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7. Sick partner.

¡Hola mis bonitos lectores! Hoy ha sido un día un tanto extraño, ando con harta ansiedad porque su servidora tiene el tiempo en contra y quiere llorar. Pero escribir esto realmente me da mucho amor, los proximos capítulos son de mis favoritos.

¡Espero que les gusten!

—Anciano, necesito un consejo. —Max baja la taza hacia la mesa.

—Deja de llamarme así, solo soy algunos años mayor que tú, hieres mi ego ¿sabes? —Que este mocoso tenga la lengua tan afilada es un problema, lo hace sentir viejo, increíblemente viejo, como si tuviese un pie ya puesto en el asilo o en la tumba. Eiji probablemente se siente de la misma manera, piensa.

—Como sea, eres tú quien parece necesitar de un andador. —Aslan gruñe, estirándose encima de la mesa. Estaban trabajando en un nuevo reportaje para el New York Times cuando trajo el tema. Al parecer, su intelecto superior le permite equilibrar perfectamente tanto la universidad, la terapia como su reluciente trabajo de pasante en el diario.

—¿Qué ocurre?

—Mejor le pregunto a Jessica.

—Anda, no seas tímido conmigo. —El puchero que Max esboza le resulta desagradable.

Todavía le es raro, Aslan nunca desarrolló un vínculo genuinamente paternal, no sabe lo que se le metió en la cabeza para dejar que este sujeto se le acerque con semejante confianza. Oh, lo sabe. Fue el mejor amigo de Griffin en Irak, eso cuenta, eso es importante. Pero no solo eso, lo ha ayudado desde los sucesos asociados al banana fish, lo ha acogido como a su propio hijo, incluso le ofreció su apellido, es más terco que una mula, podría ser su padre de verdad y a veces, desea que lo sea.

Él se encoge en su suéter, los lentes penden hacia su nariz, se los tiene que sacar para poderlo mirar, le da vergüenza hablar de este tema, tanto que siente las mejillas arder con violencia mientras su corazón taladra en su cabeza. Jim jamás lo aconsejó acerca de chicas, mucho menos de un hombre, por eso tener que recurrir a Max es...Ugh. Demasiado molesto. ¿Griff lo aconsejaría?

—Es Eiji. —Aslan baja el mentón, apenado, sus piernas se contraen hacia la silla, las manos se le empapan de ansiedad—. Esto tiene que ver con Eiji.

—Oh... —Max alza una ceja, intrigado—. ¿Cómo van las cosas entre ustedes dos?

—Mucho mejor. —Porque Eiji le tiene paciencia, porque Eiji lo ama y él explota eso—. Tuvimos una pequeña pelea, pero ya lo resolvimos. —De hecho, lo ha ayudado a hacer su tarea para la terapeuta. Tener que hablar consigo mismo no estuvo tan mal. Le toma trabajo, claro que sí, ¿cómo empezarse a escuchar si ignoró su propio sufrimiento durante toda su vida?

—¿Le vas a proponer matrimonio finalmente?

—¡¿Qué?! —El calor le estalla en las mejillas.

—No me mires así, es esperable entre ustedes dos. —Max extiende sus palmas en el aire, clamando por inocencia—. Lo he sospechado desde que los conozco.

—Todavía no puedo darle ni un beso y me estás hablando de matrimonio, no me jodas con la intimidad. —Bufa, dolido e impotente.

—No creo que a Eiji le importen esas cosas. —Ese es el problema—. Él nunca tomaría nada de ti a la fuerza, no pasará entre ustedes nada que tú no quieras.

—Soy yo quien quiere esto. —Y eso lo hace sentir jodidamente egoísta—. Me gustaría poder dar grandes pasos en el contacto físico.

A una parte de él le enferma, siente que no tiene derecho a reconstruir una vida normal, es como la culpa del sobreviviente. Pero otra parte de él, quiere tanto intentarlo. Adora a Eiji Okumura, sabe que con él estará bien. Aslan todavía no ha descifrado qué tan cómodo se profesa con su sexualidad, ahora que no está disociado le resulta imposible tener que prostituirse u otra vez matar, se halla aterrado de enfrentarse en una situación subida de tono y volver a reexperimentar, no es voluntario ni deseable. Teme nunca ser normal. Tanto por su novio, como por él mismo. Son ambivalencias duras con las que debe lidiar.

