31. You make me a better person.
¡Hola mis bonitos lectores! ¿Qué les puedo decir? Se los he dicho todo, pero muchas gracias a quienes me han acompañado durante este mes, es gracioso, ni siquiera iba a participar, porque no me tenía confianza suficiente para llevar bien esta trama, pero al final estoy muy contenta con el resultado, toqué todos los temas que quería y de la forma que necesitaba plasmar. Ha sido un mes super dificil por mil razones para mí, escribir esto y recibir tanto apoyo fue un salvadidas gigante, es curioso cuando algunos lectores dicen que leer los anima, bueno que valoren el trabajo, independiente de que sean fics, es increble, son una comunidad muy bonita y me siento feliz de ser participe en esto, los amo, gracias por haber de mis días más estresantes llevadores. Este es el último capítulo y espero que encuentren el cierre digno.
Hoy es un día de mierda.
No debería ser de esta manera, ha logrado quitarle sus converse a Buddy para ponérselas, su novio lo ha mimado durante toda la mañana con fervientes besitos y caricias de seda bajo las sábanas, Eiji incluso ha accedido a que lean juntos a Hemingway, sabe que el libro le resulta sumamente aburrido por la forma en que frunce la nariz en las líneas más densas, pero aun así, ha permanecido entre sus brazos, con esa matita abenuz cosquilleándole contra el mentón, escuchándolo atentamente, como si fuese el ser humano más especial en la faz de la tierra y así lo hace concebirse. Todo pinta a que debería ser un buen día, hasta se ha vestido con una de esas poleras de a dólar que Yut-Lung odia.
¿El problema?
—¡Vamos, Ash!
Está en Cape Cod.
Y realmente no es un día de mierda.
—Buddy quiere ir a conocer el lago. —El cachorro se ha liberado de su correa, explorando frenético por doquier, ha olfateado desde la mugrienta cabaña donde solía vivir con Griffin, hasta los maizales en el faro—. ¡Vamos! —Gimotea, tironeándolo de la mano, sus anillos relumbran contra el alba.
—No seas impaciente, onii-chan. —Se encuentran vistiendo las mismas prendas que usaron cuando vinieron solos ese verano—. Tú ganas, terminemos de desempacar después. —Cede, le es imposible negarse a tan adorable puchero. Aunque siendo sincero, ¿alguna vez pudo decirle que no a este terco? Trató de mandarlo de regreso a Japón y acabó pidiéndole que se quedase a su lado.
Para siempre.
Cada día se siente más real.
Corren de la mano hacia el lago de Cape Cod, ese mismo al que Griffin lo llevaba a nadar, ese mismo donde a veces sentía que estaba en el fondo, con la corriente demasiado brusca para que patalease hacia la superficie, eso lo incitaba a rendirse, no creía que hubiese nada mejor que aquello, dejar de nadar para caer al fondo lucía tentador. También es ese mismo lago donde otras veces rompía a la superficie con una extraordinaria facilidad, ese lago que le enseñó que todo fluctúa en una carta para un niño muerto cuya inocencia jamás regresó. Aslan nunca se rindió, siguió pataleando incluso con la mierda hasta el cuello.
Y ahora, finalmente que ha retornado logra contemplar la belleza del dolor y sonreírle.
Por eso, no duda en meterse de salto hacia el lago, ni siquiera le importa si puede volver a salir o le costará regresar hacia la orilla, porque sabe que nunca dejará de nadar o de rendirse, toca el fondo con la punta de sus dedos, la tierra se desprende, las algas acumuladas le hacen cosquillas, la ropa se le ha pegado a la piel, presiona los párpados, quedándose un instante aquí antes de empezar dar brazadas para volver a salir, no está mal tomar un respiro de vez en cuando, permanecer congelado en lo más profundo para encontrarse a sí mismo, y nada, nada una y otra vez hasta que sale, incluso los colores se ven distintos cuando toma aire por primera vez, todo Cape Cod luce más vivaz y real, hasta las flores son más brillantes y los sonidos más melodiosos, es como volver a nacer o renacer, con mayor seguridad.
—Ash...
Y claro que su atención debe dirigirse hacia el infame Eiji Okumura.
