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Observar Las Estrellas

Manigoldo observó con atención a Shion, quien era tenuemente iluminado por los colores del atardecer y las llamas de la fogata qué había encendido hace un momento en la cual se disponía a asar los peces qué compondrían su cena. Estaba sentado sobre una roca con los codos sobre las rodillas y la barbilla en sus palmas con una expresión de disgusto.

—¿Seguro que no necesitas ayuda? —preguntó por quinta vez en los últimos quince minutos. Shion sonrió.

—No, deja de preguntar —regañó—. Suficiente el que hayas los hayas pescado y preparado, yo me encargo de cocinarlos —le dedicó una suave sonrisa.

—Yo te invité a este campamento —lo vio colocar los peces en el fuego—, debería ser quién se encargue de todo.

—Sí —asintió levemente—, pero me gusta el pescado al carbón no hecho carbón —se burló. Manigoldo se incorporó ligeramente.

—¿Insinúas que no sé cocinar? —La indignación teñía su voz. Shion sonrió más ampliamente.

—Insinúo qué no sabes asar un pez, de cocinar no he dicho nada —le miró con diversión.

Manigoldo sonrió y miró al cielo, no podía enojarse con él. Shion podía burlarse de él todo lo que quisiera y no se quejaría, amaba demasiado su sonrisa como para verla desaparecer, por su carácter, además era tan hermosamente lindo con sus bromas, qué no había forma que lo ofendiera realmente, si no estuviera ocupado haciendo la cena ya lo habría abrazado.

—Igual cuando volvamos puedes hacerme una de tus comidas italianas qué tanto me gustan —Manigoldo lo observó con cariño y meditó un momento.

—Me parece un trato justo —asintió.

Los últimos rayos del sol se perdieron en el  horizonte y Shion finalmente lo llamó a cenar. Comieron en silencio y Manigoldo tuvo que aceptar que tratándose de cocinar a la intemperie, Shion tenía mejores habilidades qué él, aunque eso lo mortificara un poco, quería consentirlo esa noche, pero el Carnero podía ser demasiado terco a veces y él era débil ante él, no podía negarle absolutamente nada.

—¿Y ya me dirás porque me has traído con tanta insistencia? —preguntó Shion de pronto sacándolo de sus pensamientos. Sonrió.

—Come pescado y no ansias, borreguito a su tiempo —le respondió con voz divertida, amaba jugar con su paciencia.

Limpió en el arroyo los utensilios de cocina qué utilizaron, luego sacó algunas golosinas qué sabía le gustaban a Shion y los envolvió a ambos en una manta. Observaron el cielo nocturno identificando algunas de las constelaciones qué en esa época del año se podían observar mientras conversaban de tonterías cuando el cielo se comenzó a iluminar con pequeños destellos fugaces y Shion observó el espectáculo nocturno con emoción.

—¿Sabías de esto? —preguntó sin dejar de observar el cielo.

—Sí —le dio un beso en la mejilla y lo abrazó con fuerza. Shion sonrió ante el gesto y se dejó hacer.

Siguieron acurrucados observando el cielo hasta entrada la madrugada cuando Manigoldo sintió qué Shion comenzaba a dormir.

—Shion —llamó suavemente—, vamos a la tienda.

—No quiero —hizo un puchero y se acurrucó más en su pecho.

—Es hora de dormir, anda.

—¿Dormirás conmigo? —preguntó medio dormido. Manigoldo sonrió.

—No me perdería esta oportunidad —apartó un mechón de su cabello y le dio un suave beso en los labios.

—Entonces vamos, pido tu pecho para dormir.

Ambos entraron en la tienda, Shion apenas le dio tiempo para acomodarse, cuando, fiel a su palabra, se abrazó a él y se durmió en su pecho.

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