—¿Quieres consejos para ponerte un condón? —Ash enrojece hasta las orejas.

—¡Sé ponerme un condón!

—Pero no funcionas bien cuando estás con Eiji, no me extrañaría que te lo termines poniendo de gorro en la nariz. —Se cruza los brazos y bufa, amurrado.

—Es porque es bonito. —Max le revuelve la cabeza. Los engranajes de su mente comienzan a girar y lo entiende, lo está tratando de distraer de la aplastante presión que se autoimpone con un humor barato, le recuerda a Shorter en cierta medida—. Está enfermo.

—¿Qué le pasó? —Aslan se aferra al tapete de la butaca, su atención pende desde los apuntes de la mesa hasta la mugrienta taza, trata de disimular una mueca de asco, seguramente un ecosistema se ha formado entre esa mezcolanza de tinta y café de grano.

—Acabó su ciclo de exámenes y cayó enfermo, se esforzó demasiado para aprobar.

—Ya veo, Eiji puede ser bastante duro consigo mismo. —Esas palabras le presionan dolorosamente el pecho, le es irracional que su novio sea tan compasivo con un asesino y tan cruel consigo mismo. Cuando su personalidad irradia pura calidez, como un sol en apogeo o un girasol recién despertando, lindo—. Shunichi me dijo que le pasó algo similar con el salto de pértiga.

—Quiero cuidarlo. —Aslan juguetea con sus manos en el asiento, parece un niño pidiéndole un consejo amoroso a su papá—. Pero no soy bueno en la cocina y nunca tomé un remedio para el resfriado o algo así. —Su cuerpo ha aprendido a curarse solo, incluso de las heridas de bala, eso es inhumano—. No sé cómo hacerlo.

—Ya veo. —Max tararea, sus dedos golpetean con suavidad la mesa—. Quieres mimarlo.

—¿Mimarlo?— Aslan ladea la cabeza, recuerda que esa palabra se encuentra escrita en un cupón.

Mimos.

¿Cómo diablos se mima a alguien?

—¡Ya sé! —Lo grita emocionado—. Puedes ponerte ese disfraz de enfermera que usamos para salir del instituto de salud mental, estoy seguro de que eso lo animará bastante. —Entonces, Ash lo patea con violencia por debajo de la mesa—. ¡Auch!

—¡Viejo! ¿Estoy hablando en serio! —Gimotea.

—Barbara es mejor enfermera que tú. —Bufa—. Estoy seguro de que Eiji la prefiere. —Aunque dice eso, su mirada se suaviza—. La verdad, creo que cualquier cosa que hagas lo pondrá contento, Eiji es una persona bastante simple en ese aspecto. —Max contiene una risita contra el dorso de su palma. No tiene precio contemplar al infame lince de Nueva York apenado.

Luce de solo dieciocho años.

Luce como el hermanito que Griff adoraba.

—Prepárale una sopa caliente y acurrúcate con él, eso será más que suficiente.

—¿Es así de simple? —Ash parpadea, desconfiado.

—Es lo que hago cuando Michael se enferma.

—No sé cómo sigue vivo, pobrecito.

—¡Oye! —Max gruñe, herido—. Es lo que haré cuando tú te enfermes.

—Prefiero tragar veneno a recibir tus cuidados. —Ambos se ríen.

Max se relaja, acomodando sus codos encima de la mesa, rozando el café helado. Aunque siempre lo fastidie, ama a este mocoso como a su propio hijo. Es incapaz de expresarlo por la personalidad de mierda que tiene Aslan, pero se siente orgulloso de cada paso que ha dado, lo ha visto mejorar y decaer, sabe que puede más, hará lo que sea para verlo sanar. Incluso, está escribiéndole un diario.

«El diario de Max Lobo».