No dice otra palabra, se encuentran en medio del lago, con la ropa empapada, Aslan lo abraza, nunca deja de patalear para mantenerlos a flote, aunque esté cansado, no se detiene, las gotas penden de mechones increíblemente entintados a ojos que contienen y forjan constantemente galaxias, posee los labios perlados a causa del dulzor, las mejillas levemente purpúreas y una coqueta mirada que grita con vehemencia: «mi alma siempre estará contigo, americano idiota». Y dios, lo adora más de lo que debería ser posible.
Se quedan flotando en el lago en silencio, apoyan sus frentes con timidez contra la otra, se deleitan con la manera en que el agua no solo los limpia, sino que los funde en un río de puras memorias, en este lugar fue donde se dieron cuenta de que estaban enamorados pero ninguno lo confesó. ¿Cómo hacerlo? Eiji creía que sus sentimientos serían una carga y Ash se sentía indigno de ensuciarlo. Tener la oportunidad de repetir ese beso que jamás se atrevieron a consumar, con la ropa empapada, con un amor que los ha impulsado cada día a crecer más, es demasiado.
Son unos bastardos afortunados.
—Te amo. —Se lo musita, Ash no logra hacer más que memorizar el aleteo de esas pestañas tan brunas como el hollín que enmarcan ojos transparentemente negros, esos ojos que pese al garrafal sufrimiento que han atravesado conservan esa chispa de inocencia que le robó el aliento en el bar—. Te amo, Aslan Jade Callenreese.
—Te amo, Eiji Okumura.
Y no necesitan decir más, juntan sus labios en un toque lento y suave, ambos relajan los párpados, Aslan lo ha alzado ligeramente entre sus brazos para poderlo probar bien, las caricias se encuentran mojadas, la ropa se siente incómoda al estar pegoteada, pero nada de eso le importa, lo único que le roba la última fibra de cordura son esos labios de caramelo derritiéndose entre los suyos, él se da el coraje para colar sus palmas debajo de la camiseta de su amante, adora sus curvas, son firmes y delicadas, otra vez, una combinación imposible que este terco no tiene problemas en desmenuzar, ambos tienen heridas abiertas, heridas que siguen sangrando porque han permanecido un excesivo tiempo cerradas mal, pero que de a poco están limpiando y haciéndolas suyas, es lindo. Eiji le sonríe mientras lo besa, cepillándole el cabello con una impresionante ternura, haciéndolo sentir amado y valioso sin siquiera usar las palabras.
Ama besarlo.
Ama tocarlo.
Ama apoyarlo.
Lo bueno y lo malo, lo ama absolutamente todo de él.
—Moría por hacer esto. —Ash se lo susurra, se han apartado apenas un centímetro luego del beso—. ¿Lo recuerdas? El verano que tomamos las fotografías. —Las primeras imágenes de él mismo que observó que no exudaban ni glamour, ni sensualidad, ni magnanimidad inalcanzable, ni ferocidad, sino que mostraban una desbordante ternura que le hizo ver quién realmente quería llegar a ser.
Las primeras imágenes que mostraron a ese niño perdido.
—Lo recuerdo. —Porque para Eiji, él es solo Aslan y ya, un humano tonto que se cae más veces de las que le gusta memorar, pero se levanta, porque está vivo, no es un leopardo—. Comimos bastante chatarra ese verano.
—Lo hicimos. —Pescado y papas fritas, bananas, nueces, chips de chocolate, cereza, una Coca-Cola grande—. Me sorprende que no nos hayamos enfermado. —Limpiándose sus dedos grasientos en sus camisetas, con las piernas desnudas en el pasto y el sol golpeándolos—. Desde ese entonces ya sabía que te amaba, Eiji. —El nombrado se ríe entre dientes, es el sonido más maravilloso de la faz de la tierra, le encanta.
—Yo igual. —Las gotas caen desde ese flequillo irrealmente oscurecido hasta pestañas níveas—. Somos unos idiotas. —Se burla, estuvieron casi un año conviviendo con un amor unidireccional que resultó ser correspondido, Shorter nunca se los permitirá olvidar cuando se reencuentren allá arriba.
—Un idiota con 200 puntos de IQ, muchas gracias. —Su novio bufa.
—Me propusiste matrimonio con una converse.
