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Proteger

Era como una cálida noche de verano. Mu vio a la hermosa mujer que dormía a su lado y una abrumadora sensación de felicidad inundó su pecho. Nunca pensó que algo así estuviera reservado para él, no siendo un santo al servicio de Atenea, no con ella siendo la humana con el rango más elevado al servicio de Hades. La idea en sí incluso se podía catalogar como absurda, pero ahí estaba, sintiendo su suave cuerpo junto al suyo, consciente de su acompasado respirar que le indicaba un sueño tranquilo, pese a que ella le había contado que en la mayoría de sus noches era presa de tormentosas pesadillas producto de su anterior vida.

Al recordar esto, Mu sintió sobre su anular el peso de la argolla qué lo rodeaba, quiso buscar con su mano el que debía estar en el anular de Pandora pero se detuvo por dos razones: la primera, la vio retirársela antes de prepararse para irse a la cama y segundo y más importante, temía que su sueño ligero la hiciera despertarse, miró hacía la mesita de noche del lado opuesto de la cama y gracias a la luz tenue de la lámpara de noche que seguía encendida pudo distinguir los anillos qué anunciaban qué ella era su esposa. Una ligera sonrisa surcó sus labios.

Un ligero cambio en la respiración de Pandora lo puso en alerta, la miró con preocupación y vio como su frente se comenzaba a arrugar una alarma saltó en su cabeza la estrechó suavemente contra sí y encendió un poco su cosmos para que supiera que estaba ahí, con ella y que no la dejaría sola. Un suspiro de alivio salió de sus labios cuando la sintió relajarse y su respiración volvió a ser pausada e incluso la vio sonreir ligeramente. La envolvió más cerca de sí.

Volvió a sentir el peso de la argolla en su dedo y miró las de ella en la mesita de noche. Esos anillos no solo significaban qué ella era su esposa, si no eran el símbolo del compromiso que habían adquirido el uno con el otro y él era muy consciente de ello. Jamás tomaría a la ligera el juramento hecho ante sus dioses. Con ese pensamiento finalmente se quedó dormido.

El sentirse observado lo hizo despertar. Pandora le sonrió y él le devolvió el gesto todavía algo adormilado.

—¿Qué hora es? —preguntó dando un largo bostezo.

—Todavía es temprano, puedes seguir durmiendo —le informó dándle un corto beso en la mejilla antes de levantarse.

—¿Y tú? —se estiró para apartar un poco el sueño.

—Prepararé el desayuno.

—Te ayudo —ofreció retirando la sábana. Pandora negó.

—Descansa no te preocupes, yo me encargo —le guiñó un ojo y luego salió de la habitación. Mu no tardó en seguirla.

—Buenos días —dijo abrazándola por la espalda y depositando un beso en su hombro.

—Buenos días —saludó—. Te dije que siguieras durmiendo —regañó.

—No tengo sueño ya —se encogió de hombros—. ¿Dormiste bien?

—Mucho —respondió con una sonrisa—. Sin pesadillas. ¿Tú?

—Me alegro, también bien, casi en seguida de ti —mintió.

Pandora no tenía porque enterarse que pasaba parte de la noche en vela, vigilando su sueño, asegurándose de que nada perturbara su sueño, porque en su corazón además del amor que le tenía, guardaba la promesa de protegerla de todo y para él, eso incluía cuidarla de sus propias pesadillas.

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