—Suerte con tu futuro marido. —Musita, haciéndolo enrojecer una vez más.

—Idiota.

Aslan recapitula antes de entrar al apartamento.

Eiji.

Su adorable novio.

Su futuro marido (según Max), está enfermo.

Si no fuera tan orgulloso llamaría al Chang Dai para ordenar la cena y pedirle consejos a Nadia, sin embargo, es insufriblemente mezquino, cuando se le mete una idea es imposible arrancarla, el único que le hace competencia en terquedad es Eiji, otra razón para amarlo. Aslan enciende la estufa, pica todas las verduras que encuentra en el refrigerador y las arroja a la olla cuando hierve. Aunque ha buscado un tutorial en internet, si le preguntan, dirá que hizo la receta de memoria, es todo un master chef. Se acomoda el cabello en una coleta y se pone un delantal.

—Probablemente siga en cama. —Se musita a sí mismo.

Su atención es atrapada por el manojo de cupones que hay encima de la mesa, la tentación lo vence y acaba ojeándolos mientras su cocina hierve. Los repasa uno por uno hasta llegar al que anhela, lo sabía, piensa. Guarda los demás en el bolsillo de Nori Nori del delantal y se estanca en el momento.

Mimos.

Hay un cupón que le permite tener mimos.

Según la Real Academia Española, «mimos» se asocia con una condescendencia excesiva que se le suele conferir a los niños, es una manifestación de cariño. Las mejillas le arden, las manos le sudan contra el pequeño cupón, removiendo la brillantina del marcador. Él nunca recibió mimos durante su infancia, a excepción de las tenues memorias que le quedan acerca de Griff, no tiene idea de qué hacer para mimar a alguien. Sí, Eiji lo realiza con una extraordinaria naturalidad, cuando están en el sofá y le cepilla el pelo mientras lee o hace las tareas, cuando le musita promesas de amor luego de las pesadillas o incluso al prepararle ensalada de aguacates y camarones. Lo hace sin esfuerzo, como si lo disfrutara, como si genuinamente quisiera hacerlo porque lo ama.

Eiji lo mima siempre.

Pero él...

—Mierda.

¿Por qué debe ser tan complicado?

Tal vez, el traje de enfermera no sea mala idea.

—¿Ash? —Entonces, Eiji aparece por la puerta. Luce cansado, se encuentra enfundado en su pijama y todavía sigue pálido.

—¿Qué haces despierto? Deberías estar reposando. —El pánico le inunda el corazón y le quiebra la voz. Aunque lo adora todo de su novio, verlo tan frágil le duele. Teme que no sobreviva y sabe que esa angustia irracional dice mucho acerca de su precario pasado.

—Aslan. —Se acostumbró a perder seres queridos con demasiada naturalidad—. Cariño, apesta a quemado. —El apodo lo atonta, le toma tiempo procesar las palabras enlentecidas por el resfrío.

—¿Qué?

—Huele a quemado. —Repite—. ¡¿Pero qué le pusiste a la olla?!

Solo al darse vueltas, Aslan se percata de la masacre que hay detrás. Las verduras no solo se han quemado, sino que parecen haberse derretido en el agua hirviendo, formando una plasta negra que ha traspasado la tapa de la olla para caer al suelo, luce como si fuese ácido corrosivo y tal vez lo sea. Las burbujas destilan con furia hacia las baldosas, duda que las manchas salgan, es monstruoso.

—¿Qué se supone que es eso? —El japonés no tarda en apagar la estufa, aún descalzo responde a la emergencia como lo haría una verdadera ama de casa.

—Tu cena. —Lo musita, tímido. Eiji alza una ceja, tan divertido como indignado.

—¿Me estabas tratando de envenenar?

—¡No! ¡Claro que no! —¿Existe algo más adorable que ver al lince de Nueva York haciendo pucheros nerviosos? Puede apostar su vida que no—. Solo te quería mimar. —Él esconde la tarjeta detrás de su espalda, se siente como un niño pequeño, con las manos atrapadas en la masa.