—¡Eiji! —Se ríe, tirándole agua a la cara, arruinando su galantería porque es un jodido descarado—. ¡Tú aceptaste la propuesta! ¡Eso no te hace mejor!
—Ni dije que lo fuera.
¿Qué ha hecho para merecerlo?
¿Qué ha hecho para merecer semejante alma gemela?
Se arrojan al forraje cuando Buddy gimotea, reclamando por la atención de sus cuidadores, el perro parece temerle al lago así que tenerlos de regreso en tierra, lo incita a mover la cola antes de dormir, tienden las poleras en las ramas de un alerce y se acomodan bajo la sombra de este, Eiji se recuesta con el vientre contra el pasto, mientras que Ash ha optado por sentarse cerca del árbol, se acomoda el cabello hacia atrás, mirando a su acompañante, reviviendo un momento de suma familiaridad. Sí, no todo es malo en Cape Cod, supone, encerró en una caja mental todas esas memorias alegres con Griff porque antes le eran sumamente dolorosas de contemplar, ahora las ha liberado y lo recuerda, a pesar de todo fue feliz acá en su infancia, no todo el tiempo, nadie acoge un sentimiento todo el tiempo, pero sí gran parte de este.
—Últimamente he estado leyendo los poemas de Griff. —Libera el comentario, recostándose al lado de su amante, una sombra irregular se cuela contra las hojas de los árboles, pintando un bricolaje en su torso desnudo, sus manos se acomodan en su vientre, está más rellenito, que alivio no tener que lidiar con la anorexia—. Él era bastante talentoso.
—¿Te gusta su poesía? —Eiji se da vueltas, presionando su mejilla contra la hierba, mirándolo con esos ojos de soñador que tanto lo embelesan.
—No. —Huele a humedad, hace calor—. Para serte franco, creo que toda la poesía es pretenciosa. —Su novio resopla en respuesta, han entrelazado sus piernas con gracia, los shorts de ambos se encuentran empapados, la mezclilla se ha convertido en una segunda piel.
—Lo dice quien lee a Hemingway en su tiempo libre. —Se burla, el sol está bañando los hombros de su novio para colorearlo de un cobrizo espectacular, las flores se bambolean a su alrededor, las camisas crujen en las ramas de los árboles y Buddy ronca levemente—. Eso es pretencioso.
—Tienes un pésimo gusto. —Gimotea antes de continuar—. Pero es extraño, pensé que me sentiría más cercano a él si me gustaba lo que escribía. —Él no niega el intrínseco talento que Griffin plasmó en esos poemas, sin embargo, le cuesta entenderlos, las metáforas son confusas y la prosa es densa.
—No tiene que gustarte para ser cercano a él. —Eiji le extiende una mano en el pasto, él no duda en apretarla—. Tampoco tienes que entenderlo a la perfección, basta con leerlo para conocerlo un poco más ¿verdad? —Y le es impresionante cómo este terco se las arregla para aplacar las tormentas que aún no estallan, Ash tira de su palma para atraerlo hacia su pecho desnudo.
—Sabelotodo.
—Con 201 puntos de IQ, muchas gracias.
—¡Eiji! —Pero el nombrado solo se ríe, escondiéndose contra su cuello—. ¡Eso no es verdad!
—No puedes saberlo. —El japonés lo rodea entre sus brazos, lo envuelve con suma suavidad, delinea las cicatrices que siguen grabadas en su espalda, esas que ha adorado una infinidad de veces y que si bien, no han desaparecido, han sanado.
—Juntarte con Yut-Lung es una terrible idea. —Chasquea la lengua, mitigando su puchero contra esos mechones esponjados y entintados, aspirando su fulgor bajo la complicidad de la sombra del alerce, anhelante por beber de la calidez de este sol, su sol.
—Ash... —Él asiente, incitándolo a continuar—. ¿Estuvo bien nuestra primera noche? —El corazón le arremete con violencia ante la pregunta, quiere mirarlo, no obstante, Eiji se ha escondido contra su pecho—. No quise poner el tema antes por si necesitabas espacio para procesarlo.
¿Cómo fue tener sexo consensuado?
