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Confesión De Amor

Los últimos detalles antes de comenzar la fiesta estaban listos, Pandora caminaba de un lado a otro asegurándose de que todo quedara perfecto para la celebración del cumpleaños de su Señor. Había citado a los invitados a las diecinueve horas y el festejado debería llegar media hora después, por supuesto, no dejaría pasar a nadie después de dicha hora. La Señora Perséfone había sido muy clara en cuánto a esto y por supuesto, ella era la encargada de que todo saliera según lo previsto. Daba un último repaso al jardín cuando Zelos llegó hasta ella.

—Señorita Pandora —la llamó —Atenea y sus caballeros acaban de llegar —informó.

Pandora vio su reloj y sonrió. Se alisó la falda y se apresuró a regresar al salón, justo a tiempo para darle la bienvenida a la diosa que otrora fuese su enemiga, ahora habían formado una alianza sólida.

—Atenea —hizo una leve reverencia —sea bienvenida, Minos —señaló al mencionado—, la guiará hacía el comedor.

—Muchas gracias, Pandora —Atenea sonrió y se dispuso a seguir al juez.

Pandora no tuvo tiempo de observar a los acompañantes de la diosa ya que Poseidón, junto a sus generales, hacía acto de presencia, hizo el mismo protocolo indicándole a Aiacos que los guiara, poco después llegaron los dioses gemelos quiénes indicando que Hades no tardaría en llegar y así fue, minutos después las puertas del salón volvieron a abrirse dejando ver a Radamanthys seguido por los dioses del Inframundo y con eso dio inicio a la velada. Cuando la orquesta comenzó a tocar, fue que finalmente Pandora pudo darse un pequeño respiro. Los invitados estaban dispersos por el salón y el jardín y los anfitriones se encargaban de atenderlos.

Pandora se detuvo frente a un gran espejo qué había en el pasillo que conducía hacía el jardín asegurándose de que su cabello se mantuviera en su sitio y que su maquillaje no se hubiera corrido y necesitase de un retoque, así como un breve repaso a su vestido de estilo victoriano. Alegrándose de haber optado por uno azul en lugar de sus típicos vestidos negros.

—Te vez hermosa —dijo alguien a su espalda y el reflejo del santo de oro de Aries apareció junto al de ella.

—Buenas noches, caballero —se giró y saludó con una ligera sonrisa. Mu rió leventemente.

—Disculpa mis modales, buenas noches, te vez hermosa —esta vez fue el turno de Pandora de reír.

—Muchas gracias, tú también te vez muy bien —elogió de vuelta.

—Gracias, aunque estos trajes no son lo mío —confesó acomodándose el cuello.

—Falta de costumbre —comentó a la ligera sacudiendo una pelusa de la solapa—. ¿A dónde te dirigías?

—A donde vayas —respondió sin reparos.

—Al jardín.

—Entonces vamos.

Mu ofreció su brazo y Pandora no dudó en tomarlo. Caminaron lentamente hacia afuera charlando sobre los preparativos de la fiesta y la velada misma.

Cuando llegaron al jardín, los recibió una hermosa vista llena de luces que iluminaban cada espacio del lugar de forma tenue resaltando los lugares donde los invitados podían pasearse para admirar la vista, charlar o tomarse fotos, tales como el kiosko qué se alzaba en el centro rodeado de un pequeño lago artificial, el puente que llevaba hasta ahí, los bancos esparcidos estratégicamente entre las diferentes flores y una cascada que alimentaba al lago. Mu dio un pequeño silbido ante la vista.

—¿Y dices que tú te encargaste personalmente de todo? —preguntó admirado.

—Sí —respondió con cierto orgullo.

—Guau, todo te quedó increíble, ahora entiendo porque estuviste tan ocupada y estresada en los últimos días.

—Pero creo que valió la pena.

—Definitivamente —concordó Mu— y por ello mereces relajarte un poco —tomó dos copas de una mesa dispuesta para ello y le entregó una.

—Gracias —aceptó.

Recorrieron todo el jardín, mientras Pandora le explicaba como había sido el proceso de reconstrucción del Castillo Heinstein en especial aquella parte, luego de la Guerra Santa, había querido llenar de color su vida y por eso se había esmerado en el jardín, llenándolo de todo tipo de flores. Mu la escuchaba atento, interrumpiendo solo brevemente para hacer un comentario o alguna pregunta que Pandora con gusto respondía y así llegaron hasta la cascada, el lugar más alejado del jardín.

—Eres increíble —dijo Mu mirándola a los ojos y tomándola de las manos.

—No es para tanto, solo quiero recuperar un poquito de lo que me perdí.

La música de la orquesta llegaba hasta ellos de forma nítida desde el salón acompañando el sonido de la cascada. Pandora miró a Mu con interrogación cuando la tomó de la cintura.

—Entonces déjame ayudarte un poquito y baila conmigo.

—Deberíamos volver al salón para eso —su voz tenía un tinte de confusión.

—Yo creo que aquí estamos bien —respondió acercándola a él un poco y comenzó a moverse.

Pandora no se resistió. Cerró sus ojos y se dejó guiar por él. Disfrutando de aquel momento que él le regalaba. El sonido de la orquesta, el agua, el viento, el aroma de las flores que permeaban aquel jardín y el perfume masculino la envolvieron qué apenas y se dio cuenta de cuando se habían detenido y Mu la besó tiernamente acariciando sus labios de forma lenta y ella respondió tímidamente.

Todo lo que hasta ese momento había apreciado, desapareció al momento en el qué él la había besado. Todos sus sentidos se enfocaron en aquel contacto que no había sabido que necesitaba hasta ese preciso momento. Un ligero suspiro escapó de sus labios cuando Mu se apartó y la miró a los ojos. Todo volvió a cobrar vida a su alrededor, pero sintió que había algo diferente.

—No solo eres increíble, eres maravillosa, hermosa y te amo.

Las mejillas de Pandora brillaron por el rubor.

—También te amo —confesó apartando un poco la vista.

—Entonces, ¿me aceptas? —preguntó sin ocultar su emoción. Pandora asintió levemente y él la abrazó con fuerza.

—Vamos al salón, quiero bailar con mi preciosa novia y que todos lo vean.

Pandora solo pudo reír suavemente y asintió y así, tomados de las manos volvieron al salón.

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