—Eso es dulce, pero no tienes que hacerlo.

Es ridículo que lo trate con cuidado.

¿Hola? Es un asesino, puede volarle los sesos a quien quiera con una sola bala, su cuerpo nunca tuvo valor además del que los clientes le dieron. No tiene sentido que Eiji lo aprecie con semejante delicadeza, no vale la pena. Pero por otro lado, es increíblemente feliz de que alguien lo acune con tanta ternura y preocupación, Ash no puede, ni sabe si alguna vez podrá. Otra jodida ambivalencia. Últimamente se siente como si fuese un puzzle de puras contradicciones coexistiendo juntas. Pero así ha sido siempre ¿no? El Aslan que le muestra al japonés no es...

—¿Ese es un cupón? —Lo ha dejado caer otra vez, genial, se le hace hábito.

—Lo es, pero quería usarlo diferente. —Las orejas se le calientan. De repente, él se jura enfermo.

—¿Diferente? —Eiji parpadea, agitando sus pestañas, haciendo que sus ojos se perciban todavía más grandes de lo que son, grandes y rasgados, bonitos—. ¿Cómo es eso? —Dios, él es tan bonito.

—Quería darte el cupón para que tú pudieras ser mimado. —Finalmente lo suelta.

Ash sabe que no es terrible, porque su novio es el único que lo hace sentir realmente de su edad, no obstante, esta faceta de cortejo le tiene las neuronas fundidas y el corazón en la manga, quiere tener una experiencia completa de noviazgo, quiere poderlo besar sin preocuparse por un posible ataque de pánico y hacerlo sonrojar. Él ama sus sonrojos, ama sus labios, ama sus manos, ama sus piernas, ama su espalda, ama esos ojos que lo contemplan con una increíble transparencia, lo ama todo de este implacable japonés. Y quiere amarlo igual que él, sin disculpas ni silencios.

Quiere estar bien.

—¿Te vas a poner un traje de enfermera para cuidarme? —El jodido descaro que ama y odia en partes iguales se hace presente—. ¿De esa manera me vas a mimar?

—¡¿Cómo sabes de eso?! —Gimotea. Evitando pensar en el desastre que la olla ha dejado detrás, más tarde limpiará.

—¿Saber qué? ¿De qué estás hablando? Solo estaba jugando.

—Pero... —Eiji ladea la cabeza, como si fuese inocente y no supiese nada.

—Espera... —Entonces, se ruboriza de golpe—. ¿De verdad compraste un traje de enfermera para cuidarme? —Maldito Max y sus ideas raras.

—N-No. —Pero su tono no es convincente—. Use uno para escapar del instituto de salud mental.

—¡Ibe-san no me dijo nada! —Se queja, pateando el suelo, agitando la nariz e inflando las mejillas, le recuerda a un conejito enfurruñado—. ¿Por qué yo no vi eso?

—Estabas demasiado ocupado siendo secuestrado por Yut-Lung. —Eiji aprieta los párpados con fuerza y le saca la lengua. Lo ama, ama provocarlo y que le responda.

—No discutas con un enfermo. —El moreno le arrebata el cupón—. Ahora es mío y quiero canjearlo.

Aslan tiene que batallar para no alzarlo entre sus brazos hasta el cuarto. En su lugar, permite que el japonés le tome la punta de la manga de la chaqueta y lo guíe hasta su cama, varios libros penden encima del velador, su camisa celeste, esa gigantesca, está enganchada en el respaldo. La boca se le seca, probablemente Eiji la usó para refugiarse del frío, quizás lo extrañaba y la vistió cuando no miraba. Esos ojos cafés se desvían con vergüenza, adivinando lo que pensaba.

—Tiene tu aroma todavía. —Se limita a explicar—. Me siento más seguro así.

Seguro.

La idea le parece increíblemente tonta y linda.

—Mejor vamos a dormir, ya pasó tu hora de la siesta, onii-chan.