Ni siquiera es capaz de explicar lo preciosa que fue esa entrega. Antes de iniciar con el tratamiento la simple idea de tener sexo le gatillaba arcadas, luego de que Dino muriera se vio obligado a olvidar la disociación y a conectarse con su historia, incluido su cuerpo, la lujuria le resultó grotesca durante mucho tiempo, esa era una de las razones por las que ni siquiera se atrevía a tocar a su novio, le era ridículo mantener una relación si ni siquiera osaba besarlo, porque él estaba sucio, porque si lo besaba, Eiji podría saborear sus pecados y le daría asco. No podía resistir semejante pensamiento, por eso lo escamoteaba todo, su lema era evitar el dolor e ignorar su propio sufrimiento, se mantuvo funcionando así hasta que se quebró y se tuvo que conectar.
Sabe que el sexo no es decisivo, perfectamente podría no tenerlo y su relación estaría bien, porque la conexión con Eiji transciende de lo corporal o carnal, es inefable, es un vínculo que siente que lo mantendrá atado a cada una de sus vidas y más allá, aun así, le ha gustado.
Le encanta tener sexo con su novio, se permite admitirlo.
Porque el sexo en sí mismo no es sucio, es sucio lo que hicieron con un niño de ocho años quien ni siquiera dio su consentimiento y aunque lo hubiese dado, era un maldito niño ¡por el amor de Dios! ¿Cómo existe gente tan retorcida para justificarse con que los sedujo? Todos esos pervertidos que han bebido y bebido de él, rebajándolo a un jodido inodoro de semen son una mierda, lo sabe, pero pensaba que lo habían arruinado lo suficiente para que nunca volviese a disfrutar. Y pasar toda una noche, entregándose a quien ama, mezclando la pasión con la ternura, permitiéndole a su cuerpo conectarse con el placer que tanto lo espantaba, siendo inundado por una infinidad de sensaciones que sinceramente no era consciente de que podía tener, fue lindo.
Fue su primera vez consensuada y querida.
Fue su primera vez.
—Fue maravilloso. —Musita, elevando el mentón de su pareja con timidez—. Me gustaría hacerlo otra vez si tú también lo quieres. —Las mejillas de Eiji se sonrosan al instante, se ve increíblemente vulnerable con el pecho desnudo, rodeado por sus brazos, no tiene intención de soltarlo.
—También me gustó. —El comentario lo apena de sobremanera—. Fuiste muy cuidadoso conmigo, Ash —¿Cómo es posible que diga algo tan tierno y sexy en paralelo? Esta es su perdición—. Estaba bastante nervioso ¿sabes? —Aslan parpadea, siendo hipnotizado por ese tímido mohín—. Tenía miedo de que...
—¿Tuviese otra reexperimentación?
—También. —Frunce la boca, sin dejar de acariciarle la espalda, le repasa desde la columna vertebral hasta las espaldillas en ese abrazo, enviando una corriente de pura electricidad líquida directo a su corazón—. Pero me daba más miedo hacer algo que te incomodara. —Eso lo derrite, no solo el hielo de su carcasa abandonada, sino la montaña entera, todo el maldito Kilimanjaro.
Porque tener a alguien que se preocupe con semejante tacto de su propia comodidad, es increíble, se lo dijo en algún momento a Blanca, pero más que nunca, sosteniéndolo en Cape Cod, presionando besos en esas rebeldes onditas entintadas, exponiendo sus cicatrices sin pedir permiso ni perdón, lo vuelve a testificar. Ahora es feliz, porque sabe que por lo menos hay una persona que se preocupa por él, y no espera nada a cambio.
No puede creer la suerte que tiene, es el sentimiento más feliz del mundo.
—También me daba miedo hacer algo que te incomodara o que odiaras. —Lo confiesa, nervioso, los movimientos de su amante se han congelado en su espalda, se aparta solo lo suficiente para que se miren a los ojos, acunados por la sombra del alerce y empapados por el amanecer—. Sé que es tonto considerando que tengo experiencia en el sexo, pero no quería que... —Eiji lo detiene.
—No es tonto. —Y acoge su dolor como siempre lo ha hecho.
—De todas maneras, debería saber qué hacer en esas situaciones, solían pagarme por eso.
—Aslan. —Eiji le acuna las mejillas, ayudándolo para que rompa hacia la superficie del lago—. Mi dulce y tontito Aslan. —El apodo le saca una sonrisa y lo incita a fruncir el entrecejo al mismo tiempo.
