Joder ¡No! Me golpeé las mejillas.
—Soy yo. —Debía recuperar la cordura—. Acabo de llegar a Nueva York y él se ofreció a mostrarme la facultad. —Su sonrisa consiguió que un escalofrío me electrizase las vértebras. Él se dejó caer sobre la colchoneta en aquella oxidada bodega. El aroma a humedad fue insoportable.
—Creo que lo escuché hablar de eso. —Sus manos se acomodaron sobre su vientre, su atención fue robada por las grietas del techo—. Pero me suenas por otra cosa. —Verlo divagar fue agradable, antes de que le pudiese responder él me desarmó—. ¡Eres el lince de Nueva York! —El corazón jamás me latió con tanta fuerza como lo hizo esa noche, la boca se me llenó de ansiedad, cada poro se me erizó con chispas, ¿Qué diablos me pasaba?
—Soy yo. —La congoja enlazada a mi voz fue una sorpresa. Me dejé caer a su lado.
—El nuevo vocalista de la banda de Shorter. —Tensé mi ceño al escuchar su nombre, así que él sí conocía al famoso Fly boy. Gracias por nada, luego me las pagaría.
—¿Conoces la banda? —La suavidad de su risa me aturdió, el roce entre nuestros hombros consiguió que el estómago me burbujeara.
—Mi mejor amigo es fanático de su música así que me termina arrastrando a cada presentación. —La delicadeza con la que él volteó su rostro fue abrumadora—. Aunque no pude ir a tu debut, lamento eso. —La estridencia de un palpitar hizo eco contra lo hermético del cuarto.
—De todas maneras fuimos un desastre, Shorter fue el único que no lo vio venir. —Que aterradora fue la naturalidad con la que me acostumbre a su presencia.
—Apuesto que Cain no se lo dejó de advertir. —La dulzura de su expresión fue hipnótica—. Prometo ir para la siguiente presentación. —Dejé de sentir la colchoneta para flotar en el aire. Mis manos se aferraron a los bordes de mi polera, la boca se me secó. Griffin algún vez me lo explicó.
—¿Te sientes mejor? —Habían personas encantadoras y relajantes. Presencias que hacían bien.
—Si. —Eiji Okumura debía ser alguien así para que yo lo quisiese tener tan cerca—. Gracias. —Las sensaciones eran extrañas cuando estaba con él—. Últimamente no he estado muy animado. —Aunque la bodega se encontraba sumida en lo sombrío del metal pude distinguir cada una de sus facciones en lo efímero de la perfección—. Es triste amar algo y darte cuenta de que no eres lo suficiente. —Como si él pudiese atrapar una estrella él extendió su mano hacia el techo del contenedor.
—¿Tiene que ver con el salto de pértiga? —El sonrojo que se posó sobre sus mejillas fue lindo. Apoyé mi antebrazo sobre mi cara, mi mente no debía estar funcionando bien para que él me interesase tanto. Tal vez lo admiraba. Sí, seguramente era eso.
—¿Me conoces? —No pude evitar reír frente a esa pregunta.
—Todos conocen al Fly boy. —La propia idiotez en mis palabras me hundió—. Eso fue lo que Shorter me dijo. —Que situación más vergonzosa. Me sentía como un mocoso cuando estaba él. Él golpeó mi hombro para molestarme.
—Pensé que el famoso eras tú. —Estar con él era agradable. Que calidez más sofocante—. Pero tienes razón, de pronto alguien decidió que no era lo suficientemente bueno como para saltar y me quiere quitar mi puesto en el equipo. —La nostalgia atrapada en esas orbes fue mortífera.
—¿Por qué? —La ira en mi voz le causó gracia.
—En el salto de pértiga el límite personal se determina de antemano. Según la altura del cuerpo, el poder de la patada, y el ancho de la empuñadura se establece la longitud del palo que se puede sostener y trabajar y así sucesivamente. —Su sonrisa fue tímida y amarga—. Por eso las personas pequeñas como yo tenemos que trabajar el doble para mantenernos a la altura del juego. —Él aún seguía temblando por culpa del frío.
—Pero eres el mejor del equipo. —La imprudencia fue la que volvió a gritar—. Eso fue lo que Shorter me dijo. —Mentir tanto me haría mal. Jim estaría orgulloso.
—Ahora el más pequeño en el equipo soy yo, así que me advirtieron que si bajaba el rendimiento me reemplazarían. —Sus piernas se movieron con fatiga contra la colchoneta, la aspereza de la goma espuma fue un velero en el tormento de la juventud—. Pero estoy algo cansado ya. —Bajo el rubor había una palidez preocupante y peligrosa.
—Ellos se lo pierden si te dejan ir. —Me senté para poderme sacar la chaqueta deportiva—. No es mucho pero te puedes enfermar con este clima. —La perplejidad en su rostro me hizo suspirar. Lindo. Realmente lindo.
—¿No te dará frío a ti? —Él dejó que acunase sus hombros con aquella prenda, le quedaba grande, los bordes le llegaban hasta la cadera y los puños le cubrían los dedos.
—El clima es peor de dónde vengo. —Fue penoso sostener una mirada entre nosotros dos, como si las manchas en el piso fuesen tesoros ambos las comenzamos a contar. Él se abrazó a mi chaqueta.
—Gracias por escucharme. —La timidez enlazada a su voz me arrebató la cordura—. No soy la clase de persona que colapsa con la presión, pero últimamente ha sido demasiado. —Que nuestras zapatillas chocasen por accidente nos puso nerviosos.
—No fue nada. —Ambos nos miramos con torpeza, el dulzor atrapado en su respiración caló hacia mis pulmones. Adictivo y magnético—. Hace un tiempo te quería hablar. —Me sentía como un niño perdido cuando se trataba de él—. Pero no supe cómo. —Humillarme parecía haberse convertido en mi nuevo talento. Griffin se reiría de mí al verme así.
—Tarde o temprano nos conoceríamos si Ibe está de por medio. —¿Nervioso por qué? Estos eran sentimientos que no entendía—. Ya deberíamos irnos. —Nunca antes los había tenido.
—Deberíamos. —Apreté mis rodillas con fuerza. Max se preocuparía si me tardaba demasiado—. Pero quiero quedarme hablando contigo un poco más. —El moreno se dejó caer otra vez sobre la colchoneta.
—Bien. —Su sonrisa puso sin esfuerzo mi mundo de cabeza, el tiempo comenzó a correr al revés—. Hablemos un poco más. —Suspiré antes de acomodarme a su lado—. Cuéntame algo de ti Ash.
Érase una vez un chico hecho de complejos y problemas cuyo corazón fue robado por la libertad.
En este momento sigo existiendo en nada y procesando el desastre que me espera mañana, pero será, si lo sobrevivo estaré más activa en la semana.
Mil gracias a las personas que se han tomado el tiempo para leer.
Espero que se encuentren bien y ¡Cuídense!
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