El colchón cruje, delatando la inquietud de la joven pareja. Se meten debajo de las sábanas, son de satín y se encuentran heladas, se deslizan lentamente hasta quedar uno al frente del otro contra la almohada, sus pies se enredan, los tienen helados, eso les saca una sonrisa nerviosa. El ambiente se siente demasiado íntimo y natural. Ash está seguro de que tiene el corazón en la tráquea cuando Eiji se acerca para acurrucarse, luce mucho más bonito bañado por la oscuridad. Aunque claro, por el efecto del enamoramiento cada día su belleza le resulta más etérea, casi angelical.

—¿Te sientes incómodo? —Esa pregunta le hace doler el alma.

—No es eso. —Porque le cuesta iniciar los abrazos. Hasta hoy, le toma trabajo hacerlo—. Estás helado. —Eiji carcajea entre dientes, respirando entrecortado.

—Tú igual. —Sus pies juguetean bajo las frazadas para confirmar—. ¿De verdad te disfrazaste de enfermera? —Esa mueca socarrona hace latir con fuerza su corazón. El ambiente se aligera, Ash ni siquiera se da cuenta.

—Claro que sí, onii-chan. —Pero ha iniciado un abrazo por su cuenta—. Incluso me depilé las piernas para usar el uniforme, me veía jodidamente candente. —Su novio infla los mofletes, esbozando lo que debe ser el puchero más adorable sobre la faz de la tierra.

—Yo quería ver eso.

—¿Por qué? ¿Acaso tienes fetiches extraños?

—Porque probablemente te veías lindo. —Aslan alza una ceja, divertido. Ha empezado a cepillar ese cabello espeso e increíblemente suave con la punta de sus dedos, es agradable, tanto que acerca a Eiji hacia su pecho.

—¿Estás diciendo que no me veo lindo usualmente? —El bufido de su novio le quema el cuello.

—Claro que no, tus camisas de a dólar son totalmente atractivas. —Sus manos bajan por la espalda del moreno para hacerle cosquillas, disfruta del salpicado que es la risa de Eiji contra tan implacables movimientos—. ¡Ash! ¡No seas infantil! —Gimotea—. ¡Estoy enfermo!

De repente, se atreve a presionarle besos en las mejillas.

—Tus suéteres de Nori Nori tampoco son bonitos. —Ahora Eiji le responde con más cosquillas, ha iniciado una guerra que no puede terminar.

—¡No hablas en serio! —Se queja—. Estás usando un delantal con su estampado. —Ash ahoga un grito de horror al recordar esa infame verdad.

—Porque yo no tengo delantal de ama de casa.

—¡No soy un ama de casa! —Le rebata—. Pero los delantales son cómodos.

La violencia de las cosquillas se reduce paulatinamente, Aslan lo ha arrullado contra su pecho, memorizando la suavidad del pijama y la reminiscencia del shampoo, tanto su camisa como los libros han caído hacia el suelo.

—Eiji... —Lo llama, con ese tono que le derrite el corazón, ese que le da otro significado a tan simple nombre, ese que lo hace sentir vivo.

—¿Sí?

—¿Te estoy mimando? —Una pregunta adorable y sumamente infantil. Eiji presiona los párpados, dejando que la calidez de su novio lo absorba y lo sane, que lo recargue de energías hasta limpiarlo.

—Lo estás haciendo. —Una risita de satisfacción le golpea los cabellos. Aslan le acomoda la nariz contra la frente, presionándole ligeramente un beso, nunca antes le ha sido tan fácil hacerlo.

—Me alegro. —Sus respiraciones chocan, subiendo la temperatura entre el escaso espacio que pende entre ellos dos. Eiji se atreve a completar el abrazo, acomodando sus manos en la espalda de Ash, memorizando cada línea sobre la aspereza de la mezclilla—. Quiero mimarte mucho más.

—No puedo esperar a que lo hagas.

Y ambos caen rendidos a los arrullos de la luna con esa promesa.

Mañana tenemos la ferviente aparición de un personaje importante, ¿adivinan quién es? Y luego, las cosas se ponen más interesantes. Muchas gracias a quienes se toman el cariño para leer.

¡Nos vemos mañana!

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