—¿Sí, cariño?
—Fue la primera vez de los dos, eso es todo lo que importa. —Y este chico, ¿cómo es posible que siempre encuentre las palabras perfectas para quebrarlo y recomponerlo?
—Supongo que sí. —No lo sabe, tampoco logra dimensionar cuántos fragmentos le queda y qué tan completo está, solo es consciente de que esto es una constante construcción.
—Deberíamos entrar a secarnos. —Como un caleidoscopio que se gira hasta forjar la imagen correcta, una flor que suplica para ser apreciada también por sus espinas o unos anillos que penden en promesas, incluso unos cupones que se pierden como estrellas.
—Vamos.
Está en Cape Cod.
Un lugar especial.
Le ha tomado más de una década contemplar este pueblo sin esos lentes de negativismo y rencor, se ha permitido pasear por los alrededores del restaurante, consintiendo que sus manos cosquilleen contra el maizal, memorizando ese lago tan brillante que parece guardar su propio cielo. Aslan era apenas un niño cuando lo violaron por primera vez, nunca se detuvieron las transgresiones después de Barba Azul, fue un camino por la pornografía infantil, la prostitución y el asesinato. Aunque le es imposible sentirse orgulloso de quién fue, hizo lo mejor que pudo para sobrevivir. Sí, hubo una época donde manipuló con sus encantos a los reos, porque podía envolverlos en la punta de su dedo para que hicieran lo que él quería, pero Shorter fue quien le recordó su humanidad, tuvo un camino duro con personas buenas y malas, y finalmente está acá, en el inicio otra vez.
Suspira, ingresando al comedor, saludando a Olivia quien los recibe con una sopa encantada, viendo a Jim del otro lado de la barra, sigue siendo un padre de mierda, pero al menos, ya no es una mierda tan mala como antes o tal vez, es su necesidad de perdonar lo que está hablando, quién sabe, hasta puede tener potencial de buen abuelo, no, eso no borra la negligencia que ha cometido, es un mero recordatorio de que fluctuamos entre grises, algunos más oscuros, otros más claros, grises a fin de cuentas y eso está bien.
—¡Aslan! —Jim se lamenta, apretando la cerveza, dejando que el alcohol chorree desde la tapa de plástico hacia la barra de madera—. Pídele a tu cachorro que suelte mi bota. —Pero Buddy no cede, está tironeando el roñoso calzado con todas sus fuerzas, jalando y jalando hasta que se desprende la base de la suela—. Además, se orinó en el comedor.
—Es solo un perrito, viejo. —Él parpadea con inocencia, sin soltar la mano de su adoración, la sopa ha estado deliciosa, se han tenido que cambiar de ropa para venir a almorzar.
—¡Pero...!
—Es tu oportunidad para ser un buen abuelo. —En lugar de molestarlo, Jim se muestra ilusionado con la idea, duda un poco antes de alzar al cachorro hacia su regazo, no se resiste a las caricias, al contrario, las recibe feliz. Traidor, piensa Ash. Su hijo impresiona tener un favoritismo por los seres más despreciables.
—Creo que le agrada. —Eiji sonríe ante la imagen mientras él esboza una mueca fea.
—Escuché que fueron a visitar a Griffin al cementerio. —El tema pesa en el aire, cae como bomba atómica entre las polvosas butacas de cuerina y los condimentos vacíos, generando un ambiente duro—. ¿Es verdad?
—¿Algún problema? —Es un hábito demasiado arraigado ponerse a la defensiva, ese mecanismo de defensa lo mantuvo relativamente seguro, sin la hiperalerta jamás habría sobrevivido.
—No. —Musita—. Me alegra mucho que hayan ido. —Se ve sincero, eso despierta una infinidad de ambivalencias que Aslan no tiene ganas de procesar. ¿Cómo puede amarlo si se portó tan negligente durante su infancia? Algunos padres no deben ser padres, pero ya están en esto, sumergidos hasta el cuello, así que lo mejor es iniciar de nuevo.
—También deberías ir.
—¿Qué?
—A Griff le gustaría verte, estoy seguro de eso. —Ash no quiere mirarlo a los ojos, hubo un tiempo en donde estuvo desesperado por aprobación paterna, un tiempo donde la inocencia falleció en un campo de béisbol marchito—. Podemos recibirte en nuestro apartamento si vienes a Nueva York.
