Dar Regalos
Sentado en las escaleras qué conectaban el cuarto y el quinto templo, Aioria contemplaba el pequeño obsequio qué esa tarde Deathmask le había entregado, un pequeño recuerdo traído de tierras africanas en las que había estado de misión con Afrodita por dos semanas. La suave brisa del verano golpeaba los castaños cabellos con suavidad y traía a sus fosas nasales el dulce aroma de la flores que crecían a los alrededores de su templo. Apoyó las manos en el mármol y miró al cielo nocturno. Cerró los ojos un momento, luego los volvió abrir, se puso de pie y caminó hacia el cuarto templo.
Deathmask fumaba un cigarrillo recargado en pilar en la entrada de su templo distraídamente mirando las estrellas, no era muy tarde, pero igual no esperaba que alguien, además de él, estuviera despierto. Dio una calada a su cigarro y se giró levemente para ver a su visitante en cuanto percibió su presencia y volvió su vista al cielo ocultando su sonrisa. Aioria se acercó a él y lo abrazó por la espalda. Deathmask no se quejó del contacto y se inclinó levemente sobre el pecho ajeno cómodamente. Ambos permanecieron en silencio mientras Deathmask terminaba su cigarrillo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Deathmask sin abandonar su posición, pero sin devolver el gesto.
—Pensaba —respondió dando un ligero beso en la cabeza ajena y luego apoyando su barbilla en ella. Deathmask se apartó ligeramente e inclinó la cabeza para verlo con interrogación—. Siempre tienes un regalo para mí, por mínimo que sea, si vas al pueblo vuelves con dulces o comida para mí, si sales de misiones me traes un recuerdo, incluso si solo visitas el templo de Afrodita vuelves con algo —concluyó con queja en su voz.
—¿Y? —Deathmask no entendía el punto—. ¿Te molesta que te de regalos? —Aioria suspiró.
—No —negó con tono resignado—, me molesta darme cuenta que yo no te correspondo de la misma manera, apenas y te doy algo en fechas importantes —Deathmask soltó una leve risa. Se apartó de él y se giró completo a verlo. Cruzando los brazos y recargando la cabeza en el pilar. Lo miró significativamente.
—Tonto —sonrió—, no necesito nada de eso.
—Pero Deathmask —susurró frunciendo el ceño. Alargó su mano para acariciar la mejilla ajena sin saber que responder.
—Eso es a lo que me refiero —dio una palmadita a la mano en su mejilla—, yo a diferencia de ti, no soy muy afectuoso y a veces me siento mal por ello —Aioria lo miró.
—Pero a mi no me importa, sé que eres así y está bien —aclaró. Deathmask sonrió.
—¿Y entonces cómo sabes que me importas? —Aioria abrió los ojos cuando comprendió el punto.
—Con tus detalles —admitió con una suave sonrisa—, no eres el más expresivo ni el más cariñoso, pero siempre logras hacerme notar cuan importante soy para ti con tus regalos y tus atenciones como cuando me llevas comida durante las guardias o la dejas preparada para cuando vuelva.
—Así es —dio énfasis a su afirmación con un ligero asentimiento de cabeza—, en cambio tú, me regalas tu tiempo, tu presencia, sea en silencio o charlando de cualquier cosa, tu atención, tu contacto, todo eso es significativo para mí, no necesito que me des regalos, pero yo necesito dártelos para que sepas que, aunque no lo demuestre tan abiertamente como tú, también me importas.
—Gracias Deathmask —Aioria lo abrazó, Deathmask, como siempre no se negó al contacto, pero no lo devolvió.
—No hay de qué, Gatito, ahora, ¿por qué en lugar de volver a tu templo, no te quedas en el mío?
—¿Quieres que me quede? —preguntó interesado. Deathmask se encogió de hombros.
—Solo si tú quieres.
Aioria sonrió y lo tomó de la mano para instarlo a entrar. Se sorprendió cuando sintió un ligero apretón en su mano. Sonrió. Deathmask a veces lo sorprendía con pequeños gestos como ese y él también podía sorprenderlo a él con pequeños detalles pensó recordando la pequeña cajitas qué llevaba en la bolsa de su pantalón y que entregaría junto al desayuno.
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