—Nos encantaría recibirlo ahí. —Eiji utiliza un tono relajado y amable, ni siquiera necesita pedírselo para que lo apoye, le es natural, le es correcto—. Podemos ir todos juntos a visitarlo. —Él no precisa de la aprobación de nadie a esta altura, sin embargo, es lindo haber llegado hasta este punto.
—Eres un poco bienvenido en nuestra casa. —Sus palmas juguetean contra la barra, sus piernas se entrelazan en el soporte de la butaca, son esas feas de cuerina gastada, son aquellas donde Jennifer lo mimaba con golosinas y Griffin le leía cuentos—. Pero no durante mucho tiempo.
—¡Ash! ¡No seas grosero con tu papá!
—¿Grosero? —Él no tiene vergüenza al rodearle la cintura, es un toque sumamente sediento y coqueto—. Me gusta pasar tiempo empalagoso con mi flamante novio, no quiero que mi papá nos interrumpa. —Le presiona con fuerza un beso en la mejilla, haciéndolo enrojecer mil veces más.
—Con razón los vecinos piensan que son una pareja adorable. —Olivia suspira—. Lo son.
—Mañana nos vamos a reunir para practicar tiro con el resto del pueblo. —Jim carraspea, se nota incómodo por semejante desborde de afecto, aunque no puede culparlo, el anciano no acostumbra a la tibieza humana—. Deberían venir con nosotros.
—Así puedo enseñarte a disparar bien, onii-chan. —Aslan le arroja una sonrisa coqueta.
—Nada de eso. —Jim los separa, parándose al medio contra la barra—. La otra vez solo manoseaste a mi yerno, yo le enseñaré bien a disparar. —Ash no puede creer semejante traición de parte de su propia sangre, antes de que pueda reclamar, su novio le saca la lengua, completamente satisfecho.
Pueblo de mierda.
(Pero ya no tanto).
La tarde es inesperadamente divertida, Buddy le ha dado una excusa para molestar a su padre que no planea desperdiciar, se dedican a charlar en el restaurante y a contemplar antiguas fotografías. ¿Quién diría que Jim guardaba algunas? Revivieron el pasado, claro, pero también, su novio hizo de las suyas con esa cámara Canon, es impresionante la ternura que puede transmitir hacia lo perdido. Aunque, él siempre ha sido así ¿no? Tanto con el chirrido del cachorro en el basurero como con ese niño abusado que nadie abrazó, Eiji es especialmente perceptivo al sufrimiento ajeno y gracias a la terapia, también le ha dado espacio a su propio malestar, eso lo llena de orgullo, ha sido un proceso duro para los dos que ha valido la pena.
Cuando la noche cae, Aslan se da el valor para intentarlo de nuevo, así que sube hacia la montaña, escala y escala, hasta terminar en la cabaña donde la tragedia ocurrió, él conoce la probabilidad de sufrir otra reexperimentación, esta vez no ha traído una pistola, no sabe si posee las herramientas suficientes para confrontarlo, el timing es indispensable para cualquier recuperación, se constriñen de diferentes recursos para los desafíos, pero incluso si llega a fracasar porque ha venido demasiado antes, Jessica tiene razón, no es lo mismo retroceder dos pasos que volver al punto de partida.
Así que entra a la cabaña abandonada otra vez, sus pasos crujen contra esas putrefactas tablas, sus manos recorren los bordes de las paredes roídas, toma aire, adentrándose con lentitud al fondo de su dolor, la sangre se le hiela, el corazón le golpetea con suma violencia.
Tenía miedo cuando su entrenador lo trajo por primera vez, estaba muy asustado, recuerda que le apretó con fuerza la muñeca y lo hizo sollozar, llamó a su hermano mayor hasta que quedó afónico, estaba muy asustado y no quería ir al cuarto, Barba Azul insistía que era un juego, que lo disfrutaría, pero cuando lo tocó ahí abajo se quedó helado. Esa fue la peor parte, que no se pudo defender porque no entendía lo que ocurría. ¿Dónde se equivocó? ¿Le dio señales incorrectas? ¿Griffin lo iba a odiar si se enteraba? No quería.
Tenía miedo, tenía tanto miedo que no podía hablar.
Su corazón gritó pidiendo ayuda, pero no pudo decir nada.
Recuerda haberse quedado quietecito en la cama, llorando en silencio mientras se desabrochaba el pantalón, recuerda haberse orinado por el miedo, eso lo enfadó, porque un niño asustado tiene que excitarlo, no puede manifestar desagrado, así que lo dio vueltas y lo tomó con brusquedad, le dolió, le dolió mucho cuando lo destrozó y luego lo dejó tirado, como si fuese un muñeco de trapo, con la ropa rasgada y...
Ha llegado al cuarto donde la primera violación ocurrió, los recuerdos se entrelazan con la realidad, es diferente a una reexperimentación, es consciente de que físicamente se encuentra acá, pero a la vez, tiene un pie puesto en el pasado, tiene mucha pena, en lugar de encontrarse con el perpetrador, ve a un bulto de sábanas tembloroso, eso le rompe el corazón. Aslan no vacila en acercarse, porque escucha un sollozo, un quejido apenas perceptible e increíblemente desgarrador que le es imposible de ignorar, es frágil.
Se sienta en la cama, toca la sábana con suavidad para dejar al bulto a la vista y...
—Lo siento.
Finalmente tiene que encararlo, a ese niñito que nunca fue capaz de abrazar porque no se defendió lo suficiente, porque no gritó más fuerte, porque su cuerpo tenía malditas zonas erógenas que lo hicieron concebirse años culpable de sus propias violaciones, al igual que las reexperimentaciones u otros síntomas, hay cosas que son involuntarias, pero entenderlo racionalmente no aplaca el asco que se provoca.
Él se enfoca en el bulto encima de las sábanas, el pequeño Aslan lo mira aterrorizado, tiene los ojos irritados de tanto llorar, no deja de temblar, se ve al borde del colapso. ¿Cómo pudo odiarlo tanto tiempo? Es solo un niño, es solo un...
Ash nunca ha sido bueno consolando a las personas, probablemente Eiji sería más reconfortante en esta clase de situaciones, jamás ha aprendido a tratar con amabilidad esta parte de sí mismo porque esto marcó un antes y un después tanto en su cuerpo como en su alma, es una pérdida, es un duelo que puede y merece tener. Acá empieza a vivir disociado, corriendo y corriendo, procurándose de no sentir demasiado, porque sentir dolía, porque si sentía se moría.
—Estás a salvo.
Pero de todas formas, Aslan abraza a esa parte de sí mismo, lo abraza como le hubiese gustado que su padre lo hiciera cuando llegó con la ropa deshecha y llamaron a la policía, como deseó que Griffin lo hiciera cuando regresase de la guerra pero jamás volvió, como debió despedirse de Shorter o Skip, lo abraza con fuerza, hundiendo su rostro en esa pequeña matita dorada y llora, llora hasta que no le quedan más lágrimas, llora por la inocencia que perdió y jamás recuperará, llora porque sabe que no ha sido su culpa y que no se quiere odiar, llora porque el niño le devuelve el abrazo, se quiebran en esto, descargan toda esa pena acumulada que venía arremetiendo y desbordando su alma, llora porque tenía mucho miedo y es injusto que le haya pasado.
Pero pasó.
Pero pasó y no puede hacer nada para cambiarlo.
Solo avanzar.
—Lo lamento. —Se lo musita, sabe que este niño no es más que un producto de su imaginación, de la desesperada necesidad que tiene por perdonarse a sí mismo—. Lamento no haberte escuchado cuando lo necesitabas, lamento haberte odiado tanto tiempo. —Pero el pequeño Aslan le sonríe.
Y es duro, es muy duro aceptarlo.
¿Qué le diría a su versión de ocho años?
—Te perdono. —Se lo susurra, apartándose con cuidado—. Gracias por mantenerte fuerte, gracias por permitirme llegar a esto.
No queda nada más que decir.
Eiji se halla esperándolo afuera de la cabaña, incluso cuando este lugar es un gatillante de memorias desagradables considerando el disparo, acá está, con esa mirada de amor absoluto e incondicional, con una sonrisa tiritona pero orgullosa, como si supiese lo que acaba de pasar, ahora es turno de su novio de extenderle los brazos y acunarlo.
—Estás a salvo.
Aslan se hunde en la calidez de su sol, aceptando tanto al niño roto como al adulto herido, su novio se dedica a trazarle pequeños círculos en la espalda, no pueden detener sus lágrimas ni el moqueo, es tonto, solo se siente así y ya.
—Finalmente estamos a salvo, Eiji.
Ambos se acunan con una ternura extraordinaria, Ash procura también acariciar a su adoración, presionándole besitos en la frente sin separarse un solo centímetro, navegan desde sus cicatrices, esas que ambos se hicieron en Cape Cod y en Nueva York, esas que se hicieron antes de conocerse, esas que se hicieron juntos y lo sueltan todo, absorben entre ambos los temblores hasta mitigarlos, la estridencia de sus latidos puede más que cualquier cosa, está oscuro y son dos idiotas llorando en medio de la nada, no les importa, se sonríen, sin soltarse las manos.
—Vayamos a dar un paseo.
Se hacen mejores mutuamente, eso es precioso.
—Sí.
Caminan por Cape Cod de noche, se encuentran cerca del faro, aunque tienen prendas demasiado ligeras para serenar el gélido, lo aplacan con un abrazo, Ash se pasea desde la cintura de su amante hasta su cadera, le gusta tocarlo y no pretende dejar de hacerlo por los prejuicios hacia una víctima de abuso sexual, ya sean autoimpuestos o impuestos por los demás. ¡Al carajo todo! Está vivo, está vivo y está feliz, eso es suficiente.
—¿Cómo me encontraste?
Se han detenido frente al océano, a un par de metros del faro, el albor se encuentra tintineando, los grillos cantan junto a las luciérnagas, la brisa les hace cosquillas, sin embargo, a Aslan no le interesa la belleza de ese paisaje aburrido, porque la luz plateada de la luna ha enmarcado esos ojos cobrizos con una suavidad arrebatadora, como la iridiscencia de una pluma de mirlo, esos mechones espesos y esponjados, proyectan sombras infinitas sobre mejillas ruborizadas. Luce etéreo, inalcanzable, casi irreal, no lo es. Están tomados de la mano y empapándose por la calidez que su amor desprende, es real, de verdad es real.
—Porque te conozco bien, americano idiota. —Se burla, golpeándole tenuemente el hombro con su hombro, alzándose en la punta de sus pies solo para hundirse en la arena—. No tienes que hablarme de esto sino quieres o no te sientes listo... —La comprensión lo paraliza—. ¿Ha salido bien?
—Sí. —Ash le besa la frente, enternecido—. Todo ha salido de maravilla. —Eiji le sonríe con esa clase de ternura que le robaría a cualquiera el corazón, pero lo ha elegido a él para permanecer a su lado.
—¿Sabes? Mientras empacábamos encontré algo en el cuarto.
—¿Qué es? —Eiji rebusca entre sus bolsillos hasta sacar el fajo de cupones, por poco los olvida, no los ha necesitado durante mucho tiempo, esto despierta una nostalgia desmesurada.
—Todavía quedan varios que no has canjeado. —Su tono juguetón es contagioso, Aslan los mira, es verdad, existen decenas de cosas que aún no se han atrevido hacer pero anhela, no obstante...
—No creo necesitarlos más. —Ya tiene las herramientas necesarias para avanzar—. Creo que estoy bien sin usarlos.
—Eso está perfecto. —Su novio se los pide de regreso—. También me hicieron feliz en su momento, pero prefiero que nos tomemos por sorpresa. —Y los arroja al viento, probablemente luego los tendrán que ir a buscar porque no van a contaminar Cape Cod por un mero capricho—. Prefiero confiar en lo que nosotros podemos hacer por nuestra cuenta.
—Sí.
Pero prefieren quedarse abrazados frente al mar, envueltos por una infinidad de cupones coloridos que caen, que caen como la lluvia que tantas veces los empapó, que muestran los méritos que han podido dominar durante su relación y el camino todavía faltante, se quedan abrazados, observando al amanecer nacer del otro lado, bañándolos con su luz, empapándolos de esperanza y emoción.
Ambos sonríen, sabiendo que apenas es el principio de sus vidas.
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